Crónicas de Uzbekistán (1) - 19/08/2009

Buenas y sinforosas mayúsculas:

Saludos desde el Uzbekistán de marras.

Sabias fueron las palabras del profeta, y de las cuales yo no me acuerdo. 

Aún así, país sin par este, con unas estalamezquitas por aquí y unas otras cosas por allá. 

Cuenta la historia que Felpudo III, el Ardiente (le llamaban así porque cuando iba paseando el perro antes de ir a reinar, iba diciendo “la cosa está que arde”, y de ahí le quedó el apodo para los siglos postreros). Bien, Felpudo III se encontraba cada mañana con el rey vecino, al cual siempre le iba a pedir la segadora porque la suya se le había estropeado. Llamábase Romualdo II el Acetato (este apodo es curioso, en el mundo de los apodos: cuando Romualdito sesteaba a pierna suelta bajo un árbol de la sandía, una truculencia le entró en la esofagia, y tiró de él hasta la postre. Desde entonces se le apodó “El Acetato”. La curiosidad del mote viene porque no tenía ninguna relación con la anécdota).

Bien: cuando Felpudo y Romualdo se encontraron aquel día de primavera bochornal, se dijeron “buenos días” y siguieron su camino.

Cuentan las crónicas que ambos mambos se llevaron muy bien hasta que se cortaron las piernas el uno al otro. Desde entonces, ya no se pudieron llevar, ni bien ni mal, sino que tuvieron que ser llevados por otros.

Pero ya se sabe, en la guerra: “cuando las tropas de tu enemigo veas capitular, pon las tuyas a merendar”.

 

Y en estas estamos. No os puedo dar más datos ni contaros más de este país, porque todavía estoy en Barcelona.

Pero como no sé si habrá conexión a Internet por allí, ni si tendré ocasión de utilizarla, pues eso.

 

Venga, un abrazo y hasta el huevo.