11. El ratón.

        ¡El viaje de los cuatro presos fue un verdadero desastre! Imaginémonos las calles de aquellos tiempos y el carruaje sacudido por todas partes que, primero entre Roma y Florencia, después de Florencia a Bolonia, y, finalmente de Bolonia a Piacenza, tuvo que cruzar decenas y decenas de pueblos, con muchas curvas, colinas y valles.Gaspar, como todos los romanos de la época, estaba muy apegado a su ciudad, de la que no estaba acostumbrado a salir, excepto para el catecismo en algunos poblados de los alrededores y los muy raros paseos en las inmediaciones de Castelli Romani.

En Piacenza, por cuanto rica en palacios y hermosísimas iglesias, que atestiguan la fe de la gente y en la magnificencia de los Duques, el joven sacerdote de repente se sintió abrumado por la nostalgia de su patrio suelo.

Llegaron en plena noche el 15 de julio de 1810. La ciudad estaba dormida y el aire oscuro, sofocante y húmedo, por las aguas del río Po y del Trebbia, penetraba en los huesos. Los prisioneros estaban reducidos "como trapos" y "Gaspar sentía muy mal y apenas se mantenía de pie". Mientras muchos sacerdotes y prelados que, con valentía habían negado el juramento, fueron mantenidos en las prisiones correccionales de Santo Sepulcro, ellos fueron dejados y abandonados en una plaza con la obligación de nunca salir de la ciudad y obligados a buscar alojamiento por su propia cuenta.

          En la esquina de la plaza vieron una linterna y el letrero con inscrito “Posada”; tocaron la puerta y pidieron alojamiento. Fueron llevados a dos apestosas habitaciones, con colchones de paja extendidos en el suelo desnudo, sin siquiera una vela. Junto con Gaspar, para el deleite de ambos, dormía el Albertini que, veinte años mayor que él, actuaba como un padre.

Gaspar no podía dormir. Tantos recuerdos, felices y dolorosas, desde la infancia hasta el momento de su alejamiento aparecían en su mente. Y luego la mamá… Ya, la madre querida, cariñosa, afectuosa. ¿Qué estaría haciendo a esa hora? Ciertamente lo pensaba y ni siquiera ella, entre lágrimas, lograría dormir.

A detener estos pensamientos vinieron a él extraños ruidos guturales y de repente la agitación del Albertini. Gaspar saltó de la camilla y, a tientas, llegó a su lado: - ¿Don Francesco, que tienes? ¿Te encuentras mal? Hable…

Preocupado gritó fuerte y pidió ayuda. El "camarero", viejo decaído y flemático, que dormía en una habitación del mismo piso, irritado por la llamada inusual, se quejó diciendo: - Ahora voy, ahora voy.

Pero ¿Qué le estaba sucediendo al pobre Albertini? Durmiendo se le había cortado la respiración. Algo viscoso había penetrado en la boca y se la rasguñaba, no pudiendo seguir adelante, o salir… El pobrecito se sentía asfixiar, jadeaba ahora. Finalmente logró sacar al intruso: ¡Era un Ratón!

Después de media hora llegó el anciano, y sabido lo que era, dijo enojado: - ¡Y me han molestado por tan poco a esta hora! ¡Qué cosa! ¡Qué cosa!

Gaspar, sensible como lo fue también en el físico, sintió tanta repulsión que, en lo largo de su vida, tuvo terror indecible de los ratones, y también para otros animales acostumbrados a introducirse en las habitaciones, tales como lagartos y cucarachas.

Los cuatro sacerdotes eran, por el momento, sólo unos exiliados y no unos presos. Al amanecer llegaron a la parroquia de San Mateo y pidieronhospitalidad pagando. E1 párroco les dio la bienvenida con gran respeto, cuidado y veneración con razón de su convicción y buena prueba de fidelidad al Papa.

Las primera semanas pasaron tremendamente muy parecidas: aislamiento, aburrimiento, tristeza sombría, monotonía de una ciudad plana y húmeda, que hizo escribir a Gaspar: "¿Piacenza? (agradable) ¡No. Más bien debería llamarse Dispiacenza (desagradable)!".