LX.

Loh niñoh chicoh’

Viernes 15 de octubre.

Saliendo de comer fuera de casa, veo papás con niños que vuelven del colegio [se supone que han comido allí]; un papá trae a su niño en el cochecito ─porque, después de la jornada y la comida, estará cansado─; el chaval trae sobre el regazo el trabajo manual que habrá presentado hoy: hay una plataforma de cartón ocre, duro; sobre ella, en primer término, tres castañas locas pegadas sobre su base ma non troppo; detrás, sobre un respaldo duro, pegado un redondel alto en que se inscribe una figura esbelta hecha con macarrones… ¡Pero con estilo, la figura, nada chapucera! ¡Me dan una envidia las cosas que aprenden a hacer estos nenes, desde edades tan tiernas!…

Miércoles 3 de noviembre.

Esa revesina que me ha dado en estos últimos tiempos, esa revesina de mirar, por la calle, a todos los niños chicos que pasan, es comparable a la del conejo en la ladera cuando ve pasar forasteros: volverse de culo al visitante. Lo mío es volverme de cara a la infancia (se conoce que para ver si se me pega algo de la mía). Los malsinadores opinan que el viejo se vuelve como un niño, y por eso mira a los nenes: es una maldad, que enjuicia por aproximación: no busca exactitud, sino sólo despreciar, orillar, eliminar gente, como sintiendo que «ya somos demasiados en el Planeta, de modo que… a ver si vamos muriéndonos». ¡Es tan maldad que nunca me había sentido yo tan desinteresado y sin mancha que cuando calibro a 'loh niñoh chicoh', que los llamaba mi exalumno el sevillano del primer colegio donde di clase!

* * *

aquí me estoy,

concertando coplas sosas

[aforísticas, encima]:

«…Y no quiso él actuar

como conejo en ladera,

que se volvía de espaldas

para que nadie le viera:

Proverbial:

‘Dijo el conejo de Colmenarejo:

─Si éste no me ve a mí,

es porque no me dejo’. »