La primera fase de ignorancia complacida, cuando no se aspira a salir de ella...
La siguiente fase de ignorancia inquieta, en la que sin saberlo, intuimos algo más...
La siguiente es la de aprendizaje de forma decidida...
La mente se llena de conceptos, pero aún no siente la necesidad de educarse... El corazón se solaza, aunque no emprende todavía el sendero...
El tiempo pasa y el aprendizaje complacido va llegando a su término...
Ya no es suficiente con saber, jamás se acaba, nunca se sabe todo, cada vez se ignora más...
Llegamos a la fase del conocimiento que no produce completura ni bienestar...
Ahora es cuando llega la hora de trabajar...
Es difícil seguir. Es mucho lo que se consigue, y por lo tanto, grandes deben ser las pruebas. Esta es la forma de asegurar que las enormes capacidades que se obtienen sólo la adquieran quienes superen esta fase.
En este punto nos encontramos con la cabeza llena de ideas, consejos, axiomas, frases maravillosas, símbolos, héroes, maestros, dioses. Pero se suele olvidar algo importantísimo: el corazón.
Es necesario volver a nacer, comenzar a liberar la mente y el corazón desde el principio. A diferencia de cuando aprendemos algo y nos sentimos algo más sabios, pero los mismos, al transformar el corazón parece como si renunciáramos a nuestra identidad. No nos da la impresión de ser los mismos, aunque algo mejores, sino otros. Esto indica que vivimos con unos principios basados en el corazón, no en las ideas, no en la mente. Uno puede cambiarse de ropa, que se sabe la misma persona. Pero si basa el sentimiento de sí mismo en la ropa que se pone, no querrá cambiar su vestimenta.
En esta fase es necesario “sentirnos” de otra manera. Eso no se consigue leyendo libros, oyendo maravillas de la antigua ciencia. Puntualicemos más. Es cierto que con la lectura de ciertos libros, o en la proximidad de ciertas personas conseguimos sentirnos diferentes, mejores, más plenos y felices. Pero cuando la mecha se va, se apaga, se aleja, volvemos a las penumbras de nuestras dudas, de nuestra ignorancia. Es aquí nuestro trabajo: comenzar a caminar solos.
La naturaleza de las cosas hace que primero sintamos, más bien, presintamos, lo que sería vivir con un corazón limpio y puro, rebosante de amor, paz y alegría. Para ello la Vida nos aproxima a una llama espiritual, sentimos su calor. Pero esto no dura. No tenemos la energía suficiente como para mantenernos y nos volvemos a alejar de esta fuente de lo superior. Parece como si la Vida os dijera: “ahora ve tú”, como niños que somos. Las primeras veces no sabemos volver a esa fuente, pero la vida nos acerca de nuevo. Cuando reconocemos abiertamente el bienestar que nos brinda la proximidad de lo Sagrado, comenzamos a caminar torpemente en esa dirección. Nos sentimos bien con el calor del fuego sagrado... y también prestado.
Prestado porque aún no sabemos encenderlo dentro de nosotros. Vivimos como liquen espiritual, a la sombra de aquellos que van por delante de nosotros. En verdad esta fase es necesaria, aunque no debería durar demasiado tiempo. No te acomodes. Cuando percibas esto busca la siguiente fase. Enciende tu fuego.
Ya sea en la soledad o en compañía, enciende tu corazón.
Cuando no tengas puntos de apoyo externos, entonces acude a ti, al recuerdo de la llama eterna, de su calor, vuelve a re-crearla, a vibrar, a entusiasmarte, siente como tu corazón se acelera con sólo evocar el Fuego Sagrado, se inflama, asciende...
Aprende a ascender por voluntad propia, cuando vas por la calle, cuando vas de compras, cuando ponen a prueba tu paciencia, cuando duermes, cuando comes, cuando estas solo, cuando estas agobiado, cuando te sientes torpe...
En una palabra, mantente encendido en todo tiempo. Tienes que sentir esto más real que las cosas que te ocurren en la vida. Mientras que esto no sea así, tendrás que esperar a que las cosas de la vida cotidiana te dejen un huequito por donde ascender. No dependas de nada ni de nadie para poner tu corazón allá donde tú has decidido. Que nada ni nadie te robe el estado de tu corazón.
Todo esto habrás de hacer para pasar a la siguiente fase: DAR.
Quien nada tiene, nada puede dar.
Así como tú necesitaste de una lámpara que te iluminara en los albores de tu sendero, tú ahora, con tu fuego interior encendido, tienes la capacidad de transmitir esa llama eterna y sagrada a los demás. Es una labor de gratitud hacia los que te antecedieron, pues cumples con su voluntad de transmisión sagrada. Es una labor de gratitud hacia los que se sienten iluminados en tu presencia, pues estás cumpliendo con la Ley, ya eres UNO con el Plan, estás forjando futuros dioses....