JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 6

JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 6

Aquí hay días normales y difíciles. Buenos, no. En misión, todo afecta a tu estado de ánimo. Lidiar con ello y que no afecte tu trabajo debes traerlo aprendido porque, hacerlo sobre la marcha a frotamiento duro, es jodido.

Llevamos unos días revueltos y, además, con eso de que está acabando el Ramzan (sí, aquí es con z) parece que hay musulmanes que ya están un poco hasta los güevos de no comer, no beber, no fumar hachís y no “tocar pelo”, y les ha dado por matarnos dentro de las bases.

Se llama "green on blue" o "insider attack". Una cabronada, vamos. El afgano bueno, con el que trabajas todos los días –salam aleikum y ji-ji, ja-ja–, de repente, como un gremling en un parque acuático, se convierte en lo que viene denominándose un hijo de la gran puta.

Imaginaos, después de casi un mes de privaciones, un día, mientras el pobre Tucu está currando a 35ºC a la sombra, ve como pasa delante de él, trotando hacia el gimnasio, una sueca embutida en unos pantaloncitos y un top que parecen hechos con piel de chorizo de Cantimpalo.

Él, que en el mejor de los casos, lleva más de 20 días sin catar lo que haya debajo del burka que se mueve por su casa. Cuando todavía está intentando olvidarse del culo que acaba de ver, le aparece un belga gordo y sudoroso –existe y vive en mi pasillo–.

El tío se bebe en su cara una botella de 2 litros de un agua fresquita que le rebosa por la papada, le resbala por la tripa y encharca el suelo que nuestro amigo acaba de fregar. "Cagón to" -piensa compungido mientras su ojo derecho empieza a parpadear, un poco descontrolado.

Ya "tocao", huye del edificio y en la puerta se tropieza con un inglés fumando en pipa y un yankee con un puro que charlan envueltos en humo. ¡Con lo que daría él por un cigarrito! Aquí el colega ya pestañea muy rápido y chasquea los dedos de los pies contra las sandalias.

Ya al borde del infarto, aparece Manolo, todo generosidad, con un bocata tamaño flauta travesera bien cargado de panceta y queso de tetilla que le ha mandado su parienta desde el pueblo. "¿Un mordisquito de jalufo, colega?", le ofrece Manolo, porque los españoles somos "ansín".

Y, claro, el tío se encabrona que te cagas, se pega 100 latigazos y se pone a matar infieles hasta que se lo cepillan a él. Pues bien, salvando las distancias del ejemplo tonto, llevamos en esta semana más de una decena de buenos soldados asesinados en las bases del teatro.

Y sí, sé que no tiene ni puta gracia, pero o te tomas todas estas cosas así, o eres tú el que acabas pegándote un tiro en la boca o saliendo de excursión con la “fusila” a matar lo que te encuentres, como le paso aquí a un americano al que se le fue definitivamente la pinza.

Por eso, desde hace unos días, han autorizado a que todo el mundo lleve el cargador puesto en el arma. Me explico, han pasado de llevarlo en su funda a llevarlo metido en la pistola. Los militares, que sabemos de qué va el tema, pero el que arregla los ordenadores, también.

Sí, el gafotas va por la base como John Wayne. Ni idea de tiro pero, eso sí, arrastro una Magnum que Harry “el sucio” a mi lado es el memo de “La casa de la pradera”. Como a algún membrillo de estos se le escape un tiro, esto va a parecer el bar de "Abierto hasta el amanecer".

Porque estas cosas, al que no está acostumbrado e instruido…, como que no. Mi tribu y unos cuantos más, vamos siempre así por diferentes razones. Te dan una tarjeta que te autoriza y te sientes tan seguro como en esos anuncios de compresas con las que puedes hacer de todo.

La verdad es que llevar una pistola sin cargador es como el que tose y se rasca, con fricción, los huevos. O se los rocía con Reflex. No vale para nada y encima escuece que te cagas. Tema diferente es llevarla alimentada –cartucho en la recámara– que sólo la llevo fuera de KAIA.

Pero, antes de despedirme, os quiero dejar unas pinceladas de un tipo admirable. Es el coronel 2º jefe de mi tribu. Su apodo es “Duke”. Debe de tener unos cincuenta y pocos. Alto, fuerte, ojos claros, mirada franca, pelo cortado a cepillo, parece, y es, un auténtico soldado.

En estos empleos se nota la buena madera cuando se enfundan el equipo de combate. Gracias a Dios, los tiempos van cambiando, pero recuerdo cuando a algunos de nuestros “top” les ponías el chaleco y el casco y parecían, en el mejor de los casos, Robocop. En el peor, Calimero.

Si llevados por una buena voluntad que se agradecía, cogían el fusil, lo llevaban colgado como el que va a la caza de la perdiz roja. Este no, este ha salido mucho de caza, pero de caza mayor, y eso se nota.

El fusil bien sujeto con la suelta rápida preparada, la pistola en funda de extracción rápida, sus gafas balísticas, sus guantes y un chaleco antibalas –portaplacas– reducido a la mínima expresión, de acuerdo con la tendencia dominante en las unidades que matan de verdad.

Es la teoría del "mayor cabrón del valle": El que tiene que estar acojonado y ponerse todo lo que pueda encima es el del enfrente, porque yo soy mucho mejor que él y, al menor error, sabe que está muerto.  Por supuesto, eso implica asumir riesgos y lo hacen sin pegas.

Pero sigamos. El coronel es una persona afable, abierta, sencilla, de los que se sorprenden y te agradecen que insistas para que él pase primero al llegar juntos a una puerta. Está aquí por dos años y, si Dios quiere, terminaremos a la vez en diciembre.

Poco antes de que yo llegara, su única hija murió en un accidente de circulación. Se fue a casa, estuvo un mes y volvió para terminar su misión. Su mujer y él decidieron que tenían que seguir adelante, con normalidad, dentro del dolor que les acompañará el resto de sus vidas.

Cada uno al suyo, donde fuera. Llegó, cambió de su mesa la foto que tenía con su mujer y su hija por una de la pareja con él de uniforme y se puso a trabajar. Tengo una hija y no quiero ni pensar como estaría yo. No sé si estaría siquiera o sería una caricatura de mí mismo.

Y aquí está, rezumando profesionalidad y milicia. Serio, pero siempre con un hueco para dedicarte una palabra amable y una sonrisa cuando se cruza contigo. Hay que ser de una pasta muy especial para comportarse así y, con él, sin duda, fue con el que inventaron esa puta pasta.

WEB DE PEDRO SEBASTIÁN DE ERICE LLANO

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