En el dominó son múltiples las posibles combinaciones y por tanto el mismo desarrollo de una partida puede variar por colocar una u otra ficha. No obstante el número de posibilidades se puede abrir o cerrar con el uso de las fichas con mayor o menor juego.
Así si un jugador inicia una ficha nueva (ficha que no se ha jugado en la mesa) y además no tiene en su poder ninguna otra de ese palo, está dejando al resto de jugadores mayor posibilidad de juego ya que en manos de los demás, los dos contrarios y su compañero, están el resto de las seis fichas sin jugar. Esto en principio va en contra de toda lógica del dominó por parejas, salvo que seamos conocedores de que la mayoría de fichas están en manos de nuestro compañero sobre los otros dos jugadores. También cabe la posibilidad de que la juguemos obligada por no tener otra ficha que poner.
Al jugar fichas de las que tenemos muchas desde el principio, o bien habiéndose jugado muchas la mayoría de las que quedan por jugar están en nuestro poder, estamos cerrando las posibilidades del resto de jugadores. Son las llamadas fichas duras.
Vemos pues que iniciar palos fuertes cierra las posibilidades de juego, limitando el juego del resto de la mesa frente al nuestro, y podemos anticiparnos a las fichas que serán jugadas. Por el contrario abrir el juego con fichas blandas o nuevas hace más impredecible la partida a la vez que da posibilidades de juego a los demás. Por supuesto los palos fuertes o débiles deberían considerarse entre compañeros, teniendo en cuenta las catorce fichas de las que somos dueños, si bien no siempre podemos conocer las fortalezas o debilidades de las fichas del compañero.
De este análisis sencillo salen dos reglas colocadas en las primeras posiciones de todo jugador: Iniciar palos fuertes desde el inicio (indicar lo que se tiene), y no dar ficha nueva si no se tiene fortaleza.