Hemos puesto en relieve en que don Gaspar, desde el primer día de Fundación, estableció la "estricta observancia de las normas" que él mismo había dado a su nueva Congregación. Y este es la primer secreto del desarrollo maravilloso del Instituto: la perfecta observancia. Decía a sus compañeros en desánimo por los cambios en los niveles de vida, acostumbrados en Roma, donde no hacían falta comodidades, parientes y amigos: ¡"Los cartujos hacer votos, y nosotros los observamos!". De hecho, él quiso una Congregación que parecía extraña en aquellos tiempos, es decir, sin votos y sin obligaciones especiales, a excepción deaquellos que cada buen sacerdote debe tomar. ¡Esta tenía que cimentarse sobre Caridad! No es por nada que San Pablo había escrito que “la caridad es el vínculo de la perfección”.
La quiso pobre: "Si la Congregación algún día llegara a ser rica, ya no sería mi congregación". Aceptar todo, pero servirse sólo de lo necesario, el resto sería para los pobres.
¡Realmente no se podía hablar de la riqueza en aquellos días! Comían y bebían lo que donaban benefactores. Dormían en un antiguo convento, más encima en ruinas, donde murciélagos y ratones se pasaban de dueños.
Nunca un misionero o un hermano lego se quejaron. Tenía corazón y alma unidos y vivían en el perfecto regocijo. La bendición del Señor estaba con ellos. Y aquí está lo que sucedió un día en San Felice. Un episodio que trae a la mente la belleza de las Florecillas de San Francisco de Asís y la simplicidad del FraileGinepro. También lo eran los primeros compañeros del Santo Gaspar.
Uno de ellos era Hno. Alessandro Pontoni de Camerino, quién, habiendo interrumpido sus estudios en el seminario durante la invasión napoleónica, pidió al Fundador ser aceptado como un hermano lego en San Felice, ya que se "sentía llamado a la vida religiosa". De él así está escrito en la crónica de esa primera Casa: "Ha sido ejemplar en la observancia de las Reglas y para la premura y la destreza en las tareas de a él asignadas". Era de gran porte y dotado de fuerza física considerable, en contraste con su dulzura y la sencillez interior. Para los animales, tenía un amor todo franciscano, a tal punto que, en los caminos cuesta arriba, cargaba sobre las espaldas parte de la carga de los burritos, que ya cansados arrancaban sin aliento. Tenía tanta compasión que reprendía severamente a los amosque los pegaban sin piedad. Por lo tanto – ¡es histórico! - Los burritos, más agradecidos que los hombres, con carga o sin carga, cuando lo veían, salían a su encuentro trotando y rebuznando.
Ahora pasó que los Padres que se encontraban en San Felice, a causa de la crónica pobreza, desde hace unos días no bebían siquiera un vaso de vino,aunque si Regla le asignaba uno para el almuerzo y otro para la cena. Un día, mientras estaban en la mesa, un burro cargado con dos barriles del “bueno”, entró derechito al refectorio, que estaba en la planta baja, arrastrando consigo el amo, quien se había aferrado a la rienda para detenerlo. ¡Hubo una risa general!Aquellos buenos Padres invitaron al caballero a sentarse a la mesa con ellos: "No hay mucho, pero nos dé el gusto de compartir con nosotros lo que hoy pasa laProvidencia". El buen hombre aceptó con gusto, pero, observando que en las mesas que había sólo agua embotellada, "¿Cómo lo hacemos para comer - dijo - sin siquiera un vaso de vino? ¿Es posible que el su santo Superior no les permite que usted tomen, incluso en la mesa? ". "No, amigo, no es culpa de su Superior, de hecho lo puso incluso en el reglamento que tocaría un vaso para almuerzo y uno para cena; pero… cuando hay dinero para comprarlo. Ahora hace tiempo que no vemos ni un centavo de baiocchi y el vino no se puede comprar". El buen hombre se conmovió y se volvió hacia el hermano Alessandro: "¡Ven, - le dijo - dame una mano!" Descargaron los barriles y riendo agregó: "El asno y su amo ruegan a los santos Padres de aceptar este regalo. Ahora tomemos un vaso brindando anuestra salud”. ¡Pero aquí está tu mano, querido Hno. Alessandro, encantador de burros!" .
Gaspar que estaba presente, añadió, feliz y de buen humor: "Tiene usted razón, sin duda esté la mano del Hno. Alessandro, pero no hay duda de que estéla mano del Señor. ¿Quién dice que el burrito, una criatura de Dios, no haya, mientras pasaba, escuchado la exhortación evangélica: Den de beber a los sedientos?".