E1 Señor, cuando elige a sus apóstoles, antes de lanzarlos al acción, los hace pasar a través del crisol del dolor. La prueba para Gaspar, inició en Piacenza… para no terminar nunca, hasta el último aliento.
Después de unos días de su llegada, Gaspar es tomado por una debilidad cada vez más grave, acompañada de falta de apetito, vómitos y continuos dolores de cabeza. Ningún medicamento le sirve, los nervios se endurecen y revientan al roce más suave, finalmente la fiebre lo agrede y lo postra, lo que complica terriblemente la neurastenia ya en marcha. De los amigos de Roma se entera de que su madre, al mismo tiempo, como él, está en declive en la salud. El dolor aún más lo deprime, ¡lo sofoca! Los médicos ya están empezando a comprender que sus facultades se están acabando.
Y, de hecho un mal día dicen que el joven sacerdote está sin remedio. Les administran los Sacramentos; ¡por lo que es el final! Don GiuseppeMarchetti y Don Francesco Gambini están al lado de su cama, petrificados del dolor: ¡Gaspar es tan joven! Extrañamente la cara de1 Albertini se ve serena; ¡propio él, que lo quiere! En efecto, parece que su mirada es brillante, alegre.
Marchetti y Gambini, para dejar solos el padre espiritual y su dirigido en esos últimos momentos, salen. No es bueno molestar la última entrevistaentre ellos sobre la tierra.
Aquí el Albertini se sienta tranquilamente en la cabecera de la cama del enfermo y cuenta: "Escucha, hijo mío. En el Monasterio de Le Paolotte, en Roma, conocí a Sor María Inés del Verbo Encarnado, nacida con el nombre de Barbara Schiavi, y me volví su confesor. Incluso tú la conoces bien, porque era famosa en toda Roma".
Por supuesto que la conocía y que se había hablado mucho de ella durante los pocos meses antes de su partida hacia el exilio, cuando ella estaba muerta. Era venerada por el obispo Vincenzo Strambi y Clotilde de Saboya. "Tenía fama de ser santa - continúa el Albertini - favorecida de Dios por el don de milagros, profecías y consejos. Yo la conocía bien, porque yo la dirigí en el espíritu unos pocos años y hablaba con ella todos los días. Hemos hablado de ti también. Ella me aseguró que habrías de lider a los Misioneros de la Preciosísima Sangre".
El Albertini concluye: "Hijo, yo no siento dudar de las palabras Sor María Inés, porque oré tanto para este propósito y me parece que el Señor me lo haya mostrado como un proyecto suyo. Tú sin duda sanarás. Tú has aceptado en tu corazón el sacrificio supremo, la muerte, resignado a la voluntad de Dios. Pero los designios de la Providencia son diferente, no puedes morir".
Gaspar obedece dócilmente y, contra todo pronóstico, la fiebre baja, el estómago comienza a tomar los alimentos, poco a poco regresan a las fuerzas y la cara retoma el color habitual.
Gaspar siente en el corazón, como un susurro, la voz de Jesús: "¡Esta enfermedad no es para la muerte, sino para que se manifieste la gloria de Dios. Levántate y camina!"