NADA ES FÁCIL EN BESMAYAH. INSTRUYENDO A LA 72 (II)

NADA ES FÁCIL EN BESMAYAH. INSTRUYENDO A LA 72 (II)

NADA ES FÁCIL EN BESMAYAH. INSTRUYENDO A LA 72 (II). Continúo mi narración donde lo dejé en el anterior hilo, tras nuestro aterrizaje en Besmayah –aterrizaje de verdad, ya que todos los movimientos de entrada o salida de la base eran en helicóptero y, preferentemente, nocturnos–.

Con todo el contingente del A/I-III en zona, pronto entramos en eficacia. La rutina diaria –si es que allí se puede hablar de rutina– era, más o menos, así: La hora de levantarse era decisión individual –distintos rituales tras el despertador– pero rondaba las 05:30 de la mañana.

Es increíble lo bien que las habitaciones de “Villalatas” –allí vivíamos la mayoría de los instructores, denominada así por sus techos de uralita y carpintería de aluminio– guardaban el frío. En aquella época, el termómetro que tenía dentro de mi cuarto llegó a marcar los 6ºC.

“¡Vaya flojo, mi teniente coronel!” –pensarán. Posiblemente, pero recuerdo un fresquito “intenso” al salir del saco de dormir. Quizás fuera también algo psicológico. Cuando te levantas en un iglú o una fosa en la nieve, cuerpo y mente están preparados para lo que hay fuera…

En el semi-desierto iraquí, no esperaba que la temperatura en el interior de mi “cueva” fuera apenas unos grados más alta que la exterior. Un par de meses más tarde empezó a pasar lo contrario: la temperatura interior era asfixiantemente más alta que la exterior… ¡Qué alegría!

Con las legañas puestas, el siempre “agradable” paso por el contenedor de ablución, con su espectro de olores y la incertidumbre, cada vez menor gracias a Dios y a la Unidad de Apoyo de Base (UABA), de si se habría agotado el agua o si el “chupacacas” habría hecho su trabajo.

Un contenedor de ablución tipo consiste, aproximadamente, hablo de memoria, pero creo que los números aquí son lo de menos, en 6 urinarios masculinos, 8 retretes con puerta, 4 duchas con puerta y 4 lavabos. Como imaginarán, en “hora punta” era un sitio de mucho “team building”…

Después, al desayuno. Café, leche, cereales, zumo, fiambre… y “samoon” iraquí, el pan tradicional que se elaboraba en un horno de piedra cercano. Esto nos trajo algún problemilla, ya saben, cuando nuestra veterinaria visitó el lugar, pero al final consiguió que pasara el filtro.

La última estación de esta rutina inicial era cargar los blancos, la munición y el equipo en los vehículos y montar las columnas. Cada columna, destinada a un campo diferente, estaba formada por los vehículos de los instructores y los blindados de la Unidad de Protección (UPROT).

La UPROT, al mando de un excelente capitán, era la unidad que se ocupaba de TODAS las misiones de seguridad de la Base. Para nosotros, los instructores, eran nuestros “ángeles guardianes” en el campo. Podíamos centrarnos en nuestra tarea sabiendo que siempre les teníamos detrás.

Pero volvamos a la salida. En aquellos días, con la puerta principal cerrada por las inundaciones, media base con un palmo de agua y la otra media embarrada, la acumulación de MRAP, camiones, autobuses y pick-ups en movimiento, por metro cuadrado de barro, era un espectáculo.

Parecía imposible que los chicos de la UPROT supieran cuáles eran los vehículos de sus columnas y los instructores a que MRAP –les recuerdo que significa Mine Resistant Ambush Protected–, español (LMV, RG-31), inglés (Foxhaund) o norteamericano (MaxxPro) tenían que seguir.

Cada columna se reunían en un breve “briefing” de seguridad. “Briefing bajo las ruedas” lo denominaban los paracaidistas de A/I-II, en similitud al que efectúan “bajo las alas” de sus saltos. Nosotros, tipos prácticos, pensamos que hacerlo “sobre las ruedas” sería más cómodo… 

Últimas instrucciones y toda esa gente yendo y viniendo con cajas de munición, blancos y mochilas; los intérpretes; el rugir de los motores elevándose sobre las voces en español, portugués, inglés y árabe… todo ese caos desaparecía en un par de minutos como por arte de magia.

Me gustaba verlos marchar por la mañana. Pero sobre todo estaba allí porque consideraba que era mi obligación como jefe en ese momento, por si surgía algún problema, para hablar unos segundos con ellos, darles la mano, una palmada en la espalda o simplemente intercambiar sonrisa.

Verlos salir, con la nostalgia del que dejó esa etapa atrás, reforzaba mi convicción de la enorme calidad humana y profesional de los instructores que llevamos a Besmayah. Me sentí orgulloso de ellos cada minuto de esa misión y sigo sintiéndome así mientras escribo esto ahora.

Nos encontrábamos con la unidad iraquí directamente en los campos de instrucción. Su llegada era espectacular. Camiones hipercargados de “yundis” de uniformidad variopinta y “hummvies” “customizados” con planchas de acero. Parecían salidos de la versión Bollywood de “Mad Max”.

Uno con casco, otro con gorra, el de más allá con un gorro de lana… El de un lado con el gorro de lana debajo del casco, y el del otro, incomprensiblemente, había conseguido meterse el  pasamontañas con el casco puesto.

Cazadoras de los Bulls, chaquetas de polipiel, zapatillas de deporte, botas de colores diversos... Mucha parafernalia de air-soft. Muchas calaveras de “The Punisher” pintadas en los cascos, auriculares conectados con la nada, mini-cámaras de plástico… En resumen, un espectáculo.

La primera actividad de la mañana solía ser la educación física. Por supuesto, los instructores iban con el pantalón del uniforme, botas y camiseta. La pistola siempre al cinto y unos cuantos fusiles a la espalda. Siempre al lado de los “yundis”. Siempre delante de los “yundis”.

La ejemplaridad ha sido una de nuestras grandes bazas y sé que de los anteriores contingentes también. El soldado español es así. Eso de trotar no les hacía mucha gracia, pero terminaron corriendo más de 30 minutos seguidos. Estiramientos, fuerza y algunos juegos para terminar.

Eran muy competitivos y así, con juegos, se esforzaban sin tener que tensar la cuerda. Después la instrucción de combate. Repetir una y otra vez las posiciones, los movimientos, los gestos. A veces parecían olvidarse de todo de un día para otro. Así que repetíamos, incansables.

Intentamos que los jefes de batallón se implicaran en la instrucción. Ahí, la mano izquierda de los capitanes instructores, hizo milagros. Pasaron de la indiferencia a la curiosidad y, finalmente, al respeto. Tener experiencia en combate y saber combatir son cosas muy diferentes.

Prácticamente no había ni tenientes ni suboficiales en toda la brigada. La mayoría de las secciones las mandaban “yundis”, más o menos dotados –o “enchufados”–, por lo que el panorama era desolador en cuanto a liderazgo. Y eran ellos, no nosotros, los que tendrían que ejercerlo.

Estos eran los mimbres con los que íbamos a trabajar. Si nos hubieran preguntado cuánto tiempo necesitábamos para convertirlos en una unidad con garantías, hubiéramos respondido que varios meses. Pero no los teníamos. El “tempo” estratégico y no nosotros, mandaba. (continuará).

WEB DE PEDRO SEBASTIÁN DE ERICE LLANO

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