Perséfono II

“Muchas gentes acarician las memorias de sus años estudiantiles, ponderan su dulzor y vuelven hacia ellos los ojos tiernamente, pensando que fueron la edad de oro de su vida. Es aberración del entendimiento.”

Manuel Azaña, El jardín de los frailes, III.

Yo ya no sé si estoy acogido en un asilo ─o asilado en un acougo, que tampoco fuera malo─ para docentes jubilados, o si me acabo de despertar de un sueño inacabado, o si me han retenido en El patatal de Ambrosio para que haga méritos hasta el Día de la Monda, «El día postrimero commo diçe el Propheta,/ el ángel pregonero sonará la corneta. /Oyrlo an los muertos cada en su capseta,/ correrán al juiçio quisque con su maleta». Ya se ve que, con la fuerza del sopor no sacudido todavía, se me llena la cabeza de citas ajenas y se me pone a jugar con ellas, como con pelota de trapos. La cabeza del viejo, tanto si dormido como si despierto, ya es sabido que se convierte en un asilo en que toda remembranza propia o ajena encuentra lugar. Pero como no me gusta nada tener tantos huéspedes, me agarro a la imagen de la pelota de trapos y me distraigo mordisqueándola.

Y pongámonos serios, que no me seduce ni pizca dar la estampa del viejo que ha «salido de seso». Yo estoy, por obra y gracia de mis influencias, en una institución docente con algún millar de alumnos y en cuyas falsas y buhardillas admiten pensionados a perpetuidad, a condición de que no den –que no demos– malos ejemplos y en cambio aportemos al alumnado píldoras de nuestra experiencia. Todo ad libitum.

[¿Que ese mirlo blanco no existe ni sería posible? ¡Ya me imaginaba yo que no habría quien lo creyera! ¡Pues gracias a ese «no paso a creerlo» puede subsistir muy secretamente esta Institución!: es un secreto a voces, y de tan voceado nadie se lo cree.]

Ejemplo de píldoras de experiencia : hace un momento (las diez y media de la mañana de un día laborable) bajo yo de mi habitáculo, muy lavado y afeitado y limpio de mi ropa y erguido sobre mi cachava; me zampo en el bar de la Institución para tomar otra infusión, y no había nadie más que: la camarera, un bedel, la cafetera resoplando dulcemente... y un alumno pirante que tocaba la guitarra muy suavecito y cantaba más suave todavía: «Una vieja y un viejo / van p’Albacete, /y a mitá del camino, / va y se la mete /(la mano en el bolsillo), / saca un billete». Como hay confianza y todos lo sabemos, me siento al lado del pirante y le desafío (siempre con respeto sonriente):

─Oye, ¿y si en lugar de pa Albacete van para Burgos?

─¡Que el vejete y la vieja / son dramaturgos, / son dramaturgos! ─me retruca el pirante con un rasca-rasca de guitarra nada desentonado y sin levantar la voz.

Y tolerando estos desplantes con paciencia, silencio y sonrisa es como nos hacemos consentir nuestra presencia y nuestro deambular como sombras del Érebo.