Jesús Souza Troncoso es catedrático del departamento de Ecología y Biología Animal de la Universidad de Vigo (UVigo). Se licenció en Ciencias Biológicas en la Universidad de Santos (Brasil, 1985) y, posteriormente, llevó a cabo su doctorado en la Universidad de Santiago de Compostela (USC) en 1990 con una tesis titulada “Malacología bentónica de la ría de Ares y Betanzos”. Fue director de la Estación de Ciencias Marinas de Toralla, donde contribuyó a su internacionalización. Actualmente, trabaja como investigador en el Centro de Investigación Marina de la Universidad de Vigo (CIM-UVigo), donde participa en el Grupo de Investigación en Ecología Costera (ECO-Cost), estudiando los efectos del calentamiento global sobre diferentes tipos de moluscos, como las almejas. Además, ha publicado diversos libros de fauna marina de costa, grupos bentónicos o bivalvos de las costas gallegas y antárticas y ha realizado numerosas charlas y conferencias sobre el cambio climático, moluscos, peces y ha participado en algunas expediciones a la Antártida. Asegura que en ese “territorio inexplorado” descubrió “un montón de cosas”.
—Usted es catedrático de biología y ecología animal en la Universidad de Vigo. ¿Cómo fue que le empezó a gustar este tema y qué parte de su formación fue más importante para usted?
—A mí desde niño siempre me gustaron los animales marinos; en particular, me gustaban mucho los moluscos. Yo nací en un pueblo costero y, cuando paseábamos por la playa, recolectaba conchas, recolectaba moluscos y veía los animales. Además, vivíamos en una casa que tenía una finca detrás. Yo era hijo único y pasaba mucho tiempo solo en casa. Yo estudiaba el libro de ciencias en clase y hacía una catarsis de todo lo que me pasaba allí. Como el profesor nos tiraba tizas si hablábamos, entonces yo hacía lo mismo con mis alumnos imaginarios, pero con el libro de ejercicios del año siguiente de ciencias, y daba las clases. Y en la finca mamá compraba las cajas de naranjas y yo recogía una caja de cerillas, un cabo de cuerda, una linterna o una lata de leche condensada, lo metía todo dentro de esta y la arrastraba por el jardín que, para mí, era una selva. Me iba de expedición. De aquella no me iba de expedición al medio marino, pero había una serie de televisión que se llamaba Daktari, que era sobre un león y con hienas en África, y yo simulaba Daktari en la finca, yendo de expedición, y dando clases a niños imaginarios, porque siempre me gustaron los animales.
—Respecto a su tiempo estudiando las profundidades marinas, ¿cuál fue su primer descubrimiento relevante y qué supuso para el conocimiento del fondo del mar?
—Yo hice la tesis doctoral aquí en Santiago, donde viví 12 años. Empecé con los moluscos y, una vez terminada la tesis, hice el post doctorado en varios sitios como Bruselas y la Universidad de Sevilla. Allí se iniciaron las primeras campañas oceanográficas en la Antártida del Instituto Español de Oceanografía, que eran campañas de pesquerías. No eran campañas puramente científicas, sino para la evaluación de si era factible o no pescar allí. Tuve la gran suerte en Sevilla de trabajar con los moluscos opistobranquios. Ahí describí para la ciencia, por primera vez, varias especies nuevas de nudibranquios, que son las babosas marinas. Lo mismo que las tenemos en el jardín, aquí en tierra, en el medio marino también las tenemos. Ahí fue cuando descubrí por primera vez algunas especies, una cadena de resultados que fue llevando a la creación de diversidad alfa, es decir, a saber la diversidad de especies a escala local. Además, descubrí varias especies nuevas en esa época en mis inicios. A continuación descubrí otros gasterópodos y otras especies a bastante profundidad, unos 1000 metros.
Hemos hallado también moluscos muy raros aquí en la plataforma gallega, pero también especies nuevas descritas de otros grupos animales, todos marinos. Actualmente, con este escenario que tenemos de cambio climático, de aumento de la temperatura, estamos haciendo experimentos manipulando la temperatura y el PH del agua. El PH puede ser básico o ácido. Si es muy ácido, disuelve el carbonato cálcico. Ahí sí que produce un problema serio en el medio marino, principalmente en los organismos que tienen carbonato cálcico en sus conchas. Estamos manipulando y trabajando con ese tipo de experimentos tanto en la zona intermareal como en el laboratorio. En el campo y en el laboratorio simulamos también como lo que llamamos mesocosmos, que son unos tanques, unos acuarios, con todo controlado para poder inferir y dar resultados en ese sentido.
—En cuanto a los animales de las profundidades submarinas, ¿en qué están usted y su grupo de investigación trabajando ahora?
—Ahora mismo estamos trabajando en la zona más litoral, lo que es la zona intermareal, haciendo los experimentos en lo que le llamamos la ecología de playas (ecología de sustratos sedimentarios), donde vienen las algas de arribazón después de un temporal. Yo recuerdo en Cabo Vilán que la altura de las algas de arribazón me llegaba hasta la rodilla. Todo eso se degrada y todos los nutrientes de esa degradación vuelven al medio marino y van a servir para dar continuidad a la cadena trófica. En cuanto a la diversidad de animales de deep sea (de zona profunda) ya no estamos trabajando ahora en este momento, pero tengo muchos trabajos de 600 metros para abajo tengo bastantes, principalmente en la Antártida, en el mar de Bellingshausen donde las profundidades son muy grandes. Y ahí sí que hay un problema de bicarbonato cálcico, porque no hay tanto.
—¿Qué descubrieron usted y su grupo de compañeros en la Antártida?
—Un montón de cosas., Una de las que me llamó más la atención cuando empecé, fue que la Antártida para nosotros es un territorio inexplorado. Yo cuando tenía vuestra edad soñaba con ir a la Antártida, así como paseaba con mi caja soñando que era África. Pero ahora vamos mucha gente allí y cada grupo trabaja en un área distinta, Yo trabajo en zoología y ecología y nosotros teníamos mapas de distribución de la fauna desde la zona litoral hasta los 2000 metros de profundidad y hacíamos las correlaciones entre las variables físicoquímicas, carbonatos, nutrientes y la granulometría del sedimento, para saber la distribución de los animales en esa zona. A partir de ahí fue donde empezaron a aparecer las especies nuevas. Después había otros que trabajaban con peces. Yo trabajaba con invertebrados marinos y conseguimos muchísimos resultados, pero la cosa no acaba ahí, porque, cuando acaba nuestra campaña de investigación, nosotros desembarcamos y entra otro grupo de investigadores, que pueden ser físicos o geólogos, que completan otras ramas del conocimiento.
—Como zoólogo, ¿podría explicarnos la diferencia entre la situación de los animales que viven en el fondo de los mares y los que habitan en zonas más cercanas a la superficie?
—La vejiga natatoria es un órgano que tienen los peces que secreta gas, y, si se crea gas, es más fácil con un aletazo muy suave subir un poco a la superficie, ya que no tiene que hacer tanto esfuerzo. El pez sopla, como si inflase un globo, y sube con más facilidad. Normalmente los peces de profundidad tienen la vejiga natatoria o muy pequeña, atrofiada o no la tienen. A esas profundidades no la necesitan. De hecho, los que tienen vejiga natatoria, cuando en los barcos de las pesquerías los suben muy rápido, la vejiga natatoria explota. Por eso, una de las adaptaciones a la profundidad es una vejiga natatoria no tan desarrollada como los de superficie. Hubo un pez abisal, que apareció en Canarias, que subió a la superficie. Ese animal, el pobre, estaría medio tocado, y su vejiga natatoria tiene que ser más pequeña, porque ahí abajo no la necesita tanto. Pero lo mismo pasa con el metabolismo, que es muy bajo, ya quelas temperaturas allá abajo están a cuatro grados, cinco o seis. En la Antártida, a dos.Entonces, su metabolismo es muy lento y su crecimiento es muy lento.También tardan más en reproducirse. Además, allá abajo hay mucho oxígeno, ya que en las aguas frías hay muchísimo más oxígeno que en las templadas, ecuatoriales y tropicales. Por lo tanto, su metabolismo es muy muy bajo. Volviendo a la Antártida, allí hay otra adaptación que es el pez hielo, que cambia la hemoglobina por otra substancia, que es casi una sangre anticongelante.
—Hemos leido que usted se convirtió en el director de la Estación de Ciencias Marinas de Toralla en el año 2014. ¿Cuáles han sido desde entonces los principales descubrimientos sobre los fondos marinos de su grupo de trabajo?
—Muchísimos. Es un centro que está en una isla, Toralla, y allí desarrollamos dos investigaciones que os pueden llamar un poquito la atención. Una de ellas es una rama muy novedosa, la crioconservación. Se trata de conservar los organismos, los tejidos, las células en nitrógeno líquido. Uno de los experimentos que se está haciendo esa nueva línea es la infertilidad humana. En tierra eso está muy estudiado, y en veterinaria también, ya que se congelan los espermatozoides y los óvulos, o incluso los embriones, en fases muy tempranas del desarrollo y después los descongelan y están activos; pero en el medio marino no, porque se está trabajando con agua salada, y hay muy pocos especialistas en el mundo que trabajen en criopreservación en el medio marino. Una de ellas, una de estas investigadoras está en nuestro grupo de investigación. Además, es la coordinadora del grupo de criopreservación y sus resultados son realmente espectaculares y muy importantes. Se trabajó con almejas, se trabajó con berberechos, se trabajó con pectínidos y con la vieira.Otro factor muy interesante también es que en ganadería, en tierra, se seleccionan los mejores reproductores. En el caso del mejillón, también se está trabajando para seleccionar un linaje donde simplemente se puedan reproducir los mejores ejemplares, normalmente las hembras cuya coloración, en el caso de las gónadas, es muy amarilla Son mucho más llamativas que los machos.
En segundo lugar está el tema de la captación del CO2 de la atmósfera. En Galicia hay aquí una planta marina que se llama zostera, y realizamos determinados experimentos para saber si favorece el marisqueo o no; si favorece el asentamiento de estas especies en el interior del sedimento con sus raíces o no. No son algas, son plantas fanerógamas marinas.
—¿Cómo es para ustedes un día normal de misión submarina en zonas profundas?
— Se sabe más, parece ser, de la Luna que de los océanos. Por la zona litoral podríamos ir en coche, pero allí abajo tenemos un problema enorme, que es la presión. Hasta hace muy poco no se conocía, aunque había campañas oceanográficas, pero se trabajaba a ciegas. A ciegas se bajaba un aparato y se subía una muestra. Ahora hay herramientas como podrían ser los R.O.V., que son vehículos de operación remota que bajan y se puede filmar e, incluso, recolectar. En una operación se pueden trabajar a unos 2000 metros de profundidad aproximadamente unas cinco horas y media, porque son 2 horas o 2 horas y media para bajar el aparato, porque tiene que bajar muy despacio, y otras 2 horas y media para subir. Es decir, 5 horas de viaje y, a veces, la muestra pude llegar vacía. Por lo tanto, una tarea de fauna profunda es una tarea muy laboriosa y tarda mucho.
—Me ha interesado bastante el tema de la vejiga natatoria. ¿Usted ha visto o sabe algún cambio más que tiene la fauna marina diferente a la de la superficie?
—Voy a hablar de otro grupo diferente a los peces, que son bastante normales. Se trata de los Pogonóforos, que son gusanos marinos que suelen tener un metro veinte de altura y unos tentáculos muy vascularizados. Además, tiene una estructura que se llama trofosoma, que es comola granja de estos animales, porque lo que tienen ahí son bacterias quimio-sintetizantes, que producen de los desechos de su metabolismo una serie de compuestos que son utilizados por ese gusano. Y viven justo al lado de las chimeneas submarinas hidrotermales con temperaturas de 360ºC en la boca de la chimenea y que pueden tener casi 2 metros de altitud. De ahí salen compuestos sulfúricos, justo donde está la boca, hay muchísimas bacterias que viven allí, pero los animales que comento están un poco más alejados y suelen vivir a entre 80 y 50 ºC de temperatura.
Pero también hay mejillones de más de 30 centímetros, que se llaman batimoriolos, una almeja calyptogena todavía más grande, y en profundidad, saliendo de las chimeneas, hay un fenómeno llamado gigantismo, que son seres muy grandes. Los animales que encontramos en las zonas litorales de las costas de Galicia, la media, son unos pocos centímetros. En profundidad, algunos grupos sufren el proceso de gigantismo.Hay isópodos de 30-40 cms. Pero las cochinillas de jardín también son isópodos. Entonces, las adaptaciones son muy variadas. Una de ellas es el gigantismo, pero hay también el proceso contrario, que es el enanismo. Y muchas veces estas criaturas hasta se congelan y se descongelan.
—Usted comentó el enanismo y el gigantismo. ¿Podría explicármelo otra vez? Porque no he entendido del todo cómo unos son gigantes y otros muy pequeños.
—El gigantismo es un gran desconocido en la ciencia, y los factores pueden ser ecoĺogicos y fisiológicos. Desde el punto de vista ecológico, es la presencia de mucho oxígeno debido a que el agua está mucho más oxigenada a tanta profundidad, principalmente en la Antártida, con temperaturas de menos de dos grados centígrados. Por lo tanto, esto hace que el metabolismo sea muy lento. Además, la reproducción es tardía. Todos esos factores: mucho oxígeno, reproducción tardía y metabolismo lento hace que sean grandes. En cuanto al enanismo, el proceso tarda también millones de años, y se produce cuando un pez alcanza la madurez sexual en edades tempranas de desarrollo, no crece y puede reproducirse. Otras especies que viven en tierra y son muy pequeñas se congelan en un fenómeno que se llama criptobiosis. Desaparece prácticamente toda el agua del cuerpo, quedan completamente desecados, y quedan ahí congelados cuando viene el invierno y la nieve los tapa. Luego, al volver las buenas condiciones de temperatura y presión, pueden volver a la vida de nuevo. Esto le pasa a los tardígrados, y algunos los hemos enviado a la Estación Espacial porque aguantan los rayos gamma. De hecho, varios tardígrados los hemos encontrado en musgos completamente secos en esta transformación de criptobiosis durante siete años.
—Respecto a los animales de las profundidades, ¿cómo pueden sobrevivir a tanta profundidad?
—Porque están adaptados. Tienen el metabolismo muy bajo y bastante oxígeno. Es un proceso gradual y son mecanismos fisiológicos que permiten que el animal se adapte. Estando a determinada profundidad suelen tener los ojos muy grandes porque aún pueden aprovechar algo de luz. Pero los de las profundidades marinas algunos son ciegos porque no necesitan ojos y son muy pequeñitos. Hasta una determinada profundidad puedo invertir evolutivamente millones de años en tener un ojo que pueda percibir determinadas longitudes de luz y pueda percibir la penumbra. Pero ya a mucha profundidad los ojos son muy pequeños y la musculatura es muy débil. Por eso ese animal que apareció en Canarias debería estar medio tocado, porque algunos no tienen ni vejiga natatoria.
—Siguiendo con el tema de los fondos abisales, ¿de qué modo cree usted que existen muchas especies de animales sin descubrir en ellos y qué métodos utilizan ustedes para encontrarlas?
—La profundidad es un problema enorme. Sabes que cada 10 metros aumentamos una atmósfera, y eso es por cada centímetro cuadrado una presión inmensa. Hace un par de años implosionó un batiscafo que iba con unos turistas que pagaban para ver el Titanic. Implosionó por la presión. Además, inmediatamente, el cuerpo de la gente se quedó totalmente aplastado, porque la presión es inmensa. Ese es el gran problema, porque en tierra puedes observar, puedes tomar notas, puedes dejar una cámara de vídeo, vuelves otro día y la recoges. Ahí abajo no. Entonces, muchas veces trabajamos con dragas de arrastre de actuación vertical. Estos son unos aparatos que recogen el sedimento para después tratarlo en tierra, donde podemos observar y separar la fauna de todo ese sedimento, de la arena y del lodo. Porque muchas veces ahí abajo hay fondos de fango o de protozoos marinos que viven en la superficie y, cuando se mueren, van para abajo.. Pero ahora, con los avances de los robots y los batiscafos modernos, esas chimeneas marinas que os comenté se descubrieron en 1977. Con esos avances ahora se sabe muchísimo más. De hecho, tenemos aquí en Galicia un ingeniero lucense que ha hecho un batiscafo y ha bajado a la fosa de las Marianas, que están a 11.000 metros de profundidad. Él fue el que llevó a James Cameron para coger ideas cuando se grabó Avatar 2.
—Hoy en día los mares y los océanos están bastante contaminados. ¿De qué manera afecta toda esa contaminación a la fauna de los fondos marinos?
—Ese es un gran problema a nivel planetario. De niño, cuando tenía vuestra edad o un poco más, vi un documental y hubo un comentario de un jefe de tribu norteamericana (Siux) que decía que “nosotros no heredamos la tierra de nuestros padres, simplemente la tenemos prestada para nuestros hijos”. Esto significa que tenemos que cuidar muy bien el planeta.
En la Fosa de las Marianas, a casi 11.000 metros de profundidad, hay plásticos. Todo lo que tiramos en el centro de Santiago, en el centro de Madrid, en el centro de Manhattan, todo, acaba en el agua más temprano o más tarde. El océano es un gran vertedero de esta especie que domina el planeta que y que somos nosotros, el Homo Sapiens. Hay microplásticos que llegan hasta 11.000 metros y hay trabajos en los que se mira el contenido del estómago de determinados crustáceos en los que se han encontrado microplásticos. Y, si nos hacen ahora una analítica, seguramente tengamos microplásticos incorporados y compuestos de plásticos que están en nuestros tejidos. Porque el plástico está en todos lados. Es el precio que nos ha llevado aquí arriba como civilización.
—¿Entonces los plásticos no se desintegran al pasar el tiempo?
—Sí, se desintegran, pero ese plástico se convierte en partículas mucho más pequeñas. Después, ya a nivel molecular, tienes que preguntarle a los químicos. Porque, aunque la gente diga que es plástico biodegradable, se desintegra en partículas mucho más pequeñas. Por eso hay mucha gente trabajando ahora mismo en los microplásticos. Prácticamente en todos los departamentos de ecología y en los institutos de investigación. También, en el centro de investigación marina tenemos un profesor que está desarrollando un trabajo de investigación muy importante en este campo.
—Hablando de la contaminación, ¿qué nos recomendaría para que se puedan conservar en buen estado las profundidades marinas de aquí en adelante?
—Toda la actividad humana en tierra va a acabar de una manera u otra en el mar. Puede ser a través de las aguas residuales, y es algo que tenemos que intentar frenar, porque somos muchos en el planeta. Por lo tanto, hay que intentar reciclar lo máximo posible, reutilizar y reducir; es decir, aplicar las tres erres. Tenemos que intentar que las cosas tengan un uso mucho más largo, ya que la Tierra no es nuestra y es única. No hay un planeta “b”, y, si lo hay, no vamos a poder llegar a él.
Hay que cuidar este planeta que tenemos, que, además, es muy pequeño y en el cual está todo relacionado. Antes, lo que había en este planeta era mucho CO2. Las plantas y las cianobacterias metieron el oxígeno, y después llegaron las plantas vasculares y, gracias a eso, salieron los metazoos, los animales, que pudieron reutilizar los desechos de las plantas, que es el CO2, que es muy corrosivo, es un veneno. Por eso hay que cuidar el planeta porque está todo muy relacionado.
—Hemos enviado naves espaciales a la Luna y a Marte, pero conocemos todavía poco de las profundidades marinas. ¿Cómo podríamos estudiarlas mejor en el futuro y cuánto tiempo nos llevará explorarlas completamente?
—Completamente yo creo que es imposible porque en la Tierra aún queda mucho por hacer. No vamos a poder tenerlo todo controlado. Además, el planeta es muy cambiante. Para poder conocer el medio marino, la inversión e investigación es fundamental. Porque la investigación es lo que genera el progreso de las sociedades. En medicina, en el medioambiente y en todo.
Además, nuestro planeta siempre cambia. Ahora hay variables nuevas, como el deshielo del ártico o de algunas zonas de la Antártida. Cuando más sabes, más dudas tienes y, al final, te das cuenta de que sabemos muy poco. Por lo tanto, abarcar todo va a ser prácticamente imposible.
— Mirando al futuro, ¿qué avance supondría el conocimiento de estos animales abisales y cómo afectará esto a la ciencia?
—Cuando tengo conocimiento de algo, es cuando puedo protegerlo, pero si yo no sé que existe, no lo protejo. No vayamos a las profundidades, muy abajo; vamos aquí, a la zona litoral. Cuando tengo información de que en Corrubedo o en la playa de Uhía hay determinada fauna, cuando estoy paseando por la playa sé que mis pisadas están pisando encima de miles de animales, pertenecientes a la fauna intersticial. Si no lo conoces, qué más da. O cuando vamos a la playa y nos encontramos algas que tienen que pudrirse, estos nutrientes de las algas vuelven al sistema y a los animales que estamos pisando pero no vemos y otros un poco más grandes entran en la cadena trófica y son los pescados que después vamos a comer en la Plaza de Abastos. Todo gracias a esa alga putrefacta. Es muy importante devolver esos nutrientes al sistema. Tenemos que mantener una zona limpia para que no nos machaquen los pies, pero, al mismo tiempo, tenemos que mantener una zona donde estas algas sí que puedan descomponerse porque son las que van a dar de comer al rodaballo o al coruxo que se encuentra allí, en la orilla, reproduciéndose.
Por otra parte, en la fauna abisal, si encuentran plásticos a cuatro, cinco, seis mil metros de una especie que vive en superficie como nosotros, ¿qué hace eso allí abajo? Lo tocamos todo, incluso el Everest, a más de ocho mil metros de altura. Pero si vais a países que tienen problemas económicos como Nepal, no pueden cuidar el medioambiente porque tienen otros problemas.Por eso, a la hora de tomar decisiones es complicado. Por esa razón, nuestra suciedad de aquí, a lo mejor, acaba en el Indo-Pacífico, y una bolsa de plástico del Froiz, termina en la fosa de las Marianas.
—¿Cómo podríamos usar esa “porquería” a favor nuestro, sí, llegado el momento, el mundo donde habitamos no tuviera las condiciones necesarias para vivir?
—Es como una de estas películas distópicas. Lo primero ahora es reciclar. Con el reciclado se hace mucho. Lo que pasa es que somos ocho mil millones, lo cual es una verdadera barbaridad. Por esa razón, la porquería acaba en el mar. Por lo tanto, lo que tenemos que hacer es cuidar, en la medida de lo posible, nuestra pequeña parcela.
Sin embargo, soy optimista. Vamos a tener planeta para rato, porque la especie humana, que es muy intuitiva y muy creativa, busca soluciones donde no las hay. Pero a veces es difícil comunicarnos y necesitamos unos códigos de conducta para ponernos de acuerdo. No nos queda más remedio como especie.