40. Ay de mí si no predicara el Evangelio

Así decía san Pablo. De la predicación del Evangelio depende la salvación de los hermanos. “Ay de mí si no predicara, yo que he recibido la vocación de apóstol”. 

En la bellísima vida del Santo compilada por el Merlini con la deposición a los procesos canónicos, encontramos escrito: “En diciembre de 1822 el Siervo de Dios fue a Montorio. Caía mucha nieve y tenía que pasar por caminos muy peligrosas por aproximadamente catorce millas a pie, entre copos de nieve y sin otro reparo que el solo solideo. Tratando de disuadirlo, él me dijo que, como los rigores de las temporadas no detienen a los soldados, los cazadores y los pescadores en atender sus trabajos, y con mayor razón, no deben detener a los anunciadores evangélicos”. Pero la frase más bella  que solía decir a los co-hermanos cuando se quejaban de las inconveniencias del apostolado, era la siguiente: “Si Jesús se hubiese preocupado del hambre y del frío y muchas más inconveniencias, nunca habría venido sobre la tierra”. 

¿Puede quedarse quieto un apóstol, un misionero? ¡Sería un contrasentido! ¿Habría podido quedarse inmóvil un apóstol y misionero como Gaspar? ¡Más absurdo todavía! El Valentini, compañero de muchas misiones, dice: “Aunque con fiebre continuaba su ministerio, diciendo que después tomaría los medicamentos”. ¡Un después que nunca llegaba! Cuando le aconsejaba de cambiar clima para curarse, respondía: “Encuéntrenme un clima donde no se muere y allí iré”. 

“Para el bien de las almas emprendía viajes desastrosos, enfrentando intemperies, especialmente de nuestras difíciles montañas, sin fijarse en fatigas. Él mismo confesaba que, tratándose del bien de las almas, no conocía temor, ni fatiga, ni peligro, y confiando en Dios todo lo superaba”. Sus viajes nunca eran cortos y cómodos, a menudo sobre carruajes, muy a menudo sobre carros pocos seguros, a veces a cabalgadura, que casi siempre lo remecían. “La mayoría de las veces recorría a pie largas millas de caminos barrosos entre lluvia nieve, con fiebre y tos convulsa; y mientras quería que los compañeros descansasen y se curasen, él inamovible no conocía descanso, ni curaciones”. “durante los largos y angostos caminos, entorpecido por el frío y sofocado por el calor, solía repetir a los compañeros ¡Esperamos al llegar poder dar muchas almas a Cristo!”. 

“Pasaba casa por casa, de pueblo en pueblo, de región en región, sacrificándose en el sufrimiento”. Aunque vencido por el cansancio, de fiebre y enfermedades, nunca quería descansar. “Ahora el Señor lo quiere todo de mi – decía – descansaré en el paraíso”. no lo gastaban la mala salud, la pobreza, las moradas incomodas, los percances, la indigencia, la comida escasa o disgustosa, el frío, el calor, el pantano insalubre, las oposiciones, los peligros. He aquí una frase suya celebre, muchas veces repetida: “Aunque se desencadena todo el infierno, yo, para salvar las almas, nada temo: Dios está conmigo, Dios así lo quiere”. 

El Merlini cuenta más: “un día, predicando al aire libre, bajo una tormenta de nieve, la sotana quedó tan cubierta, que parecía tener una manta de un blanco lienzo. Un hermano trató cubrirlo con un paraguas, pero él lo rechazó enérgicamente y enseñándole el pueblo, que lo escuchaba inmóvil, blanqueado como él, dijo: - ¡Aprendamos de ellos! – con esas palabras, los sacerdotes que estaban cerca de él con el paragua abierto, lo cerraron inmediatamente”. 

De Roccagorga a Prossedi “sorprendido por lluvia intensas, dio el único paraguas a los compañeros y se echó encima toda el agua”. Llegados a Frosinone, entró goteante en  la casa. Se acercaron todos para ayudarlo a secarse, pero también para reprenderlo afectuosamente. Él como siempre, contestó sonriendo: “Se hace solo y todo por el amor 

de Dios”. 

Más seguido, como lo hemos ya dicho y como nos tocará decirlo más todavía, Dios confirmaba la predicación con asombrosos milagros. Eran la recompensa celestial a las tantas fatigas enfrentadas. 

En 1825, en la famosa misión de Gaeta, se verificaron en un solo día diversos eventos portentosos. Después de su oración, en todos los pozos y los tanques brotó agua, después de largos meses de sequía. Una pública pecadora que se burlaba de él, mientras predicaba en Piazza del Mare, murió en la noche y el cuerpo fue encontrado la mañana siguiente horriblemente transformado. En la misma plaza, mientras predicaba, se rompió la rama de un árbol repleta de gente y él con un gesto la paró y todos pudieron ponerse a salvo. En aquella misma predicación, mientras hablaba con grande ardor de la Sangre de Jesús, fue investido por un halo de luz y fue visto levantarse desde el escenario por más de tres palmas. Estaba presente también un Regimiento de soldados situados en la ciudad. 

Un día el Hno. Falcione preguntó a un campesino que miraba encantado al Santo y lloraba como todos los demás fieles: - ¿Tú logras entender lo que dice el Misionero? - lo que dice – contestó – no sabría explicarlo, pero lo entiendo. Y sobre todo entiendo como lo dice. ¡Él nos hace llorar a todos! 

Es el testimonio de vida, lo que da fuerza a la palabra anunciada.