01.1 Justificación de la Filosofía: Su sentido y necesidad

  1. La admiración, inicio de la filosofía

Aristóteles decía que la filosofía nació de la admiración. Según el filósofo griego, lo que llevó a los hombres a filosofar fue el hecho de advertir que la realidad tiene logos, sentido, racionalidad. La realidad misma es admirable porque no es un caos, sino un cosmos, es decir, un conjunto ordenado de seres que siguen leyes racionales.

La admiración expresa una postura contemplativa orientada hacia el reconocimiento del misterio y de la grandeza del hombre y de toda la realidad. Como en el caso de la contemplación estética, el asombro implica salir de uno mismo y dejarse cautivar por la realidad. Muchas realidades (por no decir todas) pueden suscitar nuestra admiración: podemos sentir admiración ante un cielo repleto de estrellas, ante la belleza de una sonrisa, la complejidad del ojo humano o la maldad de una venganza. Ahora bien, para la "admiración" no es suficiente con "mirar", sino que hay que "saber mirar".

Un autor contemporáneo, A.J. Heschel, afirmaba que "con el avance de la civilización declina el sentido de la admiración". Nuestra sociedad de masas y de consumo muchas veces vive de acuerdo con una organización de la vida que se asemeja mucho a la vida animal: agobiados por las prisas y el afán de realizar el mayor número de cosas en el menor tiempo posible, vivimos en una incesante actividad, únicamente encaminada a producir medios o útiles para satisfacer determinadas necesidades de la vida. En esas circunstancias la existencia del hombre se convierte en una especie de estéril ciclo que sólo sirve para mantenerse a sí mismo y repetirse indefinidamente. Podríamos decir, siguiendo a Gabriel Marcel, que se ha confundido el ser con el tener. En ese contexto, el hombre es un ser pura y radicalmente pragmático, no tiene tiempo para preguntarse y, mucho menos para responder a la pregunta de qué son las cosas, porque simplemente las utiliza en su provecho. Ha perdido la capacidad para valorar las cosas y admirarse ante la realidad, y ha perdido esa capacidad por falta de uso, ya que no valora o aprecia las cosas, sino que simplemente las utiliza. Por tanto, no es de extrañar que quienes viven de tal forma, ante una obra de arte, por ejemplo, sólo conciban preguntarse ¿cuánto valdrá?, o ante un descubrimiento científico, ¿para qué servirá?.

Sin embargo, todos y cada uno de nosotros, en algún momento de nuestra vida adoptamos la actitud de "aquel que abre los ojos al mundo por primera vez" y "nos admiramos". En ese preciso instante formulamos las mismas preguntas que se han formulado todos los hombres de todos los tiempos y lugares, e intentamos hallar una respuesta. Pues bien, en ese momento, estamos haciendo filosofía.

  1. Utilidad de la filosofía: la cuestión del sentido

Ya sabemos qué es la filosofía, qué estudia y cómo lo estudia. Sin embargo, llegados a este punto podríamos plantearnos: Bien, pero ¿cuál es verdaderamente la utilidad de la filosofía?. ¿Para qué algunos hombres se han dedicado y se dedican a cavilar sobre el origen y naturaleza última de todas las cosas?. ¿Para qué sirve la filosofía, qué utilidad práctica puede reportarnos?.

Lo primero que debemos hacer es precisar qué entendemos por "utilidad". Actualmente, el concepto de utilidad está ligado al ámbito técnico. Así decimos que algo es útil cuando es un instrumento o medio adecuado para lograr un determinado objetivo o fin, e inútil en el caso contrario. Por ejemplo, una palanca es un instrumento útil para levantar un peso, pero inútil para transportarlo. Un ordenador es un instrumento o medio útil para almacenar, ordenar y procesar información, pero inútil, por ejemplo, para hacer la colada.

Pues bien, si reducimos la utilidad únicamente a su vertiente técnica, deberíamos responder que, en este sentido, "la filosofía no sirve para nada". Y no sirve para nada porque la filosofía, en sí misma, no es un medio o instrumento, sino un fin y está enraizada en la propia naturaleza o esencia del hombre. La filosofía es la ciencia de los fines, la que nos enseña cómo y para qué vivir. Por tanto, su utilidad no se sitúa en un plano técnico, sino en un plano más profundo, metafísico, personal o espiritual.

En un mundo donde prevalece la acción, el "hacer por hacer" o "el hacer en el menor tiempo posible", es comprensible que en muchas ocasiones la filosofía sea descalificada y se la considere una pérdida de tiempo, algo inútil, ineficaz o improductivo, ya que erróneamente es concebida por la mayoría como un simple "pensar por pensar". Sin embargo, la auténtica filosofía no implica un "pensar por pensar", no es un pensamiento estéril puramente formalizado, sino que supone un "pensar para hacer" y "un hacer habiendo pensado". Así pues, el conocimiento filosófico es mucho menos teórico de lo que se piensa, ya que alcanza verdades que afectan y comprometen a toda la conducta humana.

(Lee el texto de Robert Spaemann titulado “Para qué sirven los filósofos”).

  1. "Todo hombre es filósofo"

Imaginemos un hombre que sale un buen día de su casa y sufre un accidente en medio de la calle. Pierde la conciencia y es trasladado a una clínica cercana. Cuando vuelve en sí se encuentra en un lugar para él desconocido, en una situación cuyo origen no recuerda. En esta circunstancia, cuál creéis que será su preocupación inmediata, ¿qué es lo primero que se preguntará?. Ciertamente, no empezará por preguntarse de qué color son las paredes, las medidas de la habitación o sobre los objetos que observa a su alrededor. Ese sería, analógicamente, el tipo de preguntas que se plantean las ciencias "particulares". Lo lógico es que este buen señor se haga una pregunta total, en la que se incluya él mismo en esa totalidad, y se pregunte ¿dónde estoy?, ¿por qué estoy aquí?.

Pues bien, nuestra situación, la situación del hombre en este mundo es en un todo semejante. Venimos a la vida sin que previamente se nos pregunte si queremos o no nacer. Tampoco se nos da un manual de instrucciones donde se nos explique cómo es el lugar al que vamos, ni cuál va a ser nuestro papel en la vida o qué se supone que debemos hacer. Nos encontramos, por decirlo así, utilizando el vocabulario existencialista, arrojados, implantados en la existencia. Lo que ocurre es que no nacemos en estado adulto, sino que nuestra inteligencia se va desarrollando paulatina y progresivamente, al mismo tiempo que nos vamos acostumbrando a todas las cosas que forman la realidad y llegamos a verlas como lo más natural del mundo y, por tanto, como algo indigno de cualquier tipo de explicación. Y si la hierba fuese roja y el cielo verde, también nos habríamos acostumbrado a ello de la misma manera, sin la menor dificultad. Sin embargo, si viniésemos al mundo en estado adulto, nuestra perplejidad sería muchísimo mayor a la del hombre de nuestro ejemplo que, habiendo perdido el conocimiento, despertó en un lugar desconocido. En este sentido no debemos olvidar la curiosidad natural de la niñez, sus constantes e insistentes porqués, fruto de la admiración y sorpresa ante un mundo que se presenta a sus ojos como algo siempre novedoso aún por descubrir y entender.

Pues bien, esta inquietud, este deseo por comprender el mundo, por dar respuesta a todos los interrogantes que la realidad plantea no acaba en la infancia, sino que nos acompaña durante toda la vida, y no sólo eso sino que ha estado y estará siempre presente en toda la Historia de la Humanidad. Por consiguiente, la filosofía es esencialmente una búsqueda de la verdad y, por muy raro que parezca, es un asunto que no atañe sólo al profesor o profesional de la filosofía , sino a todo hombre, ya que todo hombre es filósofo, aunque no lo sepa o no sea consciente de ello. Así, a semejanza de aquel que escribía en prosa sin saberlo, todo hombre es filósofo aunque no se dé cuenta. La filosofía es la actividad más natural del hombre: No hay hombre que no filosofe, o por lo menos, todo hombre tiene momentos en su vida en que se convierte en filósofo.

  1. La actitud filosófica.

La "búsqueda de la verdad" exige una apertura razonable que es la propia de aquel que con una adecuada actitud crítica nunca se niega a conocer, reconocer y aceptar una verdad, venga de donde venga, ya sea de los contemporáneos o de los más antiguos pensadores, porque una verdad descubierta, si es ciertamente verdad -es decir, si es afirmación conforme a la realidad-, lo será siempre, ya que la verdad no es algo que pase de moda.

Este "amor a la sabiduría", que es la filosofía, exige partir de la experiencia y utilizar adecuada, rectamente, la razón. También exige esfuerzo personal; honestidad y sinceridad en los planteamientos; respeto, admiración y humildad, así como un diálogo constante con la realidad y con los demás. La búsqueda y hallazgo de la verdad es una labor ardua y difícil, pero el esfuerzo bien merece la pena: Es una tarea que no acaba nunca, que jamás se completa plenamente, pero que siempre dignifica, engrandece y satisface nuestra propia naturaleza humana.

(Lee el artículo de Manuel García Morente titulado “Tres emociones filosóficas: humildad, admiración y anhelo”).

Apuntes elaborados por Francisca Tomar Romero