07. AMOR (Una aproximación a sus caracteristicas)

Amor ‎‎(Aproximación a las...aracterísticas del amor)‎‎

Me encuentro ante una tarea difícil: intentar aproximarme a las características del amor. El amor es ese fenómeno del que tanto hablamos y que impregna tan de cerca nuestras vidas, me atrevería a decir que las constituye, que resulta difícil hablar de él. Quizás porque al hablar de él nos parece que lo hacemos de algo tan íntimo que desvelarlo implica casi profanarlo. Por otra parte nos resulta escurridizo; todo lo más cercano, lo más cotidiano nos parece tan claro, tan evidente, que cuando queremos acercarnos a su realidad nos faltan las palabras para hacerlo y simplemente señalamos casos y actos concretos que llamamos “amorosos” y decimos: “El amor es eso”.

Pero, a pesar de ello, me parece urgente que nos acerquemos a ese fenómeno esencial en nuestras vidas para que podamos conocer algunas de sus características. ¿Por qué? Porque, ¿cómo podemos vivir adecuadamente aquello que desconocemos? Me explico: Si admitimos la racionalidad del hombre como su característica esencial, tendríamos que afirmar que nuestro conocimiento debe ir íntimamente unido a nuestras vivencias. Esto implica que la calidad de nuestras vivencias va unida de alguna forma a la calidad de nuestro conocimiento. En consecuencia, la calidad de nuestro amor debe ir unida a nuestro conocimiento de su propia realidad. (Evidentemente que conozcamos cuáles son las características del amor puede ayudar a aumentar la calidad de nuestro amor, pero su calidad no depende sólo de este factor y lo que desde luego no podrá producir nunca será una vivencia de amor. Pero sí puede ayudarnos a diferenciar una auténtica vivencia amorosa de la que aparentemente lo es).

Queda así expuesto lo que pretendo. Ahora bien, me gustaría recurrir a un ejemplo que me sirva para poder decir aquello que quiero. El ejemplo será el capítulo XXI de esa pequeña pero gran obra que es El Principito.

El capítulo al que me refiero narra el encuentro y diálogo del Principito con el zorro.

De todas formas, si el paciente lector da su permiso, recordaremos lo que dice:

El amor del Principito por su rosa está en crisis. Él inicia un viaje en busca del sentido de su amor. Ese viaje se realiza a través de distintos planetas en los que no encontrará respuesta. Así, llega a la Tierra y , antes de tener contacto con los hombres, va conociendo distintos lugares y “seres” que le van haciendo ahondar en su crisis personal. El último encuentro –narrado en el capítulo XX- lo tiene en un jardín. Allí descubre que hay montones de rosas iguales a sus rosas. “Y –dice Saint-Exupéry- se sintió desdichado. Su flor le había contado que era la única de su especie en el universo. Y he aquí que había cinco mil, todas semejantes, en un solo jardín”.[1]

Transido de estos sentimientos, el Pequeño Príncipe toma conciencia de su problema: “Me creía rico con una flor única y no poseo más que una rosa ordinaria. La rosa y mis tres volcanes que me llegan a la rodilla, uno de los cuales quizá está apagado para siempre. Realmente no soy un gran príncipe...” [2]. “Y tendido sobre la hierba, lloró”[3].

Me he querido detener en el capítulo anterior para que podamos comprender mejor el que nos ocupa. En esta situación “crítica” aparece el zorro, símbolo de la sabiduría. El Principito le pide que juegue con él y éste se niega alegando que no ha sido domesticado. Aparece así la pregunta clave del capítulo: ¿Qué significa “domesticar”? El zorro intenta responder: “Significa ΄crear lazos΄”[4]. Y explica: “Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré par ti único en el mundo”.[5]

El zorro le habla de la monotonía de su vida y le dice cómo sería su vida si le domesticara: “... si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos de color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...”[6]. El zorro le pide, por favor, que le domestique; pero el Principito alega no tener tiempo, pues tiene que buscar “amigos”. La respuesta del zorro es certera: “Sólo se conocen las cosas que se domestican. (...) Si quieres un amigo, ¡domestícame!”[7].

Nuestro Príncipe se convence y pregunta cómo tiene que actuar. El zorro le explica que deben encontrarse y comienzan una serie de encuentros hasta que el zorro es domesticado.

Pasado algún tiempo, nuestro protagonista tiene que partir y el zorro le envía de nuevo al jardín de rosas pidiéndole que luego vuelva para recibir el regalo de un secreto.

El Principito vuelve a mirar a las rosas pero su percepción ya es totalmente otra:

“No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún (...). Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie (...)

Sois bellas pero estáis vacías (...) No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse. Puesto que ella es mi rosa”[8].

Y volvió al zorro que le regaló su secreto: “Lo esencial es invisible a los ojos”[9].

Hasta aquí nuestro largo, pero necesario, resumen.

Pues bien, nos atrevemos a afirmar –con profunda humildad- que en este texto tenemos claramente reflejadas todas las características del amor, o al menos, aquellas que vamos a tratar aquí. Intentemos desgranarlas[10].

1. El amor es una respuesta al valor

Cuando el zorro quiere responder a la pregunta del Principito -¿Qué significa “domesticar”?- dice que consiste en “crear lazos”. Y al intentar explicar esta expresión afirma: “Serás para mí único en el mundo”[11].

Analicemos con detenimiento dicha aseveración. Si el amor es “crear lazos”, es, por tanto, una relación, una respuesta de alguien frente a otro. Pero el otro, no se nos presenta como anónimo, indiferenciado con respecto a tantos otros, se nos da como “único en el mundo”. Es decir, es único porque es valioso, importante.

Ahora bien, tenemos que distinguir tres formas de importancia[12]:

a) Lo subjetivamente importante.

b) Lo importante en sí. (Lo objetivamente importante).

c) Lo importante para la persona. (El bien objetivo para la persona).

a) Lo subjetivamente importante es lo placentero. Aquello que nos produce placer. Ahí radica su importancia. Pero en el momento en que el placer decae deja de ser importante.

Por ejemplo, un café sólo y sin azúcar será subjetivamente importante para mí en tanto que "me gusta" no así para otro que aborrece el amargo café –por amargo, por café o por ambas cosas-. Y, además, será importante sólo en tanto en cuanto "me apetece" o "me puede apetecer". Esto es, cuando quiero obtener el placer que me produce su agradable sabor.

b) Frente a lo subjetivamente importante se encuentra lo importante en sí. Si yo analizo la importancia de un acto de amor como, por ejemplo, el sacrificio voluntario del Padre Maximiliano Kolbe al intercambiar su vida por la de otro prisionero, me doy cuenta de que su importancia radica en sí mismo. No depende en absoluto del placer. Sin embargo, ese acto es positivamente importante. Nosotros no lo valoramos con los calificativos "agradable" o "desagradable". Para este acto reservamos otros como "bueno", "bello","valioso"...

Así, el mismo lenguaje nos muestra la propia originalidad de este tipo de actos. Su impronta radica en la objetividad. Son así y no pueden ser de otro modo.

c) Nuestras dos distinciones anteriores quedarían incompletas si no distinguiéramos también lo importante para la persona.

Cuando, por ejemplo, un náufrago se salva de morir ahogado surge espontáneamente el agradecimiento. Si analizamos su agradecimiento, nos damos cuenta de que nos muestra algo distinto de lo subjetivamente importante y de lo importante en sí. Nuestro náufrago al agradecer descubre que él ha recibido un don particularmente importante: salvar la vida.

Y desde luego que su experiencia de este "don" no es simplemente la alegría de salvar la vida (lo subjetivamente importante) ni el reconocimiento del valor de la vida en sí misma (lo objetivamente importante). Se le da como algo distinto. Es la importancia que el valor de la vida en sí mismo tiene para él en ese momento. Hay, por tanto, una mayor hondura en la captación del valor objetivamente importante de la vida. Lo importante para la persona depende de lo importante en sí mismo. Si no se nos diera esto último, no podría darse lo primero.

Tras esta distinción podemos ya clarificar, de algún modo, qué tipo de importancia es la que captamos en el amor.

Parece claro que nos referimos a las dos últimas. Pero, como ya hemos dicho, lo importante para la persona se asienta en lo importante en sí.

Así, el amor se nos muestra como una respuesta de nuestro ser personal a lo importante. Me atrevería a decir, a lo más importante, a lo más valioso: a la unicidad del rostro personal del otro al que amo. En este sentido dice Max Scheler que “el amor es un movimiento que va del valor más bajo al más alto y en el que relampaguea por primera vez en cada caso el valor más alto”[13].

De aquí que podamos afirmar que el amor, en tanto que es respuesta al valor[14] y al más alto, sea la actividad más importante que puede realizar un ser personal. Pero esa importancia viene dada desde el polo objetivo del valor. El valor es el que caracteriza a esa actividad como la más importante, la más plena y, por tanto, también habría que decir que la más íntima: la que más refleja lo que es una persona.

2. Es una respuesta “sobreactual”

En nuestro texto el zorro sigue hablando: “Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol”[15] .

Esta experiencia la hemos tenido todos cuando nos ha sido dado acceder a la vivencia amorosa. El amor tiñe nuestra vida de sol. Todo cobra sentido desde su luz. Aquí se nos muestra una nueva característica del amor: es una respuesta “sobreactual”.

Para comprender esta característica tenemos que pararnos a hacer una distinción tomada de Hildebrand[16]. Según observa dentro del saber adquirido a través de nuestro contacto cognoscitivo debemos distinguir entre:

a) Saber actual: Llamamos así a la actualización de la posesión espiritual de un objeto conocido que se presenta plena y conscientemente a nuestra mente. Es decir, nuestro conocimiento más habitual y cotidiano.

b) Saber potencial (memoria):Es un conocimiento que está “a mano” y que puede ser actualizado cuando sea tema de nuestra consideración.

c) Saber sobreactual: Con esta denominación nos referimos al conocimiento de ciertos hechos y objetos que constituyen un trasfondo (conciencia implícita) que afecta radicalmente a nuestra vida y nos sitúa ante el resto de las realidades y situaciones que se nos manifiestan.

Los hechos y objetos ante los que se puede tener saber sobreactual son aquellos de importancia más fundamental y existencial, que afectan radicalmente a nuestra vida: pertenecientes a la esfera religiosa, existencia y personalidad de los seres queridos, amor, grandes obras de arte, paisajes hermosos... Grandes males relativos a la situación del hombre sobre la tierra: muerte, concepción de la vida como valle de lágrimas...

También se puede tener saber sobreactual sobre ciertos objetos y hechos que no desempeñan un papel constitutivo pero que afectan radicalmente a nuestra vida: muerte de un amigo querido, llegada de una persona querida, el hecho de una guerra mientras dura...

Debemos hacer hincapié en que, al referirnos a este tipo de “saber sobreactual”, no nos estamos refiriendo a un saber inconsciente sino a algo plenamente consciente que tiñe el resto de nuestra conciencia y colorea (da un sentido) al resto de nuestras vivencias. Por tanto, nuestro saber de lo sobreactual es un saber de lo más importante.

En este sentido podemos decir que la vivencia del amor, en tanto que tiene un fundamento cognoscitivo, es una vivencia sobreactual. Es decir, se nos da como un trasfondo que impregna al resto de nuestra vida consciente de un sentido expreso. De hecho, no necesito acordarme de que amo a cierta persona para saber que la amo y percibir ese eco de mi amor en el fondo mi vida consciente y captar el resto de lo que aparece en mi vida consciente desde esa luz. En ese sentido podríamos afirmar que el amor “ilumina” no sólo nuestra vida, si no la propia realidad y nos permite captarla con una mayor objetividad aún. Ésta es la experiencia de todos aquellos que han descubierto el carácter sobreactual del amor. Así, por ejemplo, Gabriel Marcel cuando define el amor diciendo: “Amar a un ser (...) es decir: tú no morirás nunca”[17]. Aquí Marcel ha descubierto a la luz de esa experiencia sobreactual la realidad de la persona a la luz del amor. El amor nos descubre que la persona no puede acabarse con la muerte, que su contingencia en el fondo no es tal.

3. Percibe la “Belleza Integral de la Persona”

El zorro sigue diciendo: “Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo”[18].

El amor percibe en el amado no sólo lo que es si no lo que debe ser. Percibe la “Belleza Integral de la Persona”. En ese sentido es un encantamiento. El amante se siente arrebatado por la unicidad y peculiaridad de una persona. Descubre, presiente, la realidad de la otra Persona como una potencialidad maravillosa que busca realizarse. Y se empeña en ello.

Ese empeño se traduce primero en un “crédito fiducial”. El amante no cree que el amado tenga los defectos que otros le atribuyen sin haberlos constatado previamente. Así, hay una tendencia a interpretar todo lo que hay en el amado en una dirección positiva, siempre que no se muestre inequívocamente como negativo. Pero este crédito no es exaltado, va estrechamente unido a la conciencia de la fragilidad humana y del riesgo que corre todo hombre.

Además, el encantamiento no se manifiesta como “atolondramiento”. Es decir, el amor no es ciego. El amor hace ver –incluso mejor- los defectos del otro y toma posición ante ellos.

Si estos defectos son por exceso, es decir, consecuencia de la exaltación de grandes cualidades, el amante los identificará como “descarrilamiento” y los considerará como algo provisional y pasajero. Pero si son floraciones del orgullo y la concupiscencia, serán vistos como “traición” a su ser verdadero. Y el amante, si realmente ama, no puede consentirlos.

Por eso podemos decir que el amor nunca es “consentido”, si no “exigente”. Es “actividad comprometida” en la búsqueda de la encarnación de lo auténticamente importante en esa Persona.

4. Manifiesta una “intención unitiva”

Es evidente que el amor busca la unión. Pide la unificación con el amado. Por eso dice el zorro: “Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón...”[19]

El amor, como bien decía S. Juan de la Cruz, reclama “la presencia y la figura”[20].

Pero no podemos confundir la intención unitiva con la fusión. El amor no busca la fusión, la anulación, la disolución del propio yo en el amado -como muy bien indica Max Scheler[21]-. El amor pide la unión y para esa unión son necesarias al menos dos personas. El amor construye, unifica, crea pero no anula, empequeñece, destruye. El amor es constructor de la persona de los amantes y, al mismo tiempo, de la realidad que les rodea. Por eso, el amor crea una auténtica comunidad de personas, la más alta, y a esa realidad se le llama “comunión”. La comunidad amorosa es comunión. Lo contrario no es amor.

Es pertinente citar aquí a Hildebrand: “... la fusión es, en realidad, una forma de unidad incomparablemente más baja que la unidad que es posible entre personas. Las bolas de metal que se funden en una sola no se “unen”. Y ello por dos razones. En primer lugar, porque en el momento de su “unión” dejan de existir como seres propios e individuales. Y, en segundo lugar, porque no tienen conciencia de su “unión””[22].

Esa conciencia de “unión” es la comunión. Ahí el “nosotros” es la unidad “yo-tú”, donde cada uno es sí mismo y al mismo tiempo del otro. Sólo puedo ser plenamente del otro y para el otro siendo “yo”. Por eso dice el Principito de su rosa diferenciándola del resto: “ella es mi rosa”[23]. Y, además, sólo se puede ser plenamente “yo” así.

Por eso, algunos han interpretado el amor como una actitud egoísta[24]. Pero, que el amor tenga como consecuencia la propia afirmación de mi yo es esencial a casi todas las formas de amor y, desde luego, a las más altas: el amor conyugal y el amor a Dios. Por eso el utilizar la expresión “mío” cuando se quiere expresar la unidad que produce el amor es totalmente lícito, siempre y cuando queramos expresar con ello la necesidad que implanta el amor de afirmación y crecimiento de cada uno de los amantes[25].

5. Muestra “intención benevolente”

No se puede separar la intención unitiva de la benevolente. De hecho podríamos afirmar que ésta es primaria. Es decir, la intención benevolente es esencial a todos los tipos de amor[26].

Si el amor es constructor, el amante quiere siempre el bien de la persona amada: es bene-volente. Pero esta benevolencia supone distinguir ya claramente entre lo que son bienes objetivos para la otra persona y lo que son bienes objetivos para mí.

En el amor tiene que haber en primer lugar un reconocimiento de los bienes objetivos para la otra persona aun cuando no sean bienes objetivos para mí. Pero no basta con ello, sólo si el que algo sea para el otro un bien o un mal objetivo me conmueve de tal modo que el bien objetivo se convierte en fuente de felicidad para mí y el mal objetivo en fuente de infelicidad para mí, podemos decir que ahí se da intención benevolente y, por tanto, amor. En caso contrario, no hay amor. Ya lo decíamos más arriba: al descubrir, al presentir, al anticiparse a la “Belleza Integral de la Persona” el que ama se compromete con esa persona. Por eso el amor acepta lo que la persona es pero lucha junto con ella para que alcance la promesa que tiene inscrita en su naturaleza. Y esa tarea es fuente de felicidad para él.

Por eso dice el Principito dice de su rosa: “(... ) es ella la rosa a quien he regado. (...) es ella la rosa a quien puse bajo un globo. (...) es ella la rosa a la que abrigué con el biombo. (...) es ella la rosa cuyas orugas maté. (...) es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces callarse”[27] Y, al final, repite para acordarse: “Soy responsable de mi rosa...”[28]

Así comprendió que la preocupación por el bien de la rosa, bien que a veces le resultaba costoso porque no comprendía que fuera realmente un bien para ella, era la fuente de su responsabilidad y de su felicidad.

6. Exige “autodonación”

Si la intención benevolente me hace conocer 1) el bien objetivo para la otra persona y 2) que en la preocupación por ese bien reside mi propia felicidad, entonces descubro que tengo que ser mejor para darle todo lo que soy y lo que debo ser -lo que prometo ser- a la persona que quiero. En ese sentido se puede comprender más claramente cómo la intención unitiva no supone una disolución sino que exige una construcción de mí mismo para donarme totalmente ante el otro. Ese otro que ya no aparece ante mí como extraño, como lo otro, sino como un tú. Un tú al que poder comunicarme y entregarme porque él mismo aparece como digno de ello. Un tú ante el que, si es preciso, sería capaz de hacer el acto máximo de donación: entregar mi vida.

El Principito tras ser domesticado y volverse hacia las rosas del jardín lo comprendió perfectamente: “Sois bellas, pero estáis vacías... No se puede morir por vosotras”[29]

7. Es un “don” que pide ser aceptado libremente

El amor no se escoge, llega. Yo no elijo ni cuándo ni dónde ni a quién amar. Simplemente “llega”. Pero ese “llegar” se percibe como un “don”. Como la mano llena de “alguien” que me es tendida para enriquecerme. Pero para recibir algo hay que aceptarlo. Hay que tender la mano al mismo tiempo y ponerla en actitud de recepción. Hay que aceptar su abrazo. Por tanto, no puede haber amor si mi libertad no lo acepta y no se empeña en su crecimiento. Porque no basta con decir “sí quiero” en un momento. Ese “sí quiero” que aparece permanentemente presente en mi conciencia sobreactual pide actualizarse día a día, momento a momento, a través de mi compromiso voluntario y constante con el otro. Por lo tanto, el amor es un “don” que exige libertad.

El Principito se dio cuenta de ello cuando el zorro le explicó qué era domesticar. “Domesticar” es un don que se recibe: “Empiezo a comprender... Hay una flor... Creo que me ha domesticado”[30]. Pero ese don exige libertad, pide ser paciente y cumplir con los compromisos adquiridos: cumplir los ritos que “es lo que hace que un día sea diferente de los otros días; una hora de las otras horas”.[31]

8. La Felicidad y el crecimiento de la Persona son consecuencias del amor

Cuando llegó la hora de la partida el zorro empezó a llorar. El Principito, sin entender, le recriminó que la culpa era suya por haberle pedido que le domesticara y le dio a entender que no había merecido la pena. Pero la respuesta del zorro fue reveladora: “Gano por el color del trigo”[32].

El zorro comprendió que ya todo no era igual porque él ya no lo era. Ya no era un zorro igual a otros cien mil zorros y sus días no eran iguales a los que pasaba cazando gallinas. Ha descubierto el auténtico sentido de “ser zorro” porque ha sido domesticado: tiene un amigo. Y la consecuencia de ello es que es mejor y querrá ser mejor todos los días de su vida. Las estrellas ya han dejado de ser utopías inalcanzables, ya se tocan con la mano y eso es fuente de infinito gozo. Y todo por “crear lazos”, por “tener un amigo”.

El zorro, al igual que el Principito, comprendió que el amor es paradójico y que lo primario en el amor no es el propio crecimiento, ni la propia felicidad. Sólo siendo arrebatado por el otro y entregando a él la propia vida es como se obtiene la auténtica vida: el crecimiento y la felicidad. El amante que intenta -desde su mendicidad- darlo todo, vivir totalmente para el otro, descubre que en esa donación está su constitución. Sólo en la donación amorosa llega a crecer como Persona. Sólo así llega a su plenitud, a su plenificación.

9. El amor pide reciprocidad

Domesticar “significa ‘crear lazos’”[33]. Pero los lazos no se crean sólo por una de las partes o, al menos, no debería ser así. Parece que es exigencia del amor la unidad de personas que llamamos –como ya vimos antes- comunión. Y no puede haber comunión sin reciprocidad. Es necesario comprender que el amor exige una relación yo-tú, donde el yo descubre un tú y el tú un yo. Sólo así podemos decir que hay amor en sentido pleno.

Aquí se podría argüir que no siempre es así y que hay experiencias de amor en que la reciprocidad no se da y, sin embargo, es indudable su carácter de experiencias amorosas.

De acuerdo. No lo negaremos. Pero nos parece que sólo es posible desde dos tipos de experiencias:

a. Las de “enfriamiento” del amor por una de las partes. Aunque se dé –por desgracia aparece a menudo en el amor esponsal- es evidente que el amor no deja de existir, la otra parte sigue embarcada en la calidez del amor. Y amar desde ahí llega a ser heroico. Pero esa “heroicidad” no confiere al amor un rasgo de perfección mayor. Quizás sí al sujeto que sigue amando porque su virtud crece. Pero no podemos confundir una cosa con la otra. El amor no es más perfecto sino más imperfecto. El amor no es lo que debería ser. Aspira a más. Y en el amor heroico de la parte fiel surge continuamente una exclamación: ¡Ojalá! El amor busca siempre ser correspondido.

b. El segundo tipo de experiencia lo representa el amor al prójimo. Es cierto que el amor al prójimo es un tipo de amor. Pero es un tipo de amor imperfecto, quizás el más imperfecto de todos porque en su propia naturaleza no exige ser correspondido, ni por tanto la unidad. De ahí que no se pueda concluir que sea el tipo más alto de amor por no buscar la correspondencia sino, por el contrario, deberíamos afirmar que es el más bajo[34].

Aquí termina nuestro recorrido. Hemos intentado trazar –aunque sólo a modo de borrador- las características más importantes del amor. Y, quizás, no hemos sido conscientes de lo más importante porque “... no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”[35]. Sólo si miramos desde el amor, descubrimos que, aunque se quiera ocultar, el amor no es una relación accidental entre personas sino esencial, quizás porque el amor y la persona sean inseparables. ¿Qué quiero decir? Simplemente , y a modo de intuición, que el amor tiene siempre rostro de persona. Que no existe el amor en abstracto y que hablar del amor supone hablar de personas concretas y de experiencias amorosas concretas. Pero, a mayor abundamiento, si el amor tiene rostro de persona, ¿no será quizás que sólo se puede hacer justicia a la persona definiéndola como un “ser para el amor” o como “amor”? [36]Quizás el fundamento del amor resida en la propia esencia de la persona. Y, si esto es así, el zorro tiene razón, ése es el gran secreto que tendremos que repetir a fin de recordarlo: Sólo se ve bien con el corazón[37], con el amor...

[1] SAINT-EXUPÉRY, A. El Principito. Alianza/Emecé. Madrid-Buenos Aires, 1996, p. 79.

[2] Ibídem.

[3] Ibídem.

[4] Ib., p. 82.

[5] Ibídem.

[6] Ib., p. 83.

[7] Ibídem.

[8] Ib., pp. 86-87.

[9] Ib., p. 87.

[10] En el análisis de las características del amor sigo básicamente a VON HILDEBRAND,.D. La esencia del Amor. EUNSA, Pamplona, 1998.

[11] SAINT-EXUPÉRY, A. El Principito. Alianza/Emecé. Madrid-Buenos Aires, 1996, p. 82.

[12] Aquí sigo a VON HILDEBRAND, D. Ética, Encuentro, Madrid, 1983, cap. 3: “Las categorías de la importancia”, PP. 42-51.

[13] SCHELER, M. Esencia y formas de la simpatía. Sección B. “El amor y el Odio”. Editorial Losada. Buenos Aires, 19573, p. 208.

[14] Para profundizar en la noción de respuesta como vivencia intencional, vivencia de la persona, y, de modo especial, en la noción de respuesta al valor véase el capítulo 17 intitulado “La respuesta al valor” de la obra de VON HILDEBRAND, D. Ética, Encuentro, Madrid, 1983, pp. 190-239.

[15] SAINT-EXUPÉRY, A. El Principito. Alianza/Emecé. Madrid-Buenos Aires, 1996, pp. 82-83.

[16] VON HILDEBRAND, D. What is Philosophy? Routledge. London and New York. 1990. Chapter 2: “Basic forms of Knowledge”.

[17] MARCEL, G. Homo Viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza. Sígueme, Salamanca, 2005, p. 159.

[18] SAINT-EXUPÉRY, A. El Principito. Alianza/Emecé. Madrid-Buenos Aires, 1996, p. 83.

[19] SAINT-EXUPÉRY, A. El Principito. Alianza/Emecé. Madrid-Buenos Aires, 1996, p.84.

[20] “Descubre tu presencia,

y máteme tu vista y hermosura.

Mira que la dolencia

de amor, que no se cura

sino con la presencia y la figura”.

S. JUAN DE LA CRUZ. “Cántico Espiritual” en Poesía.. Edición de Gerald Brenan. Ediciones Orbis. Barcelona, 1983, p. 171. (Aunque esta estrofa no aparece en la versión de Sanlúcar sino en la de Jaén, Brenan la introduce en su edición de la versión de Sanlúcar porque le parece que perfecciona el poema).

[21] Vid. SCHELER, M. El resentimiento en la moral. Caparrós. Madrid, 1993, caps. IV y V, pp. 69-132.

[22] VON HILDEBRAND, D. La esencia del Amor. EUNSA, Pamplona, 1998, P. 169.

[23] SAINT-EXUPÉRY, A. El Principito. Alianza/Emecé. Madrid-Buenos Aires, 1996, p. 87.

[24] Para este asunto véase el libro de ROUSSELOT, P. El problema del amor en la Edad Media. Cristiandad, Madrid, 2004.

[25] Es interesante y clarificador el capítulo VIII, “Las diferentes formas de ‘mío’” de la obra de VON HILDEBRAND, La esencia del Amor, EUNSA, Pamplona, 1998, pp. 225-246. También, en clave poética, WOKTYLA, K. Esplendor de paternidad, B.A.C., Madrid, 1990, pp. 157-168.

[26] Hildebrand considera que la intención unitiva no se da en el “amor al prójimo”. Vid. VON HILDEBRAND, La esencia del Amor, EUNSA, Pamplona, 1998, pp. 181-188.

[27] SAINT-EXUPÉRY, A. El Principito. Alianza/Emecé. Madrid-Buenos Aires, 1996, p. 87.

[28] Ib., p. 88.

[29] Ib., p. 87.

[30] Ib., p. 82.

[31] Ib., p. 84.

[32] Ib., p. 86.

[33] Ib., p. 82.

[34] Es interesante ver sobre todo el capítulo XI: “Caridad (Caritas)” y la Conclusión: “Tres formas de entrega en el amor”, pp. 287-328 y 429-430. (También, la distinción que hace Scheler entre “filantropía” y “amor al prójimo”. Coincide con Hildebrand en que el amor al prójimo presupone la Caridad. Además, Scheler afirma que no es posible la filantropía, el amor al prójimo, sin Caridad. Debería verse al respecto el capítulo IV: “El resentimiento y la filantropía moderna” de su obra El Resentimiento en la Moral, Caparrós, Madrid, 1993, pp. 105-131).

[35] Ib., p. 87.

[36] La teología cristiana pone de relieve esta intuición al definir el propio ser tripersonal de Dios como amor y al afirmar que el hombre (ser personal) está hecho a imagen y semejanza de Dios. En consecuencia, el hombre sólo puede hacer justicia a su ser viviendo del amor, en el amor y para el amor. (Una muy interesante reflexión para la mirada filosófica).

[37] Utilizo aquí el término corazón en sentido bíblico para referirme a la totalidad de la persona, no sólo a su afectividad.