Rómulo y Remo
El nacimiento de Roma
La leyenda de la loba es sólo una de las muchas que los romanos inventaron sobre los fundadores de su ciudad.
Entre la historia y la leyenda
La historia de los orígenes de Roma se pierde entre las brumas de la leyenda. Sus humildes comienzos no debieron distinguirse mucho de los de tantas ciudades de la región del Lacio. Pero con el tiempo, los antiguos historiadores romanos pensaron que la ciudad escogida por los dioses para convertirse en dueña del mundo debía tener un origen heroico, que adornaron con infinidad de leyendas, muchas veces contradictorias entre sí, llenas de dioses y héroes mitológicos.
De hecho, para los modernos investigadores resulta difícil distinguir leyenda y realidad, porque a veces, inesperados descubrimientos arqueológicos sacan a la luz las huellas de personajes y sucesos que parecían meras invenciones legendarias.
Rómulo y Remo
Roma fue fundada, según la tradición, por dos hermanos gemelos, Rómulo y Remo, que, acompañados de bandidos y vagabundos expulsados de sus propias ciudades, decidieron fundar un nuevo asentamiento junto al Tíber. Sin embargo, los dos hermanos no se ponían de acuerdo acerca del lugar en que levantarían su ciudad. Remo prefería el promontorio del Aventino, mientras que Rómulo se inclinaba por la colina del Palatino. Así las cosas, decidieron dejar su disputa al arbitrio de los dioses y -apostados cada uno en su colina-, se quedaron esperando una señal de lo alto.
La mañana del 21 de abril del año 753 a.C., Remo contemplaba el limpio cielo primaveral desde la cima del Aventino cuando divisó seis enormes buitres sobre su colina. Lleno de euforia, echó a correr hacia Rómulo, para anunciarle su victoria. Sin embargo, en ese mismo instante, una bandada de doce pájaros sobrevolaba el Palatino. Seguro de su victoria, y sin esperar la llegada de su hermano, Rómulo cogió un arado y comenzó a cavar el pomerium, el foso circular que fijaría el límite sagrado de la nueva ciudad, prometiendo dar muerte a quien osara atravesarlo.
Pero Remo, enojado por su derrota, lo cruzó desafiante de un salto. Obligado por el juramento que acababa de pronunciar, Rómulo dio muerte a su hermano, que fue el primero en pagar con su vida la violación de la frontera sagrada de Roma.
Esta leyenda encerraba para los romanos una halagüeña promesa: su ciudad sería perfecta y jamás tendría fin, como el foso que rodeaba el Palatino. Pero contenía también una oscura amenaza: la sombra del fratricidio sobre la que estaba fundada planearía como una maldición sobre Roma, en cuya historia abundaron los asesinatos y las Guerras Civiles.
El rapto de las sabinas
Los orígenes de Roma
Para poblar la ciudad recién creada, Rómulo aceptó todo tipo de prófugos, refugiados y desarraigados de las ciudades vecinas, de procedencia latina. La colonia estaba formada íntegramente por varones, pero para construir una ciudad se necesitaban también mujeres. Pusieron entonces sus ojos en las hijas de los sabinos, que habitaban la vecina colina del Quirinal.
Para hacerse con ellas, los latinos organizaron una gran fiesta, con carreras de carros y banquetes, y cuando los sabinos se encontraban vencidos por los vapores del vino, raptaron a sus mujeres. Al regresar a sus casas y descubrir el engaño, los sabinos declararon de inmediato la guerra a los latinos.
La traición de Tarpeya
Antes de partir al campo de batalla, Rómulo encomendó la custodia de la ciudad a la joven Tarpeya, pero ésta, enamorada en secreto del rey de los sabinos, o anhelando una recompensa, prometió al monarca enemigo que le mostraría una vía oculta que conducía al Capitolio (donde estaba la fortaleza latina), a cambio de lo que él llevaba en el brazo izquierdo, en alusión a un brazalete de oro del rey. En efecto, los sabinos alcanzaron la ciudad gracias a las indicaciones de Tarpeya, pero en vez de entregarle su pulsera, el rey sabino ordenó a sus hombres que aplastaran a la traidora con sus escudos, que llevaban, precisamente, en el brazo izquierdo.
Otra versión de la leyenda cuenta que los romanos descubrieron su traición, y que la arrojaron al vacío por un precipicio, que pasó a llamarse la roca Tarpeya, inaugurando así la costumbre de castigar a los traidores a la patria lanzándolos desde ese punto.
Intervención de las sabinas
La ayuda de Tarpeya no evitó que sabinos y latinos se enfrentaran en el campo de batalla. En un momento del combate, en una célebre escena, múltiples veces representada en el arte, las sabinas se interpusieron entre los contendientes, abrazándose al cuello de sus maridos y familiares, para suplicarles que detuvieran la pelea. Pues si vencían los sabinos, ellas perderían a sus maridos, y si vencían los latinos tendrían que llorar la muerte de padres y hermanos. De modo que los contrincantes depusieron las armas y firmaron la paz.
Con esta leyenda ilustraban los romanos que su ciudad había nacido de la unión de dos pueblos: latinos y sabinos, a los que pronto se sumó un tercer elemento: los etruscos, un pueblo muy avanzado, que poblaba la actual Toscana y que poseía importantes intereses comerciales en la región del Lacio.
Los primeros sucesores de Rómulo
Reyes latinos y sabinos
Duelo entre horacios y curiacios por el dominio de Alba Longa
Desde la fundación de la ciudad por Rómulo hasta el advenimiento de la República (año 509 a.C.), Roma fue gobernada por siete reyes.
El piadoso Numa Pompilio
El primer sucesor de Rómulo fue Numa Pompilio, de origen sabino. Hombre severo y piadoso, fue el fundador de la religión romana. Numa Pompilio enseñó a los romanos la forma en la que debían rendir culto a sus dioses, estableció el calendario sagrado e instituyó las principales ceremonias religiosas, siguiendo las instrucciones que –según decía- cada noche le dictaba una ninfa llegada desde el Olimpo.
Fue, además, un rey pacífico. Durante todo su reinado el templo de Jano -que sólo se abría en tiempos de guerra- permaneció cerrado, algo que sólo ocurriría otras dos veces en la historia de Roma.
Tulio Hostilio, el guerrero
Por el contrario, el recuerdo de su sucesor, Tulio Hostilio, ha quedado asociado al de un gran guerrero, que organizó militarmente a los romanos y les enseñó a pelear. Conquistó Alba Longa, la ciudad más importante del Lacio, mediante un duelo singular entre Horacios y Curiacios, dos tríos de hermanos gemelos, que se decantó a favor de los primeros y amplió considerablemente el territorio de Roma.
Anco Marcio
Tulio Hostilio murió a manos de Anco Marcio (nieto de Numa), que le sucedió en el trono. Anco Marcio incorporó a Roma a los habitantes de varias ciudades latinas y amplió los límites de la ciudad. Construyó el puerto de Ostia e hizo que por vez primera Roma llegara al mar. Suyo es el primer puente de madera sobre el Tíber y la primera cárcel, consecuencia inevitable del crecimiento progresivo de la ciudad y con él, de sus problemas.
Roma iba dejando poco a poco de ser un núcleo pastoril y agrario. La ciudad estaba situada estratégicamente junto al principal vado del Tíber, y era un lugar de intensa actividad económica, de modo que los romanos comenzaban a enriquecerse con el comercio.
Los reyes etruscos
Roma empieza a crecer
Tramo de muralla serviana, junto a la Estación Termini, uno de los principales vestigios arqueológicos de los reyes etruscos.
Un siglo después de su fundación, el primitivo núcleo de pastores había ido creciendo hasta convertirse en una ciudad digna de tenerse en cuenta. A los cuatro primeros reyes, originarios de Roma, les sucedieron tres monarcas etruscos, de la poderosa familia de los Tarquinios. Por contraste con sus rústicos predecesores latinos y sabinos, los reyes etruscos provenían de una cultura mucho más avanzada, y mostraron a los romanos las ventajas del comercio y la industria.
Tarquinio Prisco
El primero de ellos, Tarquinio Prisco, culto e inteligente, se ganó la voluntad de los romanos mediante dádivas y, dicen que fue el primero en dirigir un discurso al pueblo pidiéndole su nombramiento. Para celebrar su triunfo y contentar a la plebe, organizó los primeros juegos en el actual emplazamiento del Circo Máximo, inaugurando una costumbre que no se interrumpió desde entonces.
Con el fin de reforzar su autoridad se hizo construir un palacio, en el que se mostraba, ante nobles y plebeyos, rodeado de un fastuoso ceremonial. Tarquinio Prisco convirtió Roma en una auténtica ciudad, con calles bien trazadas y barrios delimitados, cuyos desechos se arrojaban al Tíber a través de la Cloaca Máxima.
Servio Tulio
Su sucesor, Servio Tulio, era de origen humilde, pues había nacido de una esclava. Sin embargo, se educó en el palacio de Tarquinio el Viejo y acabó casándose con su hija. Fue un rey querido y respetado, que llevó a cabo importantes obras en la ciudad. Cuando más tarde los romanos llegaron a aborrecer la memoria de los reyes, guardaron siempre el recuerdo de Servio Tulio como un rey bienhechor.
Él construyó la primera muralla de Roma, llamada por ello muralla serviana, de la cual asoman todavía aquí y allá abundantes vestigios. Y reorganizó completamente el ordenamiento político de la ciudad, agrupando a sus ciudadanos no por su domicilio, sino en función de su riqueza. De este modo, impulsó la industria y el comercio, al abrir la carrera política a todos aquellos que, aún siendo de orígenes humildes, hubieran conseguido enriquecerse por sus propios méritos.
Tarquinio el Soberbio
Punto final de la monarquía
Brutus y otros familiares de Lucrecia se conjuran, ante su cadáver, para acabar con la tiranía de Tarquinio
El último de los reyes que tuvo Roma, Tarquinio el soberbio, encarnó como ningún otro la figura del tirano oriental que tanto acabarían odiando los romanos. Después de haber alcanzado el poder asesinando a su suegro (Servio Tulio), Tarquinio fue el primer monarca que se rodeó de una guardia personal para protegerse.
Ansioso de gloria, llevó a cabo importantes campañas militares en territorio etrusco, y también realizó obras de gran envergadura en la ciudad, entre las que destaca la construcción del majestuoso Templo de Júpiter en la cima del Capitolio, que sería durante siglos el más importante de Roma. A él se deben también el servicio personal obligatorio en la milicia, y el reparto gratuito de trigo a la población, llamado annona.
Pero sus victorias y sus construcciones no disimulaban su crueldad. Cansado de su despiadada arbitrariedad, el pueblo buscaba el modo de desembarazarse de su tiranía. El desencadenante de su caída fue la muerte de la joven Lucrecia. Esta honesta esposa había sido forzada por un hijo de Tarquinio, y tras confesar su desgracia a su padre y su marido, se suicidó delante de ellos atravesándose el corazón. La ciudadanía, encolerizada al enterarse del suceso, decidió expulsar al rey y a toda su familia.
Corría el año 509 a.C. y comenzaba la República romana, que gobernaría la ciudad durante cinco siglos.
Resumen de la monarquía y conclusión
Siete reyes habían gobernado Roma durante 250 años: los cuatro primeros, incluido Rómulo, pastores y agricultores de origen latino y sabino; los 3 últimos, de origen etrusco. Y se puede decir que su reinado fue positivo para Roma, que creció y se desarrolló como ciudad, alcanzando el predominio sobre el resto de los pueblos del Lacio.
Pero Tarquinio el Soberbio dejó un recuerdo tan odioso en la memoria de los romanos, que éstos renegaron para siempre de la monarquía, y no era concebible entre los políticos de la ciudad peor traición que la de querer convertirse en rey. Aunque hubo emperadores que superaron con creces las maldades de Tarquinio en el ejercicio de su poder, en el resto de su larga historia los reyes jamás volverían a Roma.
Patricios y plebeyos
Las primeras luchas civiles de la joven República
Vestimenta típica de patricios (izquierda) y plebeyos romanos
El ordenamiento constitucional republicano
Tras la expulsión de los reyes y la instauración de la República, en el año 509 a.C., el poder en Roma recayó sobre los patricios, jefes de las principales familias, que formaban el Senado y que eran elegidos por los ciudadanos para los distintos cargos públicos.
Teniendo en cuenta el funesto recuerdo que había dejado en los romanos el poder absoluto de los reyes, las instituciones republicanas fueron cuidadosamente diseñadas para que ningún hombre tuviera un poder excesivo. El gobierno lo ejercían siempre dos cónsules, que se renovaban de año en año. Cada uno de ellos podía vetar las decisiones del otro, y en tiempo de guerra dirigían las operaciones militares en días alternos.
Fue en ese momento, al comienzo mismo de la República, cuando las conocidas siglas SPQR, Senatus Populusque Romanus, “El senado y el pueblo romano” se convirtieron en la divisa de Roma, significando que todo se hacía en nombre de los dos grandes poderes que en teoría gobernaban la ciudad: el senado de patricios, y las asambleas de ciudadanos plebeyos, encargadas de elegir a los cargos públicos.
Gestación del conflicto
Sin embargo, esta aparente unidad escondía una profunda fractura interna que a punto estuvo de destruir la República ya en sus inicios. Los patricios, descendientes de las primeras familias que habían fundado la ciudad junto a Rómulo, disfrutaban de numerosos privilegios: sólo ellos podían formar parte del Senado, y sólo ellos podían desempeñar cargos públicos. Los patricios en el Senado hacían las leyes, los patricios como cónsules las ejecutaban, y patricios eran también los jueces que castigaban a los infractores de la ley.
A los plebeyos, que pagaban sus impuestos y acudían al ejército cuando se les convocaba, tan sólo les correspondía reunirse cada año para elegir a los magistrados entre los candidatos que presentaban los patricios. Indignados por esta situación que les obligaba a hacer frente a todos los inconvenientes de la ciudadanía, sin permitirles disfrutar de sus ventajas, los plebeyos emprendieron largas y encarnizadas luchas con los patricios para reclamar más derechos.
La secesión del Aventino
El primer episodio grave de estos enfrentamientos tuvo lugar apenas quince años después de la proclamación de la República. Cierto día del año 494 a.C., los plebeyos dejaron de cultivar la tierra, de comerciar y de servir en el ejército, y se retiraron a la colina del Aventino, proclamando que no volverían a sus tareas hasta que se reconocieran sus derechos.
Al principio, los patricios enviaron mensajeros que, entre ruegos y amenazas, instaron a los plebeyos a abandonar su actitud. Pero éstos se mantuvieron firmes, y la ciudad, falta de mano de obra, quedó sumida en el caos.
Al final, el Senado tuvo que capitular, y accedió a incluir una nueva magistratura en el ordenamiento institucional: los tribunos de la plebe. Estos magistrados, que sólo podrían ser elegidos entre candidatos plebeyos, tendrían como única función defender sus intereses, y dispondrían, para ello, del derecho de veto sobre cualquier resolución senatorial.
Para que este enorme poder no provocara represalias por parte de los patricios, los tribunos de la plebe serían considerados personas sagradas. Si alguien atentaba contra su vida, su cabeza sería sacrificada a Júpiter, y sus bienes subastados.
La primera ley escrita
Medio siglo después de estos episodios, en el año 451 a.C., los plebeyos obtuvieron una nueva conquista: diez hombres sabios elegidos entre los romanos redactaron la Ley de las Doce Tablas, que se convirtió en la primera ley escrita de Roma. Hasta entonces habían sido los jueces patricios quienes aplicaban la ley, basándose en las normas no escritas de la costumbre, lo que permitía todo tipo de arbitrariedades.
Tras medio siglo de enfrentamientos entre patricios y plebeyos, estas primeras concesiones llevaron la paz interna a Roma. La joven República estaba lista por fin para mirar a su alrededor.
Guerras latinas y samnitas
La expansión de Roma por la península
Humillados. Los romanos son obligados a pasar bajo el yugo de las lanzas enemigas, en una de sus derrotas frente a los pueblos samnitas, al Sur de Roma.
Guerras latinas
Desde el comienzo de la República, Roma ejercía un poder predominante sobre el resto de las ciudades latinas, y les había impuesto un pacto de privilegio para ella, llamado Foedus Cassianum, que comenzaba con estas solemnes palabras: haya paz entre los romanos y todas las ciudades latinas mientras la posición del cielo y la tierra siga siendo la misma...
Pero aunque el cielo y la tierra no cambiaron su posición, las ciudades del Lacio intentaron librarse de la superioridad de Roma, y de los abusivos pactos que les imponía. Aliándose, cuando la ocasión era propicia, con enemigos exteriores como los belicosos volscos y ecuos, durante 150 años los latinos mantuvieron continuos enfrentamientos con Roma, conocidos como guerras latinas.
Finalmente, en el año 338 a.C. en la decisiva batalla naval de Antium, Roma derrotó a los volscos, llevándose un precioso tesoro, las proas de los barcos enemigos, o rostra, que durante siglos adornaron la tribuna de oradores del Foro Romano. Esta importante victoria señala el final de las guerras latinas.
Guerras samnitas
Tras conseguir dominar toda la región del Lacio y someter a volscos y ecuos, Roma tuvo que afrontar durante 50 años tres nuevas guerras con otros pueblos itálicos, conocidas como las guerras samnitas. Los samnitas, pueblo de rudos y guerreros montañeses instalados al Sur de Roma, suponían una constante amenaza para los habitantes del valle. Estos, cansados de las continuas incursiones samnitas, pidieron ayuda a Roma, que aprovechó la coyuntura para expandir su dominio.
Durante la segunda guerra samnita se produjo el famoso episodio de las Horcas Caudinas, uno de los sucesos más humillantes en la historia de Roma. Atrapado en un desfiladero junto a la ciudad de Caudium, todo el ejército, desarmado, fue obligado a pasar bajo el yugo de las lanzas samnitas, una costumbre que los romanos adoptaron desde entonces en sus victorias sobre otros pueblos.
A pesar de esta victoria parcial en las Horcas Caudinas, los samnitas fueron derrotados, y se rindieron definitivamente en el año 290 a.C., dejando a Roma el camino libre para expandirse hacia el Sur de la Península.
Por qué Roma vencedora
En todos los enfrentamientos bélicos, Roma demostraba una sorprendente determinación, que dejaba perplejos a sus adversarios y los sumía en el desánimo.
Si los romanos resultaban siempre victoriosos es porque ningún otro pueblo deseó la victoria tanto como ellos. Sin importar las batallas perdidas, los costes materiales o en vidas humanas, Roma volvía siempre a la pelea con la experiencia de los errores cometidos. Y jamás daba por terminada una guerra hasta asegurarse de que a sus enemigos no les quedaban ni los ojos para llorar su derrota.
La Primera Guerra Púnica
La lucha por Sicilia
Pero en Sicilia existía un tercer elemento en juego: los griegos, cuya ciudad dominante era Siracusa. Cargago y Siracusa eran, en Sicilia, enemigos mortales desde hacía siglos.
Desarrollo del conflicto
Esta es la situación en vísperas del conflicto. Roma había conquistado ya toda la península hasta el extremo meridional, y comenzaba a interesarse por Sicilia, pieza clave para el control del Tirreno.
Mesina, con su petición de ayuda a Roma, fue el detonante del conflicto, o más bien, la "excusa" que Roma se buscó para intervenir en la isla.
La Primera Guerra Púnica tiene un fuerte componente de guerra naval, donde los cartagineses llevaron inicialmente la ventaja, por su mayor experiencia.
Origen del conflicto
Cuando, el año 272 a.C., la colonia griega de Tarento, en el Sur de Italia, cayó en manos de los romanos, Roma dominaba ya toda la península y se había convertido en uno de los estados más poderosos de su entorno. Era sólo cuestión de tiempo que su camino se cruzara con el de la otra gran potencia del Mediterráneo occidental: Cartago.
La ciudad de Cartago, en la costa norte de la actual Túnez, había sido fundada el siglo IX a.C. por marineros fenicios, que construyeron este enorme puerto en el centro de las rutas comerciales que surcaban el Mediterráneo. Además de su estratégica posición para el comercio, Cartago estaba rodeada de tierras fértiles, y muy pronto, los cartagineses (que también recibían el nombre de púnicos), extendieron su dominio hasta Sicilia. Allí tomaron contacto con los romanos, que se encontraban en plena expansión, y las dos potencias comenzaron a vigilarse con recelo.
Sicilia, rica en cereales, estaba poblada por prósperas colonias griegas, muchas de las cuales estaban dominadas por los cartagineses. Sin embargo, una de ellas, Mesina, situada en el estrecho entre Italia y la isla, decidió llamar en su auxilio a los romanos para que expulsaran a la guarnición cartaginesa que controlaba la ciudad. Cuando los mensajeros de Mesina llegaron al Senado se produjo una larga deliberación. Todos eran conscientes de que enviar ayuda militar a la ciudad desencadenaría un terrible enfrentamiento con Cartago, cuyas últimas consecuencias eran imprevisibles.
Al final, los romanos decidieron enviar a sus soldados. Era el año 264 a.C. y daba comienzo así la primera de las Guerras Púnicas, tres terribles enfrentamientos entre romanos y cartagineses que decidirían el destino de Occidente.
Primera Guerra Púnica
Roma –que poseía sólo una pequeña flota- apenas tenía experiencia en batallas navales. Así que, al principio, los cartagineses destruían con facilidad las naves que enviaban los romanos, mal dirigidas por sus inexpertos almirantes.
Pero cada derrota enseñaba a los romanos algo nuevo. Al final, se percataron de que su infantería era superior a la cartaginesa, y decidieron aprovechar esa ventaja. Para ello, diseñaron unas pasarelas de madera terminadas en garfios, con las que los legionarios podían cruzar hasta las naves enemigas. Los cartagineses sabían manejar mejor sus trirremes, pero sus marineros no estaban preparados para combatir cuerpo a cuerpo, y terminaron siendo derrotados.
Después de veinte largos años de guerra, en el año 241 a.C., los romanos se convirtieron en los únicos dueños de Sicilia, que pasó a ser la primera provincia romana.
Compromisos de Cartago
La derrotada Cartago se comprometió a no atacar jamás a un aliado de Roma, y tuvo que hacer frente a unas indemnizaciones millonarias. La cuantía de las compensaciones era tan elevada, que los cartagineses no podían pagarlas con los beneficios de sus dominios en África, y decidieron expandirse por las ricas tierras de la Península Ibérica. Pero, tras su victoria sobre Cartago, Roma se había convertido en una potencia temible, y también había puesto sus ojos en las tierras de Hispania.
Así que para evitar un nuevo enfrentamiento, decidió repartirse la Península con Cartago. La frontera se situaría en el Ebro. Los territorios al norte de este río serían para Roma, los del sur, para Cartago.
MAPAS DE LA PRIMERA GUERRA PÚNICA
1. Roma entra en Sicilia (264)
Mesina pide ayuda a Roma. Tras un gran debate en el Senado, Roma les envía dos legiones.
Ante la entrada de los romanos, Cartago y Siracusa (enemigos seculares en Sicilia), se alían para expulsar a Roma de la isla.
2. Expedición contra Siracusa (263)Roma decide deshacer la alianza púnico-siracusana atacando al elemento más endeble. 40.000 hombres parten hacia Siracusa. A su paso, las ciudades aliadas de Siracusa se pasan a la causa romana. Se deshace para siempre la confederación helénica en la Isla.Siracusa, gobernada por el tirano Hierón, decide hacer la paz con Roma. Se constituye así un pequeño reino independiente, aliado de Roma, que le será muy útil durante toda la guerra.
3. Toma de Agrigento (262)
Agrigento era una ciudad griega, donde los Púnicos tenían su cuartel general. Fue tomada y saqueada con brutalidad, lo cual provocó la hostilidad de muchas ciudades sicilianas hacia los romanos.
Las posiciones se estancan en la isla. Los púnicos se mantienen firmes al Oeste de la isla, donde sus ciudades costeras, bien fortificadas, no pueden ser asediadas: Cartago las avitualla por mar.
4. Comienza la guerra por mar (261)
Cartago cambia de estrategia y se decide a emplear su mejor arma, donde tiene clara superioridad respecto a Roma: la armada. Los púnicos atacan y saquean ciudades costeras italianas para obligar a Roma a desviar efectivos desde Sicilia.
Roma, que apenas tiene experiencia marinera y cuenta sólo con una pequeña flota, se resiente.
5. Roma aprende a combatir en el mar (260-257)
Consciente de su inferioridad marinera, Roma dota a sus barcos de guerra de un artefacto llamado corvus, pasarela que se engancha en la galera enemiga y permite el paso de la infantería y el combate cuerpo a cuerpo, donde los romanos son superiores.
Roma gana su primera victoria naval de la historia en Mylae (260). Se levanta en el Foro una columna conmemorativa, con proas de barcos enemigos (rostra).
Durante estos años se suceden las victorias púnicas y romanas en el mar. Ninguna victoria es decisiva; es una guerra de desgaste y resistencia.
6. La situación en Sicilia (260-257)
Además de batallas navales, en esos años hay abundantes movimientos en Sicilia, con iniciativas romanas y púnicas. Roma mantiene en la isla una fuerza de 50.000 hombres.
En 257, los púnicos están reducidos a la punta occidental de Sicilia, pero con posiciones fácilmente defendibles. El asedio es inviable mientras Cartago siga teniendo una flota fuerte.
7. Ecnomo: la mayor batalla naval de la Antigüedad (256)
Incapaces de expulsar a los púnicos de Sicilia, Roma decide que ya ha adquirido suficiente experiencia marinera, y que es hora de atacar directamente a Cartago.
Organiza un convoy de más de 300 barcos, con 100.000 soldados a bordo (con los dos cónsules de Roma), para invadir África.
El convoy es sorprendido por la armada púnica frente al cabo Ecnomo, y se libra una de las mayores batallas navales de la historia. Victoria completa de los romanos, que consiguen desembarcar y hacerse fuertes en Aspis.
8. Campaña en Africa. Cartago contra las cuerdas (256-255)
La estación estaba muy avanzada, y el Senado romano ordena regresar a la flota, dejando en Africa un solo cónsul, Atilio Régulo, con 15.000 hombres. Este consigue continuar la campaña y tomar Adys y Tunez.
Cartago está cercada. Su situación es crítica, pues la presencia romana alienta, al mismo tiempo, la rebelión de los reinos númidas. Se inician conversaciones de paz con Roma, pero Régulo impone condiciones demasiado duras. Cartago no las acepta.
9. Cambia la suerte (255)
Pasado el invierno, Cartago -ayudado por Jantipo, un mercenario de origen espartano- reorganiza su ejército y aplasta a los romanos cerca de Tunez. Sólo consiguen escapar 2.000 hombres. Regulo es hecho prisionero.
Ajenos a este desastre, Roma envía una flota con intención de asestar el golpe definitivo. Ante el cambio de situación, sólo puede rescatar a los supervivientes. De regreso, el convoy sufre un temporal frente a Camarina: se pierden 100.000 hombres y 200 barcos: la mayor catástrofe naval conocida hasta ese momento.
10. La guerra vuelve a centrarse en Sicilia (254-248)Escarmentada, Roma abandona el objetivo africano. En los próximos años, la acción se centra nuevamente en Sicilia, en una agotadora guerra de posiciones:Cartago recupera Agrigento (254)Roma conquista Panormo, cuartel general púnico en Sicilia, mediante una batalla combinada por tierra y mar. Varias ciudades de la zona se unen a la causa romana (254).En los años 252-151 tan sólo se dan acciones menores. Los dos bandos están agotados.Cartago intenta, sin éxito, recuperar Panormo (250)Roma bloquea el principal puerto púnico, Lilibeo (250?)Roma ataca el puerto de Drépano, donde estaba la flota púnica, y sufre una grave derrota naval, que destruye su armada casi por completo (249).Roma, sin su flota, continúa la guerra en tierra (248)
11. Amílcar Barca entra en escena (247...)Amílcar, nombrado general en jefe del ejército púnico, decide volver a la estrategia del mar, ahora que Roma no cuenta con una flota. Reemprende las razzias contra la costa italiana, para forzar a Roma a reclamar la paz, obligada por sus castigados aliados.Para mantener esta estrategia, necesita los puertos sicilianos, pero están asediados por Roma. Amílcar fortifica un nuevo punto de atraque para la flota al oeste de Panormo (246) y emprende acciones contra los ejércitos que asedian Drépano y LilibeoSin embargo, los dirigentes de Cartago no quisieron aprovechar la superioridad sobre Roma para dar un golpe decisivo. Prefirieron dejar que el conflicto se fuera consumiendo (245-242).
12. Victoria de las islas Egates (242) y fin de la guerra (241)Mientras tanto, Roma había rehecho su flota echando mano de un recurso extremo: financiándola con inversiones privadas restituibles tras la victoria.En 242 salen de Roma 200 barcos de guerra comandados por el consul Lutacio Catulo, rumbo a Drépano. Cartago reacciona tarde y pierde casi toda su flota en la batalla naval frente a Lilibeo, junto a las islas Egates.Sin flota, las posiciones púnicas en Sicilia son ya indefendibles. Cartago firma la paz con Roma en 241.Condiciones de paz y años posterioresLas condiciones de paz que negociaron Lutacio Catulo y Amílcar Barca estipulaban que Cartago debía abandonar Sicilia y pagar una elevadísima indemnización de guerra.
La política exterior de Roma en los años posteriores estará muy condicionada por su instinto de defensa ante un futuro ataque de Cartago. Sus principales hitos son:
1. Las fronteras septentrionales
La frontera Norte de Italia tenía el peligro, temible para los romanos, de las tribus galas (procedentes de Centroeuropa) instaladas en el valle del Po (en 390 habían saqueado Roma).
Entre 240 y 230 Roma realiza varias campañas en torno al Arno (contra los Ligures), conquistando todo el valle y ciudades vecinas. En 225 se produce una gran coalición de tribus galas, que invaden Italia. Roma responde con un ejército de 150.000 hombres y una victoria completa en Telamón. Las tribus del valle del Po son sometidas, y su territorio incorporado a Roma: la Galia Cisalpina.
2. Córcega y CerdeñaDespués de la Guerra Púnica, una de las prioridades de Roma es la seguridad en el Tirreno. Roma busca un cinturón protector: no quiere plazas fuertes en sus inmediaciones, para evitar ataques como los que realizó Cartago desde sus bases de Cerdeña.
La lucha contra los indígenas de las islas fue dura y larga (236-231). Finalmente, quedaron incorporadas como nueva provincia.
3. Vigilando a los púnicos en Iberia
Las victoriosas campañas de Cartago en la Península Ibérica después de la guerra siembran la desconfianza en Roma, que siente la necesidad de vigilar de cerca a su enemigo. Cartago ha sido vencido, pero no aniquilado, y se está rehaciendo.
En este marco se encuadran dos movimientos de Roma:
Un tratado con Cartago (226) imponiento a los púnicos el límite del río Ebro como frontera que no debían rebasar.
Una alianza con Massalia (colonia griega con intereses en las costas ibéricas), para informar a Roma de los movimientos púnicos en la Península.
En los 23 años de entreguerras (241-218), Roma había aumentado su poder rodeándose de nuevos territorios que protegían la Italia central, mientras Cartago se había expandido hacia la Península Ibérica (entre otras cosas, para poder pagar las indemnizaciones de guerra impuestas por Roma), en un ámbito que en principio no chocaba con intereses romanos.
RELATOS DE LA PRIMERA GUERRA PÚNICA
Los mamertinos de Mesina. El casus belli de la Primera Guerra Púnica
Los habitantes de Mesina acuden a Roma pidiendo protección, y desencadenan la Primera Guerra Púnica. ¿Quiénes eran los conocidos como "mamertinos" de Mesina, y por qué el Senado romano no fue capaz de tomar una decisión?
La Segunda Guerra Púnica. Aníbal
Roma se asoma al abismo
4. Las costas iliriasRoma interviene en la otra orilla del Adriático, tras la petición de ayuda de una ciudad griega, para frenar los ataques piratas de los Ilirios. Establece una zona de protectorado (228), sin usurpar la soberanía a las ciudades griegas allí presentes.Grecia agradece la intervención e invita a los romanos a participar en los juegos ístmicos. Es el primer contacto de Roma con el mundo griego.Situación en vísperas de la Segunda Guerra Púnica
Aníbal atravesando los Alpes con su ejército
Tras la derrota en la Primera Guerra Púnica, Cartago se vio obligada a pagar a Roma indemnizaciones de guerra millonarias. Para hacer frente a los pagos, llevó a cabo una nueva expansión ultramarina por las ricas tierras de la Península Ibérica, repletas de fértiles valles y ciudades populosas.
Los ejércitos cartagineses, al mando de Amílcar Barca, ocuparon el sur de Hispania, pero Amílcar fue asesinado por un indígena, y el control de las tropas pasó a manos de su hijo Aníbal, que apenas contaba 22 años.
Roma había pactado con los cartagineses una frontera en el río Ebro. Pero al sur del Ebro, en zona cartaginesa, se encontraba la ciudad de Sagunto, que había suscrito una alianza con Roma para defenderse de los púnicos. En su afán por conquistar toda la zona asignada, Aníbal puso cerco a Sagunto, y la ciudad pidió ayuda a sus aliados romanos. Corría el año 218 cuando Roma declaró la guerra a Cartago. Comenzaba la Segunda Guerra Púnica, que iba a decidir la Historia de Occidente.
El comienzo de la guerra
Los romanos pensaron que el enfrentamiento tendría lugar en la Península Ibérica. Pero Aníbal, que aunaba una extraordinaria capacidad táctica con una visión estratégica de largo alcance, diseñó un plan más ambicioso para el sometimiento de Roma.
Mientras el Senado romano enviaba todos sus efectivos a Hispania, Aníbal dejó a su hermano Asdrúbal al frente de las tropas de la Península, y lanzó a su ejército a una increíble travesía cruzando los Pirineos y los Alpes, para atacar Roma por el Norte.
Nadie podía esperar que un ejército entero se atreviera a cruzar los terribles pasos de alta montaña en invierno, por sendas nunca antes transitadas. La hazaña le costó a Aníbal la pérdida de un ojo y la muerte de la mayoría de los elefantes, pero las desprevenidas legiones romanas fueron derrotadas por tres veces en el norte de Italia, en las batallas de Tesino, Trebia y Trasimeno. Y así, en la primavera del año siguiente, ningún ejército se interponía ya entre Aníbal y Roma.
Aníbal a las puertas de Roma
La llegada del cartaginés sembró el pánico en la capital. En las calles, la muchedumbre aterrorizada no dejaba de gritar: Anibal ante portas!, ¡Aníbal a las puertas de Roma!. Las murallas de la ciudad habían olvidado ya la última vez que tuvieron que hacer frente a una amenaza semejante, y no resistirían un asedio. Las únicas legiones disponibles se hallaban en Hispania; los generales que podrían encabezar una resistencia desesperada, a semanas de distancia. Roma estaba perdida. A Aníbal le bastaba alargar la mano para tomar la ciudad y reducirla a cenizas.
Pero, misteriosamente, Aníbal no descargó el golpe. El cartaginés comprendía que la verdadera fuerza de Roma no se escondía tras sus muros. Si se detenía ante la capital, si comprometía a su ejército en un asedio que podría durar semanas, corría el riesgo de ser sorprendido en cualquier momento por los pueblos itálicos del Sur o por las legiones que volvieran de Hispania desde el Norte.
Para derrotar definitivamente a Roma Aníbal necesitaba dos cosas: obtener refuerzos de Cartago y privar a Roma de sus aliados itálicos. Por eso, pasando de largo ante la ciudad, se dirigió hacia el Sur.
La batalla de Cannas
Aprovechando el respiro, Roma, cuyos recursos parecían inagotables, reunió un nuevo ejército de ochenta mil hombres, el mayor que nunca hubiera comandado un general romano, y el verano del año 216 a.C. se enfrentó con Aníbal en la llanura de Cannas. La desigualdad de efectivos era de tres a uno a favor de los romanos. Pero, a pesar de ello, Aníbal consiguió envolver al ejército enemigo y aniquilarlo completamente.
La batalla de Cannas se recuerda como uno de los mayores prodigios de estrategia militar de todos los tiempos.
Buscando aliados
Libre de toda oposición, Aníbal intensificó su actividad diplomática, tratando de convencer a los aliados de Roma de que abrazaran la causa cartaginesa. Tuvo éxito con algunos pueblos, si bien la mayoría prefirió permanecer leal a Roma o expectante. Reclamó nuevos refuerzos de Cartago, pero la ciudad no se atrevía a desviar todos sus efectivos y quedar tan desprotegida como Roma.
MAPAS DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA
Situación de partida
Durante los años que siguieron a la primera confrontación, los púnicos habían extendido su dominio por la península Ibérica, para poder pagar a Roma las cuantiosas indemnizaciones de guerra y para gozar de una zona de expansión lejos de su rival, sin peligro de colisionar con sus intereses. Les había ido tan bien, que Cartago volvía a ser fuerte.
El tratado del Ebro. Roma contemplaba la recuperación de los púnicos con creciente preocupación. El año 226 una embajada romana se entrevistó con los Barca (no directamente con Cartago sino con los jefes militares en la Península Ibérica) obligandoles a fijar un límite a su expansión en la barrera del río Ebro. Los Barca estaban todavía lejos de esa línea y no opusieron demasiada resistencia.
Roma exigía a Cartago mantenerse apartado de cualquier escenario cercano a sus intereses. Si los púnicos se extendían demasiado hacia el Norte, además de afectar a las colonias griegas dominadas por Massilia (aliada de Roma), podían llegar a conectar con las tribus galas del Norte de Italia, tradicional amenaza de Roma, que habían sido recientemente sometidas. Y Roma no estaba dispuesta a asumir ese riesgo.
Desarrollo del conflicto
1. Sagunto, el casus belli (218)Roma buscaba la guerra como único modo de frenar la peligrosa recuperación de Cartago. Firmando un pacto con la ciudad de Sagunto, desafiaba a Cartago con una clara provocación, pues suponía una clara violación del tratado del Ebro.Aníbal (hijo de Amílcar Barca y jefe del pujante ejército púnico en la Península) no estaba dispuesto a someterse indefinidamente a las exigencias crecientes de Roma, que acabarían animando a las tribus iberas a la rebelión, y puso sitio a Sagunto el 219.Roma no ayudó a su aliado, sino que dejó que Sagunto cayera (año 218) y sólo entonces declaró la guerra a Cartago.
2. El plan de Roma: doble invasión
Al contrario que en la primera Guerra Púnica, Roma era ahora más fuerte por mar, y planea un doble desembarco: en Africa y en Iberia. Fiel a su estilo directo y agresivo, Roma busca decidir la guerra de modo fulminante, asestando una golpe decisivo en los dos puntos neurálgicos del enemigo.
Uno de los cónsules, Publio Cornelio Escipión, desembarcará en Massilia con dos legiones (20.000 hombres), para enfrentarse a Aníbal en Iberia.
El otro cónsul, Sempronio Longo, viajará a Sicilia con otras dos legiones, para preparar el desembarco en Africa.
Una quinta legión, al mando del pretor Manlio, se desplazará al valle del Po, para supervisar la lealtad de las belicosas tribus galas.
3. Reacción fulgurante de AníbalNada más conocer la declaración de guerra, Aníbal se pone en movimiento, decidido a ganar por la mano a los romanos. Tiene que evitar a toda costa la guerra en Iberia, pues la presencia de Roma en la península fomentaría la rebelión de muchas tribus, poniendo en peligro todo lo realizado en esos años. Para ello, debe llevar la contienda a suelo italiano.¿Pero cómo llegar hasta allí con un ejército? Una vez eliminadas las bases púnicas en Sicilia y Córcega, Italia no está a tiro para una gran flota de galeras. Además, el poderío naval púnico había menguado mucho. De modo que decide invadir Italia por tierra, atravesando los Alpes: una de las acciones militares más audaces y brillantes de toda la Historia.Al frente de un gran ejército, parte hacia el Norte a lo largo de la costa. En Jun 218 cruza el Ebro. Tiene duros enfrentamientos con las tribus asentadas en la actual costa catalana, pero finalmente se abre paso hasta los Pirineos.
4. Problemas de Roma con los galos
Frente a la rapidez púnica, Roma se enfrasca sofocando la rebelión de los galos del valle del Po (alentados probablemente por la diplomacia púnica). La legión de Manlio es destruida y Escipión, que estaba en Pisa preparando el embarque hacia Massilia, debe enviar una de sus dos legiones. El peligro es conjurado, pero se pierde un tiempo precioso. Cuando Escipión llega finalmente a Massilia, se entera de que Aníbal ha cruzado ya los Pirineos.
5. Aníbal se escapa y cruza los AlpesEscipión dirige sus legiones hasta el Ródano, para intentar frenar allí a Aníbal.Aníbal consigue alcanzar el Ródano sin necesidad de librar batallas contra las tribus autóctonas, gracias a una actividad diplomática basada en regalos y amenazas. Para esquivar cualquier encuentro con los romanos, atraviesa el río lejos de su desembocadura, a unos 120 Km de la costa. Cuando Escipión se da cuenta, intenta perseguirle río arriba, pero Aníbal se le escapa, de modo que decide prepararse para enfentarse a él al otro lado de los Alpes.Aníbal atraviesa los Alpes a comienzos de noviembre de 218, con varias docenas de elefantes y hostigado por las tribus galas, episodio que ha inflamado siempre la imaginación popular.
6. Roma readapta su estrategia
Escipión debe ajustar su estrategia:
Por un lado mantiene el plan original de entrar en Iberia, confiando el mando de su ejército a su hermano Cneo.
Mientras él se encamina al Valle del Po, para tomar el mando de la legión allí asentada, y pide refuerzos al Senado para hacer frente a Aníbal.
En lugar de ordenar nuevas levas, el Senado decide posponer la invasión de Africa y enviar al Po como refuerzo las dos legiones de Sempronio, instaladas en Sicilia.
7. Primer encuentro: Tesino
Sin esperar la llegada de los refuerzos de Sempronio, Escipión va al encuentro del ejército de Aníbal. Instala el campamento en la orilla oriental del río Tesino, afluente septentrional del Po, y cruza el río para realizar labores de reconocimiento. De improviso se encuentra con la avanzadilla púnica y se libra una pequeña escaramuza. La batalla, de poca entidad, tiene gran valor simbólico: es la primera victoria de Aníbal, que se gana la confianza de los galos, y el propio cónsul, Escipión, resulta malherido.
8. Primera batalla campal: Trebia (dic. 218)Los romanos se retiran al sur del Po, y acampan en la orilla oriental del Trebia. Sempronio se une al ejército de Escipión en diciembre. Impaciente por combatir, Sempronio desestima el consejo de Escipión (aún convaleciente) de pedir nuevos refuerzos y se deja atraer por Aníbal al terreno que éste había preparado, en la orilla púnica del río, sufriendo una gran derrota.Las victorias de Tesino y Trebia alientan la rebelión de los galos, que se pasan en gran número al bando de Aníbal.Hasta aquí, todo ha ocurrido en menos de un año. Llega el invierno y los restos del ejército romano se retiran a las colonias romanas de Placentia y Cremona, mientras Aníbal se retira entre los galos. (Durante el invierno, mueren todos los elefantes de Aníbal, menos uno).
9. La campaña de 217: estrategia defensiva
Los nuevos cónsules romanos para 217 son Flaminio y Servilio, ambos destinados a contener a Aníbal con sendos ejércitos. Escipión es enviado a Hispania como procónsul, uniéndose a su hermano Cneo.
Otros importantes escenarios de guerra donde Roma envía legiones ese año son: Sicilia, Cerdeña y la propia ciudad de Roma (lógicamente, fuera del pomerium, el límite sagrado e inviolable de la ciudad).
En todas partes, se trata de una estrategia defensiva, excepto en Hispania, donde los Escipiones no han renunciado a hostigar al enemigo en su propio territorio.
10. Intentando contener a Aníbal
Aníbal podía penetrar en el interior de la península por dos vías: las que discurren a ambos lados de los Apeninos. Los dos cónsules se dividen para taponar ambas vías:
Flaminio, con sus dos legiones, se sitúa en Lucca, para defender las vías de Etruria
Servilio, con otras dos legiones, en Ariminum, para proteger la via Flaminia.
11. Aníbal cruza los Apeninos
Como siempre, Aníbal hace lo imprevisible: atraviesa los Apeninos y entra en Etruria por Faesulae (junto a la actual Florencia). En las zonas pantanosas en torno al Arno, Aníbal contrae una oftalmía, que le hará perder la visión del ojo izquierdo.
En Faesulae envía exploradores. Al enterarse de que el ejército de Flaminio se encuentra en Arretium, decide prepararle a una emboscada: se encamina a marchas forzadas hacia Roma, sobrepasando la posición de Flaminio, para obligarle a perseguirle. Eso le permitirá escoger un terreno favorable para el choque, y evitar que se le una el ejército de Servilio.
2. La batalla de TrasimenoLos romanos creen que los púnicos están huyendo de ellos y, llenos de euforia, se dejan coger en una trampa. Flaminio penetra con todo su ejército por un estrecho pasillo entre las colinas y la orilla del lago Trasimeno, por donde Aníbal había pasado el día anterior. Durante la noche, Aníbal había dispuesto a su ejército a lo largo del pasillo, escondido tras las colinas, y las legiones de Flaminio son masacradas.Mientras los romanos supervivientes son apresados, Aníbal permite a los aliados de Roma regresar a sus hogares: quiere presentarse en Italia como hombre clemente, liberador de la opresión romana.Las noticias de la gran derrota siembran el pánico en Roma (VER RELATO), que toma una medida excepcional para resistir a Aníbal: concentrar todo el poder en un solo hombre. Nombran dictador por 6 meses a Fabio Máximo, y lugarteniente suyo a Minucio Rufo.
13. Aníbal no marcha contra RomaA diferencia de lo ocurrido entre los galos del Norte, la proclama de libertad de Aníbal no triunfa en Italia central. Sea por temor a sus legiones o por estar satisfechas del dominio romano, las ciudades del centro de Italia permanecen fieles a Roma.La estrategia de Aníbal nunca buscó atacar Roma directamente, sino cegar la fuente de donde extraía su inagotable fuerza: su gigantesca red de alianzas por toda Italia.Fracasado su intento en la zona central, decide probar en el Sur de la península, de colonización más reciente. Pero primero se dirige al Adriático para dar descanso a sus tropas, debilitadas y enfermas por las largas marchas y los combates.
14. La estrategia de Fabio, el prudenteEscarmentado por las tres derrotas romanas contra Aníbal, Fabio concibio una estrategia de máxima prudencia: mantener a Aníbal siempre vigilado, acampar junto a él en zonas elevadas, donde el púnico no se atrevería a atacarle, pero no aceptar batallas en campo abierto. Fabio acosaba a Aníbal en espera de un descuido, dificultaba sus movimientos, atacaba a los destacamentos que salían en busca de abastecimiento...Era una estrategia paciente, de medio plazo, poco coherente con el espíritu tradicional de Roma, que le valió el sobrenombre de Cunctator, el vacilante.Fabio acompaña la marcha de Aníbal hasta Apulia, y luego a través de las montañas del Samnio hacia la fértil llanura de Campania, en los alrededores de Capua.
15. Aníbal atrapado, consigue escaparAníbal tenía que mover continuamente a su ejército para poder alimentarlo: necesitaba saquear las ciudades por donde pasaba para conseguir grano y ganado... y botín para mantener la moral de las tropas. Buscando una base segura para pasar el invierno, decide volver al Adriático, pero las vías para salir de Campania son montañosas.Fabio ve la oportunidad y hace una jugada maestra: envía a Minucio con 4.000 hombres para cerrar el paso de montaña que debía atravesar Aníbal, mientras él, con el resto del ejército, acampa a media ladera. Aníbal queda encerrado en el pequeño valle.Pero el púnico consigue escapar de la ratonera mediante una brillante maniobra de engaño. Por la noche, envía 2.000 bueyes colina arriba, con antorchas atadas a los cuernos. Minucio piensa que el ejército púnico se pone en movimiento para escapar de la trampa cruzando la montaña, y sale a encontrarse con él. Así, deja el paso libre por donde Aníbal pasa tranquilamente con su ejército y todo el botín.
16. Roma decide enfrentarse a Aníbal
Descontenta con la estrategia de Fabio Máximo, Roma escoge para el nuevo año (216) dos cónsules más decididos, Emilio Paulo y Terencio Varrón, y les confía el ejército más grande que jamás había puesto en pie de guerra: 4 legiones a cada uno, unos 75.000 hombres. Esta vez, habría batalla campal.
Los cónsules marchan a encontrar a Aníbal en Apulia (a 400 km. de Roma), donde otro ejército vigilaba todos sus movimientos. Aníbal acababa de tomar la fortaleza en ruinas de Cannas, situada en una pequeña colina. A sus pies se extiende una amplia llanura, recorrida por el río Aufido.
17. El desastre de Cannas (2 ago 216)
Con fuerzas inferiores en número y en un terrero escogido por los romanos (entre el río y la pendiente), Aníbal dirigió la que se ha llamado “batalla perfecta”, admirada y estudiada por los militares de todos los tiempos hasta nuestros días. Su táctica consistió en aprovechar la misma fuerza de ataque del enemigo para utilizarla en su contra.
Cuando los romanos ya había penetrado suficientemente en sus filas, eufóricos al creerse victoriosos, realizó una maniobra envolvente con tropas de refresco (que había situado en dos columnas, detrás de la línea de choque), que trituró al ejército romano.En los flancos, la caballería púnica puso en fuga a la romana, y luego atacó al enemigo por la retaguardia.Resultado: 50.000 muertos en el bando romano, entre ellos Emilio Paulo y unos 80 senadores, y más de 20.000 prisioneros.Aníbal no marcha contra Roma. Después de Cannas, todos pensaban que Aníbal marcharía sobre Roma para conquistarla. Los historiadores han discutido siempre sobre qué habría ocurrido si Aníbal hubiera atacado Roma.Roma no se rinde. Aníbal envió un emisario a Roma para negociar el rescate de los prisioneros romanos (muchos de ellos hijos de familias influyentes) y quizás la paz. Pero el Senado le negó la entrada en la ciudad y prohibió el pago de ningún rescate (VER RELATO). Roma lucharía hasta la muerte. Aníbal queda sorprendido.
18. Consecuencias de CannasDefecciones en masa. La batalla de Cannas consiguió por fin la deserción de un gran número de ciudades. Desde Campania hacia el Sur, casi toda la Italia meridional se pasa al bando de Aníbal. El mayor golpe fue la traición de Capua, la ciudad más importante de Italia después de Roma.Permanencen fieles: el Lacio, Umbría y Etruria, todo el centro de la Península, que impide que contacten las dos zonas rebeldes. Roma cuenta además con varias colonias bien fortificadas que había ido estableciendo estratégicamente por todo el territorio. Ahora son como islotes en territorio hostil. Y también habían resistido las ciudades griegas del Sur (la antigua Magna Grecia), fortificadas y con salida al mar.Reacción de Roma. En la ciudad, la conmoción por el desastre es enorme, pero mayor aún la voluntad inquebrantable de seguir luchando. A base de reclutar adolescentes, esclavos, delincuentes... se ponen en pie de guerra 19 legiones.
Retorno a la prudencia. Cannas mostró la sabiduría de la estrategia prudente de Fabio Máximo, cuyas líneas se siguieron a partir de entonces a rajatabla.
Cambia el tipo de guerra. Contar con aliados y amplios territorios amigos cambió también radicalmente la estrategia de Aníbal en Italia, pero eso lo veremos ya en el próximo capítulo.
RELATOS DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA
Roma en estado de shock tras la derrota de Trasimeno
Aníbal acaba de aniquilar al ejército del cónsul Flaminio junto al lago Trasimeno, a pocas jornadas de Roma. Los supervivientes van llegando a Roma e informan del desastre...
Los supervivientes de la batalla de Cannas
Qué fue de los romanos que cayeron en manos de Aníbal y de los que consiguieron huir. Severidad del Senado romano. Odisea que hubieron de sufrir antes de poder regresar a sus hogares.
Segunda Guerra Púnica. Escipión
El salvador de Roma
Situación en Italia después de Cannas (216 a.C.)
(Viene de aquí). Con la defección masiva del Sur de Italia, cambió por completo el tipo de guerra: hasta ese momento se trataba de un gran ejército que había penetrado en territorio enemigo, y actuaba como un único bloque bajo el mando de Aníbal. Este ejército necesitaba moverse continuamente, saqueando las ciudades a su paso, para poder alimentarse. Y buscaba la confrontación en campo abierto, donde Aníbal demostraba una y otra vez su superioridad.
Ahora, en cambio, la obtención de aliados en el Norte y el Sur de la Península le permitía a Aníbal contar con bases fijas y tropas de refresco, pero también tenía un territorio que defender. Los dos bandos librarán una guerra de posiciones, con múltiples focos simultáneos pero sin grandes batallas.
Aníbal ya no tendrá unidad de acción ni libertad de movimientos. Deberá dispersar sus fuerzas para atender al mismo tiempo distintos puntos de conflicto, y acudir a las llamadas de socorro de las ciudades aliadas ante los ataques de Roma.
Con este nuevo tipo de guerra, Aníbal no tenía ninguna opción contra Roma. Las tropas italianas aliadas de Aníbal eran inferiores a las legiones romanas, y no disponían de mandos con experiencia. El único grupo que podía combatir contra Roma con superioridad era el ejército principal de Aníbal (libios, númidas, españoles y galos), pero su número iba en descenso, pues no se reponía ni recibía refuerzos de Cartago.
Roma, en cambio, exprimirá sus recursos hasta el límite, poniendo en pie de guerra cada año 19, 20, 25 legiones: casi 200.000 soldados, entre romanos y aliados. Una gigantesca maquinaria que irá reconquistando una a una las ciudades perdidas, de un modo paciente, sistemático e implacable.
Desarrollo paso a paso
Escipión el Africano
Escipión en Hispania
Mientras Aníbal deambulaba por Italia, la estrategia romana, que había desplazado sus mejores tropas a Hispania, comenzaba a dar frutos. Allí, en una decisión sin precedentes en su historia, Roma había entregado el mando de sus legiones al jovencísimo Publio Cornelio Escipión, hijo y sobrino de dos brillantes generales y perteneciente a una de las principales familias patricias.
Aunque había combatido ya junto a su padre en las batallas de Tesino y Cannas, Escipión contaba apenas 24 años, y era sólo un ciudadano particular, que no había desempeñado aún ninguna de las magistraturas que daban acceso al mando militar.
Su estirpe y su determinación insuflaron nuevos ánimos a unas tropas desesperadas, que bajo su mando consiguieron derrotar al ejército cartaginés comandado por los hermanos de Aníbal, Asdrúbal y Magón, hasta expulsarlos completamente de Hispania. En el año 205, sus legiones victoriosas estaban en condiciones de regresar a Italia.
La situación en Italia
Allí, los últimos restos de las tropas romanas habían aprendido la lección y evitaban cualquier enfrentamiento directo con Aníbal. Preferían hostigar a sus hombres desde la distancia, y sus ataques eran una sangría insoportable para el ejército cartaginés.
Sin haber sufrido jamás una derrota, después de haber tenido a la indefensa Roma a su merced, Aníbal, atrapado en Italia, sin aliados, sin provisiones y con apenas un tercio de su ejército, se vio obligado a regresar por mar a Cartago, tras haber estado deambulando por Italia durante 16 años.
Cambio de escenario y desenlace
Por fin, Roma se atrevió a llevar la guerra a suelo cartaginés. Escipión convenció al Senado de la necesidad de desembarcar cuanto antes en la costa norteafricana, en persecución de Aníbal, cada vez más acorralado. Ambos compartían además viejas deudas de sangre. Escipión había derrotado al hermano de Aníbal en Hispania, Asdrúbal, pero éste se había cobrado antes la vida del padre y el tío de Escipión.
Los dos grandes generales se enfrentaron por primera y última vez en la decisiva batalla de Zama, en el año 202 a.C. Roma y Cartago se hallaban al límite de sus fuerzas y el resultado sería decisivo. Aníbal recurrió a su genio táctico, Escipión a su astucia.
Para neutralizar a los elefantes, la más temible de las armas cartaginesas, el romano hizo sonar todas las trompetas de su ejército. Las bestias, aterrorizadas, huyeron en desbandada aplastando a la propia caballería cartaginesa. Aunque la infantería de Aníbal presentó batalla hasta el final, el gran general no pudo evitar su completa derrota.
Tras su victoria, Escipión obtuvo el sobrenombre de “el africano”, mientras Aníbal, abandonado por sus propios compatriotas, se vio obligado a refugiarse en la corte del rey de Bitinia, donde se quitó la vida con un veneno.
Tal vez fuera cierta la sentencia de su jefe de caballería, que, exasperado porque Aníbal no se decidía a conquistar Roma cuando la tenía en su mano, le dijo: Cierto es que los dioses no conceden todos sus dones a la misma persona. Tú sabes vencer, Aníbal, pero no sabes aprovechar la victoria.
Situación de Roma tras la guerra
La derrota de Cartago convirtió a Roma en la dueña absoluta del Mediterráneo occidental, y dio paso a la época de las grandes conquistas. Pronto comenzó también la colonización de los territorios ya dominados: la Península Ibérica, el sur de la Galia y el Norte de África.
MAPAS DE LA SEGUNDA GUERRA PÚNICA
1. Aníbal busca una salida al marEn los años 216-215 Aníbal consigue la deserción de un gran número de ciudades desde Campania hacia el Sur. La más importante será Capua, segunda en importancia de Italia. Su deserción es un duro golpe para Roma.Por lo general, las ciudades tienen miedo a las represalias de Roma, y sólo se entregan a Aníbal cuando su ejército se acerca.Pero las ciudades bien fortificadas son muy difíciles de tomar al asalto. Y si tienen puerto de mar, tampoco pueden ser sitiadas y rendidas por hambre. De este modo, Nápoles y otras ciudades importantes de la costa permanecen fieles a Roma.Aníbal necesitaba imperiosamente una salida al mar, para tener conexión con Cartago y poder recibir refuerzos. Lo consigue por fin el año 215, con los pequeños puertos de Locroi y Crotona. Será la única vez que reciba refuerzos de Cartago.
2. Primer objetivo de Roma: recuperar Campania (215-211)Roma procedió con orden y disciplina en su labor de recuperación del territorio. En primer lugar mantuvo un poderoso ejército en Etruria, para asegurar la lealtad de esa región crucial. Luego estableció una línea de defensa en Campania, para evitar que el enemigo penetrara en el Lacio. Y una vez asegurada la defensa, procedió a la ofensiva.Mantenía cierta actividad en el sur de la península, para obligar a Aníbal a dividir su ejército, pero sabiendo que su objetivo prioritario era recuperar Campania.Las tácticas de Fabio Máximo se convierten en doctrina oficial: nada de aventuras contra Aníbal, sólo ataques sin riesgos y hostigamientos... evitar a toda costa batallas en campo abierto. En pocos años, la balanza estará nuevamente del lado romano.
En 215 recuperan Cumas. En 214 Casilinum. En 212 los dos ejércitos consulares se emplean a fondo en los trabajos para asediar Capua.
3. Aníbal toma Tarento (212)
Aníbal seguía cosechando éxitos en la zona más meridional de Italia. Su principal campamento estaba situado cerca de Tarento, cuando el año 212 unos nobles de esta ciudad vinieron a negociar con él para entregársela a traición. A la caída de Tarento le siguieron la de otras ciudades griegas como Metaponte y Thurioi.
Tarento contaba con un importante puerto de mar, y en los próximos años será en centro de operaciones de Aníbal en Italia, una vez que Capua se hallaba sitiada y próxima a perderse.
4. La caída de Capua (211). Hannibal ante portasLos romanos habían organizado un férreo cerco en torno a Capua, con dos ejércitos acampados ante las murallas de la ciudad. Conscientes de lo que les esperaba si caían, los capuanos enviaron desesperados e insistentes mensajes de socorro a Aníbal. El año 211 Aníbal marchó con su ejército principal para intentar romper el asedio.Sus primeros intentos fracasaron, y pronto Aníbal comenzó a andar falto de víveres, pues los romanos habían saqueado toda la zona.En un intento desesperado, Aníbal decidió marchar sobre Roma, acampando con su ejército fuera de las murallas (el famoso Hannibal ante portas), pero ya nadie veía en esto una seria amenaza, y el asedio de Capua continuó firme. Cuando Aníbal comprendió que no mordían el anzuelo, se retiró hacia el sur, abandonando Capua a su suerte.
5. Roma recupera el Samnio
Después de Capua, Roma recupera Beneventum, capital de la región montañosa del Samnio. Desde ahí, pueden atacar Lucania y Apulia y consiguen la caída de varias ciudades. La propia Tarento caerá en 209.
Para acelerar el proceso de vuelta a Roma, ya irreversible, los romanos tratan bien a los que se entregan voluntariamente, pero castigan severamente a las ciudades que son tomadas a la fuerza.
6. Expedición desde Iberia. Batalla del río Metauro (207)En el año 208, Aníbal controlaba ya sólo el extremo sur de la península. Estaba perdiendo la guerra por falta de recursos. No podía combatir el solo contra el elevado número de legiones de Roma. De Cartago sólo en una ocasión recibió refuerzos. Su última esperanza se hallaba en recibirlos desde Iberia.En el 207 se supo que un hermano de Aníbal, Asdrúbal, cruzaría los Alpes con un ejército de apoyo siguiendo la misma ruta que su hermano, y Roma vivió la última situación de pánico en esta guerra, ahora definitivamente encarrilada. La conjunción de ambos ejércitos podía ser fatal.Pero Roma se hallaba ahora mucho más preparada, sus generales bien aleccionados y las legiones mejor adiestradas y con experiencia. Y además, Asdrúbal no era Aníbal. Fue derrotado por dos ejércitos consulares en el río Metauro, antes de que pudiera avisar a Aníbal de su llegada.
El ejército de Aníbal, todavía invicto en tierra italiana y capaz de vencer en cualquier batalla, ya no suponía una seria amenaza para Roma.
Otros escenarios de guerra
En la primera guerra púnica Roma y Cartago habían combatido por el dominio de Sicilia, y la lucha se centró en ese escenario. Pero ahora el choque tenía un carácter más general. Las dos grandes potencias luchaban por la supremacía y la supervivencia, y la guerra se libró en un marco geográfico más amplio: Iberia, Sicilia, Macedonia y finalmete la propia África.
7. SiciliaSicilia era una pieza de gran importancia estratégica en esta guerra por un doble motivo:1) Por su importancia como base naval, al ser el puente entre Africa e Italia. Roma debía controlar Sicilia si quería impedir que Cartago contactara con Aníbal y le enviara refuerzos.2) Por ser uno de los principales graneros de Roma. El grano de Sicilia permitía mantener un elevado número de legiones.Consciente de ello, Roma mantuvo desde el principio una importante guarnición en la isla. Inicialmente contaba con la ayuda del tirano de Siracusa Hierón, un viejo aliado de Roma desde la primera Guerra Púnica (ver). Al iniciarse la Segunda, el tirano tenía 70 años. A su muerte, tres años después (215), se desató la lucha de facciones rivales y terminó predominando la que apoyaba a Cartago.Los dos bandos enviaron fuentes contingentes a la isla, con la mira puesta en Siracusa, que resistió durante año y medio el asedio romano, gracias en buena parte a los ingenios de Arquímedes, el genial matemático griego. Cuando cayó Siracusa, el año 212, los púnicos se concentraron en torno a Agrigento, para una desesperada defensa que duró dos años más. En 210 toda la isla era definitivamente romana.
8. Macedonia
Fue un escenario muy secundario. El rey macedonio Filipo V llevaba tiempo viendo con procupación la influencia creciente de Roma en el Adriático (ver) y quiso aprovechar la crisis provocada por Aníbal para sacar provecho. Roma no estaba en ese momento para muchas alegrías, y no podía dispersar recursos (más adelante saldaría las cuentas), de modo que se alió con la Liga Etolia, enemiga de Macedonia en ese momento, para tenerla controlada. Fue básicamente una guerra entre griegos, donde Roma y Cartago apenas se comprometieron.
9. España. Campañas de los hermanos EscipiónIberia fue el principal escenario de esta guerra, después de Italia. Desde el principio, Roma vio la importancia de esta región para Cartago, y mantuvo allí importantes contingentes de tropas, al mando casi siempre de la familia Escipión. El principal objetivo era evitar que desde Iberia se enviaran refuerzos a Aníbal.Ya en el año 218, el primero de la guerra, Cneo Escipión había desembarcado en la colonia griega de Emporium (ver). Al año siguiente se le unió su hermano Publio, que acababa de dejar el consulado.Los Escipiones se hicieron rápidamente con el control de la zona al Norte del Ebro, desde donde desarrollan brillantes campañas militares y una intensa actividad diplomática con las colonias griegas y con los pueblos indígenas, venciendo a los hermanos de Aníbal en sucesivas batallas. El exceso de confianza e impulsividad les hizo encontrar la muerte en el año 211, en un choque contra todos los ejércitos púnicos de la península.
Final de las Guerras Púnicas
Cartago destruida
Después de las Guerras Púnicas, aún quedaban grandes reyes que se atrevieron a hacer frente al poderío de Roma, en Grecia, en Turquía y en Siria, pero fueron barridos por la incontenible marea de sus legiones.
Mucho han debatido los historiadores sobre este sorprendente afán de dominio, que llevó a los romanos a someter una tras otra todas las naciones del Mediterráneo. Los propios romanos lo atribuían al deseo de los dioses.
Lo cierto es que sus ciudadanos se habían acostumbrado a las conquistas y a sus beneficios: además del oro, la plata y las piedras preciosas, con cada victoria Roma recibía incontables tributos en especie, cientos de esclavos, obras de arte y animales exóticos. Estas riquezas permitían la distribución gratuita de alimento a la ciudadanía, grandiosas obras públicas e increíbles espectáculos. El pueblo vivía de forma espléndida, los senadores se enriquecían por encima de toda medida, y los generales orgullosos recorrían triunfantes la ciudad.
El conquistador conquistado
Sin embargo, en otro terreno, los propios conquistadores fueron los conquistados. La sociedad romana, concebida para la lucha y el sacrificio, estaba acostumbrada a combatir a los rudos itálicos y fieros hispanos, pero no estaba preparada para enfrentarse culturalmente a Grecia y Oriente.
Cuando entraron victoriosos en Atenas, los romanos quedaron fascinados por la belleza de su arte, el refinamiento de su filosofía, y la dulce musicalidad de un idioma concebido para el razonamiento. Los nobles romanos comenzaron a copiar las esculturas griegas, enviar a sus hijos a aprender su idioma, asistir a sus representaciones teatrales, y deleitarse con la música y la poesía llegadas de Oriente.
Los más conservadores, escandalizados, aseguraban que eso sería el fin del espíritu romano, y que las delicadas costumbres griegas conducirían a la ciudad, después de tanto esfuerzo, a la molicie y la decadencia. No podían estar más equivocados. Tras asimilar la cultura griega, Roma, que ya dominaba el Mediterráneo por la fuerza de las armas, comenzó a hacerlo también por la potencia de su civilización, que extendió, como un inesperado regalo, por todos los rincones del mundo conocido, sembrando con ello las semillas de la cultura occidental.
El colapso de la República
El poder de Roma se vuelve contra ella
Catón el Viejo
Comparación de culturas
El concepto de colonización romana era muy diferente del de los cartagineses. Los púnicos se limitaban a explotar los recursos de los territorios conquistados. Roma lo hacía también pero, además, asentaba allí a sus veteranos de guerra, construía calzadas, puentes y acueductos, dotaba de leyes a esas comunidades, y les ofrecía todas las ventajas de su civilización.
La segunda Guerra Púnica decidió la historia de Occidente, construido sobre el Imperio Romano. Y nunca se podrá saber qué hubiera ocurrido si Escipión el africano no hubiera ganado en Zama, o si Aníbal hubiera destruido Roma, como todos esperaban que hiciera.
Cartago debe ser destruida
La victoria de Roma había reducido definitivamente a Cartago a una potencia menor, recluida en el norte de África. Sin embargo, los años pasaban y los romanos todavía recordaban con pánico los terribles momentos de la amenaza de Aníbal, lo cerca que habían estado de la catástrofe.
El viejo Catón, un senador célebre por su severidad y por su retórica, no perdía ocasión para recordar que debían aniquilar al enemigo. Sin importar el asunto del que estuviera hablando en la asamblea del Senado, sus discursos terminaban siempre con la misma coletilla: Delenda est Cartago!, ¡Cartago debe ser destruida!
Si no, alegaba, Roma jamás tendría descanso, y viviría siempre atemorizada por la amenaza púnica.
La Tercera Guerra Púnica
Al final, Escipión Emiliano, descendiente del gran general que había salvado a Roma en los tiempos de Aníbal, condujo la última Guerra Púnica, en el año 147 a.C., 55 años después de la derrota de Aníbal.
Fue necesario inventar una excusa para declarar la guerra, y los cartagineses, desesperados, no presentaron demasiada resistencia. Pero eso no les libró de uno de los más terribles castigos que haya sufrido jamás una ciudad. Los romanos saquearon, quemaron y arrasaron Cartago hasta los cimientos.
Y cuando la ciudad había desaparecido, convertida en un montón de ruinas humeantes, los romanos pasaron el arado, sembraron con sal, y maldijeron esa tierra para siempre, de modo que nadie volvió a habitar jamás la ciudad que un día había sido la más poderosa del Mediterráneo.
Roma había exorcizado al más terrible de sus demonios y era dueña absoluta de toda la cuenca occidental del Mediterráneo.
El encuentro con Grecia
El conquistador conquistado
Julio César cae asesinado a la entrada de la Curia. Un nutrido grupo de senadores, con Brutus a la cabeza, se había conjurado para darle muerte, en un intento desesperado por salvar la República.
El conflicto de los Gracos
Estos enfrentamientos entre los guardianes de las antiguas tradiciones romanas y los partidarios de las novedades venidas de Grecia volvieron a introducir –a mediados del siglo II a.C.- un clima de gran agitación en el interior de la ciudad, que cristalizó con el famoso conflicto de los Gracos.
Los Gracos eran dos hermanos de ideas avanzadas que, como Tribunos de la Plebe y en defensa de sus intereses, reclamaban una reforma agraria: la distribución gratuita de tierras entre los ciudadanos más pobres de Roma, en perjuicio de los todopoderosos terratenientes.
Los dos fueron asesinados. El mayor, el mismo día en que acababa su mandato de Tribuno, pues los Tribunos de la Plebe –como dijimos- eran sagrados e inviolables. Con el hermano menor, sin embargo, ni siquiera esperaron a que expirara su mandato.
La crisis del siglo I a.C.
La muerte violenta de los Gracos dio comienzo al siglo I a.C., el más terrible y convulso de la Historia de Roma. Durante ese siglo, Roma se desangró en interminables Guerras Civiles, cuya causa era precisamente su poder y sus inmensos dominios.
En efecto, las instituciones Republicanas, que habían servido para gobernar la ciudad durante 500 años y la habían conducido a la conquista del Mediterráneo, eran insuficientes para administrar sus posesiones.
Los romanos habían dispuesto sus leyes para evitar que un solo hombre ostentara el poder absoluto, pero los generales romanos se habían vuelto demasiado poderosos. Apoyados en sus legiones y en los recursos de las provincias que gobernaban, pugnaban entre sí para hacerse con el poder en solitario. Primero Mario y Sila, después Julio César y Pompeyo, sumieron el Mediterráneo en un baño de sangre.
La obra de Julio César
Al final de este periodo convulso destaca la figura gigantesca de Julio César: el hombre que, por fin, consiguió concentrar en su mano todos los poderes políticos de forma indefinida. Pero Roma, orgullosa de su tradición republicana, no estaba madura para semejante cambio, y Julio César fue asesinado por un nutrido grupo de senadores en el año 44 a.C.
Augusto, el primer emperador
El arquitecto del nuevo régimen
Augusto utilizó profusamente la iconografía para reforzar la legitimidad de su poder. En esta pieza (llamada "Gemma Augustea", 22 cm. de ancho, tallada hacia el año 10 a.C.), aparece representado como Júpiter, sentado junto a la diosa Roma.
La sucesión de Julio César
Ante el cadáver de César y los ojos del pueblo, Marco Antonio –al que todos creían su sucesor natural- rompió los sellos de su testamento. Julio César adoptaba a título póstumo y dejaba como único heredero... al joven Cayo Octavio (conocido después como Augusto). Todos quedaron atónitos, especialmente el defraudado Marco Antonio.
Cayo Octavio apenas tenía 18 años, y era un joven inteligente y reservado, de aspecto enfermizo, pariente lejano de Julio César, en quien el dictador creyó descubrir las extraordinarias cualidades que Roma necesitaba. Y no se equivocó.
Octavio gobernó Roma junto con Marco Antonio, hasta que consiguió deshacerse de él, en la última de las guerras civiles que asolaron la República. La victoria sobre Marco Antonio y Cleopatra (su aliada y amante), el año 31 a.C., colocó Roma en sus manos. Habían pasado 13 años desde la muerte de César.
El arquitecto prudente del Imperio
Todos eran conscientes de que Augusto se proponía ocupar el poder en solitario, pero él, astuto y prudente, nunca lo proclamó abiertamente. Mientras iba edificando el Imperio, repetía sin descanso que todas las modificaciones estaban destinadas a mejorar el funcionamiento de la República.
Las reformas, lentas y escalonadas, se espaciaron cuidadosamente durante décadas a lo largo de su extenso reinado, de más de 40 años. Al principio, llegó incluso a fingir que abandonaba la vida pública para devolver la normalidad a la República. Cuando la ciudadanía y el Senado, sabedores de que sólo él los separaba de una nueva Guerra Civil, le suplicaron que renovara su mandato, sólo permitió una prórroga temporal, y tardó mucho tiempo en aceptar del Senado un poder indefinido.
Exhaustos tras un siglo de enfrentamientos civiles, proscripciones y matanzas, Roma concedió todo su apoyo a ese hombre sereno y prudente, que ofrecía paz y orden a cambio del dominio del estado.
La fecha para el comienzo del Imperio suele fijarse en el año 27, momento en que el Senado le concede el título de Augusto, un calificativo de carácter religioso, que elevaba a su portador por encima del resto de los hombres. Éste también pasó a ser el nombre del octavo mes del año, aquel en el que había nacido el salvador de Roma.
Respetando la idiosincrasia romana, que detestaba profundamente la monarquía, Augusto supo combinar con inteligencia tradición y renovación al crear el Imperio, una nueva forma de gobierno en la que el emperador no sería un rey, ni un tirano, sino el primero de los senadores, destinado a velar por el bienestar de todos.
Una edad dorada
Como un reflejo de la paz pública y de la bonanza económica, el reinado de Augusto inauguró la época más brillante de la cultura romana. Algunas de las figuras más destacadas de la literatura: Virgilio, Ovidio, Tito Livio... cantaron las excelencias del nuevo orden. Sus obras, armoniosas y equilibradas, constituyen el período de más puro clasicismo en el arte y la literatura romanas: una edad dorada a la que los autores de todas las épocas acudirían una y otra vez con añoranza.
Aliviada tras el infierno de las Guerras Civiles, todo en la ciudad proclamaba el nacimiento de una nueva era de paz y prosperidad, la gloria del Imperio y la llegada al Mediterráneo de la Pax Romana.
Los emperadores Julio-Claudios
Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón
Claudio, descubierto por la guardia pretoriana temblando de miedo tras una cortina, es proclamado emperador después del asesinato de Calígula
Las nuevas instituciones
Las innumerables reformas de Augusto, continuadas más tarde por sus sucesores, crearon una maquinaria administrativa bien engrasada, capaz de gobernar hasta el último rincón de un Imperio que se extendía desde Hispania hasta Siria, y desde Normandía hasta Egipto.
Gracias a estas transformaciones, el ordenamiento imperial se convirtió en una estructura sólida, cuya eficacia mejoraba cuando al frente se encontraba un emperador capaz, pero que también podía resistir las veleidades de los monarcas estúpidos o crueles.
Por eso, aunque los sucesores de Augusto, los emperadores Julio-Claudios, se hicieron célebres por sus locuras, los cuadros medios y bajos de la administración siguieron funcionando, y en las provincias apenas sufrieron los desmanes de unos emperadores que sumieron la ciudad de Roma en el terror.
Primeros sucesores de Augusto
El primer sucesor de Augusto fue Tiberio, un gran general, inteligente y capaz, pero al que las circunstancias habían obligado a ejercer un poder absoluto que repugnaba a su talante aristocrático y a su espíritu conservador. Tiberio despreciaba profundamente la adulación a la que se habían visto reducidos los senadores, y poco a poco su carácter reservado derivó en una profunda misantropía.
Pero el imperio siguió funcionando sin sobresaltos, aunque Tiberio pasó los últimos 10 años de su vida retirado en la isla de Capri, después de haber dejado el gobierno en manos de un ministro, sin querer firmar más órdenes que las que llevaron a la muerte a decenas de senadores, conjurados para deponerle.
Su sucesor, Calígula, se creía un dios en vida, y mandó arrancar las cabezas de todas las estatuas de los dioses de su palacio para colocar la suya. En cierta ocasión, enojado con Neptuno, señor de los mares, le declaró la guerra, y ordenó a sus legiones que lanzaran sus venablos al agua y que como botín recogieran centenares de conchas, que hizo enviar a Roma en preciosos cofres para adornar su triunfo. Tras haberse atraído el odio hasta de sus colaboradores más cercanos, Calígula murió asesinado cuatro años después de iniciar su reinado.
Sin saber muy bien qué hacer, la guardia pretoriana recorrió el palacio imperial en busca de un sucesor, y encontró al tío de Calígula, Claudio, temblando de miedo tras una cortina. Los pretorianos resolvieron al punto convertirle en amo del mundo, y este hombre de cincuenta años, al que todos habían considerado un estúpido, que tartamudeaba al hablar y caminaba cojeando, fue capaz de regir el Imperio con justicia y sabiduría, mejorando sustancialmente el funcionamiento de la administración.
Respecto a su sucesor, Nerón, ha quedado como ejemplo de la depravación a la que puede conducir un poder inconmensurable, cuando se deja en manos de un muchacho vanidoso y cruel.
Y mientras tanto, sin embargo, las provincias eran ricas y prósperas, los caminos y las fronteras seguros, los jueces y los gobernantes eficaces.
Como Calígula, Nerón también murió de modo violento, en el año 68 d.C., cuando fue obligado a quitarse la vida.
Los emperadores Flavios
Roma después de Nerón
El arquitecto del Coliseo presenta al emperador Vespasiano una maqueta del proyecto
Cambio de dinastía
La muerte de Nerón sin herederos puso fin a la dinastía Julio-Claudia, y sumió a Roma en una guerra civil que se resolvió en menos de un año, con el ascenso del general Vespasiano, que inauguró una nueva dinastía de emperadores: los Flavios. Por primera vez, las legiones estacionadas en las provincias habían sido capaces, por sí solas, de conducir a su general hasta el trono imperial.
Hombre frugal, trabajador y sencillo, Vespasiano fue un gran administrador, dedicado en cuerpo y alma al gobierno del Imperio, y durante su reinado se sanearon las arcas del Estado, que habían quedado exhaustas tras los absurdos derroches de Nerón.
A su muerte le sucedió su hijo Tito, al que los romanos llamaban delicia del género humano, por su carácter afable y en extremo generoso. Durante su corto reinado se inauguró el Coliseo, cuya construcción había sido comenzada por su padre 8 años antes, en uno de los vastos terrenos que ocupaba Nerón en el centro de la ciudad.
Por desgracia, Tito murió dos años después de subir al trono, que fue ocupado por su hermano Domiciano, tan diferente de él como la noche del día.
Domiciano
Parecía que, irremediablemente, el poder corrompía la sangre de sus gobernantes. Las dinastías que comenzaban con tan buenos augurios, acababan degenerando en gobiernos despóticos. Aunque Domiciano fue un emperador apreciado en las provincias por la severidad con la que juzgaba a los gobernadores corruptos, y era casi idolatrado por los legionarios, acabó por hacerse odioso a los romanos por su crueldad, y llegó a ser considerado como un nuevo Nerón.
Tras 16 años de gobierno, Domiciano fue asesinado por un complot palaciego en el que estaba involucrada su propia esposa.
El Senado gestiona la sucesión
Pero esta vez, a diferencia de lo ocurrido con Nerón, el Senado supo manejar la situación: en una sola sesión extraordinaria, la asamblea eligió a un emperador de transición, el respetable Nerva, un senador anciano y sin hijos. Este se apresuró a adoptar como heredero y sucesor a Trajano, el mejor general de Roma, ganándose así el apoyo del ejército.
La Edad de Oro del Imperio
La época de los grandes emperadores
El emperador Adriano en actitud reflexiva
La llegada al trono de Trajano, en el año 98 d.C. inauguró la era más gloriosa del Imperio, el siglo en el que Roma alcanzó su máximo esplendor y desarrollo.
El logro del equilibrio
Durante varias generaciones, el Imperio estuvo gobernado por emperadores extraordinariamente capaces. Los reinados de estos hombres fueron largos y prósperos, y cuando morían, la sucesión tenía lugar pacíficamente, cediendo su lugar al más capacitado para ejercer el poder.
Trajano gobernó Roma durante 19 años, su sucesor Adriano 21, Antonino Pío 23 y Marco Aurelio, el emperador filósofo, 19. Parecía que por fin, se había conseguido conjurar definitivamente el fantasma de las guerras civiles, que el Imperio había alcanzado un equilibrio perfecto y que ya nada podría destruirlo.
De hecho, el siglo II es conocido como el siglo de Oro del Imperio Romano. Durante esta centuria se extendió por todas partes una sensación de plenitud y perfección. Se construyeron acueductos, nuevas calzadas y grandes edificios públicos. El Imperio se podía recorrer de punta a punta sin temor a los bandidos y a la prosperidad económica se sumó un extraordinario florecimiento cultural.
Tres grandes emperadores
Trajano, el gran general, aportó a Roma sus últimas conquistas -la Dacia, Arabia y Mesopotamia- llevando las fronteras hasta su máxima expansión.
Su sucesor, Adriano, juzgó que el Imperio no debía extenderse más, y que era el momento de aumentar la cohesión de sus vastos dominios. Viajero infatigable, recorrió todas sus provincias para mejorar su funcionamiento y asegurar sus fronteras.
A su muerte, comenzó el tranquilo reinado de Antonino Pío, un hombre tan bondadoso y clemente, que parecía no un emperador sino un padre quien estaba al frente del Imperio.
Primeros signos preocupantes
Sin embargo, bajo su sucesor Marco Aurelio, que fue también un magnífico gobernante, comenzaron a aparecer los primeros síntomas de que la Edad de Oro estaba llegando a su fin.
Los bárbaros, ansiosos por alcanzar las riquezas de Roma, asediaban todas las fronteras del Imperio. Cuando los ataques eran lanzados por guerreros, las legiones romanas podían rechazarlos con cierta facilidad. Pero pronto comenzaron a llegar tribus enteras: hombres, mujeres, niños y ancianos, grandes oleadas de gente hambrienta llegadas de Europa Central y las estepas rusas. Estas masas migratorias, detenidas contra la barrera que marcaba el límite del Imperio, no buscaban presentar batalla, sino nuevas tierras en las que asentarse, y contra ellos no cabía emplear el recurso de las armas.
El Imperio, que había alcanzado con Trajano su máxima expansión, comenzará a contraerse a partir de Marco Aurelio. Este príncipe filósofo, amante de la paz, y autor de algunas de las obras más interesantes del pensamiento romano, se vio obligado a combatir sin descanso en la frontera del Danubio. Pero Roma ya no peleaba para conquistar nuevos territorios, sino para defenderse, y a partir de este momento, cada derrota supondría la pérdida de una parte de sus dominios.
La sucesión de Marco Aurelio
Para acabar de empeorar las cosas, un hombre tan sabio como Marco Aurelio se dejó cegar por el afecto a los de su propia sangre, rompiendo el excelente sistema de sucesión que tan bien había funcionado durante todo el siglo. En lugar de elegir al hombre más adecuado para sucederle, entregó el imperio a su hijo Cómodo, a pesar de que éste había dado muestras de una crueldad que el ejercicio del poder sólo podría acentuar.
Los graves problemas del Imperio
Roma se precipita en el caos
El emperador Septimio Severo se incorpora para reprochar a su hijo Caracalla que intentara asesinarle.
Cómodo
Con el reinado de Cómodo acababa la Edad de Oro del Imperio y comenzaba la Edad de Hierro. Su primera decisión fue firmar apresuradamente la paz con los bárbaros. Incapaz de enfrentarse con valor al enemigo, era sin embargo un gran aficionado a los combates de gladiadores, y le gustaba mezclarse con estos hombres de baja condición, contra los que combatía con espadas sin filo y tridentes sin punta.
De regreso a Roma, Cómodo dio rienda suelta a su carácter violento y a sus delirios de grandeza: quiso que los romanos le rindieran culto como a Hércules, cambió a su antojo los nombres de los doce meses, e incluso el de la propia Roma, que se convirtió en la Colonia Nova Commodiana.
El primer día del año 193, considerando que con ello agradaría a los dioses, tenía planeado sacrificar a los dos cónsules, después de que éstos, ignorantes de su destino, concluyeran el desfile ritual que inauguraba el año. Pero el 31 de diciembre, antes de que pudiera llevar a cabo sus planes, fue estrangulado en el baño por uno de sus esclavos.
Cambio de dinastía: los Severos
A su muerte, el Senado, que ya había perdido casi todo su poder, dejó hacer a los soldados, pues en lo sucesivo sería la fuerza de las legiones la que decidiría el futuro de Roma. Tras varios meses de incertidumbre, se hizo con el poder Septimio Severo, el primer emperador proveniente del norte de África, que inauguraba la dinastía de los Severos.
Estos emperadores rudos, pero buenos administradores, impusieron un corto período de estabilidad.
La ciudadanía romana
El sucesor de Septimio Severo, Caracalla, es recordado en todos los libros de Historia por haber concedido la ciudadanía romana a todos los habitantes del Imperio, en el año 212.
La condición de ciudadano había sido un codiciado bien al alcance de muy pocos a comienzos del Imperio, pero se había ido extendiendo progresivamente con el paso del tiempo, hasta el punto de que la medida de Caracalla, destinada en realidad a aumentar los contribuyentes para poder pagar más soldada a las tropas, no tuvo demasiada trascendencia práctica, pero sí simbólica.
Roma había dejado de ser una ciudad que gobernaba en su provecho territorios obtenidos por conquista, para convertirse en un solo Imperio en el que todos sus habitantes eran iguales, sin importar el lugar de nacimiento.
Estas transformaciones, casi imperceptibles para sus contemporáneos, conducirían poco a poco a que Roma fuera una ciudad más dentro de su propio Imperio, y darían comienzo a su lenta decadencia.
Fin de la dinasía
Caracalla fue un emperador cruel, capaz de asesinar a su propio hermano, Geta, en presencia de su horrorizada madre. Creyéndose él mismo una reencarnación de Alejandro Magno, arrastró al imperio a una inoportuna campaña en Oriente para emular las conquistas del Macedonio. Como tantos otros emperadores indignos, murió asesinado, mientras preparaba una campaña en Siria, en el año 217.
La gran confusión del siglo III
El final de la dinastía de los Severos abrió uno de los siglos más confusos de la Historia del Imperio: el siglo III. En él se sucedieron medio centenar de emperadores, algunos de los cuales permanecieron apenas unos días en el trono. Mientras generales sin escrúpulos se disputaban la púrpura y arrastraban a las legiones a la Guerra Civil, los bárbaros asediaban las fronteras, la población se empobrecía y las provincias se sumían en el caos. Por momentos llegó a parecer que el Imperio había llegado a su fin, que todo se perdería en un remolino de lucha y sangre.
Las grandes reformas
División del Imperio
Imagen de los cuatro tetrarcas que gobernaron el Imperio con Diocleciano
Las reformas de Diocleciano
Durante el siglo III Roma se hallaba sumida en el caos y su final parecía inminente. Sin embargo, un oscuro general de origen humilde, Diocleciano, consiguió tomar de nuevo las riendas del poder con mano firme, y el año 285 inauguró una era de reformas que asegurarían la supervivencia del Imperio durante casi dos siglos más en Occidente y mil años en Oriente.
Diocleciano se percató de que un solo emperador no era suficiente para atender todas las necesidades del Impero y decidió dividir sus dominios en dos, colocando la línea divisoria en la península balcánica. Fundó así la famosa tetrarquía: cada parte del imperio (la oriental y la occidental) sería gobernada por un emperador, con el título de augusto, que a su vez tendría como subordinado a una especie de vice-emperador, llamado César, que atendería a la seguridad de las fronteras.
Constantino
Con ciertas modificaciones, sus reformas fueron mantenidas y continuadas por Constantino. Pero el reinado de este emperador merece una atención particular por dos hechos fundamentales:
1) El año 313 d.C. Constantino declaró la libertad de cultos en todo el Imperio, y el Cristianismo, tantas veces perseguido, inició entonces el largo camino que le convertiría en la religión oficial de Roma.
2) Además, este emperador fundó la nueva ciudad de Constantinopla, a la que convirtió en capital imperial. De este modo, mil años después de su fundación, Roma quedaba reducida a una ciudad secundaria dentro del Imperio que ella misma había creado.
Durante todo el siglo IV, las profundas reformas de Diocleciano permitieron administrar, con muchas dificultades, un imperio acosado por los bárbaros y debilitado por el empobrecimiento de sus provincias. Los escasos recursos del Estado no daban abasto para sofocar todos los intentos de invasión de unos pueblos atrasados que deseaban alcanzar el Imperio no ya para destruirlo, sino para disfrutar de sus ventajas.
Teodosio divide el Imperio
Finalmente, el año 378 subió al trono el hispano Teodosio, llamado el Grande. Obligado a defender las fronteras sin disponer apenas de tropas, Teodosio comenzó a servirse de forma masiva de soldados bárbaros, y firmó un tratado con los godos, a los que ofreció la posibilidad de asentarse en territorio romano, a cambio de que sirvieran en las legiones.
Además, Teodosio convirtió el Cristianismo en religión oficial de Roma, al tiempo que prohibía la práctica del paganismo. La Iglesia y la fe de Cristo se identificaron con el Imperio, y los cristianos, otrora perseguidos, comenzaron a ocupar los altos cargos de la administración. La excelente organización de la Iglesia alcanzaba lugares a los que no llegaba la administración romana, y con el tiempo ocuparía en parte su lugar.
Buscando una última solución desesperada a los problemas del Imperio, Teodosio decidió repartirlo a su muerte (395 d.C.) entre sus dos hijos, dando comienzo a la histórica división, que será ya definitiva, entre Oriente y Occidente. El imperio de Occidente quedó a cargo de Honorio, y el de Oriente en las manos de Arcadio.
Las invasiones bárbaras
Fin del Imperio Romano
Occidente asediado
La división del Imperio en dos mitades, a la muerte de Teodosio, no puso fin a los problemas, sobre todo en la parte occidental. Burgundios, Alanos, Suevos y Vándalos campaban a sus anchas por el Imperio y llegaron hasta Hispania y el Norte de África.
Los dominios occidentales de Roma quedaron reducidos a Italia y una estrecha franja al sur de la Galia. Los sucesores de Honorio fueron monarcas títeres, niños manejados a su antojo por los fuertes generales bárbaros, los únicos capaces de controlar a las tropas, formadas ya mayoritariamente por extranjeros.
El año 402, los godos invadieron Italia, y obligaron a los emperadores a trasladarse a Rávena, rodeada de pantanos y más segura que Roma y Milán. Mientras el emperador permanecía, impotente, recluido en esta ciudad portuaria del norte, contemplando cómo su imperio se desmoronaba, los godos saqueaban y quemaban las ciudades de Italia a su antojo.
El saqueo de Roma
En el 410 las tropas de Alarico asaltaron Roma. Durante tres días terribles los bárbaros saquearon la ciudad, profanaron sus iglesias, asaltaron sus edificios y robaron sus tesoros.
La noticia, que alcanzó pronto todos los rincones del Imperio, sumió a la población en la tristeza y el pánico. Con el asalto a la antigua capital se perdía también cualquier esperanza de resucitar el Imperio, que ahora se revelaba abocado inevitablemente a su destrucción.
Los cristianos, que habían llegado a identificarse con el Imperio que tanto los había perseguido en el pasado, vieron en su caída una señal cierta del fin del mundo, y muchos comenzaron a vender sus posesiones y abandonar sus tareas.
San Agustín, obispo de Hipona, obligado a salir al paso de estos sombríos presagios, escribió entonces La Ciudad de Dios para explicar a los cristianos que, aunque la caída de Roma era sin duda un suceso desgraciado, sólo significaba la pérdida de la Ciudad de los Hombres. La Ciudad de Dios, identificada con su Iglesia, sobreviviría para mostrar, también a los bárbaros, las enseñanzas de Cristo.
Fin del Imperio Romano de Occidente
Finalmente, el año 475 llegó al trono Rómulo Augústulo. Su pomposo nombre hacía referencia a Rómulo, el fundador de Roma, y a Augusto, el fundador del Imperio. Y sin embargo, nada había en el joven emperador que recordara a estos grandes hombres. Rómulo Augústulo fue un personaje insignificante, que aparece mencionado en todos los libros de Historia gracias al dudoso honor de ser el último emperador del Imperio Romano de Occidente. En efecto, sólo un año después de su acceso al trono fue depuesto por el general bárbaro Odoacro, que declaró vacante el trono de los antiguos césares.
Así, casi sin hacer ruido, cayó el Imperio Romano de Occidente, devorado por los bárbaros. El de Oriente sobreviviría durante mil años más, hasta que los turcos, el año 1453, derrocaron al último emperador bizantino. Con él terminaba el bimilenario dominio de los descendientes de Rómulo.