22. Ángeles y demonios

Mil deseos de paraíso al Hno. Giosafat, tengan de él mucha caridad; se lo encomiendo más que a mí mismo y díganle que ore por mi y que, cuando irá al cielo, bese por mí la mano a María". Así don Gaspar escribía desde Roma al hermano Sante Angelini, quien se encontraba en San Felice.

     "El Hno. Giosafat, digno de mucha estima, fue uno de los primeros laicos, hermanos legos o auxiliares, de gran virtud, que dejó en el Instituto gran “olor” de santidad". Así se lee en las memorias de la época.

     Hace poco se había abierto Casa de San Felice, cuando, al atardecer, un hombre de unos setenta años, de apariencia recogida y digna, tocó la puerta del antiguo Convento. Fue don Gaspar a abrirle la puerta y el hombre, enterándose de quién era él, se arrodilló delante, le besó la mano y le imploró: "La fama de santidad de estos Padres ha llegado hasta en Marche; se lo ruego, padre santo, recíbanme entre ustedes, como su humilde siervo". Gaspar lo miró un momento, lo abrazó y dijo: "Usted es bienvenido entre nosotros, hermano, y Dios le bendiga”.

     "Nacido en San Elpidio en Marche, criado los niños y muerta su excelente esposa, Giosafat había dado al apostolado entre las familias. "Era un hombre de extraordinaria piedad, de singular inocencia, humildad grande, viva caridad, simple como una paloma". Finalmente una de aquellas almas que Dios ama y prefiere revelarse.

     A San Elpidio todo el mundo sabía que Giosafat, desde la terraza de su casa, le gustaba contemplar en la oración a la Santa Casa de Loreto y que, en las noches estrelladas, el Señor se complacía en mostrarle a los ángeles, que desde el cielo bajaban sobre el Santuario. Que los ángeles bajasen realmente o fuese solo el piadoso orante a verlos, en éxtasis, aquí poco importa.

     E1 santo hombre iba de casa en casa: con el rostro suave, maneras amables, la dulzura expresión y compostura fueron abriendo todas las puertas. ¡Era agradable entretenerse con aquel anciano que sabía reunir familias, leer buenos libros, contar historias de las vidas de los santos y rezar el Rosario con tanta devoción!                        ¡Sabía escoger el buen momento y la oportunidad para hablar de una manera sencilla y sincera del amor de Cristo y conducía hacia él a los pecadores!

     Y entonces lo vemos en San Felice. "A pesar de la edad avanzada - dice Merlini – se prestaba a todos los servicios, iba a pedir limosna, enseñaba el catecismo a los niños y sus compañeros hermanos legos, y pasaba largas horas y, a veces noches enteras en oración. Quien no encontraba en casa Giosafat, sabía dónde mirar: se ocultaba siempre en la cripta de la iglesia de San Felice, recogidos en oración ferviente".

     “Desafortunadamente, Dios lo permite - dice siempre Merlini - también sufrió mucho por parte de algunos co-hermanos. Dios quería con aquellas tribulaciones madurarlo aún mejor para el Cielo. Pero él siempre fue paciente y lo toleró todo con risa maravillosa, sin presentar quejas a los superiores".

     "Predijo - citando siempre el Merlini - a otro hermano asistente, seguro de sí mismo, que contrariamente habría dejado la Congregación, y a otro, tan inseguro y encontrado, que duraría hasta la muerte. Luego exhortaba a que nadie se sintiese consternado por el Instituto, cuando estaba en dificultades, porque se habría preocupado la Virgen". "Sufrió no poco para a causa del demonio, que se le aparecía en diversas formas y espectros". Incluso don Camilo Rossi cuenta que a veces Giosafat gritaba fuerte, como si ahuyentara algo horrible. Se escuchaba, al final, un gran ruido por toda la casa: era una señal de que Satanás había perdido la batalla.

     ¡Como sabía este hombre de Dios ocultar sus sufrimientos! Sufrió aún más en los últimos días. Su muerte, que él había predicho ya con anticipación, fue preciosa frente a Dios y a los hombres. Muchos afirmaron que habían recibido gracias por su intercesión. Enterrado en la cripta de San Felice, después de algunos meses, el cuerpo fue encontrado intacto.

     Este hombre, que pasó su vida en el amor de Dios y al prójimo, entre la visión de ángeles y tormento de los demonios, fue llorado por largo tiempo por aquellas buenas poblaciones que decían inconsolables: "¡Hemos perdido a  nuestro santo Hno. Giosafat!".