PALABRAS PARA LA BODA DE CARMEN Y ERIK

viernes, 10 de mayo de 2024

PALABRAS PARA LA BODA DE CARMEN Y ERIK

Buenas tardes a todos: 

Como muchos sabéis, aparte de hermano de Erik, que ya es un título en sí, soy militar. Y los militares y la oratoria no siempre nos llevamos bien. A mí, en particular, me gusta improvisar cuando me dirijo a mis chicos antes o después de una acción. Rezumando adrenalina, de corazón a corazón, lo que dices, en realidad, casi da igual. Lo importante es cómo lo dices. Cómo los miras. El sentimiento que trasmites. Ni su cerebro ni el mío apenas participan en esa comunicación. 

Pero esto es diferente. Ni puedo soltar una arenga –me sacarían de aquí con una camisa de fuerza–, ni puedo improvisar, porque nuevamente sería el corazón el que empezaría hablar, los sentimientos que siento por Erik y Carmen me anudarían la garganta y acabarían rompiéndome la voz. Y aunque ya me emociono hasta con Bambi, y me da igual, un coronel llorando en una boda –¡ojo! que no sea la de su hija, me adelanto ya a lo que pueda pasar en el futuro– puede ser demasiado lamentable. 

Así que voy a leer lo que he escrito y si veo que la cosa se me va de las manos, fingiré un ataque cardiaco para que me saquen de aquí. Ya lo hice en una conferencia en inglés durante mi despliegue en Kabul, cuando un tipo de Glasgow me hizo la misma pregunta quince veces sin que yo entendiera ni una palabra. Y funcionó bien… menos por la cirugía a corazón abierto que vino después.

Podría decir muchas cosas de la infancia de Erik… Bueno, no muchas… En realidad, la infancia de Erik es, para mí, una incógnita. Y creo que para el resto de mi familia también. Mis padres estaban tan volcados en las movidas de la educación de sus dos hijos mayores que, cuando se quisieron dar cuenta, Erik tenía ya 18 años. Quizá le hicimos algo de caso de muy, muy, pequeño, porque era rubio y tenía ricitos. Normal, era como si al clan de los Montoya se les uniera, de la noche a la mañana, ¡yo que sé!, Hanna Montana. Pero los “gérmenes” de los Sebastián de Erice hicieron su trabajo y, en menos de un año, se reintegró a la línea Cromañón que nos caracteriza. 

También, más tarde, recuerdo su imagen borrosa, como un espectador indecente, mientras Borja y yo nos dábamos palos en nuestro cuarto. Supongo que para él sería como ir al circo, en el que el número estelar era cuando mi madre aparecía con el plumero y, después de rasgar el aire dos veces con ese mango de plástico letal, como si de la protagonista de Kill-Bill se tratara, ponía fin rápidamente a las “hostialidades”. El plumero fue el top de la carrera armamentística de mi madre, después de comprobar la progresiva obsolescencia de la mano y la zapatilla. Sí, Erik crecía silvestre, alimentándose de lo que pillaba y vistiéndose con lo que encontraba en el cesto de la ropa sucia. Creo que en esa primera etapa de su vida fue donde se labró ese espíritu de superviviente que aún conserva.

Coñas (o no) aparte, yo no descubrí realmente a mi hermano hasta que me fui de Madrid, con 20 años, a la Academia General Militar. A partir de ahí, cada permiso que pasaba en casa era un descubrimiento tras otro, hasta convertirme en lo que soy ahora: el fan número uno de mi hermano. Tanto, que creo que soy el único que ha oído completa la cinta que grabó con “Arkada”, su primer grupo de trash metal. Es, además, mi pareja de pádel –digamos que él es el 80% de la pareja– y mi binomio motero. Dormimos juntos y compartimos baño en las rutas de los “culos cuadrados” y eso une mucho. Le admiro profundamente en su conjunto, sí, pero especialmente por la colección de intangibles que tiene –en mi ámbito serían una mezcla de valores y soft skills–, que parece que no están de moda, pero que cualquiera que lea un poco sobre liderazgo y gestión de equipos, sabe que las empresas matan por ellas. Pues él, las tiene a raudales.

Porque si tuviera que resaltar dos características de Erik no dudaría un milisegundo en decir que éstas son su bondad y su sentido del humor. Erik es un hombre intrínsecamente bueno. Hay personas, como yo, para las que hacer el mal nos es tan natural como hacer el bien, por mucho que luego nos demos golpes de pecho entre gritos de arrepentimiento. Pero Erik, no. Erik no sólo tiene que esforzarse mucho para ser malo, sino que encima suele salirle bastante mal. No es su naturaleza. A él lo que le mola es ayudar, es hacer feliz a la gente, es, en el sentido más filosófico de la palabra, amar. Sé que eso de santiguarse no le va mucho y que, cuando lo hace, es fácil confundirle con Bruce Lee, pero, en teología, hay un término para definir a los tipos como él. Me refiero al de “cristianos anónimos”, un molde en el que, tanto Erik como mi padre, encajan a la perfección.

La segunda característica es más obvia todavía. No creo que haya nadie con el que me ría tanto como con Erik. Ya no es sólo ese humor “Sebastián de Erice” tan peculiar, que nos hace llorar de risa a nosotros mientras desde fuera nos miran, muy serios, con perplejidad, no. El suyo es un humor “sin fronteras”, puro y brutal, no sujeto a decoro o etiqueta alguna. El impulso que siente a la hora de soltar la parida oportuna –o profundamente inoportuna– es tan fuerte que da igual el entorno o las consecuencias. La sonrisa del respetable y la autosatisfacción es tal, que le merece la pena. Sé, por experiencia –en esto de las paridas espontáneas yo también hago mis pinitos–, que no todos los jefes tienen la inteligencia para lidiar con alguien así, pero yo lo querría siempre, siempre en mi equipo. Que de estreñidos envarados ya vamos todos bien servidos…

Y este personaje de tebeo que es mi hermano, un día, tropezó con Carmen. Recuerdo que cuando la conocí ya vi cosas que complementaban a Erik como las piezas de un puzle. Un precioso puzle. Sinceridad, fuerte personalidad, seguridad en sí misma y una sonrisa limpia y franca que necesita muy poco para que aparezca, radiante, en su cara… Lo que más me gustó de aquel encuentro, y de todos los que han venido después, es que se ríen juntos. Puede que yo sea muy simple, pero esa complicidad que supone poder charlar de cualquier cosa y reírte, mucho, aunque a veces vengan jodidas, es el gran toque de calidad de la vida en pareja. En pareja… y en familia. He visto cómo Carmen apoya a Erik en esos momentos difíciles. He visto cómo se relaciona con Erik, con Jesús y con Malena. Y éstos con Manuela y Mencía… y viceversa. Y ellos siete con mi hija Clara, que disfruta con ellos como si fuera la familia numerosa que no tiene y que, pese a sus ímprobos esfuerzos, hoy no está aquí porque a sus padres nos tocaba darle una lección de vida y enseñarle a renunciar…

Queridísimos Carmen y Erik, sólo espero que las nubes negras que puedan quedar sobre vuestras cabezas se vayan disipando, como dijo el replicante Roy Batty en Blade Runner, “como lágrimas en la lluvia”, que sigáis siendo tan felices como os veo que sois y que, a nosotros, testigos privilegiados de vuestro amor, nos dejéis compartirlo de vez en cuando… en forma de cervezas, por ejemplo. Un abrazo fortísimo. Os quiero.





Pedro Sebastián de Erice Llano

San Agustín de Guadalix, 10 de mayo de 2024

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