Anxo Vidal Figueroa es doctor en Biología Celular. De 1998 a 2003, realizó una estancia postdoctoral en el Memorial Sloan-Kettering Cancer Center de Nueva York. En 2002, ocupó el segundo puesto a nivel nacional en el área de Fisiología en el Programa Ramón y Cajal y, desde 2008, es Profesor Asociado de Fisiología en la Universidad de Santiago de Compostela. Además, es el líder del grupo de ciclo celular y oncología del Centro Singular de Investigación en Medicina Molecular y Enfermedades Crónicas (CiMUS) de la USC.
En el 2006 recibió el Premio Novartis en Patología Tumoral Endocrina. Además de investigador principal de becas competitivas nacionales e internacionales, es autor de más de 60 publicaciones internacionales en revistas de alto impacto y ha dirigido 12 tesis doctorales.
El doctor Vidal utiliza la experimentación animal para poder investigar enfermedades y admite que, sin ella no sería posible: “El por qué hago uso de experimentación animal ha sido una necesidad derivada de mi actividad investigadora”. Además, admite que “si queremos estudiar enfermedades que afectan a un organismo entero, tenemos que utilizar modelos, es decir sistemas, que nos permitan estudiarlo”.
—Usted se doctoró en biología celular en la Universidad de Santiago de Compostela. ¿Cómo supo que quería dedicarse a esto y, en particular, al ámbito de la experimentación con animales en los laboratorios?
—Yo hice mi tesis en biología celular y realmente toda mi carrera científica ha estado dedicada al estudio del cáncer y de sus bases biológicas. El porqué hago uso de experimentación animal ha sido una necesidad derivada de mi actividad investigadora. Si queremos estudiar enfermedades que afectan a un organismo entero, tenemos que utilizar modelos, es decir sistemas, que nos permiten estudiarlo; y hacer manipulaciones, que nos permitan estudiar un organismo entero. Y evidentemente hay cosas en humanos que no podemos hacer, pero que sí podemos hacer en modelos animales. Por eso empecé a trabajar con ellos.
—Sabemos que está investigando con la inmunoterapia contra el cáncer de ovarios. ¿Qué proceso siguen en su día a día, cuántos animales usan para esa investigación y qué medidas toman para reducir su sufrimiento?
—Ahora mismo nosotros tenemos dos proyectos dedicados a explorar nuevas posibilidades terapéuticas en el cáncer de ovario, que es un problema de salud de primer orden. Es uno de los cánceres que tienen mayor incidencia en mujeres y, además, la respuesta a las terapias actuales es mala porque se desarrollan resistencias; es decir, que el tratamiento deja de funcionar muy pronto. La tasa de mortalidad asociada al cáncer de ovario es desgraciadamente elevada; entonces, hay una necesidad grande de nuevas estrategias terapéuticas, de nuevos tratamientos. Nosotros utilizamos algunas aproximaciones que tienen que ver con el uso de anticuerpos contra moléculas que sabemos o sospechamos que tienen importancia en el cáncer de ovario. En el laboratorio hacemos muchas cosas y utilizamos una amplia variedad de técnicas, sobre todo relacionadas con la biología molecular, como manipular la expresión de genes para ver si son importantes, por ejemplo, en el contexto de la evolución y el origen del cáncer. También son importantes para que las células se dividan y para que esas células adquieran unas características malignas, es decir, propias del cáncer. Por otra parte, estudiamos mucho en cultivos celulares y utilizamos células donde podemos reproducir algunos de los procesos que sabemos que son importantes en el cáncer. De esa manera, estudiamos qué moléculas podemos manipular para frenar de alguna manera el avance del cáncer. Los estudios con animales son el último paso y solamente utilizamos animales cuando tenemos suficientes evidencias de que lo que vamos a estudiar es robusto. Nuestros estudios y todos los estudios en general que se hacen con animales tienen que llevarse con unas condiciones éticas y legales muy estrictas, y esas condiciones tienen que cumplirse esencialmente siguiendo los principios que están consagrados en nuestra legislación. Es una legislación que hemos de cumplir obligatoriamente, como en otros ámbitos, y eso tiene que ver con que los experimentos con animales solo se realizan en unas instalaciones adecuadas, autorizadas e inspeccionadas periódicamente, que en nuestro caso es el centro de biomedicina experimental de la Universidad de Santiago. Solamente la lleva a cabo personal que está formado y capacitado para ello, y eso quiere decir que tiene una formación teórica y práctica para que las manipulaciones que se hacen con los animales se hagan en las mejores condiciones posibles. Y en tercer lugar, quiere decir que nosotros necesitamos tener un proyecto autorizado, ya que no se puede hacer ningún uso de animales de experimentación si no se tiene previamente un proyecto autorizado para ello. Y eso quiere decir que tiene que pasar la revisión de un comité de ética y que alguien tiene que hacer una valoración de que mi propuesta o la propuesta de cualquiera de los investigadores que trabajamos con animales. Además, se tienen que cumplir una serie de principios de reducción, de reemplazamiento y de refinamiento. Dentro de eso están todas las técnicas que tienen que ver con reducir el número de animales que utilizamos y el sufrimiento o dolor que puedan experimentar los animales durante los procedimientos, si es el caso, porque no todos los procedimientos provocan dolor o malestar a los animales. Sin embargo, si es así, tenemos la obligación ética y legal de poner todos lo medios a nuestro alcance para aliviar ese sufrimiento. Eso no solamente queda a expensas o al criterio del investigador o del grupo de investigación, sino que está supervisado por unos comités éticos que velan para que eso se haga así.
—Para poder experimentar con animales hay que pedir un permiso a un comité ético. ¿Cómo es el proceso completo para conseguirlo y qué aspectos se tienen en cuenta a la hora de evitarles sufrimiento a los animales en el laboratorio?
—Efectivamente, no se puede hacer ninguna experimentación con animales que no esté previamente autorizada. Y ese es un proceso largo, que lleva meses. Además, el investigador tiene que tener esa formación, esa capacitación y tiene que escribir un proyecto diciendo qué objetivos científicos quiere obtener, qué animales va a utilizar y por qué. Por otra parte, tiene que justificar muy bien que cumple con un principio que es de obligado cumplimiento, porque está consagrado así en nuestra legislación, y es aceptado universalmente dentro del ámbito de la ética de experimentación animal, que es el principio de las tres erres: reemplazar, reducir y refinar. Reemplazar quiere decir que solamente haremos los experimentos con animales cuando no existe ningún método alternativo que nos pueda dar la misma información, de manera que tendremos que justificar, científicamente, es decir con datos, el porqué el objetivo que yo propongo no lo puedo obtener con sistemas in vitro, con células en cultivo, y tiene que ser en animales. Además, tengo que justificar por qué utilizamos sobre todo ratones y no otras especies que sean menos sensibles. Después tenemos que justificar la segunda erre, la reducción; es decir, una vez que se nos concede que podemos utilizar animales hemos de justificar cuántos animales utilizamos, y este es un punto crítico porque hemos de utilizar solamente el número de animales que son necesarios para la investigación; ni uno más ni uno menos. Ni uno más porque no estaría éticamente justificado utilizar animales sin necesidad, pero ni uno menos porque si utilizamos menos animales de los necesarios para obtener un resultado científico, puede que no alcancemos ese resultado y, entonces, sería peor porque los animales utilizados serían mal usados. Y la tercera erre, la de refinamiento, supone poner todos los medios para aliviar el dolor o el sufrimiento de los animales.
Pero esto ocurre también con los humanos. Cuando vamos al dentista nos ponen anestesia; cuando sufrimos una intervención quirúrgica se ponen todos los medios para que esa intervención quirúrgica, siendo necesaria, no nos cause dolor o malestar. Pues nosotros tenemos las mismas obligaciones con los animales, que son, por así decirlo, nuestros pacientes. Por lo tanto, tenemos que adoptar el mismo tipo de técnicas. De hecho, el catálogo de técnicas que tenemos en la actualidad son muy semejantes a las que existen en humanos, incluyendo, por ejemplo, las técnicas no invasivas de imagen; es decir, podemos hacerles resonancias, podemos hacerles rayos x, y, evidentemente, todas las técnicas no invasivas son siempre preferentes, en lugar de aquellas que sean más invasivas.
Todo esto se escribe en un proyecto, se envía a un comité ético, y el comité ético está compuesto por personas que tienen la formación y la cualificación profesional para hacer una evaluación desde el punto de vista del bienestar animal, desde el punto de vista de los objetivos científicos y desde el punto de vista estadístico. Después esas personas mandan un informe donde nos piden, en el 100% de los casos, aclaraciones o modificaciones, como la utilización de un método de anestesia que cause menos trastornos al animal o que refinemos determinada técnica. Y solo al final de un proceso que lleva meses, y que muchas veces incluye ese diálogo entre el comité y el investigador que quiere hacer la investigación, solamente en ese caso se obtiene un informe favorable. Y con ese informe favorable se va a la autoridad competente, que en nuestro ámbito es la Xunta de Galicia, y nos emite una autorización. Solamente cuando tenemos esa autorización, podemos ir al centro de experimentación y decir: vamos a poder hacer estos experimentos que habíamos pensado.
De manera que la decisión de hacer un experimento con animales no reside solamente en el investigador, que puede pensar que tiene una idea más o menos interesante, sino que está sujeto a la evaluación por personas ajenas y que lo van a hacer desde un punto de vista de bienestar animal. Lo que se evalúa esencialmente en un proyecto es el coste-beneficio; es decir, cuál es el beneficio científico esperado y cuál es el sufrimiento o malestar que se le puede causar a los animales. Y es el comité quien valora si el beneficio esperado compensa el uso de animales. Por lo tanto, podéis imaginar que cuanto más beneficio, como un nuevo tratamiento para una enfermedad como el cáncer o para enfermedades degenerativas, se permitirá la participación de modelos animales más complejos, en mayor número y de especies más sensibles. Sin embargo, a aquellos estudios que sean más simples, lógicamente no se les va a permitir el mismo tipo de investigaciones. Y esa es una potestad que tiene el comité porque está constituido por aquellas personas que tienen una formación y una capacidad para hacer esa valoración. Y solamente cuando tenemos la autorización, podemos hacer experimentos con animales.
—Antes usted dijo que no pueden usar ni un animal más ni un animal menos, pero si al usar un animal menos y el experimento sale mal, ¿de qué forma se volvería a realizar este?
—Tenemos que evitar que eso ocurra y por eso se dan todas las vueltas cuando diseñamos un experimento. Por eso tenemos que predecir de alguna manera lo que esperamos encontrar, porque, efectivamente, no podemos usar ningún animal de más porque no debemos utilizar ningún animal que no tenga su objetivo, pero si utilizamos de menos será peor, porque esos animales que utilizamos no sirvieron para nada. Entonces, tenemos que evitar que eso ocurra. Si aún así eso ocurriese, lógicamente, habría que replantear todo el diseño, al que llamamos diseño experimental: cuántos animales, cómo es el tratamiento o cómo es, por ejemplo, la pauta que se le da al tratamiento. Habría que rediseñarlo, pero los controles y los esfuerzos son muchos para que eso no ocurra, por supuesto.
—¿De dónde salen los animales con los que experimentan y cómo los seleccionan para experimentar con ellos?
—La inmensa mayoría de los animales que se utilizan en experimentación animal son criados para tal fin y son roedores, la mayor parte ratones. En la Unión Europea todos los centros donde se hace experimentación animal, anualmente, reportamos cuántos animales se utilizan, en qué procedimientos, de qué especies y qué grado de severidad tienen los experimentos.Esto se envía al Ministerio de Agricultura en España, y de ahí a la Unión Europea. Las últimas estadísticas europeas cifran en 8 millones y medio de animales que se utilizan anualmente en experimentación animal; en España, alrededor de un millón. Más de la mitad, en torno a un 60%, son roedores, y del porcentaje mayoritario prácticamente la mitad de los animales utilizados son ratones.
Todos los ratones que se utilizan en experimentación animal son criados en proveedores, para tal fin, no pueden ser animales capturados de la naturaleza ni son animales salvajes. Esto solamente se puede hacer en determinadas circunstancias que no es el ámbito de la experimentación biomédica, pero podemos estar interesados en hacer estudios sobre la salud de animales silvestres como el lince ibérico o las aves rapaces. Solo en ese caso los propios animales silvestres pueden ser objeto de experimentación. Nos puede interesar coger una muestra de sangre para ver la prevalencia de una enfermedad en su propio beneficio. Sin embargo, en la inmensa mayor parte de las investigaciones los animales son criados específicamente para ese fin. La elección del animal depende esencialmente de los objetivos que busquemos, y la mayor parte son roedores.
—Dado que la mayor parte de los animales de experimentación son roedores. ¿De qué modo afectaría a la investigación si se prohibiera hacerla con esos animales?
—Pues sería difícil, porque nos obligaría a utilizar otros animales, y entonces tenemos dos opciones: una, el utilizar animales biológicamente más simples, y entonces el problema es que los resultados van a ser menos trasladables a los humanos. Si los ratones son mamíferos como nosotros, tienen los mismos órganos, su fisiología es muy semejante, su funcionamiento es muy semejante, la información que obtenemos de ellos la podemos trasladar a humanos. Pero si lo hacemos en moscas, por ejemplo, está claro que somos biológicamente más distantes. Entonces la alternativa de sustituirlos por especies más simples es algo a lo que estamos obligados, si es que se puede hacer, pero nos impediría la traslación de la información. Si no, ¿cuál sería? ¿Utilizar animales más complejos? Pues sería éticamente peor. ¿Vamos a sustituir ratones por cerdos? ¿Por cabras? ¿Por primates? No tendría mucho sentido. Entonces, de una manera o de otra, sustituir a lo que, a día de hoy, son el grupo de animales más importante en investigación biomédica supondría un problema.
—Si tuviésemos que hacer un medicamento contra una enfermedad que suele afectar a animales, ¿de qué modo se probará y se confirmará que el medicamento funciona, y qué diferencias hay con un medicamento para humanos?
—De hecho hay medicamentos de uso veterinario que se están utilizando contra muchas patologías en animales. Pensad que desde un punto de vista económico, con todos los animales de ganadería que hay, lógicamente hay un interés muy importante comercial en que esos animales estén libres de enfermedades como la de las vacas locas o la lengua azul. Para todo ese tipo de enfermedades se desarrollan vacunas y tratamientos para uso de los animales, y se hace esencialmente de una manera muy semejante a los humanos, solamente que en este caso, la ventaja es que podemos utilizar al propio paciente como animal de experimentación. Si para la vacuna del covid en humanos, necesitamos ratones y primates, si queremos desarrollar una vacuna para cerdos, podemos probarla directamente en los cerdos, con lo cual nos llevará menos tiempo, menos esfuerzo y los resultados serán más fácilmente trasladables. Y ya desde un punto de vista legislativo de regulación, la legislación de medicamento veterinario es algo más simple que la que ocurre en humanos. Nosotros tendemos a protegernos mucho, y por eso la regulación es muy estricta. Antes de que se apruebe cualquier fármaco pasan muchos años.
—Además de los comités de cada universidad hay un Comité de Ética de la Investigación y de Bienestar Animal (CEIyBA) del Ministerio de Ciencia, Investigación y Universidades. ¿Cuáles son sus funciones y qué beneficios aporta a los animales usados en los laboratorios?
—Esencialmente las decisiones habituales acerca de los proyectos son competencia de lo que la normativa llama órganos habilitados, que son unos comités éticos que están reconocidos por el ministerio. Esas competencias se delegan en esos grupos de personas que realmente tienen la formación y la capacidad para evaluarlos, que no son funcionarios del ministerio sino que son profesionales: veterinarios, estadísticos, médicos o farmacólogos. En realidad esos comités evalúan los proyectos y emiten sus dictámenes, indicando lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer. La Universidad de Santiago tiene un comité, el comité de ética de investigación, que entre algunas de sus funciones está el evaluar esos proyectos, pero también el Consejo Superior de Investigaciones Científicas o entidades como las fundaciones sanitarias tienen también comités. Todo esto está bajo la supervisión de órganos estatales que, en realidad, no se dedican a evaluar esos proyectos, porque si no sería inmanejable, ya que estarían recibiendo cientos y cientos de proyectos. Por eso se dedican a dictar recomendaciones generales acerca de cómo se deben llevar a cabo esos procesos o recomendaciones acerca de los usos.
Lo cierto es que nuestra legislación es bastante concreta en aspectos muy prácticos. Por ejemplo, cuántos animales se pueden meter en una jaula de una superficie determinada. Si nosotros tenemos una jaula de quinientos centímetros cúbicos, la ley nos marca la altura que tiene que tener esa jaula, que para ratones es de 12 cm. Si son ratas ya es más, pero también nos dice cuántos animales podemos meter. Es decir, que yo no puedo meter docenas de animales porque me interesa en un momento determinado. La ley me marca que solo puedo meter, por ejemplo, cinco animales de veinticinco gramos de peso, y en el momento que son más no puedo meter tantos. Todo en aras del bienestar de los animales. Todo eso está perfectamente regulado. ¿Qué tienen que hacer los comités? Valorar el coste y el beneficio; es decir, si los objetivos científicos que yo propongo, justifican la utilización de los animales.
—Usted trabaja en el CIMUS. ¿Cuáles son los principales retos de trabajar ahí a la hora de seguir los principios de bienestar animal?
—Yo trabajo como otros muchos grupos de compañeros en el CIMUS, que es un centro que está destinado al estudio de enfermedades humanas; es un centro de investigación en medicina molecular y en enfermedades crónicas y todos los grupos que trabajan allí lo hacemos en distintos ámbitos de la patología humana. Aquellos que realizamos experimentación con animales llevamos nuestra experimentación a cabo, no en el CIMUS, sino en un centro que está al lado, que es el CEBEGA, el Centro de Biomedicina Experimental. Y lo hacemos porque esta instalación está diseñada y pensada para que todos los experimentos que se necesitan hacer con animales de experimentación, muy particularmente con roedores, se hagan en ese edificio en las mejores condiciones posibles y con todas las técnicas más avanzadas para poder estudiarlos. De manera que allí investigan los grupos del CIMUS, pero también de la Facultad de Medicina o de Farmacias que necesitan hacer este tipo de trabajo. Van a ese centro porque allí tienen toda la tecnología para poder hacerlo en las mejores condiciones para los animales que viven allí.
—¿De qué modo hay animales específicos para poder idear tratamientos concretos contra las diferentes enfermedades y cómo y por qué los eligen?
—Hay infinidad de modelos animales. Cualquier animal puede ser utilizado y puede dar información útil acerca de patologías humanas. Y esto no es porque lo diga yo, sino que tenemos una historia realmente científica que así lo avala. Si hoy en día sabemos cómo funciona nuestro cuerpo y cómo son nuestras características es en gran medida gracias a que lo hemos estudiado en animales. Por ejemplo, la diabetes se descubrió estudiando esa enfermedad en perros. Y la insulina, que es la hormona, la sustancia que se le da a los pacientes de diabetes, se descubrió precisamente para curarlos y se hizo en perros también hace un siglo aproximadamente. Tenemos muchísimos ejemplos.
Por otra parte, nosotros además podemos modificar de alguna manera a los animales para reproducir características de una enfermedad. Por eso, lo mismo que los humanos desarrollamos diabetes o cáncer, hay distintas especies o incluso razas de animales que tienen una predisposición y que nos resultan útiles. Pero en otras ocasiones nosotros podemos inducir la enfermedad en el animal para poder estudiarla. Pero también podemos dar tratamientos farmacológicos o quirúrgicos y hacer modificaciones genéticas. Y es algo que se está haciendo de una manera muy amplia y muy habitual. Mediante la introducción de esas modificaciones genéticas en los animales, podemos mimetizar y reproducir aquellas alteraciones genéticas que vemos en las patologías humanas, las podemos introducir en el animal. Esto nos da una posibilidad de testar terapias experimentales en el mismo contexto genético que en los humanos.
—¿Qué otra forma se le ocurriría para reducir el número de animales y por qué?
—No es tanto que se me ocurra a mí, sino que esto es algo que se está haciendo constantemente. Cada vez hay más alternativas que permiten reducir el número de animales que se utilizan. Por ejemplo, en Galicia el cultivo de mejillón en las bateas es una cosa muy extendida; es decir, consumimos grandes cantidades de mejillón y muchos se exportan. Estos mejillones periódicamente sufren una cosa que se llama marea roja. Esto significa que, como los mejillones comen lo que les llega por el agua, a veces entran en contacto con unas toxinas que los vuelven perjudiciales para el consumo humano. Durante muchos años la detección de estas toxinas en el mejillón se hizo con ensayos en ratones, que era esencialmente coger un extracto del mejillón, pincharlo en el ratón y ver si realmente tenía efectos adversos. Hace años que esto no se realiza en animales, sino que se realiza con técnicas analíticas que permiten identificar y cuantificar estas toxinas. Ya no necesitamos utilizar animales para eso.
En el campo de las patologías humanas, hay un ámbito en gran expansión que son los organoides. Hoy en día tenemos la capacidad en el laboratorio de crear pequeños órganos en miniatura. Esto nos permite estudiar muchos procesos complejos que antes no podíamos, lo que nos lleva también a que en muchas ocasiones podamos prescindir de los animales. De manera que hay muchos aspectos que nos llevan a poder reducir el número de animales, como las técnicas alternativas. Por ejemplo, en las prácticas en docencia universitaria ya no se utilizan animales. Cuando yo estudié mi carrera de biología, utilizamos ratas para prácticas de fisiología. Hoy en día, utilizamos simulaciones con el ordenador que nos permiten estudiar los mismos procesos sin necesidad de utilizar animales. Por tanto, realmente, el poner en práctica las tres erres lo estamos haciendo diariamente. Ha habido avances y seguro que va a haber más avances en los próximos años que van a hacer que el uso de animales esté restringido exclusivamente a aquellos experimentos que no podemos hacer de otra manera.
—Según el Partido Animalista casi “un millón de animales pierden la vida en los laboratorios españoles”. ¿Cómo cree que podría verse reducida esta cifra?
—Lo estamos haciendo de muchas maneras y no es que lo diga el Partido Animalista: las cifras de animales empleados para fines científicos son públicas y puede acceder cualquier persona a través de la web del Ministerio de Agricultura. Lo mismo que ocurre con las cifras de animales a nivel europeo. Yo creo que las instituciones donde hacemos uso de animales para experimentación estamos haciendo y tal vez tengamos que hacer más un ejercicio de transparencia de qué animales utilizamos y por qué los utilizamos. Porque la cuestión es: solamente utilizamos a día de hoy los animales necesarios para unos fines científicos que consideramos necesarios. Y esto es algo que consideramos no solamente los investigadores, sino los comités, ya que la sociedad obtiene un beneficio del uso de animales de experimentación. Y yo creo que, aunque todos podamos compartir un horizonte donde no sea necesario utilizar animales para investigación médica, a día de hoy no está en nuestra mano.
Si prescindiésemos de la experimentación con animales, no podríamos desarrollar vacunas, no podríamos desarrollar tratamientos. Prácticamente cualquier fármaco que nosotros tomamos ha sido probado previamente en animales. ¿Vosotros os tomaríais algo que sois los primeros en probar del mundo sin saber si produce algún efecto severo o no, por leve que sea? Hay toda una serie de lo que se llama una preclínica que ha de ser realizada necesariamente en animales antes de llegar al mercado farmacéutico.
Hace unos años vivimos la pandemia del COVID. El desarrollo rapidísimo de las vacunas que, afortunadamente, llegaron y nos permitieron restablecer una vida normal en un tiempo récord en comparación a pandemias semejantes anteriores estuvo vinculado a muchos esfuerzos y a mucho conocimiento, pero fue imprescindible el uso de animales de experimentación; si no, no hubiera podido ser realizado. De hecho, durante el tiempo de la pandemia, el esfuerzo en la actividad investigadora para buscar vacunas fue tan grande que hubo en algunos momentos problemas de suministro para poder tener animales para hacer investigación. Yo creo que como sociedad siempre hemos aceptado que el uso de animales es tolerable bajo unas normas y condiciones determinadas porque la gente obtiene un beneficio claramente en forma de tratamientos, en forma de vacunas, en forma de fármacos y todavía no estamos en condiciones de prescindir de él. Lo que sí estamos en condiciones, insisto, lo que estamos haciendo permanentemente, es aplicar las 3 erres: reemplazar, siempre que se pueda; reducir, todo lo posible y, siempre que se utilicen animales, poner a nuestra disposición todos los métodos para que el sufrimiento o dolor de los animales se vea minimizado durante los procedimientos.
—Teniendo en cuenta la alta cifra de animales que mueren en experimentación, ¿de qué modo cree que lo mejor sería tomar medidas para reducir este número?
—Si es una cifra alta o no es algo que creo que es discutible, cuanto menos, pero es cierto que en España se utilizan 1 millón de animales para experimentación, de los cuales el 60% son roedores, el 30% son peces y, por ejemplo, animales, digamos, en mamíferos superiores, primates no humanos, la cifra no llega al 0,1%. En cuanto a gatos o perros, que son imágenes que normalmente vemos muchas veces y que podemos ver incluso en las páginas de movimientos animalistas, no llega al 0,1% de animales utilizados. Entonces, son muchos, pero, ¿sabéis cuántos millones de cerdos para consumo humano se crían en España?Pues del orden de treinta y tantos, solamente para cerdos de consumo humano. Entonces, ¿son muchos? Son los que a día de hoy son necesarios para generar el conocimiento científico que estamos produciendo. ¿Puede reducirse? Puede y debe reducirse. De hecho, estamos haciendo esfuerzos en reducirlo cada vez más. Pero a día de hoy esa cifra, teniendo en cuenta que está acreditada y evaluada por comités éticos, no es ni mucho ni poco, sino el número de animales necesarios para obtener la información que estamos necesitando.
¿Tenemos que reducirlo? Queremos y debemos reducirlo, y estoy seguro de que se va a disminuir. Pero a día de hoy, yo creo que un millón no son ni muchos ni pocos, pero sí quiero pensar que son los animales necesarios.
—¿Cómo ha cambiado el tratamiento de los animales en la investigación científica desde que usted empezó hasta ahora?
—Ha cambiado muchísimo. La primera legislación española para protección de animales para fines científicos es del año 2005. A vosotros a lo mejor os suena muy lejos, pero realmente es hace muy poco tiempo. Antes del 2005, que es cuando yo estudié e hice tesis doctoral, el buen hacer en experimentación animal dependía sobre todo de la responsabilidad individual de los investigadores. Por ejemplo, en el momento en el que yo hacía mi tesis, se hacían experimentos con animales capturados de la calle. Hoy en día, eso no se puede hacer, es inviable, es ilegal desde hace bastantes años. Entonces, ha evolucionado muchísimo. La primera normativa estatal es del 2005 y la más reciente, que es del 2013, obedece a una normativa europea del 2010; es decir, que es de obligado cumplimiento en toda Europa. Establece principios como que solamente se pueden utilizar animales en instalaciones autorizadas, por personal autorizado, en proyectos autorizados y sometidos a evaluaciones éticas. Y esto implica la evaluación de las tres erres de las que os hablaba. Sin ninguna duda, la consideración y el cuidado que a día de hoy se tiene con los animales de experimentación es mucho mayor que, por ejemplo, el que yo viví cuando realizaba mis primeros pasos en investigación, aunque, por cierto, en mi tesis usé muy pocos animales.
Pero sí es cierto que la normativa actual no es más que un reflejo de la conciencia social. Nosotros tenemos una legislación ahora más estricta, porque antes los animales no se veían de la misma manera que ahora, y eso en muchos ámbitos. Vivimos en un país donde hay corridas de toros, y que los toros durante las corridas experimentan sufrimiento es un hecho científico innegable. Pero durante mucho tiempo eso se consideró un acto cultural, incluso una celebración. Hoy en día, la percepción social de las corridas de toros es mucho peor. Pero del mismo modo han cambiado las concepciones de la caza o de los animales en los circos, que antes eran muy frecuentes, aunque hoy en día ya no. Ese tipo de percepciones de la sociedad han ido cambiando y las normativas se adaptan a esa manera, porque, a fin de cuentas, nuestras leyes no son más que el reflejo de lo que la sociedad quiere. Nosotros, los investigadores, hacemos investigación, lógicamente, con nuestros objetivos, pero dentro de las reglas de juego que la sociedad nos pone. No puede ser ninguna otra cosa fuera de ese marco, y así debe ser, tanto en ese ámbito como en otros.
—En sus prácticas en laboratorio, ¿qué cambios ha habido en su trabajo debidos a la Ley de Bienestar Animal y qué aspectos mejoraría o cambiaría de esa norma?
—Ha habido cambios en aspectos prácticos, sobre todo relacionados con los permisos que hay que tener para que, antes de tocar cualquier animal, la gente que entra en los laboratorios tenga que hacer un curso de formación teórico. Además, tiene que pasar un período de prácticas donde tiene que familiarizarse con el manejo de animales. Lo mismo que cuando nosotros vamos al médico, si se nos va a hacer una intervención quirúrgica, no nos opera el primer estudiante de medicina que pasa por allí, nos opera un profesional cualificado, un profesional que tiene experiencia. Lo mismo pasa con los animales; la gente que hacemos experimentos con animales hemos tenido que pasar un período de formación que es renovable. Además, tenemos un período de formación continua, igual que los expertos sanitarios. Periódicamente tenemos que estar haciendo actualizaciones y han variado las técnicas que tenemos disponibles hoy en día; por ejemplo, las técnicas de imagen. Actualmente en humanos a nadie le sorprende hacerse una radiografía para hacer un diagnóstico, o un TAC o una resonancia. Eso está a la orden del día en los diagnósticos de nuestras enfermedades. A día de hoy, tenemos las mismas técnicas e, incluso, más técnicas de imagen para animales. Esto nos lleva a poder hacer estudios con menos animales porque nosotros podemos seguir a lo largo del tiempo para ver cómo evoluciona una patología en un animal por técnicas no invasivas. Entonces podemos hacer un seguimiento a lo largo de las semanas y de los meses y no necesitamos más animales que con los que hemos empezado el estudio. Esto, desde luego, son avances técnicos que nos permiten reducir el número de animales y que también se utilicen en las mejores condiciones. Cambios ha habido muchos y estoy seguro de que va a haber más.
—Sin contar a los científicos y a los partidos animalistas, ¿cómo cree usted que la experimentación animal es vista por la sociedad actual en general?
—Según datos de estudios que hace la Fundación BBVA acerca de la sensibilidad social sobre el uso de animales en su cuarta edición desde el 2008, la sociedad acepta mayoritariamente el uso de animales para fines como el estudio de enfermedades de animales, que es la que tiene mayor aceptación social, o el estudio de enfermedades humanas severas. También acepta el uso de animales para el consumo humano para alimentación, lo cual no es ningún secreto. Sin embargo, hay percepciones muy negativas de los usos lúdicos en el circo, la caza o las corridas de toros.
Estos son los datos y lo que reflejan estas encuestas bien estructuradas es un reflejo social y es que la reticencia al uso de animales se ha ido incrementando con el paso de los años, incluso en un horizonte tan corto como es 2008-2025. Con esto se detecta que la sociedad es más sensible y que no vemos igual hoy en día determinados usos de animales a cómo los veían la generación de nuestros padres o abuelos, donde los animales eran cosas que se podían usar para tirar de los arados y que era una visión mucho más utilitarista de los los animales. Hoy tenemos otro tipo de visión y eso se refleja en esa percepción de la sociedad sin duda alguna.
—¿Podría decirnos cuáles son los métodos alternativos que más utilizan en su día a día en el laboratorio?
—Sin ninguna duda, los cultivos celulares. Nosotros hacemos cultivos celulares tanto de células humanas como de ratones, donde reproducimos en gran medida los procesos que pueden ocurrir en un organismo entero. Y esto siempre lo hacemos antes de tocar cualquier animal.Si tenemos, por ejemplo, 5, 10 o 12 moléculas potencialmente útiles en un tratamiento oncológico, siempre antes iremos a cultivos celulares, lo probaremos en distintos tipos de células y sólo aquellos que tienen un perfil de toxicidad baja y de eficacia alta van a ser los que llevemos a los animales. No podemos llevar 10 o 12 moléculas a ensayos de eficacia tumoral En mi caso particular, todo lo hacemos en cultivos antes de tocar algún animal.
—¿Con qué animales resulta más difícil experimentar y por qué?
—Posiblemente los primates y, por eso, el uso de primates está muy restringido. Menos del 0,1% de animales que se utilizan en la experimentación son primates. A fin de cuentas, son los animales más cercanos a nosotros. Cuando hablo de primates, hablo de macacos, que es lo mayoritario. Sin embargo, el uso de chimpancés, que son los más cercanos biológicamente a nosotros, está prohibido desde el punto de vista de la experimentación. No se pueden hacer experimentos en chimpancés, en gorilas y en orangutanes. Sí en macacos, que son criados específicamente para eso.
Yo creo que es lo más difícil por varios motivos. En primer lugar, desde un punto de vista ético, porque son sin duda los animales que tienen unas sensibilidades más parecidas a las nuestras y, por tanto, tenemos que ser más cuidadosos en su tratamiento. Eso implica unas necesidades de instalaciones que son muy diferentes a cualquier otro tipo de animal. Un roedor vive en una cubeta plástica con una viruta de madera sobre la que vive y se le dan unos pellets para que coma. También se les introduce lo que llamamos enriquecimiento ambiental; por ejemplo, elementos para que jueguen, para que desarrollen su vida social. Esto es en un roedor. En un primate esto es mucho más complejo, porque son animales mucho más complejos, que crean estructuras sociales y que tienen relaciones afectivas entre ellos.
Las instalaciones donde se trabaja con primates son mucho más complejas. Tienen elementos de juego y tienen espacios externos e internos. Todo esto es mucho más difícil. Y, además,es mucho más difícil conseguirlo, porque no es lo mismo criar ratones, que criar primates, que es mucho más difícil y mucho más costoso. Además, su uso es muy restringido. Sin duda yo diría que de los que se utilizan actualmente, son los que tienen una mayor dificultad tanto práctica, como ética y legal. Y así debe ser.
—¿Qué animales usaron para fabricar las vacunas del COVID-19 y qué importancia tuvieron en su desarrollo?
—En vacunas se suelen utilizar dos modelos, primero ratones, que son prácticamente lo primero que se usa para cualquier estudio en biomedicina, porque son fáciles de usar y, a fin de cuentas, son mamíferos muy semejantes a nosotros, aunque no lo parezca. Es decir, no hace falta ver a un ratón y vernos a nosotros. No somos lo mismo, pero biológicamente nuestra fisiología es muy semejante.
En cuanto a la COVID-19, lo primero fue en ratones que se tuvieron que hacer de una manera muy particular, porque eran ratones modificados genéticamente. Los ratones normales no son infectados por el virus que nos infecta a nosotros, porque los virus no pueden infectar todo tipo de célula, y muchos infectan a unas especies y no a otras. Entonces hubo que hacer unos ratones que llamamos transgénicos, a los que se les metió el receptor humano y, de esa manera, se les hizo susceptibles a la infección. Y ahí se pudieron estudiar las vacunas y se pudieron estudiar los tratamientos. Pero después de los ratones, que por muy mamíferos que sean son lejanos a nosotros en algunos aspectos como en el sistema inmunitario, lo siguiente fueron primates no humanos. De hecho, durante la pandemia, en ese año 2020, hubo una muy elevada demanda tanto de esos roedores modificados genéticamente para que los laboratorios pudieran probar las vacunas y los tratamientos. Y después hubo un cuello de botella en el uso de primates, porque los primates son escasos porque no debemos utilizarlos más que en casos muy particulares.
Durante ese tiempo, hubo una limitación en probar nuevas vacunas y nuevas terapias por el hecho de que el número de primates disponibles era bajo.
Las vacunas se probaron en ratones modificados genéticamente primero y luego en primates para probar la eficacia; es decir, que esos animales, realmente, desarrollaban anticuerpos contra el virus. La importancia fue capital porque, si no hubiéramos tenido animales para probarlos, ¿cómo hubiéramos probado las vacunas? ¿Hubiéramos empezado a administrar vacunas cuyos efectos secundarios no sabríamos en la población? A lo mejor creábamos un problema más serio que el COVID, u otro tipo de efectos. Cualquier tratamiento, y eso lo sabéis si sacáis los prospectos de cualquier fármaco por simple que sea, tiene unos efectos secundarios. Esos efectos secundarios tenemos que conocerlos y tenemos que controlarlos. No podemos administrar tratamientos experimentales a personas, porque sería irresponsable.
—Respecto a lo que dijo antes sobre los animales y las personas, ¿usted qué haría si tuviese que salvarle la vida a una persona o un animal y qué razones éticas usaría?
—Sin ninguna duda, yo salvaría antes a una persona que a un animal. Yo he tenido animales de compañía, porque en mi casa familiar siempre hemos tenido, y yo tengo una fuerte empatía con los animales. Pero yo creo que biológicamente, ya no solamente desde nuestro punto de vista cultural, los animales también tienen un sentimiento del propio colectivo. Cualquier animal, también defenderá antes a los de su familia. Estoy hablando de animales desarrollados que defienden antes a los animales de su familia que a los ajenos. Y los humanos hemos desarrollado también esto.
Entonces, biológicamente la distinción de la especie cercana a las demás, yo creo que es algo que existe. Pero, aparte de esto, los humanos nos hemos dotado de herramientas culturales a través de la educación, que no solamente es que tengamos una cercanía biológica con nuestros congéneres, sino que tenemos una empatía muy clara. Entonces, yo creo que desde un punto de vista humano me resultaría difícil de entender una respuesta que no fuera salvar a un humano antes que a un animal. Por mucho cariño y mucho respeto, por supuesto, que pueda tener por ellos.
—Muchas personas opinan que no debe realizarse experimentación con animales. ¿Qué ocurriría si se elimina la experimentación animal en el futuro?
—Lo que pasaría si la eliminamos ahora es que tendríamos un problema muy grande desde el punto de vista del desarrollo de todos los nuevos tratamientos o en la seguridad de los fármacos, ya que cualquier fármaco de la naturaleza que nos preescriben ha sido probado anteriormente en animales antes de que pueda tomarlo ningún humano. y en los ensayos clínicos. Si queremos estudiar nuevas terapias para el cáncer de ovarios, no podemos coger un compuesto que creemos que puede tener una eficacia y administrarlo a pacientes de cáncer de ovario sin ningún filtrado previo. No sería razonable ni sería seguro. Por lo tanto, debemos antes probarlo en organismos cuya biología y cuya fisiología sea muy similar a nosotros, porque la información que obtenemos de ese experimento podemos trasladarla a los humanos. Entonces, en el futuro, si somos capaces de seguir avanzando en métodos alternativos, igual puede llegar un momento en el que podamos prescindir de los animales. Por supuesto yo creo que eso es algo que comparte toda la comunidad científica, ya que nosotros utilizamos animales porque buscamos un beneficio social en forma de conocimiento científico, en forma de nuevos tratamientos, en forma de nuevas terapias o en forma de tratamientos para los propios animales. Pero a día de hoy no estamos en ese punto. Si tenemos una nueva pandemia, ¿cómo vamos a preparar las nuevas vacunas? Por lo tanto, a día de hoy no estamos en disposición de prescindir de los animales para ese tipo de situaciones. Ojalá lo estemos en el futuro.
—De aquí en adelante, ¿cuál sería la mejor alternativa en el lugar de la experimentación animal?
—Ya se han producido sustituciones completas. En las prácticas docentes ya podemos utilizar simulaciones de ordenador. También os ponía el ejemplo de las toxinas en el mejillón, ya que hay técnicas analíticas que nos permiten identificarlas sin necesidad de ir a un ensayo con animales vivos. También están los organoides, que nos permiten estudiar procesos complejos en sistemas in vitro más sofisticados. Por eso ha llevado un tiempo desarrollarlos, pero ahora también hay una tendencia al desarrollo de lo que se conocen como órganos en un chip, que son estructuras que reproducen de alguna manera comportamientos biológicos en un chip y esto nos da información, por ejemplo, sobre el flujo sanguíneo o la interacción de células. Sin embargo, los sistemas alternativos no nos dan todavía toda la información que nos dan los animales, porque cuando tomamos un fármaco y nos llega al estómago o por vía intravenosa, sufre unas modificaciones y entra en las células y en unos tejidos de una manera y en otros de otra. Produce unos cambios a nivel global en el animal que a día de hoy son aún muy difíciles sino imposibles de reproducir en un contexto in vitro.
Pero sí que ha habido avances y la predicción es que cada vez va a haber más técnicas alternativas que nos sigan permitiendo reducir el uso de animales y limitar su uso a aquellos que son estrictamente imprescindibles. Yo creo que ese es el horizonte.