06. Entre los vendedores campesinos

Gaspar, ahora ya, entrevé, más allá de los muros del palacio, horizontes más espaciosos e invitantes para su apostolado. Ha comprendido, después de la huida fallida, que ciertos propósitos hay que madurarlos con los años y que un mundo a evangelizar se encuentra a poca distancia, e incluso en el interior del Palacio. Llega a integrarse al grupo del pequeño clero. Se puso la sotana permanentemente; Como se decía entonces, "se vistió como abadito". Expresó la voluntad de lanzarse a la vida eclesial. La elección, por supuesto no es definitiva, ocurría alrededor de doce años. Gaspar, sabe que con la vestidura clerical hay un compromiso más solemne, una responsabilidad más evidente de progresar en la virtud. La lleva con decoro y dignidad que genera respeto por parte de todos.

Un día, volviendo de la escuela, se encontró en el patio del palacio al príncipe Altieri con su esposa y su hijo pequeño. El príncipe, cosa que asombra para la época, se quitó el sombrero y saludó con respeto al hijo del cocinero, mientras que la princesa ordenó al hijo de besar la mano del Santito, y éste, asombrado y confuso, se sonrojó y trató de protegerse. El príncipe, finalmente se encomendó a sus oraciones. "Es mi deber, excelencia "- dijo Gaspar con sincera gratitud. Debía mucho a él, ya que había acogido a sus padres en momentos de necesidad.

Gaspar asiste al famoso Colegio Romano y se desempeña con provecho en materias difíciles, ganando buenas calificaciones y medallas. Se está haciendo la reputación de mateo y no faltan compañeros bromistas que, de vez en cuando, le hacen mala jugada. Él no se descompone: incluso la escuela es para él un lugar de evangelización.

De todas las iniciativas, prefiere la más humilde y esquivadas por otros, que  comprometen mucho y no procuran ninguna gloria. Hay muchas, en Roma, otras las empieza él. Por ejemplo la de los “Barozzari”.

Una multitud de campesinos que venían del campo romano, que lleva a Roma la cosecha de heno de los campos y venden al mejor precio. Era el combustible, ya que alimentaba a los caballos que tiraban los carruajes.

El heno era apilado en “Campo Vaccino” – el famoso Foro Romano – reducido a almacenamiento y pastoreo. A los barozzari se unían trabajadores de todo tipo, que llegaban desde Marche, Abruzzo y Campania, como temporeros, aunque sea por unos pocos centavos, para no morir de hambre. No he oían nada más y nada menos que improperios, blasfemias y maldiciones. Cegados por el vino, entre riñas y peleas, no pocas veces se quedaba algún muertos.

"¿Desde cuanto tiempo” – se preguntaba Gaspar - "esa pobre gente de la manos callosas, quemados por el sol y las heladas, harapientos y sucios y con grandes calzados a los pies, no han oído hablar de Dios?". Salió de la pregunta, en respuesta, la página más hermosa de su vida en el período de preparación al sacerdocio.

Así fue que se pudo ver un curita limpio y agradable, andar alrededor de hombres y bestias, hecho signo de muecas, gestos malintencionados e incluso amenazas. Llegó a unos pocos: una palabra y un pequeño regalo sirvieron para romper el hielo. Los brutos ocupantes de Campo Vaccino, de los insultos pasaron a la curiosidad, y luego a los intereses, al fin el respeto. Sentado sobre un haz de heno, el joven curita les contaba las parábolas del Evangelio, hablaba del amor de Dios, de la Sangre derramada por Jesús para ellos también. Tocó teclas sensibles: les hizo recordar la infancia, la oración aprendida de rodillas frente sus madres - ahora tal vez desaparecidas – y nunca más recitada, la Primera Comunión. En sus rostros endurecidos y barbudos se veían algunas lágrimas. "¡Jesús ha ganado!" - Exclamaba el joven curita. "¡Jesús retoma posesión de vuestros corazones!".

Así nació la obra de los “Barozzari”, con un programa bien planificado de evangelización: Ante todo, conocer a Dios, respetar su ley; organizarse para encontrar un trabajo honesto y decente; ayudarse y respetarse unos a otros; unir las fuerzas para la defensa de un salario más justo y dirigirse a la autoridad, si es necesario. Un verdadero sindicato en vista previa, por el bien del alma y de una vida más humana.