15 de junio

"Este es el pan que ha bajado del cielo. El que come este pan vivirá para siempre.

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él"

Oportunidad para el cambio

Dios nos da la fuerza para seguir demostrando que ser cristiano es vivir en alegría y paz, sirviendo a los que más lo necesitan. Dios es amor y hoy damos gracias por verlo de una forma más concreta y amable, por saber que miles y miles de personas están ayudando a otras con un corazón desprendido.

Dios se hace presente en nuestras calles, en nuestro barrio, en nuestro pueblo. La comunión es un hecho para vivirlo en medio del mundo. Es escuchar su palabra y hacerla viva hoy. Es poner los pies donde él los puso. Es dejarse transformar interiormente. Es tomar las decisiones que él tomó.

Para reflexionar...

Hemos vivido una situación que, en vez de alejarnos del otro, nos ha hecho más conscientes de su realidad. Nos sentimos parte de una misma historia. La fraternidad se ha hecho presente. Un gesto tan simple como un aplauso ha unido a niños, mayores, sanitarios o trabajadores de un supermercado. Estamos llamados a permanecer unidos.

Cada día tenemos la oportunidad, desde nuestra propia experiencia, de empatizar con otras realidades de aquellos que más sufren. Ese acercamiento a otras realidades nos tiene que llamar a acompañar a tantos que todavía necesitan que formemos parte de su vida.

Reconocer esa misión es darle sentido a la vida. Es sentir pasión por aquello que haces y poner alegría en las cosas que hay que hacer aunque no tengamos ganas. A veces pensamos que no podemos afrontar una misión porque va a ser demasiado para nosotros. Pero la misión también está en las cosas pequeñas. Puede ser algo concreto, puede ser alguien con nombre y apellidos: madrugar un domingo porque vas a preparar la mesa en un comedor social, porque todo el mundo tiene derecho a que le sirvan un plato caliente; acompañar a niños de un centro de menores porque te preocupa que tengan un futuro; ayudar con los deberes a niños sin recursos porque si no estarían solos en casa mientras sus padres trabajan...

Lo que le da valor es el esfuerzo por responder a las necesidades de otros. Todo esto determina un modo de vida que llamamos “servicio”. Las aptitudes personales de cada uno se unen a las exigencias de la realidad de nuestra sociedad más cercana. La recompensa se obtiene en el sentimiento de haber entregado la vida.

Estamos rodeados de motivos por los que merece la pena luchar. Tenemos que estar atentos a la llamada de Dios, que se hace presente a través de la realidad, a través de nuestros sentidos. Tenemos que abrir los ojos, escuchar y sentir.

Para orar...

Tender lazos, atar cabos, firmar pactos poniendo todo en el intento.

Si uno no es capaz de ligarse a nada ni a nadie, al fin, ¿no quedará un poco solo, un poco triste, un poco a medias?

Porque la vida no sólo es pasar, sino dejar huella, complicarse, implicarse en las cosas y en las luchas diarias que merecen un esfuerzo.

Que decir “sí, quiero”, no es sólo para el matrimonio, sino para mucho antes, para tantas pequeñas opciones que suponen apostar y poner un poco el alma en juego.

Dejarse envolver en la vida, que grita y llama.