3. La cama sangrienta
Querrás saber más acerca de los padres de un niño destinado a ser extraordinario. Estoy dispuesto a cumplir con tu legítima curiosidad. Ya sabes sus nombres: Antonio y Annunziata. Ahora voy a decirte algo de ellos, para hacerte comprender cuanto los padres son importantes para los niños.
Antonio tenía los defectos y virtudes del genuino romano de Roma: jovial, amante de la compañía, despreocupado y placentero, tal vez facilón y gastador, impetuoso, pegado a la buena comida - ¡Fue cocinero de un Príncipe! - Con una fuerte inclinación por los espectáculos y juego de pelota, incluso entonces en boga en Roma. De hecho, esta pasión le llevó a improvisarse como emprendedor de obras de teatro y partidos de fútbol, con catastróficas consecuencias financieras. Demasiado tarde se dio cuenta de que sería mejor volver al trabajo más seguro y humilde del cocinero.
Todo esto no impidió que se tratase de un hombre de probada honestidad, de profunda fe cristiana, trabajador, leal a su esposa y premuroso con los hijos, de los cuales tuvo mucho cuidado, siguiéndolos paso a paso en el entretenimiento, en el estudio, en la selección de las sanas compañías.
Annunziata era de un carácter suave, delicada, de un trato distinto. Las dos modestas habitaciones donde se alojaban en el departamento de los criados del palacio Altieri, eran pulcritud y orden; “por lo que se dijo que ella, y no el marido, era la verdadera descendiente de los nobles marques del Búfalo”. El elogio más grande que se merecía nada menos, es el siguiente: "La madre templada en la fe, educadora perfecta, heroica en el tratamiento de la locura de su marido, en las duras pruebas de la pobreza, de la muerte prematura del primogénito, del exilio de Gaspar, penas que la llevaron pronto a la tumba.
Gaspar tomó un poco de la mamá y un poco del papá, como es justo y como casi siempre sucede. Reprodujo en sí, perfeccionándola con los años, la sólida piedad de Annunziata, su gusto por las cosas ordenadas y finas, cortés en el trato, el sentido de orden y limpieza, hasta el punto que ella, íntimamente orgullosa, decía: “¡Con este niño he de estar siempre con la escoba en la mano!”.
De su padre heredó el carácter alegre y abierto, la impaciencia a veces impetuosa e irritable, pero siempre bien reprimida y controlada, al punto de decir: "Lo siento… me enfado, porque me enfado". Nunca llegó a ofender a nadie. Heredó de su padre la pasión por las multitudes, la palabra cálida, que fascinaba a la audiencia, un tanto teatral y genio organizativo.
El alma del pequeño Gaspar, mística desde el principio, formada por su madre, pronto también se convirtió en activa y apostólica, de modo que, desde la infancia expresa el celo que lo consumirá toda mi vida. Después del fervor de la primera comunión, y la asidua asistencia a los talleres de predicación de las fiestas religiosas, comenzó a erigir altares en la casa, a organizar funciones, durante las cuales se subía a la silla como sobre un púlpito, exhortaba a la audiencia - padre, madre, hermano, amigos, funcionarios del Príncipe - e instaba con gran calidez a la… conversión.
Al mismo tiempo está convencido que es el más grande pecador, y para pagar faltas imaginarias, pasa noches enteras de rodillas, en oración, en el desnudo suelo. Annunziata, siempre tierna y vigilante, a menudo se ve obligada a levantarlo forzadamente y llevarlo a la cama, mientras exclama con angustia: "¡Este hijito mío me está paralizado!”.
Una mañana, en poner en orden la cama, Annunziata se sorprendió: ¡Las sabanas estaban manchadas con sangre! El hijo, con franqueza, le mostró el cilicio, que rodeaba su cintura. ¡Una verdadera bomba! "Una cuerda, equipada con piezas de lata cortados a formas de estrellitas, cuyas puntas retorcidas, penetrado en las tiernas carnes, lehacían chorrear sangre". La madre, horrorizada, se lo soltó y limpió las lesiones. Gaspar, comprendiendo el dolor y los temores de su madre, se echó sobre su cuello, la acarició y le prometió: “Mamá, yo quería imitar a San Luis. No lo volveré a hacer”. El episodio es auténtico. E1 cilicio, celosamente guardado en la memoria por un compañero de infancia, Pippo Berga, después de la muerte del Santo lo entregó a su segundo sucesor, Don Giovanni Merlini.
Esa sangre inocente, derramada por el niño Gaspar "en expiación de los propios pecados y los de los demás", es como el amanecer de su vida misionera, cuando en las iglesias, en las plazas públicas y en la cabecera de los moribundos, se flagelará con instrumentos mucho más doloroso, para inducir a los pecadores obstinados al arrepentimiento.