Esta semana se ha celebrado el Día Internacional del Niño Africano. Solo leer el título nos parece algo “exótico”, nos deja en la más clara indiferencia, o acaso nos resulta una curiosidad.
Este aniversario conmemora una marcha que tuvo lugar en 1976 en Soweto (R.Sudafricana), en la que miles de escolares africanos salieron a las calles para protestar por la escasa calidad de su educación y para exigir su derecho a recibir enseñanza en su propio idioma. Cientos de niños fueron abatidos. En memoria de los asesinados y el valor de todos los que se manifestaron, el Día del Niño Africano se celebra cada 16 de junio desde 1991.
Los niños, ese pretendido tesoro o esa ternura e inocencia… ese raudal de epítetos fantásticos que generan de manera inmediata en los adultos y, sin embargo, cuántos de ellos son víctimas inocentes de nuestras conductas.
Esta realidad es consecuencia de factores como la falta de recursos, las crisis políticas, los problemas interpersonales, la violencia o el rechazo de los menores en familias disfuncionales...
La realidad de los adultos priva a los niños del derecho fundamental a una vida digna. Los priva de la oportunidad de acceder a la sanidad, educación, alimentación, casa, seguridad, etc. Muchos terminan en situaciones menos visibles de explotación, o como objetos del negocio del sexo.
En España, más de 2 millones de niños viven en condiciones de pobreza, y el 80 por ciento de los que nace en esta situación "está condenado" a padecerla de por vida. Somos el segundo país de la Unión Europea con mayores tasas de pobreza infantil y el que menor capacidad tiene para reducirla.
¿Qué mal ha hecho un niño para nacer condenado? Es inconcebible pero es verdad. Por eso hoy, desde nuestra conciencia adulta, habría que pedir perdón por lo que nos toca, y habría que sentir vergüenza ajena por lo que hacen nuestros semejantes. No son conductas humanas. No tenemos derecho a condenar a inocentes, ni los niños son seres de categoría inferior.
En el origen de la fe cristiana se encuentra Jesús, el hombre que rompía costumbres de sus vecinos y disfrutaba con los niños, los dignificaba. En otras ocasiones invitaba a los adultos a vivir con la inocencia de los menores, liberados del desasosiego y la incertidumbre del hacer. Teniendo en mente a Jesús, nos sentimos solidarios, dolidos y esperanzados. Y podemos preguntarnos cómo ser alimento que cure esta injusticia y genere libertad. La sociedad nos ofrece cauces.