JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 11

JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 11

Navidad es una época especial sin duda. Para muchos, algo más que mercadotecnia. Pero, creencias personales aparte, es indudable que también son días que remueven sentimientos y que constatan con más fuerza las ausencias.

Por eso hoy quiero dedicar este texto a las mujeres que, incondicionalmente, acompañan a nuestra promoción. En especial, a las que nos dejaron, pero que siguen estando muy presentes entre nosotros: las que forman junto a José Luis, Dani, Juan Pi y Gabi. Va por ellas, de corazón.

Me había comprometido a colgar un artículo al mes durante mi despliegue en Afganistán, pero creo que no voy a ser capaz de cumplir. La posibilidad de quitarme horas de sueño para poder escribir algo digno se está convirtiendo, según pasa el tiempo, en una opción inviable.

Pero antes de tirar la toalla, quiero hacer un último esfuerzo. Ahora, cuando las piernas flaquean en esta dura carrera de fondo, cuando mirar hacia adelante o hacia atrás, es igual de desalentador, cuando la vista se nubla por lo que ves, y por lo que no ves…

Ahora, digo, quiero respirar hondo, ponerme de pie en la bicicleta, apretar los dientes y dedicar estas letras a mi mujer. Muchos, ella incluida, se sorprenderán con este artículo.

No, no soy ni cariñoso, ni entrañable, ni sensible, pero creo que, de vez en cuando, debo recordarle que la quiero con locura. Y, sinceramente, después de trece años de matrimonio, ya toca. Y me sobran huevos para hacerlo públicamente.

Ella está allí, en su guerra del día a día, una guerra mucho más dura que la mía. Yo me puedo permitir el lujo de desaparecer, ¡boom! o ¡pum! y ¡ale!, destinado a un tour of duty en la eternidad. Pero ella no, ella está obligada a vivir, porque ahora todo cuelga de sus espaldas.

Y no sólo eso, encima ella es la que me sostiene, me impulsa, me anima, revive y protege. Ella es mi alegría, mi esperanza, mi añoranza, mi deseo, mi principio y mi final. Ella es la que me da la fuerza para empezar, para luchar, para seguir, para levantarme otra vez y terminar.

En fin, ella es mi vida entera y sin ella, nada de lo que haga o diga tendría sentido. Por eso hoy he decidido dedicarle este cuento. No es mío, es de un autor anónimo, y son varias las versiones que circulan por la red. Se titula “When God created the military wife”.

Después de darle vueltas, como no me gustan las traducciones que he leído, he decidido hacerla yo. Traducción y versión libre. La mía, ¡porque sé mejor que nadie lo que quiero decir! Va por ti…, porque te “Ailoviu”.

Se encontraba el buen Dios inmerso en la creación de un prototipo denominado “mujer de militar”, cuando entró en su sexto día de trabajo extra. No lograba rematar la tarea. Apareció entonces un ángel y le dijo: “Señor, parece que estás teniendo muchos problemas con este diseño.

¿Qué tiene de malo utilizar para esto el modelo estándar? Dios respiró hondo y le contestó: “¿Has visto acaso las especificaciones de este pedido? Tendrá que ser totalmente autónoma y, a la vez, ser capaz de representar el papel de “mujer de” que tantas veces le asignarán.

Tendrá que ejercer de padre y de madre durante los despliegues, maniobras y servicios; hacer sus tareas y, al acabar, convertirse en la perfecta anfitriona, sin preaviso, para 4 o para 40; hacer frente, sola, a 1000 emergencias sin contar con libro de instrucciones alguno,

funcionar a base de café y, además, todo con alegría, incluso enferma, porque no podrá permitirse el lujo de parar y, en medio de todo eso, estar dispuesta a mudarse 9 veces en 13 años. Tendrá que tener siempre preparado un beso que lo cure todo, desde una rodilla al ánimo bajo;

en cuanto tenga oportunidad, tendrá que salir a trabajar también fuera de casa porque pasarán estrecheces. Tendrá que tener paciencia mientras espera tener noticias de su marido, pero sabiendo que, a veces, es mejor no tenerlas. ¡Ah! Y tendrá que tener 6 pares de manos”.

El ángel movió despacio la cabeza y finalmente exclamó: “¿6 pares de manos? ¡De ninguna forma!”. El Señor, respirando hondo de nuevo, respondió: “No te preocupes, otras mujeres de militares le ayudarán. Además, no son las manos las que me están causando problemas, es el corazón.

Tenemos que dotarla de un corazón especialmente fuerte, ya que tendrá que hincharse de orgullo, a pesar de todo y de todos, por lo que su marido es; aguantar impasible el dolor en las separaciones; soportar estoica las frases como ’ya sabías con quién te casabas…’,

latir potente y profundo aun cuando agotado se sienta sin fuerzas para hacerlo. Tiene que ser lo suficientemente grande para decir ‘lo entiendo’ cuando no es así, y ‘te quiero’ a pesar de todo”. “Señor –dijo el ángel agarrando su brazo–, descanse un poco y ya lo acabará mañana”.

“No puedo parar ahora –contestó Dios–. ¡Estoy tan cerca…! Ya he conseguido que sea capaz de curarse a sí misma cuando cae enferma; de alimentar y cobijar a seis huéspedes inesperados y de decir adiós a su marido sin tiempo de hacerse a la idea de que tiene que irse”.

El ángel rodeó el modelo caminando muy despacio y, mirándolo muy de cerca, suspiró. “Parece excelente, pero es demasiado débil” –dijo balanceando la cabeza de un lado a otro–. “Puede parecer delicada, pero tiene la fuerza de una leona –exclamó Dios apretando los puños–.

No podrías creer de lo que es capaz”. Finalmente, el ángel se inclinó y acarició la mejilla de la creación del Señor. “Tiene una filtración –dijo no sin cierta satisfacción–. Algo ha ido mal en el ensamblaje. Ya le dije que intentaba meter demasiadas cosas en este prototipo”.

Dios frunció el ceño ante la aparente falta de confianza del ángel. “Lo que estás viendo no es una filtración –dijo el Señor apretando los labios–. Es una lágrima”. “¿Una lágrima? ¿Y para qué está ahí?”, preguntó el ángel.

“Está para las alegrías, las tristezas, el dolor, la desilusión, la soledad, el orgullo y es, además, un recordatorio de lo que, a veces, conlleva ser fiel a unos valores”.

“Eres un genio”, exclamó finalmente el ángel. “No. Soy DIOS” y, mientras bajaba su Divina Mirada, sombrío, añadió: “Pero yo no la puse ahí”.

WEB DE PEDRO SEBASTIÁN DE ERICE LLANO

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