01. PLATÓN

La filosofía de Platón no es un “cuento chino”

Platón es conocido en el mundo filosófico por la denominada teoría de las ideas o de las formas. Esa teoría para el que se acerca a ella por primera vez da la sensación de ser un cuento, simplemente eso, quizás porque el mismo Platón estaba acostumbrado a expresar muchas de sus grandes intuiciones a través de “mitos” (cuentos diríamos hoy día).

Pero no te dejes llevar por esa sensación, te aseguramos que la filosofía de Platón es una apuesta por comprender la totalidad de la realidad. Abarca absolutamente todos los problemas de la filosofía e intenta resolverlos porque la reflexión filosófica no es un “conjunto de cuentos chinos” que no tienen nada que ver entre sí; es reflexión profunda e intento por comprender la unidad de todo lo real. Y Platón es un auténtico maestro porque su teoría de las Ideas es un intento muy serio y muy profundo de comprender esa unidad que nos alumbra y nos deslumbra –si miramos atentamente- a cada momento.

Te invitamos, por tanto, a que te acerques a su pensamiento y a que lo saborees.

¿De dónde parte Platón?

Platón pretende hacer, como él mismo dice en la Carta VII, una segunda navegación.

Ésta era la que se realizaba cuando faltaba el viento necesario para la primera navegación, entonces, había que echar mano de los remos y con mucho esfuerzo iniciar esa segunda navegación para llegar a buen puerto.

Tras esta metáfora náutica se encuentran los dos puntos de partida del pensamiento platónico: la primera navegación y los remos.

La primera navegación presocrática

Los filósofos presocráticos, como ya sabes, se plantearon el problema de encontrar el fundamento inmutable de la cambiante naturaleza (physis).

Sus soluciones, interesantes pero quizás rudimentarias, se mueven dentro del nivel físico o material (cómo diríamos hoy en día) quizás porque, entre otras cosas, no habían distinguido nítidamente esos dos planos que nosotros distinguimos claramente –al menos a nivel terminológico- : el plano material y el plano espiritual.

El primer filósofo presocrático que se da cuenta de la necesidad de apuntar en esta dirección es Parménides pero su solución es una aporía: el fundamento inmutable (de naturaleza racional) es la única realidad y la cambiante naturaleza (de naturaleza sensible) es mera apariencia y, por tanto, no es real. Así, la solución al problema presocrático lleva a la negación de tal problema sin duda por un mal uso por parte de Parménides del principio de contradicción.

Los filósofos posteriores a Parménides (Anaxágoras, Empédocles y los atomistas Leucipo y Demócrito) intentan solucionar dicha aporía pero no lo lograrán aunque Anaxágoras es el que más se acerca al distinguir dos principios explicativos de la physis: la hylé (materia) y el nóus (inteligencia) que, lejos de excluirse, se interrelacionan entre sí. El único problema es que el nóus sigue siendo material; aunque sea la más sutil de las materias.

Ésta es la primera navegación. Aquí se acabó el viento. Platón ve con claridad que el problema presocrático tiene que ser resuelto en la dirección parmenídea pero superando su solución aporética y quizás mediante la intuición de Anaxágoras pero distinguiendo nítidamente entre dos niveles de realidad: sensible (material) e inteligible (espiritual).

Los remos socráticos

Es hora de emplear los remos y emplearlos con gran esfuerzo. Y los remos hacen referencia la mayeútica socrática.

Sócrates es el primero que acuñó un estricto método filosófico: la mayeútica o “arte de dar a luz”. Dicho método consiste fundamentalmente en el empleo de preguntas adecuadas que ayuden a que los implicados en la discusión –incluido Sócrates- puedan llegar al conocimiento de la verdad del asunto tratado.

Este método tiene claramente dos fases:

Una primera irónica que intenta que el interlocutor sea consciente de su ignorancia puesto que quien cree saberlo todo, ¿qué puede saber? y quien cree que no se puede saber nada, ¿acaso reconoce su ignorancia? Ambos, dogmáticos y escépticos, están lejos de la verdad de las cosas. Para poder acercarse a la verdad hay que alejarse de ambos extremos reconociendo que uno no sabe nada. “Sólo sé que no sé nada”- repetía Sócrates con insistencia.

La segunda fase del método es la que, desde el reconocimiento de la propia ignorancia, puede avanzar en el proceso mayeútico mediante el diálogo interrogativo hasta alumbrar la verdad que va más allá de cualquier opinión porque es en sí (absolutamente cierta, igual para todos, universal).

Platón, fiel discípulo de Sócrates, utiliza este método y lo usa como instrumento necesario de toda reflexión filosófica. Así en sus obras escritas dio lugar a un nuevo género literario, el diálogo, en el que se recrea la mayeútica socrática. Pero el diálogo es mucho más que un artificio literario; es la forma, la única forma, de hacer filosofía, de avanzar en el conocimiento de la verdad.

El remero: Platón

Pero la segunda navegación no se puede iniciar sólo con lo dicho. Hace falta el remero y éste es Platón.

La originalidad del pensamiento platónico está en el uso sin igual de los remos. Quizás se podría decir que Platón supera al propio Sócrates en el uso de la mayeútica llegando a alumbrar nuevas posibilidades para dicho método.

Esas posibilidades son:

- La filosofía es ante todo un proceso oral.

- Ese proceso oral usa de la escritura (el diálogo) como ayuda para recordar y unificar cosas aprendidas por otras vías y, en consecuencia, comenzar a andar el camino de la verdad según la capacidad de cada uno.

- Pero el diálogo es insuficiente. El acceso a las cosas más importantes, más reales y más verdaderas, no se puede expresar por escrito está más allá de éste. (Doctrinas no escritas o esotéricas). Por eso, estas doctrinas no escritas, son ayuda para comprender el texto escrito que, de otra forma, se torna incompleto, oscuro e incomprensible.

Así, para acercarse al pensamiento platónico y a su forma de hacer filosofía es imprescindible:

- Entrar en diálogo con Platón.

- Hacerlo valiéndose de sus obras escritas (diálogos).

- No olvidar que lo más importante del pensamiento platónico se encuentra en sus doctrinas no escritas de las que tenemos multitud de alusiones en los propios diálogos platónicos y a través de los “apuntes” que hemos recibido de alumnos suyos y de otros testimonios indirectos, como el de Aristóteles, por ejemplo.

¿Por qué estas observaciones? Porque si nos ceñimos sólo a lo “escrito” por Platón, no comprenderemos la maravillosa unidad de su pensamiento y lo veremos desde fuera sin entrar en diálogo con él, sin introducirnos en ese maravilloso proceso mayeútico que se ha denominado oralidad dialéctica.

La segunda navegación platónica

El orden (cosmos) y los órdenes (inteligible, sensible y ético-político)

Platón parte de una idea clara. La realidad no es un caos sino un orden (cosmos) y allí donde parece haber caos, éste manifiesta siempre un cierto orden.

Además, el orden está ahí (es) y se puede conocer (es inteligible). Más aún, hay una correspondencia absoluta entre los niveles de ser y los niveles de conocer.

Este orden (cosmos) se manifiesta de forma plena en el cosmos inteligible, de forma participada en el cosmos sensible que, en lo que tiene de ordenado, de real, es copia del mundo inteligible y en el cosmos ético-político fundado por el hombre desde su desordenada situación en el mundo sensible como medio para retornar al cosmos inteligible del que procede.

El cosmos inteligible

Platón intenta solucionar el problema del fundamento (arkhé) de la physis afirmando que ésta (mundo sensible) es copia (participación) del auténtico mundo inmutable y pleno de realidad que es el mundo inteligible (cosmos noetós).

Este mundo es la verdadera causa no-física del mundo físico y el único que puede explicar adecuadamente qué tiene de real y qué de aparente este último.

Así encontramos que este mundo inteligible está poblado de formas o ideas (términos sinónimos). Éstas son auténticas realidades, más aún, las realidades fundamentales que hacen que las cosas del mundo sensible sean. Así por ejemplo, encontramos en el mundo muchos caballos pero éstos son gracias a qué existe la idea caballo en el mundo inteligible que hace que todos los caballos puedan ser tales porque participan de (tienen parte en) la idea de caballo.

Dichas formas tienen las siguientes características:

- Son inteligibles. Es decir, sólo pueden ser conocidas mediante la inteligencia, no mediante los sentidos.

- Son incorpóreas (inmateriales o espirituales diríamos nosotros) ya que no están ligadas a lo que puede ser captado por los sentidos que es lo corpóreo (material).

- Son el ser en sí. El auténtico, el verdadero ser y como tales no nacen, ni perecen, no cambian (son inmutables), son eternas y por esto pueden explicar adecuadamente el mundo sensible (del devenir, del cambio) ya que sólo lo que es imperecedero, inmutable, eterno puede ser el fundamento de lo que es perecedero, mutable, temporal. (Dicho de otra forma, el mundo sensible no puede explicarse desde sí mismo porque sería buscar un fundamento que a su vez necesita de fundamento para ser explicado. Tal explicación sería complicada por insuficiente y no explicaría nada).

- Afirmar que son el ser en sí supone el rechazo de todo escepticismo (como el de Gorgias) y de todo relativismo (como el de Heráclito y Protágoras). Las ideas son objetivas y tienen un carácter absoluto.

- Por último, cada idea es una “unidad” y desde este carácter explican la multiplicidad del mundo sensible aunque hay muchas ideas, a cada “naturaleza común” sólo le corresponde una idea. Es decir, hay muchos caballos, pero sólo una idea de caballo...

Pero si somos observadores, nos damos cuenta de que si Platón acabara aquí, su solución sería insuficiente porque las cosas del mundo sensible son muchas pero las ideas del mundo sensible también. Es decir, no se ha explicado adecuadamente el fundamento de la multiplicidad. Dicho, de forma más sencilla, ¿cuál es el fundamento de las ideas?

Platón responde afirmando que el principio supremo es el Bien o Uno. Éste es el fundamento último de la realidad y del que todo participa. Al igual que el sol cubre con su luz todas las cosas, la idea de Bien (Uno) es la que hace que todo sea (tanto las ideas como las cosas del mundo sensible).

Pero aparece otro problema, ¿cómo lo Uno puede dar origen a lo múltiple? Nuestro filósofo postula que esto es debido a que lo Uno genera desde siempre otro co-principio que denomina Díada (dualidad indefinida o dualidad de grande y pequeño). Este principio es la “materia” (sustrato) amorfa de la multiplicidad que el Uno debe determinar dando lugar a las ideas número que constituyen la estructura sintética de la unidad en la multiplicidad que determina el ser en todos los niveles. Desde aquí “generan” todas las ideas que aunque sean muchas co-participan de la eterna unidad del Bien (Uno).

Resumiendo: Bien (Uno) que determina la Díada dando lugar a las ideas número que recogen la estructura unitaria y múltiple de toda la realidad comenzando por la Ideas.

Ahora bien, ¿cómo las ideas se encarnan en el mundo sensible? Según Platón a través de unas realidades intermedias entre lo inteligible y lo sensible que son los entes matemáticos. Son intermedios porque son “eternos” (inteligibles) pero al mismo tiempo múltiples: hay muchos triángulos, muchos cuadrados, muchos unos, muchos doses... (Recordamos que las ideas son únicas: hay una por cada naturaleza común).

Bien, éste es el punto arquimédico, pues si no, ¿cómo lo inteligible puede saltar hacia lo sensible? ¿Cómo lo Uno puede encarnarse en lo múltiple? ¿Cómo lo inmóvil puede estar presente en lo móvil? ¿Cómo lo eterno pude estar presente en lo perecedero?

Así, los entes matemáticos son los instrumentos mediante los cuales las ideas pueden estar presentes en las cosas sensibles y éstas pueden ser copias (participar) de aquellas.

El cosmos sensible y su origen demiúrgico

Esta compleja descripción del cosmos inteligible no puede acabar sin hablar, aunque sea brevemente, del origen del cosmos sensible.

Platón parte de una afirmación básica -que no expresa en estos términos, pero nuestra formulación nos parece adecuada con el fin de hacer comprender fácilmente su postura-: La materia (chora) es eterna.

Afirmar que hay un substrato material eterno es afirmar su necesidad. Es decir, lo eterno ha sido, es y tiene que ser por siempre.

Pero claro, lo material (sensible) es lo contrario a lo inteligible y por lo tanto no debe ser inteligible. Es decir, debe de ser caótico, desordenado, por su propia naturaleza.

Sin embargo, el mundo sensible, como ya hemos visto, muestra inteligibilidad, está ordenado, es un cosmos. Esa inteligibilidad, orden, procede de otro mundo. Pero, ¿cómo se puede introducir lo inteligible dentro de lo no inteligible ordenándolo, convirtiéndolo es un cosmos?

Evidentemente para ello hace falta, según Platón, de un ser que sea al mismo tiempo inteligencia y voluntad. Es decir, que pertenezca al mundo inteligible y tenga el poder de copiar, al modo del artista, el orden inteligible que conoce usando una materia caótica (chora) y así dando lugar al mundo sensible. Ese ser es lo que Platón llama Demiurgo (artesano).

Los niveles de inteligibilidad

Según Platón, a cada nivel de realidad le corresponde un grado de inteligibilidad. Así como sea su realidad, así podrá ser conocido, comprendido, entendido. Para Platón el problema gnoseológico es dependiente (vicario) del problema ontológico. Lo primero es la realidad y la ésta -y sus niveles- hace posible y determina el conocimiento –y sus niveles-.

Lo expresa admirablemente al final del libro VI de República a través de lo que se ha denominado símil o analogía de la línea.

Al mundo sensible por su naturaleza cambiante y, por tanto, insegura le corresponde un conocimiento inseguro. Éste es la opinión (doxa).

Pero dentro de la doxa hay dos grados:

- El que corresponde a las realidades más bajas (menos reales) dentro del mundo sensible: alucinaciones, sueños, sombras, poesía, pintura, escultura... El conocimiento que producen estas realidades es imaginación (eikasía).

- El que corresponde a los objetos habituales de nuestro conocimiento sensible, objetos que pueden ser “fielmente” vistos, oídos, tocados, gustados, olidos. El conocimiento sensible “fiable” es llamado creencia (pistis).

Al mundo inteligible de naturaleza inmutable y, por tanto, segura le corresponde un conocimiento seguro. Éste es la ciencia (episteme). (Una aclaración: La palabra ciencia para un griego quiere decir conocimiento verdadero y, por tanto, no tiene el sentido que hoy día le atribuimos, cuando con tal palabra entendemos sólo el conocimiento que nos proporcionan las ciencias empíricas: biología, química, física... )

Dentro de la episteme también encontramos dos grados:

- El que corresponde a las realidades más bajas (menos reales) dentro del mundo inteligible: el conocimiento matemático que sigue relacionado de alguna forma con elementos visuales (figuras geométricas) y con hipótesis. Este conocimiento es denominado conocimiento medio (dianoia). Pero aunque sea el más bajo es imprescindible para acceder al conocimiento más alto. De hecho, se dice que en el frontispicio de la Academia platónica estaba escrito: “No ingrese el que no sepa geometría”.

- El que corresponde al conocimiento de las ideas, ideas número y primeros principios y, dentro de estos, de forma especial al principio supremo: Bien (Uno). Este es denominado conocimiento –quizás habría que ponerlo con mayúsculas- (noesis) y consiste en la plena visión intelectual (intuición intelectual) de los objetos mencionados.

El hombre: ser inteligible encadenado al mundo sensible

Hablar de niveles de realidad y de niveles de inteligibilidad (conocimiento) implica necesariamente hablar del ser cognoscente, el hombre.

El hombre es un ser mal situado. Se encuentra situado en el mundo sensible cuando su naturaleza es inteligible.

El hombre es una unión accidental de alma y cuerpo. Es ante todo alma, ser inteligible, unido circunstancialmente a un cuerpo que es cárcel, concha, sepultura que le ata al mundo sensible y no le deja volar al mundo inteligible del que procede.

Que el hombre tiene cuerpo es claro. El hombre está sometido al igual que todos los seres del mundo físico al nacimiento, crecimiento, envejecimiento y muerte (generación y corrupción). Pero, ¿por qué no es sólo esto?

Porque el hombre puede conocer, tiene inteligencia (nous) y si tiene inteligencia es porque es un ser constituido por un principio no corporal, espiritual: el alma.

Para mostrar esto Platón tiene que dejar claro, ya en el diálogo Menón, que es posible el conocimiento y en qué consiste éste.

El conocimiento está a medio camino entre la ignorancia escéptica y el dogmatismo (en el fondo también negador del conocimiento). Viene a recoger Platón el problema, más o menos, de la siguiente forma: Si yo digo no saber algo, ¿cómo voy a poder saberlo? (Clara referencia a Gorgias) Y si digo saberlo, tampoco lo puedo saber ya que ya lo sé. Luego, el conocimiento –entendido como aprendizaje- es imposible, o bien por ignorancia o bien por sabiduría.

¿Cómo sale Platón de este atolladero? Afirmando que el conocimiento es posible porque conocer es recordar (anamnesis).

Es decir, es posible porque la ignorancia no es tal, es olvido, y la sabiduría no se da porque tengo que recordar.

Esto le enfrenta a Platón a la necesidad de mostrar que, por tanto, el hombre es un ser inteligible que pertenece por su propia naturaleza al cosmos inteligible. Por lo tanto, tiene que mostrar que el alma es inmortal y, por tanto, eterna. (Para Platón inmortalidad y eternidad van siempre de la mano). Este problema lo abordará en el diálogo Fedón y esgrimirá tres argumentos:

- Si conocer es recordar, ello quiere decir que eso que recordamos ahora lo conocíamos antes del nacimiento (de esta forma se demuestra la preexistencia del alma, pero si el alma vivió antes de estar unida al cuerpo, ¿por qué no va a continuar viviendo cuando vuelva a separar­se?).

- El alma es simple; sólo lo compuesto puede disolver­se y desaparecer.

- El alma es principio de vida, lo que hace vivir; por eso ella misma no puede morir.

Por lo tanto, si el hombre es ante todo un ser inteligible, eterno, inmutable, el cuerpo es algo accidental y malo ya que le corta las alas y no le permite volver al mundo de las ideas. Pero, ¿por qué está el hombre aquí? Y, ¿puede volver al mundo de las ideas?

La primera pregunta es difícil de responder y la respuesta a ella Platón la limita al mito. El mito para Platón es también una explicación racional, aunque quizás supraracional, que nos enfrenta directamente frente al misterio. El mito, por tanto, es también filosofía, otro modo de acercarnos a la comprensión de lo real. Para referirse a este problema Platón hace referencia a dos mitos: el mito del carro alado en Fedón y el mito de Er en República.

El primero de ellos nos habla de que el alma ha caído en el cuerpo debido a una culpa (no dice cual) que ha alterado su naturaleza. En el mito de Er se da a entender que la caída en el cuerpo es una necesidad cíclica. (¿Interpretaciones opuestas o complementarias? Te invitamos a que leas estos mitos).

La segunda pregunta tiene una respuesta afirmativa: sí, el hombre puede retornar al mundo de las ideas si se dedica al conocimiento de las ideas (a la filosofía) si no, tendrá que pasar por una serie de reencarnaciones (doctrina de la transmigración de las almas o metempsicosis) hasta que pueda ascender a la verdad inteligible.

El ascenso a la verdad

Por lo tanto, el hombre debe recordar (anamnesis) en su prisión sensible y ascender por el camino de la verdad como indica el principio del libro VII de República en el conocido mito de la caverna que te recomendamos leer.

Pero, ¿cómo se asciende?

Platón propone tres caminos, no excluyentes, sino complementarios:

- Dialéctica: Es la vía lógica (intelectiva) para el ascenso al conocimiento de las ideas y de los primeros principios y, sobre todo, del principio supremo: Bien (Uno). Sería el resultado de la aplicación correcta del método platónico: la oralidad dialéctica. Es decir, se ascendería mediante la interrogación continua pero siempre desde una opción claramente filosófica. Desde la opción del discipulado platónico. Es decir, los diálogos platónicos sólo serían una iniciación completada en el acceso a las propias lecciones platónicas transmitidas sólo por vía oral dentro del seno de la Academia.

La dialéctica tiene dos momentos: Dialéctica ascendente mediante la cual "se asciende" desde nuestro trato con las realidades sensibles (respecto a las cuales sólo cabe opinión o doxa) a la contemplación de las auténticas realidades o ideas -iríamos desde lo particular a lo más general- y dialéctica descendente (diairesis) en la que se descomponen las ideas más generales en ideas cada vez más particulares hasta llegar a la contemplación de los primeros principios y al más supremo de todos el Bien (Uno).

- Impulso erótico. Es la vía alógica, que no irracional. El acceso no es intelectivo sino tendencial; pero eso no quiere decir que sea irracional ya que ambas vías son complementarias para Platón. En Banquete, Eros (amor) es tomado como imagen del filósofo: el amante busca lo que le falta, la belleza (como el filósofo busca lo que le falta: la verdad), y en un principio busca la belleza de los cuerpos, luego la de las almas, luego la de las leyes y normas morales, la de las ciencias, buscando una belleza cada vez más perfecta y más alejada del mundo sensible, hasta llegar a la idea misma de belleza o belleza en sí, que es "aquello por lo cual todas las cosas bellas son bellas".

- Catarsis (purificación): Es la vía moral. Tarea necesaria para el que quiere ascender hasta el mundo de las ideas, y consiste en que el alma se libere lo más posible de las exigencias del cuerpo (la filosofía es anticipo o preparación de la muerte, como en Fedón señala Sócrates antes de morir).

El cosmos ético-político: la búsqueda del orden en el caos

Como hemos visto la situación del hombre es caótica en el orden sensible creado por el Demiurgo y al que no pertenece. Así la aventura del ser humano (intelectiva, tendencial y moral) es una aventura política. Para Platón, como para todo ateniense de su época el sujeto moral es sujeto político. Es decir, ser hombre es ser ciudadano (politai) ya que la vida del hombre es inseparable de la polis (ciudad) y de sus leyes. Como decía Píndaro expresando esta idea: “La ley se convierte en rey”.

Para comprender esta unidad ético-política debemos volver al mito del carro alado de Fedro. A través de ese mito Platón afirma que en el alma del hombre hay tres apetitos: el apetito concupiscible (deseo de placeres), el apetito racional (deseo de verdad y dominio de los placeres) y un tercer apetito que no es razón porque es pasional y que no es deseo porque a menudo choca contra éste (apetito irascible).

Según nuestro filósofo en el hombre deberían funcionar adecuadamente cada uno de estos apetitos guiados por su correspondiente virtud: templanza para el apetito concupiscible, fortaleza para el irascible y prudencia para el racional.

Además todas ellas deberían relacionarse armónicamente de tal forma que el apetito racional controlase a los otros dos. La virtud regulativa que se encargaría del buen funcionamiento del todo sería la justicia.

Pues, así como es el hombre así debe ser la polis. Es un hecho que el ser humano, encerrado en el cuerpo no puede ascender hasta el mundo de las ideas si el apetito racional no restablece el orden perdido controlando a los otros dos y, en especial, al apetito concupiscible.

Para ello y puesto que el hombre es un ser político, es necesario constituir un cierto orden en el caos que le ayude a retornar al mundo inteligible. Ese es el Estado platónico.

En la ciudad platónica son necesarios hombres que se ocupen de atender las necesidades materiales de los ciudadanos. Estos serán los campesinos, artesanos y comerciantes. Hombres en los que predomina la parte concupiscible y, por tanto, están todavía lejos de ascender por el camino de la verdad, aunque pueden acercarse un poco más a él si realizan bien su función en la ciudad.

También son necesarios aquellos que se dediquen a la custodia y defensa de la ciudad, los guardianes. Hombres en los que predomina la parte irascible del alma. Tendrán que velar además, no sólo de los peligros externos sino también de los internos: que la clase gobernante no sea ni demasiado rica ni demasiado pobre, que la ciudad no sea ni demasiado pequeña ni demasiado grande, que cada ciudadano realice la función que le corresponde según el apetito que predomine en su alma y que se imparta a cada uno el tipo de educación que le conviene a su alma.

Por último es necesario que en la ciudad haya hombres que la sepan guiar y sepan hacerlo hacia su fin: el conocimiento del mundo inteligible, la vuelta a él. Éstos serán aquellos en los que predomina el apetito racional: gobernantes (filósofos).

Éstos deben ocuparse de instaurar las leyes que regulen el funcionamiento adecuado de la ciudad instaurando en ella la virtud de la Justicia, a saber, que cada estamento realice sus funciones, según su virtud propia, como servicio al todo y, sobre todo, como servicio que haga justicia a lo que la realidad debe ser:vuelta al mundo inteligible y conocimiento pleno de él (noésis, contemplación, eros). Al fin y al cabo esa es la meta del filósofo y de todo hombre ya que todo hombre tiende a la belleza que es esplendor (manifestación) del principio supremo del Bien (Uno).

¿ Y la tercera navegación?

No pienses que aquí acaba el pensamiento platónico. Nosotros no hemos querido más que animarte a introducirte en él y a que percibas la unidad del proyecto platónico. Unidad de Ser (Bien, Uno), Belleza (tendencia al Uno mediante el amor), Verdad (conocimiento cierto –episteme- del Uno) , y llamada a vivir la plenitud de la unidad perdida mediante la anamnesis ética-política.

Te parecerá más o menos convincente, más o menos interesante, más o menos complejo, pero no podrás decir que es un “cuento chino”, porque en el fondo responde a todas las preguntas que tú, al igual que todo hombre, te haces en el fondo de tu corazón. Y acaso tú, ¿eres un cuento chino?

La segunda navegación (la platónica) termina aquí, ahora te toca a ti comenzar la tercera navegación. Y esa, es la tuya propia.

Apuntes elaborados por José Javier Ruiz Serradilla