39. En la tormenta una cándida flor

        La palabra de Dios es una semilla que los apóstoles, por mando de Jesús, difundieron en todo el mundo, dando inicio a un pueblo nuevo no ligado a la descendencia genética y racial, sino a la adhesión a aquella palabra. Nació un pueblo formado por personas de toda tribu, lengua y nación. Los apóstoles fueron instrumento de Dios, históricamente determinados, por todo lo que derivó de su predicación, también cuando (y fue la norma) no fueron conscientes  de las consecuencias de su predicación. Así fue, así es de los Misioneros. Ellos van por el mundo, siembran la palabra y esta fructifica por su propia virtud. ¡Cuánto bien surgió por la predicación de Gaspar del Búfalo, sin saberlo, en cada rincón de Italia!Se incluye en esta lógica el acontecimiento de María De Mattias. Proveniente de una familia acomodada de Vallecorsa, donde nació en 1805, irreprochable por honesta práctica religiosa, ella está insegura sobre el quehacer de su vida. Gaspar y sus misioneros llegan al pueblo a predicar la misión. Predican la Sangre de Cristo, precio de todo ser humano. Insisten sobre la necesidad de devolver a los pecadores en el camino de la salvación.

María no pierde tiempo. Decide: “Seré una misionera. Yo también anunciaré las glorias de la Preciosa Sangre”.

Propósito muy atrevido, para una mujer; quizás demasiado atrevido. Las mujeres en la Iglesia siempre han sumisamente callado y muchos están convencidos que ellas deban callar por voluntad de Dios. María, está convencida de lo contrario, pero no sabe cómo realizar el propio sueño.  Encuentra a don Giovanni Merlini, seguidor de Gaspar. Bajo la dirección de este hombre, joven y sabio, se encamina y lleva a cumplimiento el propio carisma de apóstola.

La gente dice de María: “Habla mejor que un cura”. Y no pierde la ocasión para sembrar la palabra de Dios. Predica en las iglesias y en las plazas. Los obispos, después de alguna perplejidad, no pueden no reconocerle la autenticidad de la vocación. Después de los apóstoles y los misioneros, nacen las apóstolas y las misioneras, porque María funda una congregación de mujeres dedicadas -  como lo había   escrito don Francesco Albertini – “a hacer que la Sangre de Jesús no haya sido derramado en vano, y que cada uno saque provecho de esta”.

María fascina, entusiasma, atrae, convierte. Muchas jóvenes la siguen. No hay que asombrarse si los pueblos piden continuamente la presencia de sus Hermanas, que, formadas por ella, imitan la espiritualidad y, a la vez, como ella, se vuelven apóstolas y maestras.

Antes de su muerte se contaban ya sesenta Casas en Italia y al extranjero.

Las malignidades más crueles sobre su virtud la hacen sufrir, pero no la derrumban. La Sangre de Cristo es para ella la única fuente de alegría y de fortaleza; el Señor la enriquece de dones sobrenaturales: escudriñamiento de corazones, éxtasis, sanaciones, prodigios inexplicables.

En el lecho de muerte, a la edad de 61 años, entre indescriptibles sufrimientos, habla una hora entera de la Pasión de Jesús. ¡Es su último canto terrenal al Divino Cordero! Una úlcera en la lengua le quita la palabra; entonces hace ademán a sus Hermanas, que en lágrimas rodean la cama, cantan con alegría un himno a la Preciosísima Sangre.

El 18 de mayo de 2003 el Papa Juan Pablo II proclamó María De Mattias  Santa y sus hijas están hoy difundidas en todas partes del mundo.

¡Cómo sería más pobre la historia, hoy, si Gaspar del Búfalo aquél día no hubiese ido a Vallecorsa! ¡Cómo sería más pobre la historia si don Giovanni Merlini no hubiese tenido confianza en una joven tímida y retraída, privada de la cultura, nacida en un pueblo de bandidos! ¡Cómo sería más pobre la historia si María de Mattias se hubiese dejado desanimar por las dificultades de la vocación que Dios le reveló, gracias al apostolado de los Misioneros que fundaron una Casa de Misión en su pueblo!