El método privilegiado de la Filosofía: La intuición intelectual (Ampliación)

Métodos para conocer la verdad de una proposición

Ya hemos dicho que en filosofía la opinión carece de valor. He de comprobar por mí mismo la verdad de las proposiciones. ¿Cómo puedo descubrir si una proposición es verdadera o falsa?

Conocemos la verdad de muchas proposiciones utilizando nuestros sentidos corporales. De este modo puedo saber, por ejemplo, si el día es soleado o lluvioso, si alguien está hablando en el aula o si la silla donde me siento es dura. A este método de conocimiento lo llamamos intuición sensible. Con intuición queremos indicar que es un método directo: la verdad de la proposición se ve inmediatamente con tal de que miremos en la dirección apropiada. Con sensible significamos que es un método de conocimiento que utiliza los sentidos. Dejando a un lado la cuestión de si la intuición sensible es un método de conocimiento fiable (esto lo estudiaremos en otra lección), aquí es preciso señalar que con la intuición sensible podemos conocer la verdad de proposiciones singulares o particulares. No es posible verificar, o sea, comprobar la verdad mediante la intuición sensible, de una proposición universal como, por ejemplo, «todos los cuervos son negros», pues es imposible tener experiencia sensible de todos los cuervos que existen ahora, que han existido en el pasado y que existirán en el futuro.

Es claro que no todo lo que sabemos lo conocemos por intuición sensible. Lee la siguiente historia:

Éranse una vez tres prisioneros y un carcelero loco. Un cierto día el carcelero les propuso el siguiente juego:

«Tengo —les dijo— cinco sombreros; dos son de color rojo y tres de color blanco. Os vendaré los ojos y os colocaré a cada uno un sombrero. Luego os quitaré la venda para que podáis ver el sombrero de cada uno de vuestros compañeros, pero ninguno verá su propio sombrero. Os preguntaré, de uno en uno, de qué color es vuestro sombrero. Aquel que lo sepa, quedará libre, el que se equivoque perderá la cabeza y el que reconozca que no lo sabe seguirá sufriendo prisión.

Así lo hizo. El primer prisionero que fue preguntado reconoció que no sabía el color de su sombrero. El segundo, que había escuchado al primero y que veía el sombrero de sus otros dos compañeros de prisión tampoco pudo decir el color de su sombrero. El carcelero dijo entonces, dirigiéndose al tercer prisionero:

—¡Para qué te voy a preguntar a ti, si eres ciego y no puedes ver no sólo tu sombrero, sino tampoco el de tus compañeros!

Si no por misericordia con mi ceguera —respondió el preso ciego—, al menos por justicia, dame la misma oportuni­dad que a los demás.

—De acuerdo —contestó el carcelero—. ¿De qué color es tu sombrero?

—Sé que mis compañeros de penas no son tontos. Si no han logrado averiguar el color de sus sombreros, sin duda alguna es, y hasta un ciego como yo podría verlo, porque mi sombrero es de color...»

Reflexionemos sobre el modo en que conoce el prisionero ciego el color de su sombrero. No lo sabe por intuición sensible, pues ni utiliza los sentidos ni lo conoce de modo inmediato, al contrario, ha de apoyarse en otras proposiciones que toma por verdaderas. Este modo de conocer proposiciones se llama método mediato o discursivo. En él no logramos de golpe la verdad de una proposición como ocurre con el método intuitivo. Hemos de utilizar unos medios: unas verdades ya conocidas para alcanzar una nueva verdad. En el método mediato o discursivo se distinguen las premisas y la conclusión, La conclusión es la proposición cuya verdad o falsedad queremos descubrir. Las premisas son las proposiciones que tenemos por verdaderas y en las que nos apoyamos para conocer la verdad de la conclusión. Existen sólo dos tipos de métodos discursivos: la deducción y la inducción.

En la deducción, si las premisas son verdaderas, la conclusión forzosamente ha de ser verdadera. El prisionero ciego hace una deducción. Anteriormente conocimos también por deducción que los ángulos de un triángulo suman 180".

En la inducción, por el contrario, ya vimos que aunque las premisas sean verdaderas la conclusión puede ser falsa. El tipo más común de inducción es aquélla en la que se llega a afirmar una proposición universal apoyándose en proposiciones particu­lares o singulares. Por ejemplo, a partir de las proposiciones «este cuervo es negro», «ese cuervo es negro», «aquél, también», se llega a sostener que todos los cuervos son negros. Pero este no es el único tipo de inducción. Realizamos asimismo una inducción cuando decimos «a, b, c y d son algunos síntomas de la enfermedad E. El paciente P presenta los síntomas a, b, c y d, luego tiene la enfermedad E.»

Hay otro criterio para distinguir la inducción de la deduc­ción. En la inducción puede ocurrir que si agregamos alguna información nueva la conclusión pierda toda probabilidad de ser verdadera. Esto jamás ocurre en una deducción. En el ejemplo anterior de inducción, si agregamos una nueva premisa como, por ejemplo, «el paciente P ya ha pasado la enfermedad E y por ello es inmune a ella», la Conclusión pierde todo valor.

Recapitulemos lo dicho hasta ahora. Hemos visto que pode­mos conocer la verdad de una proposición por intuición sensible o bien mediante un método discursivo, como la inducción y la deducción. Pero ninguno de estos métodos nos permite conocer una proposición con universalidad estricta. Por lo que respecta a la intuición sensible y a la inducción es claro; por lo que respecta a la deducción también en el momento en que nos percatemos de que, para deducir una proposición universal, hemos de partir de premisas que contengan al menos una proposición universal. Sin embargo, es evidente que conocemos proposiciones con univer­salidad estricta. Por tanto, tenemos que tener otro método de conocimiento distinto a los tres mencionados. Este método es llamado por algunos filósofos intuición intelectual o espiritual.

Es intuición porque la verdad de la proposición la descubrimos de modo inmediato (sin tenernos que apoyar en otras verdades) y es espiritual porque es una intuición que no utiliza los sentidos.

En este tipo de conocimiento vemos las cosas, pero, por decirlo de algún modo, no con los ojos de la cara, sino con los ojos del espíritu. Traza en tu cuaderno dos líneas paralelas. Córtalas por otra. Observa que los ángulos formados son iguales cuatro a cuatro (salvo que la última recta corte a las paralelas perpendicularmente, en cuyo caso los ocho ángulos son iguales). ¿Cómo podemos conocer la verdad de que los ángulos son iguales cuatro a cuatro? No por un método mediato. Tampoco con la intuición sensible. Porque con la intuición sensible podríamos conocer que esos ángulos concretos son iguales, pero no que todos los ángulos formados de ese modo lo son. Además, lo que hemos trazado no son dos rectas paralelas; bastaría prolongarlas unos cuantos kilómetros para observar cómo se van acercando entre sí; y, por otra parte, la recta geométrica, de la que hablamos en este caso, tiene longitud, pero carece de anchura. ¿Y quién puede dibujar una recta que no tenga anchura?

GARCÍA-BARÓ, M. – GARCÍA NORRO, J.J. Filosofía 3. Alhambra. Madrid, 1992, pp. 15-17.

Lee el texto de Moore en 01. SOBRE LA INTUCIÓN INTELECTUAL (G. E. MOORE)