Raúl Bardají en su laboratorio del ICM- CSIC de Barcelona durante la videoconferencia. NICOLÁS OTERO
ADRIANA GONZÁLEZ LEIRA, BRAIS COMESAÑA GORGOSO Y TEO TOJA SUÁREZ | Barcelona-Santiago de Compostela
Raúl Bardají Benach (Tarragona, 1985) es ingeniero de telecomunicaciones con una amplia experiencia en diseño de instrumentación científica. Además, realizó un máster de ingeniería de telecomunicaciones y redes en la Universidad Ramón Llull. Actualmente, es el responsable del Servicio de Ingeniería Oceanográfica en el Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC).
El ingeniero afirma que nos queda mucho por conocer sobre el mar: “El mar es un gran desconocido en la tierra y es muy grande. Hay muchas especies que aún no conocemos o no las hemos podido catalogar porque hay mucho espacio en el mar que no está nada analizado”. También nos habla de una de las cosas que nos queda por mejorar: “También hay que mejorar las baterías que estamos utilizando para que cada vez duren más, ya que la carcasa y la tecnología que están dentro ya las tenemos bastante controladas”.
—Usted es el responsable del servicio de Ingeniería Oceanográfica en el ICM (Instituto de Ciencias del Mar). Su papel es ofrecer apoyo técnico a grupos de investigación en el mar. ¿Cómo se empezó a interesar por este oficio y qué destacaría de su formación específica en las profundidades marinas?
—A mí de pequeño lo que me gustaba era inventar cosas. Yo veía dibujos animados de Arare, el señor que inventaba un robot. Lo que me gustaba de pequeño era ser inventor, por lo que siempre estaba jugando con Legos y haciendo cualquier tipo de manualidad de inventar robots o cualquier tipo de actividad con cables. Incluso desarmaba muchas cosas en casa. Tenía a mis padres locos, desmontando todo tipo de aparatos que me encontraba. Cuando me hice mayor, decidí estudiar ingeniería en telecomunicaciones. Todas las ingenierías crean cosas, pero realmente mi objetivo era cacharrear, manipular objetos e inventar herramientas. Siempre lo he tenido muy claro. Antes de acabar la carrera, ya entré en un departamento de investigación en el que colaboraba para hacer transmisiones de datos desde la Antártida hasta España. Incluso fui tres veces a la Antártida con ellos. Estuve en la base Juan Carlos I, en la Gabriel de Castilla y en la base búlgara. Poco a poco, me fui metiendo en este mundillo, y al final acabé en el Instituto de Ciencias del Mar, desarrollando tecnología para misiones y para entender un poco cómo funciona el océano.
—¿Cuál es el descubrimiento más importante que ha hecho usted en tecnología oceanográfica y, en particular, en el ámbito abisal?
—Mi contribución es hacer que sea una tecnología lo más eficiente y útil posible. Hacer herramientas para los grupos científicos que hacen ciencia básica, que al final analizan los datos y sacan las deducciones para entender cómo funciona el mundo y conseguir que estas tecnologías sean lo mejor posible. Dentro de las aportaciones, estoy orgulloso de lo que he estado trabajando durante bastantes años, abaratar costes. Dentro de la tecnología marina todo es carísimo y uno de mis principales objetivos es intentar hacer que estos instrumentos sean lo más baratos posible para que muchos centros de investigación puedan utilizarlos, y no solo los que tengan más capacidad económica. Otra contribución es armonizar los datos. Cada instrumento genera datos de una manera distinta y, al final, los datos de distintos instrumentos, entre ellos, no se entienden. He trabajado mucho para que desde los diferentes instrumentos se saquen los datos con el mismo estándar, para que los científicos después puedan difundir los datos, independientemente del instrumento con el cual hayan analizado el mar.
—Recientemente, ¿en qué proyecto o proyectos ha estado trabajando y de qué modo benefician estos a las profundidades marinas?
—Como responsable del servicio, tenemos bastantes proyectos de todo tipo de oceanografía. Hace poco, he estado trabajando en EMSO, que es una institución europea de laboratorios submarinos. Sí que hay algunos que están desarrollados para las profundidades marinas, y otros también , pero para zonas menos profundas. En concreto, aquí ahora mismo, tenemos proyectos que analizan toda una columna de agua, desde la superficie, donde se ponen boyas con muchos sensores, hasta la profundidad que se quiera.
—¿Cómo afecta la tecnología al estudio de las zonas marinas superficiales y al de las zonas profundas?
—La tecnología que se utiliza a poca profundidad o la que se utiliza a mucha profundidad es parecida. Lo único diferente es que, internamente, la que se usa a más profundidad, se utiliza con unos materiales que son mucho más resistentes y aguantan mucho más la presión. Uno de los temas más importantes y que aún no está muy desarrollado, es la transmisión de los datos a poca profundidad o en la superficie para que un científico los vea. Es fácil porque pones una antena y se puede enviar por satélite, pero, a gran profundidad, la transmisión de estos datos es muy complicada. Recuperar los sensores que ponen los laboratorios a grandes profundidades es muy difícil. Uno de los grandes desafíos que hay ahora mismo es cómo transmitir estos datos dependiendo de la profundidad a donde quieras analizar el agua.
—¿Qué nos puede contar de su experiencia en la Antártida?
—Estuve tres años allí, pero no seguidos; iba y venía. Esto lo hice cuando estaba trabajando en el departamento de investigación de la universidad. España tiene ahí dos bases, una en una isla que se llama Decepción y otra en Livingston, que es otra isla, pero están cerca. Decepción es un volcán activo, y tú estás dentro del volcán. Es bastante curioso. Hay un semáforo que te dice si puedes estar o no, porque como el volcán está activo, puede entrar en erupción y te tienes que marchar rápido. Siempre hay un grupo de sismólogos que están analizando la actividad del volcán para saber si te puedes quedar o te tienes que ir lo antes posible porque va a empezar a circular.
En Livingston está la base de Juan Carlos I. Esa es una base que es bastante más moderna, ya que ha sido reformada hace poco tiempo. Cuando yo iba, cabían pocos investigadores, pero ahora cabe mucha gente. Tiene muchas salas, es muy cómoda y está en una playa muy cercana a muchos glaciares. Dependiendo de lo que quieren estudiar los investigadores, allí sí que tienen una gran variedad de zonas donde ir y localizaciones. Está muy bien y es un sitio muy emocionante.
—¿Cómo se desarrolla actualmente la tecnología específica para estudiar las profundidades marinas?
—Para estudiar las profundidades marinas o cualquier sitio del mar, la tecnología que se utiliza es muy completa. Tiene que estar todo siempre muy preparado, muy estanco, muy hermético para que no entre ningún tipo de agua. Para las profundidades marinas en concreto, los materiales que se utilizan para las carcasas tienen que ser mucho más resistentes. Para las presiones, ahí se utilizan materiales más avanzados como el titanio o cualquier otro. También hay algunas cerámicas que aguantan la presión y es muy importante que se puedan utilizar para hacer esas estructuras, donde dentro van a ir los sensores. Estos tienen que ser lo más autónomos posible. Imaginaos que, cuando tú montas un sistema de investigación para el mar, tiene que tener autonomía prácticamente absoluta, igual que cuando montas un satélite para el espacio, porque realmente lo dejas ahí, el barco se va y tiene que estar ahí midiendo, pase lo que pase, porque, si no, estás perdiendo mucho tiempo. Hay grupos de investigación que están esperando los datos, así que realmente los sensores tienen que tener muchos sistemas para que sean lo más autónomos posibles y, además, del más bajo consumo posible para que dure mucho tiempo. No puedes poner ahí cualquier cosa; por ejemplo, un ordenador muy potente que te haga muchas cosas. Es algo que te las hará pero solo durante una hora porque las baterías se van a consumir. Siempre tienes que buscar el balance, los que sean más autónomos y los que consuman lo menos posible para que puedas lanzar los sistemas y te duren mucho tiempo.
En robótica submarina, hay diferentes tipos de robots submarinos: unos tripulados y otros sin tripular. La manera de desarrollarlos es pensando en la eficiencia entre qué pones y qué no para que duren el mayor tiempo posible y sean más fáciles de usar para los científicos.
—¿En qué cosas positivas y negativas afecta el desarrollo tecnológico al océano y en particular a los espacios abisales?
—Positivas, por supuesto, hay muchas. El mar es un gran desconocido en la tierra, sobre todo porque es muy grande y, por ejemplo, hay muchas especies que aún no conocemos o no las hemos podido catalogar porque hay mucho espacio en el mar que no está nada analizado. Realmente una de las cosas importantes que ofrece el estudio del mar es que mejora mucho la precisión en este terrible problema que tenemos ahora mismo, que es el cambio climático. Una manera de analizar esto es examinar el mar. El impacto negativo es que, a veces, cuando queremos analizar o investigar sobre sitios que no conocemos aún, sin querer, porque no sabemos hacerlo de otra manera, generamos cierta contaminación, y eso es malo. Estamos intentando analizar o investigar una zona, pero, por desgracia, este análisis hace que haya cierta contaminación en esa zona; a veces, con los propios instrumentos o con la contaminación acústica del barco. Intentamos que haya el mínimo impacto medioambiental, pero siempre existe cierto impacto y ese es uno de los temas que tenemos que mejorar.
—¿De qué modo cree que se debería invertir más dinero en investigación en las profundidades marinas o en conocer especies?
—Yo creo que poner dinero en cualquier tipo de investigación es muy importante y es útil. Por ejemplo, la NASA. Tú dices: “La NASA solo sirve para hacer cohetes, y van al espacio. Es divertido y bonito, pero no sirve para nada”. Pues no. Gracias a esa investigación hay un avance tecnológico en muchísimas otras ramas que no es solo el espacio. En cualquier tipo de investigación también pasa; y en la tecnología que se aplica, también. O en la Fórmula 1. Tú dices: “Los coches de Fórmula 1, ¿Para qué están si solo hacen carreras?” Tú nunca vas a ver un coche de Fórmula 1 por la calle, pero con los avances que se obtienen se hacen coches más eficientes que sí puedes ver. Con la tecnología que se aplica a la ciencia pasa lo mismo. Nosotros hacemos tecnología para prototipos, para cosas muy concretas que necesita saber un investigador. Por ejemplo, el movimiento de las medusas o qué temperatura hay a cierta profundidad del mar en una zona muy profunda.
Esto te ha costado mucho, y en realidad, ¿para qué sirve? Esto en concreto sirve para saber más, para desarrollar el conocimiento. Cada cosa que haces interviene un poco para que toda la sociedad, la tecnología, todo mejore. Por lo tanto, pienso que es imprescindible poner dinero en cualquier tipo de investigación.
—¿Qué aparatos tecnológicos han marcado un antes y un después en la investigación tecnológica oceanográfica abisal y por qué?
—Hay dos tipos de robots que no son exactamente robots, sino como vehículos submarinos. Unos que se llaman ROV, unos vehículos que se operan remotamente con un cable, y tú desde el barco los puedes operar como un coche teledirigido; como un barco teledirigido, pero bajo el agua. Tienen cámaras e, incluso, brazos con los que puedes manipular cosas. Además, tienen muchos sensores y tú los puedes llevar a la zona que quieras. Esto es muy bonito ya que puedes ver por donde pasa.
Después hay otros vehículos que tienen una forma de torpedo y se programan en los barcos para que hagan una misión. Los dejas y ellos solos van y la hacen. En ese caso no recuperan los datos hasta que suben otra vez a la superficie y los envían, porque no hay cable. Si quieres investigar una zona donde puedes llegar con un barco y la quieres investigar en profundidad, puedes usar un ROV. En cambio, si quieres investigar una zona muy grande, dejas al robot que se pase dando vueltas y, al cabo de unos días, sale a la superficie y te envía los datos y los recuperas. Además, hay muchos sensores que están creados para aguantar una presión extrema, y esos sensores se pueden utilizar en zonas muy profundas. Luego hay un reto que es muy importante, en el que se está trabajando ahora para transmitir estos datos con unas ondas acústicas o con un sistema de óptica subacuática enviando unas luces. De este modo, hay un receptor que va recibiendo los datos de estos sensores o laboratorios submarinos. Estas son las tecnologías que se están utilizando en la actualidad.
—¿Podría describirnos cómo se desenvuelve su trabajo diario cuando está en misiones submarinas?
—El trabajo en el CSIC y, en general, en todos los centros de investigación es muy diverso.
Tú no te levantas y dices: -”Oye, voy a hacer algo”-. En concreto, cada día haces lo mismo. Normalmente, cuando estás trabajando para un proyecto, primero hay que solicitarlo. Por lo tanto, hay muchos meses de preparación, para conseguir el dinero de la subvención. Son trabajos que se hacen en grupos muy grandes, a veces internacionales, donde se pide mucho dinero y donde hay muchos socios que quieren investigar muchas cosas distintas, pero relacionadas para que puedan entrar en un mismo proyecto. Ahí es donde decides a qué zona del mar vas a ir a investigar qué barco vas a usar. Todo esto es donde se define con precisión el proyecto. Una vez que te lo conceden, empiezas a preparar, en nuestro caso, la tecnología. Los grupos de investigación empiezan a preparar los experimentos que ellos quieren, empezamos a hablar con los barcos y a analizar cómo vamos a lanzar los instrumentos. Después de concedida la ayuda comenzamos la campaña, te embarcas y vas a la zona elegida. Estás ahí uno o dos meses en el barco, viviendo con los científicos, los marineros y el resto de técnicos. Llegas a la zona que quieres investigar, lanzas los instrumentos ya está. Después, dependiendo del proyecto, hay una campaña de recuperación de esos instrumentos que, al cabo de un tiempo, seis meses, un año o dos,vuelves al mismo sitio y haces toda la logística para recuperar toda la instrumentación que has lanzado.
—¿Qué características necesita una máquina para soportar las grandes presiones con mucha profundidad en el mar?
—Los materiales son muy importantes. Los sensores en sí muchos están dentro de la carcasa, pero esta requiere una estructura altamente resistente a grandes presiones. También está dentro el aparato que guarda los datos, que es electrónico. Estas carcasas son más bien redondas porque resisten mejor la presión, y dentro,en vez de haber aire, le ponemos aceite, porque el aire lo que haría es comprimirse y haría que lo que hubiera dentro se comprimiese. Por lo tanto, si le ponemos aceite, ya hay un líquido dentro que hace que no se comprima tanto. Hay algunos aceites que conviven bien con la electrónica y los podemos utilizar como si no pasara nada. De este modo lo tienes preparado todo para la temperatura baja del océano.
—La fosa de las Marianas es el lugar más hondo de la Tierra, a 11 km de profundidad. ¿Qué recursos deberíamos usar para intentar avanzar la investigación de esas zonas abisales aún no investigadas?
—Esas fosas son muy interesantes. En concreto, de estas fosas no sé si se necesita algo especial, pero en general para todo tipo de zonas muy profundas, lo que iría bien es investigar y mejorar los robots autónomos y que consigan cada vez tecnología para llegar más profundos y lo más lejos posible. Son 11 kilómetros hasta que se llega ahí abajo y empieza a dar vueltas. Cuanto más se explore y analice, mejor. En particular, una de las cosas que se puede mejorar mucho es que la autonomía de estos robots sea cuanto más larga, mejor. Por otra parte, también hay que mejorar las baterías que estamos utilizando para que cada vez duren más, ya que la carcasa y la tecnología que están dentro ya las tenemos bastante controladas.
—¿Qué elementos hacen que sea mucho más complejo investigar a grandes profundidades en el mar?
—A grandes profundidades hay presión, pero no hay luz. Esta desaparece a los 50 metros de profundidad, prácticamente. Si quieres utilizar cámaras tienes que usar un foco con la cámara para que vea en la oscuridad. En cuanto a la transmisión de los datos, cuanta más profundidad haya, más difícil es porque no puedes acceder al sensor en sí, ya que está muy profundo. A las boyas que reciben estos datos no les llega la comunicación y, sobre todo, cuanto más profundo quieres investigar, más caro es y ese es un problema muy grande. No es un problema tecnológico, pero sí económico. Si los aparatos son un poco más caros, todo sube de precio y, en general, la exploración oceanográfica no es barata porque tenemos que llevar barcos y un montón de equipamiento. Para esas zonas tan profundas es carísimo. Algunos países que no tienen un sistema de investigación con mucho dinero no pueden investigar en esas zonas.
—¿Qué avances cree usted que se podrían hacer en investigación tecnológica marina de aquí en adelante, y qué nos queda por descubrir sobre el fondo del mar?
—En el fondo del mar queda muchísimo por descubrir. Cada mes se descubren cosas nuevas; incluso cada día. Está muy poco analizado. Hay muchas deducciones, pero de lo que deducen a lo que es realmente hay veces que no es así. En estos laboratorios tan profundos y submarinos donde están llenos de sensores las baterías son muy importantes, pero hay algunos grupos de investigación que están intentando ver cómo realmente desde ahí abajo pueden generar energía para que los sensores duren más tiempo. Se trataría de generar formas de energía submarina. Por otra parte, en otros grupos se está utilizando mucho la IA (Inteligencia Artificial), para analizar muchos aspectos. Hay muchas cosas que a los humanos se nos escapan un poco, pero algunos de estos problemas los ha detectado la Inteligencia Artificial y ha dado posibles soluciones. Por último, al final del proceso estamos los humanos que comprobamos si esto es verdad.
—¿Cuál fue el último descubrimiento que hicieron usted y su equipo sobre las profundidades marinas?
—Yo básicamente hago la tecnología en sí. Cuando estaba en esta red de sensores europeos, teníamos laboratorios submarinos en bastantes partes del mundo.
Que un sitio tenga una temperatura y otro una distinta, nosotros al final eso no lo analizamos ya que somos el equipo de ingeniería; eso lo hacen los científicos. Pero lo que sí que hemos conseguido es hacer un sistema de armonización de datos internacional para la gente que analiza los datos, de modo que, independientemente del sitio desde donde se quiera cogerlos, se puedan obtener y entender de la misma manera, siguiendo el mismo control de calidad. Después esto realmente facilita el análisis posterior para entender cómo funciona el mundo submarino.