La brecha digital y la formación en nuevas tecnologías en los países pobres

El ser humano, y más en estos tiempos, tiende a limitar su radio de acción. Esto es debido a que su capacidad de procesar información (interna, externa, emocional, del entorno…) es finita. Y por más evolución que hayamos tenido, esta capacidad sigue siendo básicamente la misma. Es cierto que últimamente forzamos el cerebro para absorber cuanta más información mejor y a toda velocidad, pero eso nos causa estrés, ansiedad y todo tipo de afecciones emocionales y nerviosas (en conjunción con otros factores, como la falta de referentes). Es verdad que una persona calmada, con tiempo para reflexionar, para procesar la información, sufre menos que otra que se pasa la vida corriendo, sin pararse a poner todos aquellos estímulos en orden.

Bien: volviendo al principio, a lo de limitar el radio de acción, para el hombre es necesario. Podemos procesar, según estudios, 150 relaciones personales. Podemos leer hasta 15 libros a la vez, pero no más. Podemos abarcar mucho, pero apretar poco.

Este hecho, a pesar de vivir en la llamada sociedad de la información, en la cual el primer mundo se expande en conocimiento de lo que pasa hasta en el rincón más minúsculo del planeta, provoca una cierta sensación errónea: que abarcamos más información y que sabemos más de todo.

No es así: es cierto que tenemos la capacidad de saber todo lo que pasa en cualquier parte, pero la capacidad de retener y de procesar información sigue siendo la misma. En estos tiempos, una persona puede acceder, digamos, a 100 informaciones distintas en un día. ¿Cuántas retendrá? ¿Y durante cuánto tiempo? ¿Alguien se acuerda de dónde estaba hace 10 años, y cuáles eran las informaciones importantísimas entonces? ¿Alguien se acuerda de lo que cenó hace 2 semanas? ¿Recordamos más un hecho al cual dedicamos 2 minutos, o a aquél que nos llevó 3 horas?

Todo momento necesita su tiempo para disfrutarlo. Y para que pase a la memoria a largo plazo. Y ese es el tiempo del cual no disponemos ahora, corriendo siempre. Me pregunto qué pasará cuando, a los 60 años, volvamos la vista atrás e intentemos hacer un balance de nuestra vida. ¿Qué recuerdos nos vendrán a la cabeza?

¿Y los jóvenes, que sólo se preocupan del hoy y de lo último, y han perdido todo rastro de interés por el pasado? ¿Qué cultura y qué historia tendrán?

Dejando de lado este asunto, quisiera centrarme en otro. A pesar de esta diversidad de informaciones, que nos hacen creer que lo sabemos todo de todo, estoy observando que hemos cambiado de óptica, pero no de objetivo. Creo que vemos más, pero más borroso, y que en definitiva nuestro radio de acción es el mismo.

Me explico: nuestra individualidad, exacerbada en nuestros tiempos de hedonismo y de egoismo absoluto, sigue en el centro de toda la información recibida.

Cuando recibo informaciones variadas de diversos sitios del mundo, los centro en mi mismo, y procesada según mi ego, los devuelvo al exterior. La mayoría de las veces, sin reflexión propia: la suma de este, de este y de aquél, da como resultado esto otro. La velocidad con la que nos movemos nos impide pensar 5 veces lo mismo en diferentes momentos del día, como me recomendaba un maestro que tuve.

Así pues, nuestras conclusiones son la suma de un limitado número de otros, puestas en orden, pensadas durante 3 minutos en una oficina diáfana atestada de gente hablando por teléfono y transeuntes, y enviadas al resto del mundo gracias a los medios tecnológicos.

Y así llegamos al título del artículo: la brecha digital y la formación en nuevas tecnologías en los países pobres.

Durante las últimas semanas he estado reflexionando sobre la brecha digital entre el primer y el tercer mundo (de momento, me niego a decir “paises norte” y “países sur”, o países en vías de desarrollo y desarrollados, o cualquier otra variante. No porque crea que defina mejor una cosa que otra: es porque me pierdo entre tantas formas de decir lo mismo con distintas palabras), y he encontrado defensores de la formación en nuevas tecnologías en los “países en desarrollo”.

Vuelvo a repetirlo, para fijar la atención en ello: la formación en nuevas tecnologías en los “países en desarrollo”.

Pero: ¿qué son las nuevas tecnologías? Dejemos por un momento a un lado nuestro etnocentrismo, y evaluemos de nuevo lo que estamos trasladando a los países llamados en desarrollo (dejando de lado que: ¿qué país en el mundo no está en desarrollo?):

-la igualdad de género.

-el medio ambiente.

-la educación en valores.

-las nuevas tecnologías…

¿No les suena de algo? Les doy una pista: miren a su alrededor.

En efecto: todo eso son nuestros propios problemas e intereses.

Y como desde hace un par de milenios, estamos intentando evangelizar al resto del mundo con nuestros valores.

Primero vamos a una tribu del África lejana y les decimos que “qué hace una mujer con el niño a la espalda trabajando todo el día en el campo: eso no puede ser”, así que la educamos para que eso lo haga el hombre, sin contar que eso va a generar un cambio en el orden social, que no todos van a aceptar y que puede provocar enfrentamientos entre hombres y mujeres donde ellas, en otra sociedad y momento, llevan todas las de perder, y además con algunos hematomas de más. Pero como nosotros no vamos a estar allí para verlo… si sale bien, perfecto por nuestra parte; y si sale mal, es que los pobres no sabían. Al cabo de unos años vamos y le decimos a la misma mujer: “pero qué hace usted en casa todo el día lavando ropa y haciendo la comida: usted tiene el mismo derecho que el hombre al trabajo”. Y de aquí a un par de decenios más, iremos y le diremos otra cosa, si no se ha vuelto ya chalada de tanto progreso.

Primero les inundamos el continente de bolsas de plástico, y ahora les decimos que eso es perjudicial y que han de reciclar… ¿cómo?

En definitiva, estamos predicando, como durante toda la Historia, sobre “la verdad” de los que se creen con el derecho de tenerla. Hoy veremos que es horrible la mutilación genital, y sin más conocimiento que el de un documental y unos libros, un estudioso de la cooperación comenzará a dar conferencias sobre la erradicación de la misma, sin ir él mismo al terreno y evaluar por su cuenta lo que está diciendo (intentando librarse además de los prejuicios e ideas previas que lleva, que esa es otra).

El mismo estudioso, de aquí a unos años, descubrirá otra horrible práctica y, desde su poltrona, comenzará a escribir artículos y libros sobre aquello.

Y mientras un cooperante esté en el terreno luchando contra ello, un erudito estará dando conferencias y escribiendo libros, sin que haya el más mínimo nexo de unión entre ambos.

Y así de una a la otra.

Para hacer honor al título del artículo e ir acabando, hago unas cuantas preguntas, para la reflexión:

-¿qué son las nuevas tecnologías?

-¿qué entendemos por formar en nuevas tecnologías?

Y la reflexión: para una tribu perdida del África, ¿es más nueva la tecnología del tractor o la de un ordenador, si no ha visto ninguna de las dos cosas en su vida?

¿Es más útil aprender a manejar un tractor (si lo tuvieran), o un ordenador (si tuvieran ordenadores, instalación eléctrica y conexión a redes)?

¿Quién iba a formar en nuevas tecnologías? ¿Nosotros? Y aquí una bofetada: el general de la sociedad, entre los que me incluyo, somos unos auténticos incultos informáticos. Hace unos años se habló del “carnet de nivel de informática”. Se desestimó o se perdió en el olvido.

La mayoría de la gente pone en los currículums que tiene conocimientos de ofimática a nivel de usuario. Mentira. ¿Qué porcentaje de gente sabe hacer una base de datos con Access, en lugar de hacerlo con Excel, que es una hoja de cálculo? ¿Cuántos saben modificar una marca de agua con el word? ¿Cuántos saben sacarle partido al Outlook: crear un calendario compartido, hacer seguimiento del equipo y de los proyectos con unas tareas compartidas, llamar por teléfono directamente clicando en el contacto...?

¿Y nosotros vamos a formar en nuevas tecnologías a quién?

¿Y con qué objetivo concreto?: de todos los pueblos del África que he visitado, no conozco a ninguno que necesite el Facebook para comunicarse con el “amigo” que vive a 20 metros, cuando a duras penas se saluda cuando se lo encuentra porque no tiene tiempo.

Cuando acaban de trabajar, esta gente se reúne debajo de un árbol y se explican las novedades del día. Esto, en países desarrollados y avanzados, se llama “red social”, e incluso “gestión del conocimiento”.

¿Quién de nosotros va a tener la desfachatez de ir a una tribu de estas y explicarles lo mucho que las TIC harán para mejorar su comunicación?

Y, para acabar: ¿formar? ¿Con qué modelo educativo? La educación es un derecho. Todos a educar. Pero de educación hay tantas teorías y tantos modelos como moscas en un terrón de azúcar. ¿Qué modelo les “aportamos” nosotros, evangelizadores de la verdad absoluta de los, al menos, próximos dos años? ¿El nuestro?

Y cuando veo el panorama de la educación en los países “de la verdad”, realmente pienso: ¿quiénes somos nosotros para decir a nadie cómo educar, cuando se demuestra día a día que nuestros modelos no funcionan?

Al final, como pasa siempre, exportaremos un modelo fantástico a aquellos países, que nosotros cambiaremos de aquí a cinco años porque no nos funciona o porque “ya no es novedad”, y con el nuevo paradigma iremos de nuevo al árbol bajo el cual un señor da clases a unos niños escribiendo con un palo en el suelo, y le diremos que esa no es forma de educar, y que aquí le traemos un paquete de progreso que incluye el derretimiento de los polos, la caza de ballenas, la capacidad de los niños de autoformarse sin la ayuda del profesor ni de los padres, y la formación en nuevas tecnologías, les donaremos un ordenador que no tendrán dónde enchufarlo, y les diremos que con eso ya son más libres y más desarrollados, como nosotros.

Publicado en RecBib, 09/12/2008

Referencia en el blog "Sociedad de la información", de la UOC: Daniel Becerra y la brecha digital, la formación y los países pobres