36. Prepárate para sufrir

    Si usted va a Loreto, en la Santa Casa, se puede leer en la lápida, que trae tallados los nombres de los ilustres visitantes, también el nombre de san Gaspar. Él era muy devoto de la Virgen de Loreto, y nunca dejó de ir allí a rezar, sobre todo cuando estaba en Marche. Cada vez, como él afirma, obtuvo gracias y revelaciones muy importante. En 1821, en el momento culminante de su apostolado para la conversión de los bandidos, fue allí con don Biagio Valentini y se retiraron en la oración; mejor dicho, según el Valentini, tuvo con la Virgen una "larga conversación", de la que salió ardiente en el rostro y "casi fuera de sí". Acercándose al co-hermano, exclamó suspirando: "Cruces, cruces y cruces". Y de las muchas cruces que ha tenido que sufrir inmediatamente después tuvo una confirmación durante la celebración de la Santa Misa en el altar de Santa Clara de Montefalco. Oyó una voz bien distinta que vino de arriba: "Prepárate para sufrir".

¿Hasta ese encones, su vida no fue tal vez un sufrimiento continuo físico y moral? Los santos están siempre preparados y listos para aceptar el dolor. La conversación con la Virgen y la voz misteriosa fueron el preludio de una tormenta sin precedentes e infernal, a punto de caer sobre él, y también un signo que la Virgen estaría siempre a su lado. Ella ya había revelado a un alma santa que la Congregación de Gaspar había nacido bajo su protección y siempre la habría defendido.

No fueron sin duda los sufrimientos debidos a su delicado estado de salud que podrían impresionarlo; y de hecho siempre decía: "El Ministerio me hace ligero como una pluma y no gozo de buena salud, como cuando voy en la Misión". Lo que en cambio le atravesó el corazón fue la amarga guerra, sin reparo y sin exclusión de combos, que no solo le movían los civiles y sectarios, sino también algunos miembros del clero e incluso algún superior eclesiástico. Incluso entre sus hijos hubo un Judas. La conversión de los bandidos llega a afectar los intereses de muchos, empezando por aquellos siniestros personajes que ocupaban los más altos cargos del Estado y el ejército. En lugar de reprimir, tenían todos los incentivos para alimentar el bandidaje, y terminaron aliándose secretamente con los Masones por las grandes ganancias que recibían.

Mientras que en el principio se burlaban del Santo, por la ilusión de poder obtener la conversión de gente tan feroz con sus cálidos sermones, cuando se dieron cuenta que, poco a poco, los bandidos se reducían, comenzaron a temer por los salarios dobles, y las ganancias ocultas. En consecuencia desencadenaron una lucha sutil contra él y sus compañeros, tratando, en primer lugar, hacerlos pasar a los ojos de los bandidos como espías del Gobierno y traidores. Luego, al ver que los ladrones nunca le creían, se intensificó con ferocidad sin precedentes la ya dura represión; finalmente acusaron a Gaspar frente los diversos papas, con las calumnias más viles. Pío VII, que bien conocía al Santo y que tan quería, no cayó en la trampa, en cambio, León XII y Pío VIII, si le hicieron caso. León XII llegó a prohibir el uso del título de la Preciosísima Sangre y Pío VIII, en un primer momento, a suprimir la Congregación. Tanto el primero como el segundo llegaron a reconsiderarlo.

Gaspar había hecho el propósito no sólo convertir a los bandidos, sino de promover una renovación de toda la sociedad de la época y su regreso a Dios. Por este fin, con valentía y en palabras clarísimas había presentado a León XII, por medio de Cristaldi, un Plan para la Reforma de los pueblos. En este, parte desde el culto a la Sangre de Cristo Redentor, "arma de los tiempos" para combatir las nuevas ideologías.

Los errores, de hecho, incluso se habían infiltrado en las filas del clero y no con el objetivo de destruir algún dogma, sino para luchar contra el mismo "Cristo Señor y la Iglesia". Así que hizo hincapié en la necesidad de un plan de reforma general, comenzando con el clero. “En los míseros tiempos nuestro - decía el Santo - es general la crisis de los pueblos e inexplicable la perversión de las máximas y la moral”. “El Señor no está complacido con el clero "; hoy en día los prelados se abandonan a lo placentero, juegos, baile y la moda…". Y he aquí su propuesta: Una profunda reforma del clero y en especial de la jerarquía; el llamado a los religiosos a la vida de comunidad, restaurando la antigua observancia y viviendo una profunda vida interior; los Prelados, de los cuales él denuncia la ligereza de las costumbres y la vida de disipación, regresen a una vida austera, que honre la dignidad que revisten. Los obispos observen la obligación de residencia en la diócesis, pastoreen con sabiduría y dulzura su grey y abandonen toda avaricia y anhelo a los honores. Para presidir las Delegaciones Pontificias en el Estado sean nombrados prelados dignos, maduros e imparciales. Los jóvenes antes de ser consagrados sacerdotes, observen un periodo más largo de formación espiritual e intelectual, ya que en el clero hay una gran cantidad de ignorancia. Se establezcan Casas del Clero para una vida común del clero secular. Es doloroso ver a sacerdotes y laicos, que vienen a Roma para hacer trámites en la Curia, ¡esperar días y meses antes de ser escuchados! Por lo tanto, es necesaria una reformar de la burocracia.

Gaspar, desde entonces, también sugirió lo que pondrá en acto Pablo VI, es decir, la abolición de los Guardias Nobles "compuesta por jóvenes mimados y ociosos" y la renuncia a los cargos religiosos y civiles de las personas ancianas: "Cada uno tiene que soportar el peso que puede" para no dañar a la Iglesia y al Estado. Gaspar, que conoce los grandes privilegios y la riqueza de los nobles y de los ricos terratenientes, implora al Papa escuelas públicas y la admisión gratuita en los Colegios para jóvenes de particulares habilidades e inteligencia, para dar a los pobres también la oportunidad de estudiar y acceder al público empleo. Fue con este fin que ya estaba diseñando las bases de la rama femenina de su Congregación, con el objetivo de educar e instruir de forma gratuita a los hijos del pueblo.

Juan XXIII, que conocía bien la vida de san Gaspar, en la Alocución a las delegaciones de la Acción Católica, el 10 de mayo de 1963 en Roma, dijo: "Gaspar del Búfalo, un autentico apóstol romano, puede ser considerado como uno de los precursores de su movimiento".