05. Tienen mas hambre que yo

5. Tienen más hambre que yo 

El amor de Dios estaba siempre  calentando el corazón del pequeño Gaspar y lo hacía más activo. Habiendo recibido la prohibición para  lastimarse  la carne  con el cilicio, encontró otras maneras de mortificarse. Así fue que comenzó a ayunar el viernes, lo que limita la comida a una sopa y un trozo de pan. Así lo hizo también durante la cuaresma,  las vigilias y el mes de María como “manda” a la Virgen. 

Annunziata se vio obligada a observarlo con máxima atención y, a veces, también levantar la voz: "¡A tu edad no estás obligado a ayunar!". "¡Si tengo la edad suficiente para  pecar, también  la tengo para  ayunar!"  - Respondía. Pero cuando leía la preocupación en el rostro de la madre,  la acariciaba diciéndole: “Vamos, mamá, no se agite, se feliz, comeré…”.

Sabemos que la familia del Búfalo vivía en el “patio antiguo”  del Palacio Altieri y  que las ventanas de  las  dos habitaciones pequeñas, defendidas por fuertes barandillas, asomaban sobre la calle de la Gatta y la callejuela de Santo Stefano del Cacco. A través de estas rejillas el niño podía ver el vaivén de la gran miseria humana de Roma. Mendigos 

asquerosos y repugnantes, lisiados y discapacitados de todo tipo, que daban disgusto. A ellos se sumaban reales desocupados y ociosos de profesión dedicados a la mendicidad; no faltaban ladrones y estafadores. Las barbas y el pelo revuelto y lleno de insectos y los cuerpos, apenas cubiertos con trapos,  dejaban ver impresionantes  llagas purulentas. Algunos, sobre todo en verano, pasaban la noche tirados en las calles sucias e inseguras. El ojo de Gaspar  los escudriñaba, el corazón se apretaba y algunas lágrimas mojaban las pestañas. “¡Pobrecitos! yo lo tengo todo: amor, limpieza, comida. Ellos nada!” Desde las profundidades de su alma surgió de forma natural un impulso generoso 

para hacer algo de inmediato. Con una mano fuera de la rejilla hizo ademán de una  tímida invitación. Un pobre hombre que pasaba se acercó y vio entregándole con la otra mano un pancito partido en dos con algo dentro. Se pasó la noticia y se multiplicaron los pobres.  "¡En el Palacio Altieri  hay un príncipe tan bueno!". Ahora aquel ayuda se volvió un derecho. Si los vídriales de aquella ventana a cierta hora no se abrían,  multiplicaban los golpes de palos: ¡Una autentica  protesta sindical! Entonces Gaspar, corriendo, sacaba lo más que podía, como podía agarrar y se lo llevaba.

No distinguía cosas de cosas y a menudo daba lo que tenía para el almuerzo o la cena de la pequeña familia. Fue realmente conmovedor  verlo privarse de un caramelo: ¡Un verdadero heroísmo para un chico de su edad!  No es infrecuente que se convirtió en un mendigo con el fin de dar a los demás. A María y a los pequeños amigos decía: “Vamos, ustedes también consigan  alimentos  para los que mueren de hambre…”. 

Los pobres ya había estudiado todo hábito de su  pequeño  benefactor y  al aproximarse la hora de escuela, se decían entre ellos: "Vamos, el Santito está por salir”. "Para mí, a mí..." – Gritaban en coro, y Gaspar sacaba la colación que se había deslizado en secreto en la carpeta, haciendo creer a la mamá de habérsela comido. El mismo final hacía aquel centavo de baiocco que le regalaban en las festividades. 

Una  mañana Annunziata, descubriendo el truco, le reprendió con severidad. Si continuaría de esa manera se convertiría en  tísico. Gaspar con su genuina  sinceridad respondió: “¡Mamá, esa pobre gente tiene más hambre que yo!”.