05. DESCARTES

Caracteres de la filosofía moderna

Frente a la filosofía antigua y medieval, la filosofía moderna se puede caracterizar por los siguientes aspectos:

a) Desplazamiento de la cuestión teológica en favor de una mayor centralidad de los problemas de la naturaleza y el hombre.

b) Insistencia en el sujeto humano como punto de partida del conocimiento. Ello supone el abandono de la tesis del realismo ingenuo: en el conocimiento se me da el objeto o cosa tal como es, y tal como sería aunque yo no lo conociera.

c) Es consecuencia de lo anterior: En la tesis del realismo ingenuo el conocimiento es un hecho, no un problema; el auténtico problema de la filosofía es el del ser. Al romper la filosofía moderna con este realismo ingenuo, pone como problema filosófico fundamental el del conocer. Dicho de otra manera: La Gnoseología o Teoría del Conocimiento substituye a la Ontología ("teoría del ser") como "filosofía primera"[1].

d) En este mismo sentido, no se insiste tanto en la verdad objetiva de un conocimiento cuanto en su certeza subjetiva: los rasgos o características que debe tener para que yo pueda estar absolutamente seguro de no equivocarme al tomarlo por verdadero. Este criterio de certeza o evidencia[2] variará de una corriente filosófica a otra, pero en todo caso se mantendrá la necesidad de que exista un criterio tal, que sea accesible al sujeto que conoce y en virtud del cual sea capaz de distinguir el verdadero conoci­miento del conocimiento sólo aparente.

Certeza frente a verosimilitud: la duda metódica

René Descartes (1596-1650) se propone la empresa de realizar una reforma radical de la filosofía y del saber en general. El motivo de esta intención lo explica el propio Descartes en su "Discurso del método": Habiendo estudiado la filosofía escolásti­ca y las ciencias que tomaban sus principios de esta filosofía con los jesuitas en el colegio de La Flèche, al finalizar sus estudios sólo había aprendido "los medios para hablar con verosimilitud de todas las cosas y hacerse admirar por los menos sabios", pero no el método para alcanzar y desarrollar un conocimiento absolutamente cierto y riguroso.

Para acometer esta reforma, Descartes busca en primer lugar un suelo absolutamente firme sobre el cual se pueda construir un edificio consistente. Este suelo absolutamente firme ha de ser alguna parte de nuestro conocimiento tal que no pueda ser de ninguna manera puesta en duda. En la búsqueda de este último reducto Descartes procede por eliminación, desechando o "teniendo por falsos" todos aquellos conocimientos de los que sea posible dudar. Esta operación la lleva a cabo en varias fases o niveles de duda, cada uno de ellos más radical que los anteriores:

a) En un primer momento, se duda de todos los conocimientos basados únicamente en la información de los sentidos, pues, si sé que los sentidos me han engañado alguna vez (p.ej., en las ilusiones ópticas), puedo pensar que me engañen siempre.

b) Por otra parte, aunque tomara ciertas precauciones para asegurarme de la verdad de cierta opinión (p.ej., examinarla más detenidamente, consultar con otros, etc.)., me doy cuenta sin embargo de que no hay un indicio infalible para distinguir en todo momento la vigilia del sueño y que. tan convencido como estoy ahora de ciertas verdades, lo estuve de otras mientras soñaba; ¿no puede ocurrir que también esté soñando las primeras?

c) Este segundo nivel de la duda ha dejado a salvo todavía algunas verdades: p.ej., ciertos aspectos de la realidad como la extensión, la figura, la cantidad, etc. y algunas leyes, como las matemáticas, que se cumplen tanto en la vigilia como en el sueño. Sin embargo, todavía es posible plantear un tercer nivel, el más radical de todos: ¿Y si hubiera una especie de genio maligno al que mi entendimiento estuviera sometido de tal modo que se engañara en todas las cosas que creyera conocer con seguridad? O incluso (esta posibilidad se puede interpretar como una profundización en este tercer nivel, o como un nuevo nivel todavía superior en radicali­dad): ¿Por qué no pensar que este genio maligno sea el propio autor de mi existencia y que me haya hecho de tal modo que me engañe siempre que crea conocer la verdad de algo[3]?

Tras la aplicación sucesiva de estos tres niveles de duda, especialmente del último, parece como si todos nuestros conoci­mientos hubieran sido "puestos entre paréntesis", en la condición de no poder nunca ser definitivamente afirmados. Sin embargo, todavía Descartes será capaz de encontrar el "suelo firme" que buscaba, en un único conocimiento que sí ha resistido la prueba de la duda metódica.

La primera certeza: mi propia existencia como substancia pensante

Esta certeza absolutamente primera, en la que no es posible error ni por intervención del genio maligno ni por ningún otro de los motivos de duda, es "yo soy, yo existo" (sum) o, lo que es lo mismo, "yo pienso" (cogito).

En efecto, es posible que me engañe respecto de todo lo demás, pero ¿puedo engañarme en lo que se refiere a mi propia existencia? Si me engaño, es que existo. Por tanto, me engañe o no respecto de todo lo demás, es indudable que estoy en lo cierto cuando estoy convencido de mi propia existencia.

Ahora bien, ¿qué es lo que comprendo cuando comprendo mi existencia? No se trata de una existencia corporal, ya que todavía puedo dudar si mi cuerpo es real. Lo que no puedo poner en duda es mi propio pensamiento, ya que sólo pensando podría ponerlo en duda. Por tanto, la primera certeza es la certeza de que hay alguien (yo) que piensa o que yo mismo soy una cosa o substancia o sujeto pensante (res cogitans).

Al decir que el yo de cuya existencia estoy absolutamente seguro es un yo que piensa, Descartes toma la palabra pensamiento en un sentido muy amplio que abarca: representaciones, creencias, dudas, sentimientos, deseos, temores, actos de la voluntad, etc. En definitiva, Descartes llama "pensamiento" (cogitatio, en plural cogitationes) a todo acontecimiento mental, caracterizado fundamen­talmente por su no-espacialidad[4].

Sin embargo, el hecho de que yo haya adquirido la certeza de mi propia realidad como res cogitans, así como de la realidad de mis cogitationes, no me proporciona todavía un conocimiento seguro acerca de otras dos posibles realidades: lo que se llama "mundo material", caracterizado por la espacialidad y ausencia de pensamiento (res extensa), y Dios, es decir, una realidad o substancia también pensante como mi propia mente, pero, a diferen­cia de ésta, infinita (res infinita). ¿De qué forma puedo, a partir de mi propia mente y las ideas que en ella existen, acceder a estas otras realidades?

Del yo pensante a Dios

El camino que va a recorrer Descartes para reconstruir toda la realidad a partir de su razón se puede dividir en dos etapas fundamentales:

1) Se toma como punto de partida la realidad (indudable) de mis propias ideas, y entre éstas encuentro una que garantiza no sólo su propia realidad como idea, sino también la realidad del objeto a que se refiere: se trata de la idea de Dios.

2) Una vez que sé que Dios existe, puedo estar seguro de la veracidad de mis otras ideas porque un ser absolutamente perfecto no puede permitir que me engañe cuando tengo razones objetivamen­te válidas para creer que mis ideas se corresponden a objetos reales.

En este apartado vamos a ver con un poco más de detalle la primera etapa del camino. La segunda, queda para los apartados 5 y 6.

Hasta ahora, lo único que ha escapado a la duda es la realidad de mi propia mente y de las ideas que ella contiene. Pero en las mismas ideas puedo distinguir dos aspectos:

- Por una parte, todas las ideas tienen un mismo modo de ser, precisamente el ser ideas o, lo que es lo mismo, accidentes o modificaciones de una substan­cia llamada "mente", "alma" o "espíritu". A esto se le llama realidad formal de las ideas.

-Por otra parte, todas las ideas son, cada una, ideas de algo, es decir, "representan" un objeto[5], y esto es lo que distingue fundamen­talmente a unas ideas de otras (el representar objetos distintos). A esto se le llama realidad objetiva de las ideas.

Una vez hecha esta distinción, Descartes afirma que la realidad objetiva de cada idea debe tener una causa que contenga como poco tanta realidad como la que se representa en la idea. Examino todas mis ideas; ¿pueden ser todas un producto de mi mente? Descartes responde: Todas, excepto aquélla que represente una realidad mayor (por decirlo así: "más real") que mi propia mente. ¿Y qué idea es ésta? La de Dios como Ser Perfecto e Infinito.

En síntesis: La primera prueba cartesiana de la existencia de Dios podría esquematizarse así:

1) Poseo en mi mente la idea de un Ser Perfecto e Infinito.

2) Esta idea ha de poseer una causa.

3) La causa de mi idea de Dios no puede ser mi propia mente, ya que mi mente, imperfecta y finita, no puede producir una idea cuya realidad objetiva contiene perfección e infinitud.

4) Por tanto, la causa de la existencia en mi mente de la idea de un Ser Perfecto e Infinito sólo puede ser este mismo Ser Perfecto e Infinito.

5) Luego el Ser Perfecto e Infinito existe[6].

Descartes ofrece una segunda prueba (menos interesante) de la existencia de Dios, en que no se parte de la idea de Dios sino de mi propia realidad como ser pensante y presenta un cierto parecido con las vías tomistas:

1) Yo, substancia pensante, existo.

2) Evidentemente, yo no soy el autor de mi propio ser (pues entonces me habría dado todas las perfecciones que soy capaz de pensar y que sin embargo no tengo); por tanto, soy efecto de alguna otra reali­dad.

3) Esta otra realidad (sea un solo ser o muchos) ha de tener al menos tantas perfecciones como yo, pues la causa debe tener al menos tanta perfección como el efecto; por tanto, si yo soy un ser pensante, la causa de mi existencia debe ser otro ser pensante, y, puesto que poseo la idea de un ser con todas las perfecciones, este ser pensante causa de mi exis­tencia debe ser un ser con todas las perfec­ciones (y que es causa de la presencia en mi ser de su propia idea, como demuestra la primera prueba).

4) Por tanto, Dios mismo es la causa de mi propia existencia como ser pensante.

Descartes ofrecerá todavía una tercera prueba de la existencia de Dios, pero antes debe exponer las condiciones que debe cumplir cualquier idea para que podamos estar seguros de su verdad.

El criterio cartesiano de evidencia

Una vez que he llegado a saber que:

a) Existe un Ser Perfecto e Infinito.

b) Este Ser Perfecto e Infinito es el autor de mi ser (=pensa­miento, ya que "cogito" y "sum" son lo mismo).

Puedo concluir que es incompatible con la perfección de este ser el provocar engaño.

Por tanto, he de afirmar que, siempre que caigo en el engaño, el responsable de esta situación no es Dios, sino yo mismo. Dios mismo me garantiza que no puedo equivocarme al considerar verdade­ras todas aquellas cosas que se presentan a mi mente con evidencia. ¿Qué ocurre cuando me engaño? Que mi voluntad se apresura a afirmar algo que mi entendimiento no ve con absoluta evidencia; por tanto, soy yo mismo, y no Dios, el causante de mi engaño.

Se trata, por tanto, de caracterizar esta evidencia que es signo de que la verdad de una idea está garantizada por el mismo Dios. Para lograr esto, tomaremos el "cogito" no sólo como la primera certeza, sino como el modelo de toda certeza; las notas que aparecen en la idea "pienso" o "existo", absolutamente evidente, son las notas que han de aparecer en toda idea absolutamente evidente.

¿Y qué notas son éstas? Principalmente dos:

a) Claridad: una idea es clara cuando está presente en todos sus aspectos a la mente que la conoce (se opone a "oscuridad": una idea es oscura cuando tiene partes o aspectos no totalmente comprendi­dos).

b) Distinción: una idea es distinta cuando aparece separada de todas las demás ideas (se opone a "confusión": una idea es confusa cuando aparece mezclada con otras).

Por lo tanto, podemos concluir que Dios garantiza que todas las ideas que se nos muestran con totales claridad y distinción son verdaderas.

Aplicaciones del criterio cartesiano de evidencia

Una nueva prueba de la existencia de Dios

Una vez probada la conclusión anterior (son verdaderas todas aquellas ideas que se me muestran con claridad y distin­ción), Descartes se halla en condiciones de ofrecer una tercera prueba de la existencia de Dios, que no es otra cosa sino una versión

modificada del argumento ontológico de San Anselmo.

La prueba cartesiana es como sigue:

1) Todo aquello que percibo clara y distintamente, es en la realidad tal como lo percibo (por las razones explica­das en el apartado 5.

2) Percibo clara y distintamente que en la idea del ser máximamente perfecto está contenida la existencia. (Si el ser máximamente perfecto no existiera, entonces le faltaría una perfección -la existencia- y ya no sería el ser máximamente perfecto).

3) Por tanto, el ser máximamente perfecto existe.

La existencia del mundo exterior

De la misma forma, todas aquellas ideas claras y distintas que se refieren a una realidad distinta de mi mente y de cualquier mente (lo que llamamos "mundo exterior" o "mundo material") son también verdaderas.

Ahora bien, ¿cuáles son estas ideas claras y distintas que se refieren al mundo exterior?

-No los colores, sabores, olores, etc. que forman parte de nuestra imagen del mundo (pero que, según Descartes y según toda la ciencia moderna, no tienen una existencia real: son cualidades secunda­rias).

-Sino la extensión y el movimiento: las únicas ideas de mi mente que representan propiedades reales de las cosas materiales. Estas son las cualidades prima­rias, y el tenerlas en cuenta exclusivamente a ellas permite un conocimiento exacto, matemático de la realidad.

La filosofía racionalista

Tesis gnoseológicas

El racionalismo clásico (del cual son figuras principales, además de Descartes, Leibniz, Espinoza y Malebran­che) se opone a otra corriente filosófica conocida como empirismo (Locke, Berkeley, Hume); y esta oposición se refiere sobre todo a las tesis gnoseoló­gicas, o referidas al conocimiento.

1) Para el racionalismo, los primeros principios del conocimiento son verdades evidentes en sí mismas, que no proceden de la experiencia sensible, sino que el entendimiento los encuentra en sí mismo. A partir de estos primeros principios, es posible construir deductivamente todo el edificio del conocimiento humano[7].

2) Puesto que estos principios no los obtenemos "de fuera", sino que los encontramos en nosotros mismos, quiere esto decir que siempre los hemos poseído: son innatos[8].

Tesis antropológicas: El problema de la comunicación de las substancias

La filosofía cartesiana desembocaba en un radical dualismo antropológico, parecido al platónico: Existe una mente o alma, cuya propiedad fundamental es el pensamiento (res cogitans), y un cuerpo material, caracterizado por la extensión (res extensa). ¿Cómo se relacionan realidades tan radicalmente distintas?

-La respuesta de Descartes sorprende por su ingenuidad: Mente y cuerpo se relacionan a través de un órgano corporal, que Descartes identifica con la glándula pineal o hipófisis.

-La respuesta de los otros racionalistas es más coherente con el planteamiento cartesiano: consiste en negar que haya tal relación entre dos realidades absolu­tamente distintas; lo que hay que explicar enton­ces es por qué parece que alma y cuerpo se relacionan.

-La explicación de Espinoza es que alma y cuerpo (pensamiento y extensión) no son dos substan­cias o realidades distin­tas, sino dos formas de aparecer la misma substancia o reali­dad: la substancia infinita, llamada tam­bién "Dios" o "Naturaleza".

-Leibniz postula una armonía preestablecida entre lo corporal y lo mental, de modo que habría series paralelas que (sin influir una en la otra) transcurrirían armónicamente, ya que Dios así lo ha dispuesto.

-Malebranche niega cualquier relación causa-efecto entre objetos distintos[9]. Cuando un hecho físico (p.ej., una patada) parece causar un hecho mental (dolor) o a la inversa (quiero mover un brazo -hecho mental- y lo muevo-hecho físico-), lo que en realidad sucede es que Dios actúa como causa de un hecho con ocasión de algún otro hecho. De ahí que a esta teoría se la llame ocasionalismo.

[1]En el sentido aristotélico de "filosofía primera", es decir, el saber que no se funda en ningún otro saber, sino que funda todos los otros saberes.

[2]Los criterios de certeza se reducen fundamentalmente a dos: la intuición racional o intelectual (racionalismo) y la intuición sensible o empírica (empirismo). Dado que la intuición sensible proporciona siempre conocimientos particulares, el empirismo explica la formación de conocimientos generales por inducción a partir de aquéllos; por el contrario, la admisión de una intuición intelectual permite al racionalismo explicar la existencia de conocimientos universales evidentes (p.ej., las leyes matemáticas) e incluso obtener conocimientos particulares por deducción de estos conocimientos universales absolutamente primeros.

[3]La "hipótesis del genio maligno" viene a plantear una cuestión muy seria en la filosofía moderna: ¿Se puede decir que la razón humana alcanza la realidad misma de las cosas y, por tanto, que sus conocimientos son, en sentido estricto, verdaderos?

[4]Un ejemplo para aclarar en qué consiste la inespacialidad (o inmaterialidad, ya que "espacial" o "extenso" y "material" son en Descartes expresiones sinónimas) de los actos mentales: Si yo dudo, es evidente que mi duda existe, pero también que no está en ningún lugar, no ocupa ningún espacio. A quien niegue esto (es decir, quien sostenga que la duda es un acontecimiento material y que por tanto ocupa un lugar), se le podría preguntar: "¿dónde está mi duda?", y si contesta (como es previsible) "en el cerebro", se le puede hacer ver lo absurdo de su respuesta indicándole simplemente que, si mi duda estuviera en el cerebro, bastaría con abrirme la cabeza y utilizar los instrumentos apropiados para ver mi duda, lo cual no sostiene ni el más radical de los materialistas. Además, es evidente que si en esa situación (tras abrirme la cabeza y examinar mi cerebro) alguien viera efectivamente algo que se correspondiese a mi duda, lo que vería no es lo mismo que lo que yo entiendo cuando hablo de mi duda (ya que yo conozco perfectamente lo que significa esa expresión, y sin embargo desconozco lo que el observador vería en esa hipotética situación).

[5]La teoría que sostiene que las ideas son "como imágenes" o "representaciones" de las cosas (por tanto, semejantes a éstas) y lo que realmente conocemos (ya que las cosas las conocemos sólo indirectamente, a través de las ideas) se llama en filosofía representacionismo. Este punto de vista, que inaugura Descartes y continúa en distintos filósofos, recibe una fuerte crítica en el pensamiento de Berkeley: Para que yo pueda decir que mi idea se asemeja a la cosa de la cual es representación, debería conocer ambas, la cosa y la idea, y compararlas entre sí (como sólo puedo decir que un retrato de mi padre se parece a mi padre si conozco ambos, el retrato y mi padre); pero, puesto que sólo conozco directamente mi idea, no puedo comparar mi idea con la cosa que representa (ya que sólo conozco la segunda a través de la primera).

[6]Nótese con claridad que esta prueba no se basa en la verdad del principio (más que discutible) "Puesto que tengo una idea, lo que esa idea representa existe". Se puede decir que tal principio sólo es válido para el caso único y excepcional de Dios: La existencia de la idea de Dios prueba suficientemente la existencia de Dios; y esto por la razón ya explicada: es la única idea cuya realidad objetiva exige buscar su causa fuera de la mente finita.

[7]El empirismo sostiene, por el contrario, que el conocimiento se construye inductivamente: partimos de conocimientos sensibles particulares (p.ej.: la manzana cae al suelo) y vamos progresando hacia conocimientos cada vez más generales (p.ej.: la ley de la gravitación universal), pero en último término todo nuestro conocimiento depende de la experiencia.

[8]Para el empirismo, por el contrario, la mente humana al nacer es una tabula rasa: como una tablilla de cera en que se van imprimiendo las distintas ideas, o una pizarra sin escribir, o una hoja de papel en blanco.

[9]Hume negará la posibilidad de comprender tal relación.

Apuntes elaborados por Juan Antonio Vela León