Arete o Areta, la cirenaica. Fue hija y discípula de Aristipo de Cirene, y de madre desconocida.
Areta ha pasado a la historia del pensamiento filosófico femenino por haber educado personalmente a su hijo Aristipo, nieto de Aristipo el fundador de la secta. Por esta razón Aristipo “el joven” fue conocido como el metrodidacta, es decir, quien ha sido educado por su madre, según nos cuentan tanto Laercio en Aristipo II, 5 y 16, como Clemente, Stromata, IV, XIX.
Según Laercio, los sucesores directos e inmediatos de Aristipo fueron, en primer lugar su hija Areta, lo cual nos hace pensar que al ser ella la maestra de su hijo, gozó de enorme prestigio dentro de la escuela, y que este ha podido ser el motivo por el que algunos la hacen dirigiendo la escuela a la muerte de su padre. Carecemos de fuentes antiguas que así lo atestigüen y la verdad es que la información con la que contamos acerca de ella es bastante pobre; en algunos manuales casi ni se la menciona, como es el caso de la historia de la filosofía de Jaime Balmes, o la Enciclopedia Católica, que la cita como seguidora pero que no hace mención a nada más. Incluso en la del cardenal Zeferino Gonzalez es nombrada nada más.
En cambio, sabemos por el historiador Antonio Pirala, divulgador feminsita del siglo XIX que colaboró en la revista <El Correo de la Moda> con sus artículos para la Sección: Instrucción. Historia de la Mujer, que la filósofa Areta “…era tan docta en las letras griegas como en las latinas; y leia y explicaba de tal modo la doctrina de Sócrates, que mas parecia haberla escrito que aprendido… Escritora tan fácil y elegante como sábia maestra, dejo á la posteridad cuarenta libros sobre diversas ciencias. Después de haber enseñado filosofía material y moral en las Academias de Atenas por espacio de treinta y cinco años… Ciento diez filósofos distinguidos se vanagloriaban de haber sido sus discípulos”. Resumiendo, que enseñó filosofía material-natural y moral en los últimos 35 años de su vida, escribiendo unos 40 libros, de los cuales no conservamos ni los títulos. A lo largo de este periodo docente, contó entre sus alumnos con unos 110 filósofos, de los cuales tampoco conocemos el nombre de ninguna alumna o filósofa. Es este otro caso parecido al de Sosipatra, Hipatia de Alejandría o Aspasia de Mileto.
Fue tal, según este mismo historiador, su prestigio, que a la muerte de Areta “…Sus conciudadanos, dolorosamente afectados por su pérdida, honraron extraordinariamente su memoria, e inscribieron en su sepultura el siguiente epitafio: “Aquí yace Areta, la gran griega, lumbrera que fué de toda la Grecia: tuvo la hermosura de Elena, la honestidad de Thirma, la pluma de Arístipo, el alma de Sócrates, y el lenguaje de Homero.
http://seguicollar.wordpress.com/2007/09/23/historia-de-la-mujer-antigona-y-otras-mujeres-celebres/
Textos:
5. Navegaba una vez para Corinto, y como lo conturbase una borrasca y uno le dijese: «¿Nosotros idiotas no tenemos miedo, y vosotros filósofos tembláis?», respondió: «No se trata de la pérdida de una misma vida entre nosotros y vosotros». A uno que se gloriaba de haber aprendido muchas cosas, le dijo: «Así como no tiene más salud quien come mucho y mucho se ejercita que quien come lo preciso, así tampoco debe tenerse por erudito quien estudia muchas cosas, sino quien estudiar las cosas útiles». Defendiólo cierto orador en un pleito que ganó, y como le dijese: «¿De qué te ha servido Sócrates, oh Aristipo?», respondió: «De que todo cuanto tú has dicho en bien mío sea verdadero». Instruía a su hija Areta con excelentes máximas, acostumbrándola a despreciar todo lo superfluo. Preguntándole uno en qué cosa sería mejor su hijo si estudiaba, respondió: «Aunque no saque más que no ser en el teatro una piedra sentada sobre otra, es bastante» (124). Habiéndole uno encargado la instrucción de su hijo, el filósofo le pidió por ello 500 dracmas; y diciendo aquél que con tal cantidad podía comprar un esclavo, le respondió Aristipo: «Cómpralo y tendrás dos».
7. Afeándole uno que cohabitase con una meretriz, le respondió: «Dime, ¿es cosa de importancia tomar una casa en que vivieron muchos en otro tiempo, o bien una en que no habitó nadie?» Y respondiendo que no, prosiguió: «¿Y qué diferencia hallas entre navegar en una embarcación en que han navegado muchos y una en que nadie?» Diciéndole que ninguna, concluyó Aristipo: «Luego nada importa usar de una mujer haya servido a muchos o a nadie». Culpándole algunos el que siendo discípulo de Sócrates recibiese dinero, respondió: «Y con razón lo hago; pues Sócrates siempre retenía alguna porción del grano y vino que algunos le enviaban, remitiéndoles lo restante. Además, que sus despenseros eran los más poderosos de Atenas; pero yo no tengo otro despensero que Eutiques, esclavo comprado». Tenía comercio con la meretriz Laida, como dice Soción en el libro segundo de las Sucesiones; y a los que lo acusaban de ello, respondió: «Yo poseo a Laida, pero no ella a mí; pues el contenerse y no dejarse arrastrar de los deleites es laudable, mas no el privarse de ellos absolutamente» (125). A uno que le notaba lo suntuoso de sus comidas, le respondió: «¿Tú no comprarías todo esto por tres óbolos?» Y diciendo que sí, repuso: «Luego ya no soy yo tan amante del regalo como tú del dinero».
14. Los escritos que corren de Aristipo son tres libros de la Historia Líbica que envió a Dionisio; un libro que contiene veinticinco Diálogos, escritos unos en dialecto ático y otros en el dórico; son estos: Artabazo, A los náufragos, A los fugitivos, Al mendigo, A Layda, A Poro, A Layda acerca del espejo, Hermias, El sueño, El copero, Filomelo, A los domésticos, A los que lo motejaban de que usaba vino viejo y meretrices, A los que le notaban lo suntuoso de su mesa, Carta a su hija Areta, A uno que sólo se ejercitaba en Olimpia, La interrogación, Otra interrogación, tres libros de Críos (131), uno A Dionisio, otro De la imagen, otro De la hija de Dionisio, A uno que se creía menospreciado y A uno que quería dar consejos.
16. Habiendo, pues, ya nosotros descrito su Vida, trataremos ahora de los que fueron de su secta, llamada cirenaica. De éstos, unos se apellidaron ellos mismos hegesianos; otros annicerianos; y otros teodorios. A éstos añadiremos los que salieron de la escuela de Fedón, de los cuales fueron celebérrimos los eretrienses. Su orden es este: Aristipotuvo por discípulos a su hija Areta, a Etíope, natural de Ptolemayda y a Antípatro Cireneo. Areta tuvo por discípulo a Aristipo el llamado Metrodidacto; éste a Teodoro, llamado Ateo y después Dios. Epitimedes Cireneo fue discípulo de Antípatro, y de Epiménides lo fue Parebates. De Parebates lo fueron Hegesias, apodado Pisitanato, y Anníceres el que rescató a Platón (132).
Laercio, Aristipo II. http://www.e-torredebabel.com/Biblioteca/Diogenes-Laercio/Vida-Filosofos-Ilustres-Aristipo.htm
A Clemente, como a Jámblico, le debemos este derroche de nombres sin mayores aportaciones intelectuales por parte de tanta mujer.
118.1. Ciertamente, de esa misma perfección deben participar por igual tanto el varón como la mujer…
121.1. Los demás poetas celebran la rapidez de Atlante en la caza, la ternura de Anticlea, el amor conyugal de Alcestes, la intrepidez de Macaria y de las hijas de Hiacinto. 2. Y ¿qué? ¿Acaso Teano, la pitagórica, no consiguió tan grande filosofía que, a quien la observaba con curiosidad indiscreta y le dijo: ¡Bonito brazo!, ella respondió: pero no es un bien público? 3. De esta misma dignidad se dice aquel apotegma: preguntada una mujer sobre cuántos días debe pasar una esposa desde la unión con su marido hasta poder bajar al templo de Deméter, respondió: si se trata del propio [marido], inmediatamente; pero si es con un extraño, nunca. 4. También Temisto, hija de Zoilo de Lámpsaco y esposa de Leonteo de Lámpsaco, filosofaba las [doctrinas] epicúreas, lo mismo que Myia, hija de Teano, las [doctrinas] pitagóricas, y Arignote, quien escribió las [historias] de Dionisio. 5. Y las hijas de Diodoro, de sobrenombre Cronos, todas ellas fueron dialécticas, como afirma el dialéctico Filón en el Menexeno; e incluso nos refiere sus nombres: Menexene, Argía, Teognis, Artemisa y Pantaclea. 6. Me acuerdo también de una [de las escuela] cínica que se llamaba Hiparcas de Maronea y esposa de Crates, con la que consumó, en el Pecile, el matrimonio cínico.
122.1. Areta, la [hija] de Aristipo de Cirene, educó a [su hijo] Aristipo, llamado el “enseñado por su madre”. 2. Lastenia de Arcadia y Axiotea de Fliunte estudiaban filosofía con Platón. 3. Sin duda, de Aspasia de Mileto, sobre la que cuentan tantas cosas los cómicos, se aprovechó Sócrates para la filosofía y Pericles para la retórica. 4. Ciertamente omito otras por la prolijidad del discurso; así no menciono a las poetisas Corina, Telesila, Muya y Safo, ni a las pintoras como Irene, la hija de Cratino y Anaxandra, la [hija] de Nealces, a las que menciona Dídimo en Los Banquetes.
123.1. La hija del sabio Cleóbulo [Cleobulina, corchete mío], monarca de Lindo, tampoco se avergonzaba de lavar los pies de los huéspedes paternos, también Sara, la feliz esposa de Abrahán, preparó ella misma los panes cocidos para los mensajeros; y entre hebreos, las hijas de los reyes pastoreaban los ganados, y la Nausica de Homero iba a los lavaderos.
2. Así pues, la mujer prudente debería proponer en primer lugar persuadir al marido para que compartiera con ella lo que conduce a la felicidad; pero, si eso fuera imposible, corra ella sola hacia la virtud, obedeciendo en todo al marido, de manera que no haga nada contra la voluntad de aquél, excepto en lo que se consiera fundamental para proseguir hacia la virtud y la salvación. 3. Al contrario, si alguien apartar de esa disposición a una mujer, esposa o esclava, que con sinceridad la desea, ése tal daría pruebas de que, al actuar así, prefiere el alejarla de la justicia y de la templanza, a la que prepararía para su propia casa lo injusto e intemperante.
124.1. En verdad, no existe varón o mujer que destaque en cosa alguna, si no se ha dedicado al estudio, a la práctica y a la ascesis; además, afirmamos que la virtud, propia de todos, no depende de ningún otro, sino sobre todo y en primer lugar de nosotros mismos…” Clemente, Stromata IV, XIX