Paul Celan

La palabra dolor

Se te dio en la mano:
un tú, sin muerte,
junto al que todo el yo volvía a sí mismo. Pasaron
en redor voces sin palabras, formas vacías, todo
entraba en ella, mezclado
y desmezclado
y vuelto
a mezclar.


Y números fueron
entretejidos en lo
innumerable. Uno y mil lo
que delante y detrás
era mayor que sí mismo, más pequeño, bien
maduro y retro- y re-
transformado en
germinante Nunca.


Lo olvidado intentó
agarrar lo por olvidar, continentes, corazones, en partes,
flotaban,
se hundían y flotaban. Colón,
con el cólquico, el in-
temporal, en el ojo, la flor-
madre,
asesinaba mástiles y velas. Todo se largó,


libre,
descubridor,
la rosa de los vientos dejó de florecer, se
deshojó, un océano
floreció en masa y manifiesto en la luz negra
de las delirantes líneas de fe. En féretros,
urnas, canopes,
despertaron los niños
Jaspe, Ágato, Amatista  ─ pueblos,
tribus y estirpes, un ciego


que sea


se anudó en
el cabo libre
de cabeza de serpiente ─: un
nudo
(y contra-y tras- y anti- y gemelos- y miles
nudos), ante el que
la camada de ojos de noche de cuaresma
de las estrellas-martas en el abismo
de-de-de-
letreaban, letreaban.


Paul Celan de La rosa de nadie – I [1963]

Trad. José Luis Reina Palazón