LXI.

La Madre-Castillo (boceto de monja descastada)

Cuando te hacían estudiar, y estudiabas, la literatura universal como la guía de teléfonos, ¿qué salida le cabía a nuestras ansias de esparcimiento [mental] que ponerle cara, facha e historia a los autores más abstrusos? La Madre Castillo, así, dejaba de ser una monja hispanoamericana del Virreinato, para tomar la apariencia, ropa y rasgos de una mendiga asiática que pedía limosna a la puerta de la iglesia de los Alesianos, vaya en cursiva para desfigurar también el escenario e historia eclesiástica, que no están los tiempos ni mi humor para andar con contemplaciones y pamplinas.

La Madre-Castillo tiene mala leche, se conoce que lo da de suyo la color ahumada (que se confunde con mal humor), pero no llama a la policía cuando le haces la higa ostensiblemente, sino que se arropa con desprecio en la espiral de su túnica, como creyendo que eso le va a dar una dimensión ascensional… ¡Ascensión, esa es la pinta que tiene la susodicha!, pinta de llamarse Ascensión la Achacosa, menos, curiosamente, cuando recuenta en el cuenco de la mano la calderilla que lleva recolectada. Pero estaba diciendo que la manera de liarse en espiral en su túnica mugrienta le da a la vieja un aire prestigioso-maléfico que induce, ya que no a darle limosna, por lo menos a no mirarla a la cara… aceitunada, que era como nos enseñaban en el colegio a llamar a las razas que no eran ni blancas, ni negras ni amarillas.//Otro día: descubro un nuevo sobrenombre de esa espantosa: la tía Trastocorete. Pero no quiero ponérselo como título al poema que le he dedicado y que ahí va. No me parece que sea de los peores míos:

La mendiga que parece

pedir misericordia al cielo

cuando se¨encamina, cuesta arriba,

a su lugar consueto y limosneo

no sufre más que¨el rigor del suelo:

su ánimo es altivo,

despectivo

como el del camarero que arrojaba al suelo

el sobrante del precio: ¡y es desprecio

lo que va¨esparciendo la mendiga

como trapera henchida de soberbia!

Échale una demencia.