Fecha de publicación: 01-may-2011 19:36:49
Hoy he recibido una gran lección de nuestra Madre Naturaleza. En verdad, si no nos apercibimos de las muchísimas lecciones que nuestra Madre nos ofrece, no es porque estén herméticamente ocultas y disfrazadas, es porque nos hemos vuelto tan complejos, distorsionados y artificiales que nos hace falta mucho ruido, muchas luces y colores para que algo nos llame la atención, nos hace falta un reclamo con mucho "bombo y platillo", ya que nuestros ojos y nuestros oídos han perdido sensibilidad para lo sereno, suave y tenue. Hoy en día, para sentirse "vivo" y "disfrutar de la vida" es necesario tener sensaciones fuertes, placeres fuertes, miedos fuertes, colores fuertes, sonidos fuertes. Lástima que para muchos la serenidad y delicadeza en la observación de las cosas y en el deleite de la vida les parezcan algo rancio y muerto...
Iba caminando por el borde de una carretera muy poco transitada, las nubes bajas apenas dejaban salir algunos esporádicos rayos de sol sobre la frondosa vegetación que bordeaba el camino. Mi mente volaba con el viento a través de las ramas más altas de los árboles, sintiendo su danza dentro de mi, haciéndola mía, intentando que su belleza se plasmara en mi interior y prendiera en mi Alma.
Próximo a pisar un pequeño y resquebrajado abultamiento en el asfalto, me detuve a examinarlo. Ese abultamiento era tan pronunciado que había roto por varias partes la superficie homogénea de la carretera, pero no se veía a simple vista motivo alguno que produjera tal prominencia.
Acerqué el dedo a uno de los trozos para levantarlo y ver qué había debajo. Fui quitándolo despacio. Lo primero que observé era más asfalto, pero cuando retiré el trozo completamente ... ¡oh maravilla!, dos pequeñitas y tiernas hojas verdes aparecieron a la luz. Mi corazón palpitaba con fuerza, la enseñanza que esperaba desde hace algún tiempo me fue ofrecida. Mi alma agradeció profundamente esta gran lección y una gran alegría llenó todo mi ser.
El asunto que me tenía preocupado era el de la educación y el dominio de la mente, pues tan lejos de subyugarla lo veía que la sombra del desaliento me rondaba siempre que fracasaba, y eso sucedía la mayoría de las veces, si no todas. Ante estos continuos fracasos pedía humildemente un consejo, una ayuda que me diera luz al respecto.
Día tras día comencé a sentir más fuertemente la presencia de la respuesta: ésta era la de que no había atajos en el dominio de la mente, sino el trabajo diario, y el esfuerzo continuado. El sacrificio y el dolor de las derrotas sirven para reanudar con más fuerza, una y otra vez, tamaña tarea.
Algo en mi interior me decía que en un principio no era lo más importante vencer, sino batallar, tensionar la voluntad de ponerse a luchar, sea cual fuere el resultado.
El brazo no se vuelve más débil al intentar levantar más peso del que puede, sino todo lo contrario, se va haciendo más y más fuerte si lo intenta una y otra vez, aunque no logre en principio moverlo. Lo verdaderamente importante no es levantar ese peso en concreto, sino la obtención de la fuerza, digamos que el peso -en este caso, la mente- es simplemente un medio, una oposición, una resistencia -la más grande- para adquirir una voluntad robusta y estable. Y esto se consigue aunque ese medio, ese contrincante nos venza, con la única condición de que decidamos batirnos otra vez más, siempre otra vez más, nunca cesar en el intento, por importante que pueda parecernos la caída. El desenlace depende de nuestros intentos pasados, pero el luchar es una decisión única y exclusivamente de nosotros en el presente.
¿Cómo no rendirse con las continuas derrotas, cómo no desmayar en el fragor de la batalla?.
Poniendo inteligencia en la lucha, buscando los puntos débiles y los momentos de asertar golpes eficaces. Existen ocasiones del día en las que la mente se recrea con mayor actividad en sus asuntos preferidos: juzgar lo que no nos importa, vaguear, disiparse, pensamientos insanos, negativos, incoherentes, triviales. Esto ocurre cuando las manos están paradas, o sea, cuando no tenemos una actividad que llevar a cabo, ya que, trabajando, mantendremos siempre la mente en el acabado perfecto de aquello que estemos realizando. Cuando nos traslademos de un lugar a otro, cuando nos aseemos, cuando comamos, cuando hagamos mil cosas comunes la mente tiende a llegar a su máxima anarquía. Tenemos que prevenir estos momentos, viéndolos llegar antes de vivirlos, aprendiendo sus horarios y construyendo un plan de choque contra todo aquello que deseamos evitar.
Sabiendo que la hora del combate se aproxima nos podremos preparar mejor, buscando el centro de nosotros mismos, rodeándonos de elementos elevados, llevando a cabo ejercicios mentales de imaginería, de concentración, de quietud. Lo ideal es conseguir un estado de meditación. Si no se puede conseguir esto en un principio, nos conformaremos con un pensar continuo, lento, pero acabado sobre ideas positivas, recuerdos sagrados o de gran nobleza. Las figuras geométricas ayudan a atemperar la actividad volcánica de nuestra mente. Existe un sin fin de medios para domesticar la mente y dominarla, al menos, en esos momentos. Al poco tiempo veremos que nuestra capacidad de lucha se va robusteciendo, y los momentos de posesión del centro se van ampliando. Cada vez hará menos falta estar atentos a cuando comience una nueva lucha, pues nuestro estado natural tenderá de por sí a la concentración y a la meditación. Sólo entonces nos daremos cuenta de que no hay lucha, sino dominio natural, ya no hay preparación previa pues ha nacido el Señor y el Servidor lo reconoce como tal. Nuestra mente nos ayudará en vez de oponerse.
Para alcanzar ese estado es necesario amar la batalla, el combate, usar las derrotas como acicate y no como rendición. La "divina" ira debe aparecer, el coraje debe emerger, el Caballero debe surgir dentro nuestro; debemos recordar ese estado. Si no amamos la lucha pronto la abandonaremos y nos ablandaremos. Debemos poner en esta Sagrada Batalla la Inteligencia y el Corazón, buscar estrategias y motivaciones, pues no debemos olvidar que las adversidades son el alimento del Alma: si no las digerimos bien indigestan y corrompen. ¿Cómo reconocer al Alma si ésta no se alza sobre algo, si no despunta sobre nada?, tenemos al Alma enterrada en miedo e ignorancia, saquémosla a la luz.
Por lo tanto, en el dominio de la mente, aunque en un principio salgamos derrotados, nuestra voluntad de combatir continuamente nos irá capacitando para la victoria, aunque no la podamos percibir aún.
¿Es, entonces, una cuestión de fe? Esa duda quedó flotando en mi interior hasta que vi esas dos tiernas hojitas verdes venciendo la dureza del asfalto. Enterradas bajo el asfalto en plena oscuridad y sin embargo sabían dónde estaba el sol, esta pequeña planta trabajó incansablemente para despuntar a la luz, sabía que estaba allí, simplemente lo sabía, no le hicieron falta pruebas, tan solo se dejó llevar por la madre naturaleza.
¡Sublime enseñanza!. Ahora sé que no es cuestión de fe, sino que es una ley de la Naturaleza que se cumple siempre y en cada plano de la existencia: "La constancia es la manifestación de la VOLUNTAD a través del tiempo". Todo lo puede, todo lo vence, porque el tiempo es nuestro aliado y nos ayuda; porque Él fue engendrado por la Naturaleza el primer día de la Manifestación, y sin Él estaríamos irremisiblemente perdidos.