XXIII.

La altura del betún, filosofema también llamado 'Cælum profundum'

Ese remanso que hace el río entre peñascos tiene él solo en su interior más vida que todas estas aldeas alrededor. El agua es muy clara, y por ella nadan peces románicos (lo digo por la greca de rombos que los anima): tan clara que se ve el fondo, lleno de un légamo muy oscuro pero que casi nunca se atreve a levantarse en tempestad: sólo cuando algún cangrejo lo remueve de un espantón, pero es raro. Lo que decía: por ese fondo tan espeso cruzan cangrejos patosos y lentos del mismo color que lo que comen: légamo.

Bueno: ya basta de dar pistas, que no he venido aquí a ponerme lírico ni siquiera filosófico, sino a ver cómo me explico nuestra vida con el ejemplo del remanso (y todo a su alrededor). Es que los que vivimos en una ciudad, en nuestro callejeo casi siempre a hacer recados, estamos tan acostumbrados a este bajo mundo, digo a este mundo bajo, que nos pasamos a lo mejor toda una tarde de recados sin pensar en los dioses que nos miran desde lo alto. Sí, desde el caelum profundum, que lo llamaban los clásicos. Nos cruzamos con la gachí, o con el gachó, y nos distraemos demasiado tontamente enredando con un trasteo muy tirado, muy a ras de suelo, que dice por ejemplo que los varones de antaño andaban muy ocupados en sorprender si la gachí se agachó, mientras que el cambio de los tiempos se evidencia en que la preocupación de hoy día es a vueltas no sea que la gachí sea gachó. (Es un decir emblemático, vamos, porque de sobra sabemos que hoy no usa gitanismos ni el Tato.)

Los peces van y vienen por el remanso, ligeros e indiferentes, sin ocuparse ni pizca de los cangrejos, que rara vez salen de su cueva cenagosa y en todo caso no se preocupan por los peces ni por sus sombras cuando hace sol. Es una república bien organizada ─a la fuerza ahorcan─, salvo cuando intervienen las Fuerzas Superiores. Por ejemplo:

sentado en la orilla rocosa y asomado al remanso está Narciso Gimeno, el hijo del médico de Tabanera la Luenga. Se ha venido aquí desde tan lejos porque sabe que aquí nadie le va a interrumpir sus baños de sol, que se los ha recetado el padre. De hecho, estaba desnudo de pie y pierna hasta hace un momento, en que el tueste del Astro era ya excesivo, de modo que se ha envuelto en una toalla blanca de baño y sigue mirando toda la hondura del remanso mientras se apoya en su bordón de palo con la contera metálica y en punta, sin importarle un chavo de los habitantes del remanso. Lo que él quiere es ver cómo se espejan en el agua las nubes que pasan por el cielo.

Es de saber que a las tencas y a los barbos les gustan las migas de pan pero no las pizcas de tortilla, que las dejan bajar hasta el fondo. Si el olor (o como se llame) de eso les llega a los cangrejos, salen perezosamente por el légamo adelante y se meriendan esa miga amarilla (con sabor ─o como se llame─ a aceite frito) que los Cielos Graciosos les deparan. A su vez, los barbos enfilan con agilidad la miga de pan que cae, y se la zampan con tino admirable. Parece que hoy hay comida para todos.

Ya se comprende que Gimeno se había hartado de contemplar y se ha acordado del almuerzo. Entre bocado y bocado, ha podido observar cómo reciben los del remanso las migajas que al dios se le caen del bocadillo. Así que se distrae de él y empieza a experimentar extremos de la zoología. Harto de dar de comer gratis a los animales, echa mano de su jabalina, la va soltando poco a poco sobre el abuelón cangrejo y, aprovechando que el tal no ve hacia arriba, le oprime contra el fondo: le oprime más y más hasta estar seguro de que la víctima ha quedado punzada; entonces extrae el bicho, lo blande bocarriba y cuando el bicho quiere dar coletazos ya no se libera. Esto ¿será caza, o será pesca? En todo caso, ¡al bodón otra vez con él!, con ligeras sacudidas de regatón. En la caída lenta por esas aguas, las leves corrientes que pueda haber le van desmintiendo al cangrejo hebras de carne blanca: ¡y es de ver entonces cómo los barbos, flechados, arrebatan al pasar una hebra de carne cada uno! A ver: ¿cómo se llama a esto?

─No lo sé. Pero en todo ese tejemaneje ¿no se le cayó la toalla al remanso?─ la que pregunta es una cendolilla de naricita al aire y labio superior remangado. Esa criatura necesita gafas.

─No, mujer, al remanso no, pero sí al gradón de piedra en que había estado sentado. ¿Y eso qué importa?

─¿Pues luego? ¿A Narciso no lo pintan pensativo y en pelota? ¡Ahora ya sabemos que era un semidiós désos!

─Mi intención no era ésa cuando lo escribí: yo lo quiero bien humano, para saber qué piensa cuando se haya calmado de esa furia con que ha hecho la escabechina gratuita que describo. ¿Qué les parece a ustedes que pasará por esa cabeza?

Un señor grave, muy apersonado, de ésos que se suben las gafas de cuando en cuando:

─Hombre, yo creo que, a poco corazón que tenga, se dirá: ‘¿Me gustaría que me hiciesen a mí lo mismo los dioses inmortales? ’

─Me lo ha encaminado usted muy bien. Y ‘lo mismo’, de dioses inmortales a humano de helioterapia, ¿cómo sería?

─Pues que Júpiter le pinchase con la punta de un rayo, ¿no?

─Aquí los quiero ver a ustedes: ¿y no hay Nadie que esté por encima de Júpiter Tonante? ¿Y no puede reducirLo a ceniza desde encima de los nubarrones que ahora se han acumulado sobre la morada de los dioses?

─Pues no sé, pero como Lo haya, se van a enterar los dioses inmortales de lo que es a deshora ser pescados hacia Más Arriba Todavía por los Dei Superni.