El pasado 25 de mayo fallecía en la ciudad estadounidense de Mineápolis el ciudadano George Floyd. Era negro. El hecho se podría encuadrar en la normalidad, un daño “colateral” es el eufemismo creado hace unos años para designar estas muertes no pretendidas aunque consideradas posibles.
Sin embargo, la ola de rabia que ha desatado era algo inimaginable. Rabia que ha saltado fronteras situándose muy por encima, afortunadamente, del color de la piel de cada ciudadano. ¿Cómo es posible que en la era de la tecnología, siga nuestra raza humana separándose cualitativamente? ¿Cómo es posible que una parte de la humanidad se apropie “derechos” sobre la otra? Estos pensamientos y acciones “primarias” nos asemejan mucho al instinto animal y nos alejan de la razón.
La Tierra que habitamos solo tiene una raza humana. Cada persona es única e irrepetible, cada una es portadora de cualidades singulares. Las personas tenemos caracteres diferentes, sensibilidades distintas, capacidades diversas… Y gracias a esta diversidad evolucionamos como especie y progresamos. La diversidad en la inteligencia posibilita el progreso tecnológico; la diversidad creativa posibilita el desarrollo de las artes y la cultura. El color de la piel es algo de lo más anecdótico en lo que pensar, y sin embargo, hay gente que quiere convertirlo en fundamental. ¡Cuánta ignorancia!
Es cierto que la Biblia la podemos utilizar para justificar todos nuestros pensamientos. Pero si tomamos como referente a Jesús, alguien que ha compartido nuestra historia humana, hemos de aplicar a Dios los sentimientos que él refiere. Y estos se encuentran en las antípodas de cualquier idea de división. Para Dios son importantes todos los que sufren, los buenos de corazón, los buscadores de justicia, los misericordiosos, los de corazón limpio, los pacíficos… (Mt 5,3-12). Jesús se mueve con mente libre y habla con mujeres en la calle, se alegra con niños que se le acercan, come en casa de hombres de dudosa reputación, consuela y dignifica a enfermos... Jesús transgrede hábitos sociales porque vive la fraternidad. Ni más ni menos.
Desde una concepción razonable de la religión, la propuesta de Jesús es extraordinaria porque reivindica sacar a la luz lo mejor de cada persona y valorar en grado máximo la importancia de cada uno. Por eso, yo también me apeno por la pérdida de cualquier persona, me alegro por cada criatura que nace, y agradezco la existencia de todos. Y frente a cualquier atisbo de división yo me quedo con unas palabras muy antiguas de la tradición bíblica: “El Señor te bendiga y te guarde, haga brillar su rostro sobre ti, te conceda su favor y te dé la paz” (Nm 6,24-25).