1850:1880

Seis

Por Jaime Bofill Calero, PhD

Seis 1850

A partir de las fuentes históricas disponibles es posible afirmar que el seis se cristaliza como un género criollo durante la primera mitad del siglo XIX. Uno de los primeros escritos en donde aparece alusión al seis como género músico-danzario es el El Gíbaro de Manuel Alonso publicado en el 1849.

El seis, según Alonso, forma parte de los “bailes de garabato” junto al sonduro, las cadenas, el fandanguillo, y el cabayo. Alonso es categórico en distinguir lo rústico de los bailes de garabato del jíbaro campesino de la sofisticación de los “bailes de sociedad” como la contradanza, el vals y el cotillón. Aunque describe los bailes de garabato como “degeneraciones” de aires españoles como el fandango y la seguidilla, admite con cierto orgullo que los de garabato son géneros “propios del país” a diferencia de los bailes de sociedad que no son otra cosa que el “eco repetido” de costumbres europeas. De acuerdo a Alonso el seis se baila en dos filas que se cruzan, zapatean marcando la música y terminan valseando en parejas. El autor además alude a la orquesta de instrumentos típicos que ejecuta la música. Entre estos el destaca instrumentos de cuerda como el cuatro, la bordonúa, el tiple y la vihuela, y otros de percusión como las maracas y el carracho (güiro). El seis seguirá apareciendo esporádicamente en fuentes históricas posteriores al Gíbaro, y en ciertas ocasiones como un género más definido. Según los informes de Gobierno de 1858, se celebraron en este año fiestas en honor al nacimiento del rey de España Alfonso XII. Como parte de estas festividades se menciona “la gran Alborada jíbara” en la cual se cantaron unas décimas al son de un seis chorreao, como además unas seguiriyas y un cabayo.

Es importante notar en este informe la manera en que el género del seis adquiere nombre y apellido. El seis ya no aparece como nombre genérico, sino como seis chorreao, nombre compuesto que define un baile en particular y que lo distingue de otros estilos de seis. Podríamos especular que para mediados del siglo XIX existiesen variantes regionales del seis (aunque estas no aparezcan documentadas), como además variantes en cuanto al baile como seis chorreao, valseao, zapateado, y descriptivos de la forma de cantar este género ya sea en décimas, controversia (duelo entre dos cantantes), coplas (bombas) o en una controversia de bombas, conocido como seis bombeao. En El Gíbaro, Manuel Alonso hace alusión a la práctica de cantar y bailar a lo “bombeao” en los bailes de garabato.

"El baile de garabato", El Gíbaro, Manuel Alonso

Rompió ey baile primo Sico

Con su comae Treniá,

Con un sonduro que daba

Imbidia veyo bailal.

Requintaba la bigüela,

Ey güiro diba a jablay,

Y los tiples y maracas

No les diban muy atras.

Los garrones e mi primo

Repicaban sin paral,

Y atajaba la pareja

Tan a tiempo y acompás,

Que hubo biejo que la baba

Le bino ay suelo a paray.

Bailóse espués un cabayo,

Unas caenas etrás,

Un fandanguiyo bombeao,

Y un seis se diba a tocay

Seis 1880

Hacia finales del siglo XIX varios escritores se interesan en documentar la cultura musical del jíbaro. Francisco del Valle Atiles en 1887 menciona el seis entre otros bailes campesinos como el sonduro, el caballo, el fandanguillo, las cadenas y el puntillanto.

Estos bailes “antiguos”, según el autor, estaban siendo “relegados al olvidado” ante la popularidad de aires más modernos como la danza. Sin embargo, Valle Atiles apunta a la persistente popularidad del seis entre la población campesina de la isla. Partituras de música de este periodo testifican la entrada del seis al salón de baile popular. Para finales del siglo XIX se encuentran composiciones para piano como la danza “El seis zapateado” (anónimo) y obras como “Aires del país” (1877) de Juan Morel Campos que enmarcan y estilizan las melodías jíbaras dentro formas semi-clásicas como la danza. Probablemente la más popular de todas el Seis de Andino, nombrada así por su autor el violinista Julián Andino, se convertirá en pieza estándar del repertorio de orquestas y bandas de la época. Según los carnets de baile de este periodo el Seis se estilaba bailar como pieza final. Seguramente por su carácter más vivo culminaba la fiesta después de ejecutar bailes un tanto más pausados como el vals, la mazurca, el rigodón y la danza. El afamado pianista y compositor, Julio Carlos de Arteaga en 1893 describe al seis como el cotillón de Puerto Rico tanto por su duración, la cual parece “interminable”, como por ser el baile que marca el final de la fiesta. Al igual que Morel Campos, otros compositores para finales del siglo XIX utilizaron el seis como inspiración para sus obras nacionalistas, entre estos Manuel Tavárez (Souvenir de Puerto Rico), Adolfo Heraclio Ramos (Potpourri sobre aires del país), y Braulio Dueño Colón (La jíbara alegre).

El seis también aparece en varias fuentes históricas de finales del siglo XIX como medio para cantar décimas sobre temas a lo divino y a lo humano dentro de contextos competitivos. Según Ramón Marín durante la fiestas populares de Ponce en 1875 se celebró un concurso de trovadores en donde quedaron empate dos concursantes después de más de una hora de un “pugilato de garganta.” Además, como parte de este espectáculo entretuvieron a los allí presente, tocadores de cuatro con seises y otras músicas “agrestes”.

Instrumentación:

Mayormente intstrumentos de cuerda (cordofonos) como el cuatro, el tiple, la bordonúa (similar en registro a la guitarra), y la vihuela; (idiofonos) maracas, güiro (carracho, calabazo) y sonajeros.

Compositores, intérpretes e instrumentistas:

Ámbito clásico: Manuel Gregorio Tavarez, Juan Morel Campos, Adolfo Heraclio Ramos, Braulio Dueño Colon, y Julián Andino

Ejemplos representativos:

  • “Aires del país” (1877) de Juan Morel Campos

  • “Souvenir de Puerto Rico” de Manuel Tavarez, interpretado por Elisa Tavarez (piano) en Manuel Tavarez: Music of 19th Century Puerto Rican Danza

  • “Seis de Andino” (seis chorreao, ca. 1877) de Julian Andino