01. La Filosofía como ciencia (Epistéme)

  1. Qué se entiende "habitualmente" por filosofía

El concepto de filosofía permanece aún hoy en día bastante oscuro para muchas personas. Por lo general, suele evocar ideas muy dispares y confusas. Así, sugiere en primer lugar, la idea de algo arcaico y misterioso, una especie de saber mítico que hunde sus raíces en lo profundo de los tiempos y está reservado sólo para iniciados (pitagóricos, la Academia de Platón...). Sin embargo, comprobaremos que la filosofía no es una actividad limitada a una minoría, sino que atañe a todo hombre.

En segundo lugar, también evoca la idea de un arte de vivir reflexiva y pausadamente; una serena valoración de las cosas y sucesos exteriores a nosotros mismos que produce una especie de imperturbabilidad interior. Así, en el lenguaje coloquial acostumbramos a decir que "fulanito es un filósofo", o bien, "te tomas las cosas con filosofía", por ejemplo. Sin duda, algo de verdad habrá en estos conceptos, tal y como suele haberlo en las ideas de dominio popular. Indudablemente, el poseer una coherente visión del Universo ha de producir en el filósofo una especie de serenidad o independencia de las pasiones interiores y de la variabilidad de la fortuna, tal y como ya pusieron de relieve los estoicos. Sin embargo, comprobaremos que la filosofía es algo mucho más amplio y profundo que eso.

Otras veces, el juicio o creencia general es todavía menos benévola con los filósofos, y se piensa que la filosofía es, simplemente, "lo que hacen, dicen o escriben los filósofos". Se considero que los "filósofos" son una especie de sabios de un saber inútil que mantienen a lo largo de los siglos interminables disputas en las que utilizan una terminología que únicamente ellos entienden o conocen. Lo cierto es que eso no es la filosofía, aunque vista desde fuera, desde su superficialidad, pueda muchas veces tener esa apariencia.

Comprobamos, pues, que esta primera aproximación a lo que comúnmente se entiende por "filosofía", no nos aporta casi nada, porque en el mejor de los casos nos ofrece una visión restringida o parcial de la filosofía, y, la mayoría de las veces, una interpretación errónea o incluso deformada.

  1. La filosofía como "amor a la sabiduría"

Examinando sus raíces griegas, etimológicamente, la filosofía se define como amor a la sabiduría. Una antigua tradición cuenta que los primeros pensadores griegos se llamaron "sabios", y que Pitágoras, por modestia, sólo quiso llamarse "amante de la sabiduría" o "filósofo": de ahí vendría el uso del término "filosofía". Aunque también es verdad que Cicerón atribuye esa tradición a un discípulo de Platón, llamado Heráclides el Póntico. Lo cierto es que, independientemente de donde provenga la tradición, esta consideración de la filosofía como amor a la sabiduría nos proporciona una buena base para nuestro estudio: las dos dimensiones o facultades más importantes del hombre (la inteligencia y la voluntad) aparecen en la etimología de esta palabra (filia: amor, amistad; sofía, sabiduría). La filosofía es el deseo y el empeño por conocer la realidad, por vivir en la verdad.

Aristóteles, inicia una de sus obras, en concreto la Metafísica, con una simple pero clara afirmación. Nos dice que "Todos los hombres desean, por naturaleza, saber". Ahora bien, debemos tener en cuenta que, en un sentido riguroso, "saber" (y, por consiguiente, "sabiduría") no es otra cosa que poseer un conocimiento verdadero. Con esto ya hemos alcanzado dos conclusiones: En primer lugar, definir la filosofía como amor a la sabiduría equivale a definirla como "amor a la verdad". En segundo lugar, esta actitud filosófica, amor a la sabiduría, amor a la verdad o afán de saber, es algo connatural a la propia naturaleza humana, algo que es propio del hombre por el mero hecho de ser hombre.

Descubrir la verdad abre un horizonte prácticamente infinito: conocer, amar y contemplar son tres actividades propias del hombre que se admira ante la realidad. La verdad, el bien y la belleza son comunes a todos los hombres. La verdad lleva al enamoramiento y, por tanto, a la contemplación y al respeto.

3. La filosofía como ciencia

Esencialmente, la filosofía se define como "la ciencia del ser (de todo ser) que, a la luz de la razón natural, busca las causas últimas de todas las cosas, partiendo de la experiencia".

Muchas veces se reduce el concepto de ciencia al ámbito de lo empírico y se cree que la ciencia es simplemente la ciencia experimental. Sin embargo, esta consideración ofrece una visión restringida y deformada de la ciencia, ya que, en su auténtico y originario sentido, la ciencia es "conocimiento por causas". Así, por ejemplo, una persona puede poseer un conocimiento observacional del fenómeno de las mareas: sabe que en determinadas horas del día el agua del mar sube y en otras baja. Pero cuando sabe que la causa de dicho fenómeno está en la atracción que la luna ejerce sobre los líquidos, entonces posee un conocimiento científico.

Dentro de la ciencia, distinguimos entre las ciencias especulativas o teóricas y las ciencias experimentales. En este sentido, la filosofía se sitúa en el ámbito de las ciencias especulativas. Y, en cuanto no se conforma con buscar causas inmediatas o mediatas, sino que pretende encontrar las causas "últimas" de toda realidad merece el nombre de ciencia en su sentido más completo.

Todas las ciencias se definen por su objeto material (aquello que estudian) y su objeto formal (la perspectiva o punto de vista desde el que abordan su estudio).

La filosofía es una ciencia "universal", en el sentido de que su objeto material es toda la realidad (material e inmaterial). La filosofía no recorta un sector de la realidad, tal y como hacen las ciencias "particulares", para hacerlo objeto de su estudio. Ofrece una visión de la totalidad, pero no es una simple enciclopedia o suma de saberes. La filosofía no es igual a la suma de las ciencias particulares, ya que se distingue de ellas por su objeto formal, por el punto de vista o perspectiva desde el que estudia toda la realidad. No se conforma con las causas inmediatas y mediatas, sino que pretende hallar las causas últimas o más profundas. Así, por ejemplo, la filosofía se plantea preguntas tales como qué es el ser, la vida, el hombre, el conocer...

  1. El método filosófico

Hemos comprobado que la filosofía es un saber de la totalidad de la realidad por sus causas últimas. Ahora bien, no puede confundirse con la teología revelada o saber religioso. El instrumento de la filosofía es la razón, mientras que el de la teología revelada es la Revelación y la fe.

Por ser la filosofía un saber adquirido por la luz de la razón natural, algunos creen que la filosofía consiste en un mero "pensar por pensar" completamente alejado o al margen de la realidad. Sin embargo, eso no es filosofía. La filosofía no prescinde de la experiencia, pues parte de la misma realidad, de la experiencia vital y sobre ella aplica la razón para alcanzar unas conclusiones que incidan posteriormente en la vida. Es algo así como un camino de ida y vuelta. La auténtica filosofía supone un "pensar para hacer" y un "hacer habiendo pensado".

La filosofía es una ciencia especulativa o teórica. Ciertamente, el conocimiento comienza por los sentidos, pero la inteligencia o razón humana también es capaz de conocer la realidad y de ir más allá de los datos sensibles. Por eso la filosofía, si bien toma como punto de partida la experiencia sensible, tiene como instrumento propio la razón.

(Éste apartado será ampliado en clase. Es interesante que veas el texto correspondiente a este apartado y la ampliación del mismo).

  1. División de la filosofía: las disciplinas filosóficas

Ontología

Causas últimas absolutas: METAFÍSICA

Teodicea

REAL

COSMOLOGÍA

Causas últimas relativas:

ANTROPOLOGÍA

Fª ESPECULATIVA

LÓGICA

DEL CONOCIMIENTO

FILOSOFÍA TEORÍA DEL CONOCIMIENTO

(o Gnoseología o Epistemología)

Fª PRÁCTICA: ÉTICA

  1. El edificio del saber

Veamos un ejemplo que nos puede ayudar a entender la división y relación entre las diferentes disciplinas filosóficas. Sobre la base de que el objeto de la filosofía es esencialmente la búsqueda y encuentro de la verdad, y que la verdad es la adecuación de un juicio con la realidad, imaginemos que la pretensión de la filosofía es construir el edificio del saber: un magnífico edificio cuyos ladrillos no son de arcilla, es decir, no son materiales, sino mentales, ya que nuestros ladrillos particulares serán los conceptos. Unos conceptos que uniremos entre sí adecuadamente gracias a la lógica que será, siguiendo la analogía, el cemento. En toda edificación debe seguirse un plano, pero en nuestro caso no tenemos exactamente un plano, sino un modelo construido por un genial y misterioso Arquitecto a quien, en principio, no conocemos. Ese modelo es la propia realidad, cuyos elementos reales nosotros deberemos intentar conocer con nuestros sentidos y con nuestra razón para que nuestra copia mental sea lo más precisa o ajustada posible. Sin embargo, a medida que analizamos ese modelo real vamos descubriendo el plano al que obedece, vamos descubriendo las líneas generales que trazó el Arquitecto y, no sólo eso, sino que además vamos conociendo poco a poco al propio Arquitecto, ya que todo autor deja siempre una huella personal en su obra.

Pero, antes de iniciar cualquier edificación se necesita un permiso de obras, y esa sería la función de la Teoría del Conocimiento: garantizar la obtención del permiso de obras. ¿Cómo lo hará?. Pues, teniendo en cuenta y supervisando diversos factores: la calidad del terreno en el que se pretende construir, que no haya corrientes de agua subterráneas, por ejemplo, o una base arenosa (es decir, eliminando prejuicios y puntos de partida previos que imposibiliten una sincera búsqueda de la verdad), limitando la altura del edificio a levantar (o sea, comprobando que nuestra pretensión de conocimiento no excede las limitaciones y finitud de nuestra propia capacidad racional humana), o bien controlando la calidad de los diferentes materiales de construcción (o dicho de otro modo, que nuestros conceptos se correspondan o ajusten a la realidad).

Una vez conseguida la licencia de obras, empieza la tarea más importante, que es la edificación de los propios cimientos. Es la tarea más ardua y difícil porque no sólo supone construir con materiales tremendamente pesados como el hormigón y el hierro, sino que además implica una previa labor de excavación que puede llegar a ser tan profunda como la propia altura del edificio. Sin embargo, es una labor que puede pasar injustamente desapercibida, ya que los cimientos no se ven en la superficie. Pero de la profundidad, diseño y firmeza de los cimientos depende la seguridad, fortaleza y trazado del resto de la edificación. Son, por decirlo así, su garantía. En nuestro edificio particular, los cimientos corresponden a la Metafísica, que en su indagar busca las causas últimas absolutas o más profundas de la realidad, y es la base o fundamento que determina el desarrollo de las restantes disciplinas filosóficas. Así, la filosofía de la naturaleza, la antropología y la ética, serían las tres sucesivas plantas de este edificio. Un edificio, repleto de amplios ventanales que le ponen en constante contacto con esa realidad que pretende reproducir en el nivel mental. Y también posee multitud de puertas que conectan las diferentes estancias de una misma planta, y un sinfín de escaleras que relacionan todos los niveles de la edificación, desde los cimientos hasta el ático.

Apuntes elaborados por Francisca Tomar Romero