Vida y milagros

Nací un 11 de mayo (día de la miel, Sant Ponç) de 1971, en Barcelona.

Me cuenta mi madre, que nada más nacer una enfermera me dio un golpe en la cabeza, me puse a berrear como una becerra (cómo no), me empecé a poner morado, morado y más morado y me tuvieron que meter en una incubadora. Desde entonces, ha quedado para la mitología que nací negro.

Viví en Rubí desde que yo me acuerdo. Mi madre también me cuenta que cuando yo era un bebito, mi padre trabajaba de noche, y ella me cogía de la mano para dormir.Mis primeros recuerdos son confusos, y probablemente rehechos a partir de lo que me han dicho: que mi hermano mayor me metía canicas por la nariz. La vez que rompí un cristal con el culo. Cuando me caí encima de unos cactus con la bicicleta, y por miedo a moverme y que se clavaran más me quedé allí un buen rato hasta que me vio una vecina...Y sobre todo las puestas de sol desde mi ventana. Nunca en mi vida, y en ningún lugar del mundo, he visto puestas de sol tan preciosas como aquellas. Y no porque las idealice. Realmente eran extraordinarias.Recuerdo muchas cosas de un colegio antiguo, donde realicé mi primera actuación, a los 8 años, como protagonista. Había que cantar una canción de Enrique y Ana, y como tenía los ojos achinados, y cierta gracia en el movimiento, pues directo al estrellato.Después fui a un colegio progresista, donde entre otras cosas aprendí a jugar a balonmano, después de probar con el atletismo y el fútbol, e inicié mi carrera de cuentista de humor.

Cuando salí de la EGB, con muy buenas notas, fui a bachillerato, donde pasé muchos de los mejores momentos de mi vida. Compaginaba el balonmano con los estudios, de forma que ni lo uno ni lo otro fue como debiera.

También comencé a escribir cuentos como churros. Mi padre se empeñó en que aprendiera a escribir a máquina, y debía escribir medio folio cada día. Como me aburría copiar textos ajenos, comencé a inventar los míos propios.

Tras el fracaso de mis dos primeros cursos de bachillerato, fui a FP, administrativo, donde ante el bajísimo nivel, mis notas crecieron hasta desbordar las calificaciones. Donde antes tenía treses, ahora tenía nueves...

Y comencé a trabajar, a los 17 años, ante unas condiciones misérrimas, pero al menos el trabajo era agradable. De administrativo en una empresa de distribución de correspondencia. Los compañeros eran realmente buenos.

Y seguí escribiendo. Y al final publicando. Publiqué muchos cuentos en una revista local, Aquí, acompañado por mi hermano Javier a las ilustraciones. Y un buen día, paseando, me encuentro una nueva revista de humor, “Cuadernos de humor”, donde escribía la crême de la crême del humor mundial, incluido mi maestro, José Luis Coll, acompañado de Perich, Gallego y Rey, Quino... Envío uno de mis cuentos y ¡eureka! Al cabo de poco se pone en contacto conmigo Oscar Pin, y me dice que les ha gustado mucho y que les envíe más, como colaborador habitual.

Colaboré con ellos durante un año, hasta que un buen día ni me pagan, ni me responden, ni veo la revista publicada. Bueno: estas cosas pasan, ¡pero al menos se zanjan los gastos y se avisa, oiga!

El último curso de FP lo estuve compaginando con 3º de BUP, ya que quería ir a la universidad a estudiar magisterio, y temía que el nivel tan bajo de FP me causaría problemas.

Justo al acabar la secundaria, en el año 1992, me llaman para ir a las Olimpíadas de voluntario.

Fue realmente raro: yo había estado de voluntario durante años, en competiciones en Rubí, y no contaba con que me iban a llamar para ir a Barcelona. De hecho, me había comprado montones de entradas para eventos que me interesaban. Y un buen día me llama un tipo diciéndome que se había pasado horas buscándome porque le habían dado mi nombre, pero no mi teléfono. Que era mi jefe, que yo estaba destinado a la puerta de VIPs (yo no sabía qué era eso), y que me esperaba al día siguiente. Le dije que tenía las entradas, y me respondió que eso no era problema, y que lo arreglábamos.

Gracias a la cabezonería de aquel hombre por encontrarme, pasé dos de las semanas más maravillosas de mi vida. Por la puerta de VIPs vi pasar a todos los jefes de estado y realeza del mundo entero, con anécdotas para contar de por vida... pero es que justo pegada a la puerta de VIPs estaba la de atletas, por donde entraron todos los deportistas que yo admiraba en la ceremonia de inauguración... incluida la representación del Dream Team que llegaron veinte minutos antes y se estuvieron a 2 metros de mí esperando que pasara su delegación, mientras Steffi Graf  se hacía fotos con ellos. Ayudar a llevar la bandera a Marlene Ottey, saludar a Carl Lewis, acompañar al Dream Team a la salida... vaya comienzo!

El resto fue fantástico: un ambiente extraordinario, los mediodías bañándonos en las fuentes para paliar el calor, durmiendo en casa de mi abuela...

Fue un sueño.

A partir de ahí, estudiar magisterio mientras trabajaba de cartero. Ese trabajo te da mucha flexibilidad, y libertad, así que los años de aquella carrera fueron duros, pero no excesivamente.

Antes de acabar magisterio, no obstante, comprendí que no podía ejercer como maestro. Mi carácter es extremadamente infantil, y carente por absoluto de autoridad. Es decir: yo me lo paso muy bien con los críos, y ellos disfrutan enormemente conmigo. Excesivamente, de hecho.

Así que decidí dar un pequeño giro, y dedicarme a educar... desde las bibliotecas.

Decidí hacer biblioteconomía y documentación. Pude entrar por una pequeña triquiñuela legal que había, y a partir de ahí me dediqué a ello. Desgraciadamente, las energías no daban para más. Debía trabajar 8 horas al día. Por suerte, a mi jefe le hizo gracia que estudiase lo mismo que su hijo, y me colocó en unas condiciones flexibles para que pudiese estudiar. No obstante, estudiar y trabajar al mismo tiempo es enriquecedor para muchas cosas, pero desde luego no permite profundizar y aprovechar los estudios de forma adecuada, así que fui sacando la carrera de forma muy justa, pero bueno, la saqué al fin y al cabo.

Un año antes de acabar la carrera me casé. Llevaba 4 años de noviazgo, y había que tomar una decisión al respecto. Así que mis padres, que estaban viviendo fuera, me cedieron el piso, lo arreglamos, y seguimos viviendo allí.

Durante el último año de carrera, comencé a trabajar como becario en bibliotecas escolares, además de colaborar con el CCUC, con el archivo nacional (donde me tomaron el pelo ampliamente, con la connivencia de mi propia facultad), y con l’Amic de Paper.

Sin embargo, al acabar los estudios, y por tanto las becas, me encontré con que la situación de las bibliotecas escolares es francamente lamentable, y que no se podía vivir con ellas. Así que me surgió una posibilidad de entrar en un sitio muy raro, el “Comisionado para la sociedad de la información”, de la Generalitat de Catalunya. También me vino de rebote: la hermana de una persona con la que había trabajado trabajaba en una ETT, y le había llegado una oferta para un “documentalista”.

Bien: no era exactamente eso: querían un administrativo, que supiese algo sobre “documentación”. Esto no era lo que habíamos acordado, y negociando un poco intentamos llegar a una definición más concreta que además nos hiciese felices a todos.

La verdad es que el primer año fue de los más felices a nivel laboral de mi vida: era una iniciativa muy interesante, el jefe era un auténtico maestro de la política y generaba un entusiasmo y un dinamismo de equipo extraordinarios, el equipo estaba formado por unos profesionales fantásticos, con una pasión y unas ganas de trabajar en aquello tremendas...

Y llegaron los cambios políticos. A aquél jefe lo trasladaron de departamento, y el equipo se deshizo, volviendo cada cual a sus quehaceres.

Durante los 7 años siguientes fuimos pasando de un jefe a otro, de un departamento a otro, de un nombre a otro, de un edificio a otro...

Hasta que para mí la situación se hizo insostenible, pues no me sentía cómodo con tanta indefinición, y con un trabajo que, en definitiva, no era el mío. Así que me fui.

Durante estos años me metí en pequeñas actuaciones: canté en un coro de música moderna y gospel, haciendo de showman, colaboré en visitas guiadas en el Museo Egipcio de Barcelona, hice varios cursos de clown, con algunas actuaciones esporádicas, y también flirteé con los cuentacuentos... Cosas pequeñas pero que me gustaron mucho.

También me divorcié, y después de pasar un tiempo en una casa en el campo, cedida por mi hermano menor, me trasladé a Barcelona.

En esta época empecé a viajar, sobre todo por África, que por un motivo u otro me atraía. Posteriormente, amplié al Asia mi radio de acción, interesándome sobre todo por el Asia central.

Casualmente, antes justo de irme de viaje (ese año me había planteado Mozambique), me llaman de una ONG, y quedamos que entro a trabajar en cuanto vuelva.

Nada más llegar, me envían a Guatemala y a Perú, a conocer los proyectos de la organización. A partir de ahí, trabajé como documentalista y bibliotecario, sintiéndome como pez en el agua en el mundo de la cooperación. Durante 2 meses estuve trabajando en Guatemala, en pleno corazón maya, en un proyecto de organización de la información de la ONG.

Y así me pasé tres años. Desgraciadamente, la organización tuvo algunos problemas, la situación se fue enturbiando, y decidí abandonar y buscar nuevas oportunidades.

Durante el último año estudié restauración y encuadernación, aunque con pocos resultados prácticos, debido a una operación en la pierna que me dejó fuera de casi todo durante meses.