Las dos ranitas

Había una vez una rana y un sapo, que la luz de la luna llena miraban abrazados.

-Si tú me das un beso –decía el sapo- te daré mi vida entera:

Y juntos cazaremos moscas.

Y juntos nadaremos en el lago.

Y juntos tendremos millones de renacuajitos.

Y la ranita, colorada como una rana de San Antonio, cerró los ojos y le dio un beso.

Pero al abrirlos, ¿qué encontró?:

Un príncipe alto y apuesto, rubio y de ojos azules, vestido con una gran capa azulada, y un sombrero con una pluma de pavo real en la cabeza.

La ranita, al verlo, se puso a llorar desconsolada.

-¿Por qué lloras, ranita mía?

-Porque ya no podremos cazar moscas juntos,

Y ya no podremos nadar en el lago,

Ni podremos tener millones de renacuajitos.

El príncipe se puso muy triste, y pensando, pensando, se le ocurrió una idea.

-No llores más, querida, pues es a ti a quien amo. Espérame durante 45 días.

Y sin decir más, cogió un caballo que había en el bosque, y se fue al galope, mientras la pobre ranita se quedaba muy triste en el lago.

El príncipe cabalgó 7 ríos, 7 valles y 7 montañas, hasta que llegó a un castillo.

El príncipe llamó a la puerta:

-¿Quién es? –preguntó una voz.

-Soy un príncipe, y busco una princesa. (un lugar para pasar la noche)

Se abrió la puerta y apareció una princesa, rubia como el trigo y de ojos azules de zafiro, que le ofreció pasar allí la noche.

La princesa invitó a cenar al príncipe, y este pudo apreciar la bondad de ella, su honestidad y su inteligencia.

Así que, tal y como todo el mundo se fue a la cama, el príncipe cogió sus cosas y, sin hacer ruido, desapareció.

Cabalgó 7 ríos, 7 valles y 7 montañas, hasta que llegó a otro castillo. Allí otra princesa le abrió la puerta. Esta era morena, con ojos verdes de esmeralda. Igualmente, le invitó a pasar la noche allí.

Esta princesa era igualmente buena, honesta e inteligente.

Así que el príncipe, como había hecho en el otro castillo, en cuanto todo el mundo se fue a la cama, cogió sus cosas, y se marchó sin hacer ruido.

Nuevamente cabalgó 7 ríos, 7 valles y 7 montañas, hasta encontrar un nuevo castillo. Este castillo estaba desvencijado y lúgubre, descuidado su jardín y sus almenas.

El príncipe llamó a la puerta.

Una voz dura y desagradable dijo: “¿Quién es?”

-Soy un príncipe, y busco un lugar para pasar la noche.

La puerta se abrió y tras ella se presentó una princesa. Esta princesa no era fea, pero la expresión malvada de su rostro le daba un aire repulsivo.

La reina, al ver tan rico y apuesto príncipe, le invitó a pasar.

De una patada y cuatro gritos hizo que los criados, atemorizados, preparasen todo para el príncipe.

Durante la cena, la princesa le preguntó qué le traía por estos lugares:

-Estoy buscando una princesa –le dijo.

-¡Yo soy una princesa, y desgraciadamente no tengo marido!

Entonces se interesó por sus posesiones:

-¡Inmensas! Mis tierras son tan vastas que viajando durante 30 días no podrías llegar al final. Mis castillos se cuentan por centenares, con criados y vasallos que cuidan de ellos y producen mi vino, mi trigo y cuidan mi ganado. En mis tierras hay diamantes, oro y riquezas tales que jamás nos falta de nada, pues si algo nos falta, simplemente lo compramos.

La princesa cada vez estaba más entusiasmada. Dentro de su cabeza sólo había perlas, rubíes y topacios, y pensaba en todas las cosas que podía tener si se casaba con aquél príncipe.

En aquél momento, a un criado se le cayó una gota de sopa sobre el mantel. La princesa, enfurecida, cogió un cucharón y la emprendió a golpes con aquél pobre criado.

El príncipe la dejaba hacer.

Cuando terminaron la cena, el príncipe le dijo:

-Princesa, creo que eres lo que estoy buscando. Pero no quiero vivir en este castillo tan maltrecho, ni con estos criados tan inútiles. Así que abandona este sitio, vente conmigo y te daré lo que mereces.

La princesa no se lo pensó dos veces. Mirando a los criados, les dijo:

-Bah: quedaros con el castillo y que os aproveche. Me alegraré de no volver a veros nunca más.

Y subiendo con el príncipe al caballo, marcharon de aquellas tierras, dejando el castillo a los criados, que por supuesto se pusieron muy contentos de recobrar su libertad, quedarse con el castillo y perder de vista a aquella mala princesa.

La princesa y el príncipe siguieron cabalgando hasta que llegaron a un pequeño claro en medio del bosque. Allí se pararon a descansar. Entre las hojas les miraba la luna llena.

El príncipe cogió a la princesa por la cintura y le dijo:

-Princesa: cierra los ojos y dame un beso.

La princesa le dio un beso.

Pero al abrirlos: ¿Qué encontró?: Que el príncipe se había convertido de nuevo en sapo y, saltando sobre el caballo, le decía:

-Gracias, vieja bruja, me vuelvo a mi lago a buscar a mi ranita, que desde que la dejé está triste y llora desconsolada.

Y así cabalgó de vuelta, y cruzó 21 ríos, 21 valles y 21 montañas, hasta que llegó de nuevo al lago, donde la ranita se puso muy contenta de verlo.

Y cazaron moscas juntos.

Y nadaron juntos en el lago.

Y tuvieron millones de renacuajitos.

Pero, por si acaso, nunca más se dieron besos en noches de luna llena.