Fecha de publicación: 22-jun-2011 22:30:22
Dicen que todo enseña. En este momento fijo mi atención en la playa. En realidad, no es del todo cierto que la playa enseñe. Lo que enseña no son las cosas, no son los maestros, no es la naturaleza. Lo que realmente enseña es una actitud interna de querer aprender.
Recuerdo a los sabios de antaño que proclamaban una gran verdad: “no se puede enseñar, tan sólo aprender”. Partiendo de esta base, tan solo queda por decir, que si es una actitud interna humana, va con el ser humano y le acompaña allí donde vaya, allí donde esté. Y este ser humano puede aprender de todo, de los sabios, de los torpes, de los animales, de las plantas, de las nubes, de las montañas, de las estrellas y del universo. Al final es capaz de aprender de sí mismo, convirtiéndose en maestro.
Es esta actitud la que me ha llevado a encontrar un sin fin de lecciones en el escenario de la playa, ese escenario soñado por tantos, pero que enseña a tan pocos. Fue una tarde mientras caminaba por un paseo que transcurría a lo largo de la playa. He aquí una serie de pensamientos para unos, simplezas para otros, y tal vez fantasías para algunos. Entiendo que lo que veo y medito no es nada en sí, sino en la medida en que puede influir en la conducta. Son semillas de un pasado que fertiliza el presente para crecer en el futuro. La semilla sólo es semilla para quienes puedan hacerla germinar, para el resto tan sólo es algo parecido a una pequeña piedra muerta y fría.
Varios son los elementos que reflejan una importante realidad para mí. Si logro expresarlos adecuadamente me sentiré satisfecho, pues pocas cosas saben tan bien al alma como los sutiles alimentos espirituales bien asimilados.
LAS OLAS.
Fuerza indomable. Fuerza de la naturaleza. Si logramos entender y vivir que somos parte de ella, la ola está dentro de nosotros. Nuestras acciones pueden tener el empuje grandioso de las olas si aprendemos y entendemos su naturaleza. Lo que genera la ola es lo que está debajo de ella, al ascender en un círculo rítmico de alternancia. La grandeza está en que se ensalza lo que está abajo y se hunde lo que está arriba. Lo aparente se desvanece y lo invisible aparece. Cuando sepamos hacer lo mismo con nosotros mismos nada impedirá que tengamos la fuerza de la ola. Quitemos importancia a las apariencias, saquemos la luz de nuestro ser interno y auténtico. La fuerza de las olas proviene de dentro, de lo profundo. Nuestra fuerza proviene, por tanto de nuestro interior, de nuestras profundas convicciones.
LA ARENA.
No es lo que se ve. Es tan sólo un momento en el tiempo. Antes era acantilado, rocas, piedras, conchas que se batieron con la fuerza del oleaje, que midieron sus fu erzas con el mar, intentando mantenerse rígidas y duras. Pero no sirve de nada. Quien reta las leyes de la naturaleza queda convertido en arena, en brizna, en algo sin voluntad, sin capacidad sobre lo que poder construir un futuro. Aprendamos a ser flexibles ante los hechos que sobrevengan, están movidos por el oleaje inmenso de la vida en el flujo y reflujo vital universal que nada ni nadie puede parar. LAS HUELLAS.
Pocas cosas son tan sugerentes como las huellas, y más en la arena de la playa. Dejamos huellas en lo dócil, en lo flexible, en lo que es capaz de amoldarse. Somos capaces de dejar nuestra huella en aquellos seres sensibles a nuestra naturaleza, a nuestro peso existencial. Porque dejar huella no significa tan sólo dejar el recuerdo, dejar huella es mucho más, es dejar algo vivo dentro de otro ser, algo que le pueda servir, algo que admira y a lo que pueda asirse en un momento oscuro y difícil. Pero la huella, ¿dura en el tiempo? Hasta que llega la ola marina, o la otra ola invisible del viento, hasta que la corriente vital decide que debe dejar de existir, después deberemos aprender a caminar apoyándonos en nuestras propias huellas, no en las de los demás. Debemos recorrer nuestro propio camino, y eso puede ser duro, pues la comodidad de transitar lo ya caminado por otros no da conciencia. Yo aspiro ampliarla hasta que no quede elemento fuera de ella en el universo.
LAS MAREAS.
Todo tiene sus mareas, sus flujos de ida y vuelta, de subida y bajada. Así reza en el Kybalion. Los ciclos y su representación geométrica, los círculos, son la base de toda la evolución. Lo vemos en los átomos, sin círculos no existirían las órbitas de electrones; la Tierra, sin su órbita no estaría danzando alrededor del sol y perdería su capacidad de vida tal cual la entendemos. El sol, sin su órbita alrededor de la galaxia, vagaría en el vacío, disiparía antes su energía y su periodo evolutivo se vería reducido drásticamente. En otro sentido, nuestros ciclos de vigilia-sueño, cansancio-plenitud, análisis-síntesis, valor-cobardía, vida-muerte. Aprendamos a observar los ciclos de la naturaleza, sin imponer los tiempos que deben durar cada uno, tan sólo ser sensible a cuando llega el momento de cambiar, de alternar, de transformarnos de yin a yang y viceversa, en una palabra de ser eternos. Ya lo dijeron los maestros orientales, sobre todo en el I Ching: “si hay algo eterno, eso es el cambio”. Si poseemos esa capacidad de adaptación de nuestra naturaleza, estamos aprendiendo a llevar a la inmortalidad nuestro ser, abriremos los ojos a lo que somos: divinos.
EL SOL. ¿Qué decir de nosotros? Hablar del sol es tan inmenso como hablar de nuestro destino. Retomando mis palabras sobre la arena, nosotros ahora no podemos ver lo que somos. Percibimos un momento en el tiempo de la existencia humana, lo que ahora se diría un fotograma de la gran película de nuestra evolución. Lo verdaderamente nuestro es irradiar. Ahora el sol humano está bajo tierra, en la oscuridad, pero no está abatido, tan solo aguarda alimentándose de esa oscuridad, de la tierra húmeda y fértil, para que llegado el momento, empiece a erguirse sobre el suelo y se enfrente al día, que a su vez, hará que saque de sí esa maravillosa luz de la vida universal que traspasa todos los seres y todos los astros.
Mientras tanto, soñemos con nuestra verdadera naturaleza, aprendamos a irradiar lo que es propio a nuestra naturaleza, irradiemos vida en su triple aspecto de voluntad, amor e inteligencia. Tenemos que aprender a quitarnos la coraza, la armadura. Para irradiar no es necesario acumular conocimientos, bienes, dinero, amigos, momentos felices. Para irradiar tan sólo debemos ser auténticos, con el coraje que da la fuerza de la ola, embestir contra los acantilados que rodea nuestro ser y nos asfixian sin dejar que seamos lo que verdaderamente soñamos, hasta convertirlos en humilde y sencilla arena. Y en este embestir cíclico aprenderemos a esperar los momentos para no contravenirlos, transformándonos con ellos, sin perder por eso un ápice de autenticidad. Al final de todo está la Alquimia. ¿Quién dice que no existe? Que observe la playa y lea la naturaleza