Fecha de publicación: 29-abr-2011 16:37:37
Los humanos solemos juzgar lo que nos cuentan por el intérprete que nos lo transmite, y rara vez nos atrevemos a indagar en la naturaleza de lo que nos dicen.
Cuando alguien nos habla de algo le damos crédito o no según la impresión que nos dé quien nos hable, sin ponernos a pensar por nosotros mismos si lo que nos han contado es verdad o no en sí mismo, no por su interlocutor.
Si un sacerdote nos dice que la muerte no existe podremos estar o no de acuerdo con él, pero nadie se escandaliza de sus palabras, pues es normal que hable en esos términos. Sin embargo si lo dice una persona común la tomamos por extravagante o medio loca, si lo expresa un borracho que no sabe lo que dice, si lo hace un niño que es un inocente, si alguien dice que se lo ha contado un extraterrestre pensarían sin lugar a dudas que necesita ayuda psiquiátrica. Es curioso pero nadie se atreve a pensar si tal afirmación es verídica o no en sí misma.
Y eso ocurre por dos causas. Una de ellas es que no sabemos analizar un tema en profundidad, no hay constancia ni voluntad, no podemos hacer que la mente se fije en un objeto hasta que lo acabe por conocer. La otra causa es una consecuencia lógica de la primera y es que ignoramos por completo lo que nos cuentan, y así nos va, pues no tenemos razones para dar crédito o no a lo que nos dicen.
Pero debemos aprender a pensar sobre aquello que nos cuentan, sin dar importancia a si su interlocutor es un borracho, un niño, un 'extraterrestre', el Papa o el Dalai Lama en persona.
Las cosas son como son por ellas mismas, no por quienes las dice. La verdad hay que saber reconocerla allí donde aflore.
Si hay que respetarse a sí mismo para aprender a respetar a los demás, si hay que amar al mundo, si el alma es inmortal no es porque lo haya dicho un Jesús, Buda o Sócrates. Así está hecho el mundo y cuanto antes aprendamos sus leyes, mejor. Las cosas son como son, las entendamos o no.
Aprendamos a reconocer las verdades desnudas, sin ropajes personalistas ni ideológicos, intelectuales o religiosos. ¿Qué importancia tiene quien lo dice si somos capaces de averiguar la verdad por nosotros mismos? Comineza a practicar. Tal vez te equivoques, pero es normal, todos hemos pasado por eso.
La Verdad usa cualquier vestimenta, ya sean harapos roídos, sedas, terciopelos, oro, armadura, sotana, túnica o platillos volantes. A los buscadores de la verdad no nos importan las apariencias, buscamos a Dios. Las formas son de Maya.