XXXVII.

El Patriarca que abre el Arca

¡Menos mal que por fin tenemos borracho oficial en el barrio! Porque borrachos esporádicos los hay y los hubo en abundancia, pero esos no se hacen notar, porque no dedican días y horas a la consecución del título. Ahora, ese último aspirante a Borracho Oficial hizo méritos bastantes desde hace algún año, digamos uno para no exagerar. Se apostó durante meses de calor y meses de frío y lluvia en las mismas esquinas del mismo tramo de calle, y desde allí, ¡a pie firme a pesar de la pítima!, hacía una prolongada pedorreta con espurreo a los peatones que bien le parecía: esa era su marca de borracho que aspiraba a profesional. Lo siguiente fue mearse encima y hacerse notar por el olor, que anunciaba su presencia desde veinte metros de acera antes de que el viandante llegase a su altura: en ese punto y momento soltaba el otro la pedorreta que digo.

Bueno, para no cansar: hoy es borracho oficial y protegido por varios tenderos y porteros, en el sentido de no echarle con cajas destempladas de sus puertas. Además: ha pasado a sedente : en los bancos públicos de la zona dicha tiene su sede, y amén d’eso ha sistematizado su uniforme de lo mismo (pero con los toques personales que le prestan algunas prendas regaladas). Así que ostenta la siguiente vitola: perilla larga por delante y caperuza picuda por detrás, y aquí hay que detenerse porque semejante apariencia le ha granjeado el primer sobrenombre del vecindario: El Duende Hediondo. ¡Ya ni necesita hacer la pedorreta, y tampoco apesta a meos, él sabrá cómo y por qué! Pa mí que hay almas caritativas que le prestan su ducha en beneficio de todo el barrio. Pero con El Duende Hediondo se ha quedado para los restos, desplazando así al mucho más torpe sobrenombre de El Bufón Meao que le habían puesto antes los aficionados a malsinar. ¿Y qué es malsinar? Pues ‘hacer mal sino’, es decir, mal augurio, mal agüero.// Pero vamos, El Duende Hediondo está mucho mejor como rótulo, entre otras cosas porque se puede empotrar, como hacen algunos, en casi una sola palabra: El Duend’hediondo, ¡qué sonoridad, qué onda, qué columpio, qué poleo!

[...]

Esto de atrás será costumbrismo vergonzante, todo lo que se quiera, pero parece ser verdad que cada barrio tiene ─o tenía─ su borracho titular. En el barrio de mi colegio (que era otro bien distinto, por la clase social, del barrio mío) circulaba el borracho titular del mismo, y hasta los frailes del colegio sabían su sobrenombre: Chabota. // Y sucedió que en clase de Historia el fraile pidió prestado un lápiz para poner nota; se lo prestó el compañero Espín, y el profesor pasó la clase usando el lapicerito dichoso; cuando terminó la clase, devolvió el instrumento a su dueño:

─Tenga usted, chavo; y muchas gracias.

Un compañero:

─¡Te ha llamado Chabota!

El fraile, medio sonriendo:

─Diga usted que no; que no le he llamado Chabota .─¿Eh? ¿Lleva camino, o no lleva camino lo del borracho titular? ¡Lo que pasaba in illo tempore era que a veces el borracho titular lo era para un solo bar y no más allá. Y cuando yo era un mocete que empezaba a tomar su chato de vino a solas, se me acercó el borracho oficial de ese local y me abordó con la siguiente requisitoria:

─¿No le da a usté lástima, compañero, de don Indalecio Prieto, que se está muriendo en Méjico, CIEGUECITO que está, no le da compasión? ─yo no supe a qué parte volverme, y no era porque no me diese lástima: era porque el borracho me llamaba de usté y me echaba el brazo por cima del hombro, y yo con esos términos del teorema no comprendía ABSOLUTAMENTE NADA.

Y andando los meses, resulta que el Duend’hediondo se ha adscrito al cargo, se ha esclerotizado, se ha subsumido y se ha automatizado en una sola operación: rebuscar en las papeleras y solo en ellas; entre medias de una y otra, no hace nada más que andar sin eses ni titubeos: ni berrea ni balbucea: va por su vereda hasta la papelera siguiente, y ante ella hace el ritual rutinario de inspeccionarla. Tiene el aspecto, exactamente, del Patriarca que abre el Arca, rima consonante brutal que siempre deseamos hacer y no nos atrevíamos ni cuando chicos de pueblo. Habíamos visto Patriarcas de aldea repantigados en su sillón de mimbre, y habíamos visto abuelas guardosas que abrían con precaución el Arca de los tesoros. ¡Pero nunca nos fue dado ver al Patriarca abriendo el Arca!, que eso sí tenía que ser el numerito morrocotudo. ¡Inocencia de chaveas de pueblo! Ahora se ha descubierto que cuando va el Patriarca y abre el Arca, puede ser una operación tan simple como la del Chabota asomándose a la papelera y no encontrando en ella nada que sacar. ¡Mundo malo!