EL MITO DEL HOMBRE NUEVO (Dalmacio Negro)

Fecha de publicación: 15-jun-2010 11:58:35

Muy oportuna ha sido en estos momentos la reciente publicación de El mito del hombre nuevo, del profesor Dalmacio Negro. Corren tiempos en los que ciertas declaraciones públicas, sentencias de altos tribunales, proyectos de ley, cuando no leyes ya promulgadas, parecen denotar una creciente y extendida pérdida del sentido común. Desde luego po­nen de manifiesto un claro distanciamiento del ethos que ha nutrido desde siglos la percepción mayoritaria en Occidente de lo que debe y no debe ser. Pero el desconcierto puede alcanzar horizontes más am­plios: ¿qué le está sucediendo al hombre?

Este nuevo libro de Dalmacio Negro podría quizá considerarse como un rico abundamiento, desde la perspectiva actual y con todo lo que ha ido pasando en el terreno del espíritu desde entonces, si bien con una más ambiciosa y erudita tarea de fundamentación en la historia de las ideas, en esa "inmensa "deriva"" -según palabras de su autor en el pró­logo de la obra- sobre la que reflexionara el ya clásico libro de Henri de Lubac, El drama del humanismo ateo, oportunamente reeditado por Encuentro en 2008. A punto de concluir la Segunda Guerra Mundial y con Francia presa del expansivo nacionalsocialismo, un lúcido Henri de Lubac nos advertía del rostro enteramente nuevo que presentaba el ateísmo contemporáneo respecto a otras formas de ateísmo que han acompañado siempre, de un modo u otro, a la historia del cristianismo:

"No hablamos de un ateísmo vulgar, que es propio, más o menos, de to­das las épocas y que no ofrece nada significativo; tampoco nos referi­mos a un ateísmo puramente crítico, cuyos efectos continúan extendién­dose hoy, pero que no constituye una fuerza viva, porque se revela incapaz de reemplazar aquello que destruye. [..,] Cada vez más, el ateís­mo contemporáneo se torna positivo, orgánico, constructivo. [...] Huma­nismo positivista, humanismo marxista, humanismo nietzscheano son, más que un ateísmo propiamente dicho, un antiteísmo, y más concreta­mente, un· anticristianismo, por la negación que hay en su base. Por opuestos que sean entre sí, sus mutuas implicaciones, escondidas o pa­tentes, son muy grandes y tienen un fundamento común consistente en la negación de Dios, coincidiendo también en su objetivo principal de aniquilar la persona humana"(pp. 9-10 de la citada edición). De modo profético de Lubac auguraba para esta manera nueva de ateísmo, "si bien bajo formas quizá renovadas" -matizaba en ese mismo lugar- una prolongada actualidad.

La actitud nihilista reclama velis nolis la sustitución de lo aniquilado por otra cosa. Bien lo advirtió Max Scheler en su lúcida caracterización del agnosticismo religioso como un autoengaño. Y es que, al entender del filósofo muniqués, "es válida esta ley esencial: todo espíritu finito o bien cree en Dios o bien en un ídolo”. En ello nos invita a reparar en su más importante trabajo sobre filosofía de la religión, finalmente vertido íntegramente al español en versión de Julián Marías y Javier Olmo bajo el sugerente título, salido asimismo de la pluma de su autor, De lo eter­no en el hombre. El lector español tiene ya disponible esta versión en una reciente edición (2007) de Ediciones Encuentro, en cuya página 222 hallará aquella ley de esencias a la que nos referimos.

La "tradición de la naturaleza y de la razón", como así la denomina Dalmacio Negro a lo largo de su obra, será reemplazada por la tradición voluntarista y constructivista que irá aportando sustitutos fruto de la he­chura humana. El actual empeño de esta ya larga tradición, últimamen­te radicalizada, se cifra en la construcción, una vez negado el dato de una estable naturaleza humana, de ese ambiguo “hombre nuevo”, tan querido por las parciales bioideologías (sustitutas actuales de las ideo­logías totalizantes pasadas) que Dalmacio Negro se detiene en enume­rar: la ecologista, la de la homosexualidad, la feminista, el multicultura­lismo y sus derivaciones etnicista e indigenista, la de la salud, también en su modalidad pansexualista, o la tanática o cultura de la muerte. En efecto, aniquilado Dios, aniquilado también el hombre, imagen suya, hemos de construir el hombre nuevo. El maridaje entre el poder y estas bioideologías garantiza a aquél el caldo de cultivo sobre el que perpe­tuarse y a éstas un presupuesto público generoso para el logro de sus fines y la ampliación de sus "fieles» adeptos por la propaganda, de todo lo cual podrían asimismo beneficiarse los medios de comunicación afi­nes.

Pero demos un paso más en busca de una justificación radical de es­te panorama actual y de la propia tradición artificialista de la que este abanico ideológico es su última expresión. Dalmacio Negro va haciendo reparar al lector, aquí y allá a lo largo de su exposición, en el humus nodriza de esta escalada ideológica artificialista: la "religión secular», que no identifica con las diversas ateologías políticas, como podría ser la na­cionalista. ¿Qué la hace distinta? "A pesar de que esta forma de religión impregna desde hace dos siglos la cultura, hasta ahora ha sido escasa­mente investigada o sistema tiza da como tal. Están sin concretar sus ído­los, sus dogmas, sus sacramentos, su liturgia, su moral, etc., como una religión independiente. Como trasciende, igual que toda religión a la política, siendo la causa de las religiones políticas o ideologías, su estu­dio se ha limitado a estas manifestaciones que son en puridad ateo­logías políticas. La religión secular es el género y las ateologías políticas que genera su modo de pensamiento sus especies o subespecies. /La Religión de la Humanidad según la ateología de Augusto Comte, que re­chaza explícitamente lo divino podría servir seguramente de punto de partida para el estudio sistemático de esa religión» (p. 291).

Parece desprenderse que se trata más bien del correlato más profun­do de aquella actitud honda decididamente antiteísta que no ha mostra­do su verdadero rostro sino recientemente. En efecto, a lo largo de las cuatrocientas páginas de densa lectura, su autor nos va adentrando en los orígenes y desarrollo de la tradición artificialista que sólo paulatina­mente ha ido desvelando la actitud de fondo de la que se origina: la más radical oposición a Dios y, en particular, al Dios cristiano, quizá inadvertida en su plenitud por sus no enteramente lúcidos iniciadores. Hobbes, representante de la primera manifestación del artificialismo, es un opositor aún no decidido de la «tradición de la naturaleza y la razón», aunque ya conciba al hombre en cuanto ser social, político y moral co­mo un artificio; mas su atención estaba dirigida a dar respuesta a la an­gustiosa situación política en que se hallaba inmerso. Muchísimo más peligroso se ofrece el tácito pensamiento revolucionario de Rousseau, quizá también ignorado para él mismo en su verdadero alcance. Encon­tramos ya en él al mentor de un hombre nuevo, aquél capaz de aunar el amor a sí mismo con la sociabilidad o moralidad, identificadas para el ginebrino: el ciudadano. En Kant, senil entusiasta de la Revolución fran­cesa y del pensamiento roussoniano, halla Dalmacio Negro una de las fuentes del declarado nihilismo posterior. Las consecuencias románticas de aquella revolución, que rompe bruscamente con el pensamiento ra­cionalista ilustrado para dar cabida al sentimentalismo roussoniano, han penetrado profundamente las conciencias y la política, entendida nece­sariamente como cratología. Junto a la incorporación de una también quizá apresurada interpretación de Darwin, ha ido afianzándose en nuestros días esa de construcción de la tradición de la naturaleza y la razón a favor de la mentalidad artificialista y haciéndose manifiesto su radical antiteísmo.

Pero en este brevísimo bosquejo histórico no hemos mencionado to­davía al autor que introduce un ingrediente imprescindible en el surgi­miento de esta actual confianza «religiosa» en la capacidad, sólo pensa­ble en el fiel de esa religión secular, de producir un hombre enteramente nuevo, diverso y nacido de la oposición al hombre que co­nocemos. Ese nuevo ingrediente es la paralela confianza en el saber en­tendido como conocimiento científico, y el autor al que nos referimos no podía ser otro que Comte, el autoconsagrado pontífice de una nueva religión positiva postrada ante el Gran Ser, la Humanidad, en lo más esencial discípulo de su apreciado Hobbes. Si hoy nadie defiende esos corolarios explícitamente "religiosos» de su pensamiento positivista, no obstante, se mantiene viva y actuante la raíz de la que provienen. Su manifestación actual es el cientificismo: "El cientificismo deforma los ar­gumentos científicos para adaptarlos a los deseos y los prejuicios o am­parar supersticiones. Y las bioideologías no aceptan la ciencia sino las desviaciones cientificistas que les convienen. [..,] Imponiéndose al debi­litado sentido común o marginándolo, las bioideologías, apelan a la ciencia, que no es un saber popular, para justificar sus deseos, sueños y ambiciones contraculturales» (pp. 273 Y 276).

La esperanza en el hombre nuevo, renovado, es una esperanza de salvación total, una esperanza estrictamente religiosa. Y así lo ha sido y lo es en el espíritu y en la letra del cristianismo -véase, por ejemplo, la Carta de San Pablo a los colosenses, capítulo 3, versículo 10- perfecta­mente conciliado, si no constituyendo su misma ratio essendi, con la "tradición de la naturaleza y la razón". Toda esperanza ha de tener un fundamento sólido y seguro en la realidad de aquello que espera. Lo nacido de la soberbia no es fundamento de esperanza sino autoengaño, es un mito -Dalmacio Negro se refiere también así al mito del hombre nuevo: "la creencia en que mediante la legislación se puede hacer lo que se quiera» (p. 80)-. Asimismo apunta Dalmacio Negro que, sin nombrarlos, Benedicto XVI tiene presente en su encíclica Spe salvi a estos nuevos creadores de mitos. Es, en efecto, radicalmente diverso el pre­tendido referente, objeto de esperanza en un caso, ilusorio en otro, por esa mención de novedad: "La religión bíblica se dirige a los hombres concretos, pecadores, que viven en el presente, no en el futuro. En ella es esencial la idea de renovación de cada hombre. A la verdad, una re­novación continua, "sin cesar", del concreto hombre pecador, el hombre nuevo de Pablo y Agustín al que Dios perdona una y otra vez los peca­dos. Esta renovación no implica ninguna alteración sustancial de la na­turaleza humana en cuanto tal, sino, acaso, disciplinada» (p. 299).

Frente a esta concepción bíblica del hombre nuevo, el mítico hom­bre nuevo alternativo es caracterizado por Dalmacio Negro con los die­ciocho rasgos siguientes que transcribimos a pesar de la extensión de la cita:

,,1.- Presupone una actitud pesimista sobre la naturaleza humana tal como es y simultáneamente optimista por la esperanza en un hombre de distinta naturaleza. 2.- Ser el hombre del futuro terrenal, resultado de la emancipación y el progreso. 3.- Ser un hombre desarraigado, ajeno a la tierra, para el que la muerte carece de sentido y cuyo sentimiento de felicidad consiste en la indiferencia. 4.- Ser un hombre perfecto, sin mácula, autosuciente.5.- Ser el producto de la transformación de las es­tructuras y la cultura o bien una mutación antropológica que alcanza a la conciencia. 6.- Ser un hombre sin compromisos con el pasado, el pre­sente y el futuro: un hombre completamente integrado en la nueva so­ciedad armónica, perfecta. 7.- Ser un hombre igualitario: el tipo psicoló­gico de hombre común a todos los hombres. 8.- Ser irreligioso en el sentido de increyente, y antipolítico en sentido parecido; o sea, antitra­dicional y antihistórico. 9.- Ser, no obstante, una figura de hombre poli­tizado o socializado, neutral. 10.- Ser el hombre de la Humanidad como un todo. 11.- Ser, por tanto, un hombre colectivo, integrado en una Ciu­dad del Hombre formada por la masa de hombres reconciliados entre sí al ser iguales. 12.- Ser un hombre absolutamente tolerante y automática­mente solidario, que ha superado el egoísmo, los deseos miméticos, de­sapareciendo esta mácula de su nueva naturaleza. 13.- Ser un hombre unidimensional en el sentido de exclusivamente laico, de este mundo. 14.- Ser un hombre de moralidad utilitaria y hedonista. 15.- Ser un hom­bre puramente exterior, en el que el cuerpo es lo principal. 16.- Ser un resultado de la evolución apoyada por la ciencia y la técnica. 17.- Ser el homo religiosus en el sentido de la religión secular, aunque esta última llegará a desaparecer. 18.- Ser, en suma, un hombre en el que habrá de­saparecido la naturaleza humana según ha sido hasta ahora. Un nuevo Adán» (p. 412).-

Dalmacio Negro resume así al finalizar este largo elenco de rasgos:

"Al menos en cierto sentido, el abstracto hombre nuevo sería el hombre del estado nihilista de la humanidad, sin ninguna atadura pero perfecta­mente encajado en su medio».

Podemos preguntamos: ¿no se mezclan en esa fiel descripción, como han de hacerla en la cabeza de los creadores de este nuevo Leviatán omniabarcante que quiere extenderse hasta la propia naturaleza huma­na, rasgos verosímiles, propios de un hombre autodestruido, con otros verdaderamente imposibles, fruto de una exacerbada imaginación?

No es posible en este breve espacio un recorrido exhaustivo por el abundante y erudito contenido de esta densa pero necesaria obra de Dalmacio Negro. Pero, ¿cómo no agradecer a su autor el haber lúcida­mente levantado la voz cuando vemos cobrar hoy una actualidad dramática a la advertencia profética de San Agustín: "Busca crearte a ti mismo y crearás una ruina» (p. 292)?

Araceli Herrera Pedreira

En DIÁLOGO FILOSÓFICO. Enero/Abril 2010, pp. 129-133.