JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 13

JESUSITO DE MI VIDA, ¡JESÚS, QUÉ VIDA LLEVO! CAPÍTULO 13

Aterrizar en el Kandahar Airfield (KAF) supuso también el aterrizaje en la cruda realidad del teatro. No es que tomásemos tierra, es que nos “jartamos” de ella. Polvo a saco, y no precisamente del que alguno está pensando.

El sur y el este de Afganistán, el famoso cinturón pastún, son las zonas más calientes y de mayor actividad de la insurgencia. En el sur, dos provincias destacan por su mala leche: Helmand y Kandahar. Y en esta última estaba yo, españolito de pro, con mis acompañantes americanos.

Lo primero que llama la atención de KAF, aparte del jodido polvo, es su tamaño. La población allí oscila entre 25K y 30K colegas, que ya es gente, en comparación con los cerca de 5K de mi base en Kabul. Por tener, tienen hasta líneas regulares de autobús que recorren la base.

Salimos de la terminal aérea y allí estaba una comandante negrita, muy maja, que nos llevó en una Vanette destartalada a la oficina de alojamientos. Allí descubrí otras de las características de KAF: es, junto a Bagram, una de las bases de tránsito de las fuerzas norteamericanas.

Nos alojamos en el “Hotel California”, una descomunal tienda diáfana, protegida y camuflada en su exterior, y que cuenta con unas 450 literas, una al lado de otra. Nada más. Lo primero que sientes al entrar allí es un puñetazo olfativo a humanidad seguido de un frío de cojones.

Lo del pestazo es normal. Unos 900 colegas formando un zoológico digno de ver. Tipos alegres que se van de permiso o final de misión, tipos tristes que se incorporan al teatro, heridos leves que mandan para casa…, y nosotros. Los americanos se tiran allí tirados de 1 a 3 días.

El frío se debe a unos macro-aires acondicionados que están constantemente en funcionamiento y que sirven para mitigar un poco, más que el calor, el olor reinante. El frío y las luces, prácticamente toda la noche encendidas, hace que las literas “de abajo” sean las más cotizadas.

Me busqué una con pocos lamparones y con el armamento siempre encima fuimos a la primera reunión del día. Cómo llevar el fusil se perfecciona también con la tribu. Siempre con correa de suelta rápida -las manos libres- en el lateral o el pecho. Para tirar, sólo liberar y encarar.

La sensación de andar por KAF me gustó. Ser el único español entre más de 30K colegas y pasear la bandera fuera de las zonas habituales para nuestras fuerzas, mola. Te miran curiosos, te preguntan e, incluso, me hice una foto con tres coreanos. Tengo ojos rasgados, será por eso…

Después, nos fuimos a cenar al Friday´s. Sí, un Friday´s con su decoración de cine y sus camareras con minifalda. Me comí una hamburguesa que no se la salta un atleta amateur y una Coca-Cola light. Iba a pedir una con vainilla, como en Pulp Fiction, pero me pareció de cateto.

La hora de pagar fue curiosa. La camarera fue pasando y uno le pagaba con tarjeta, otro en dólares, yo en euros y, eso sí, a todos nos atendió con una amplia sonrisa. Claro, como luego me explicaron, incluso aquí se juega la propina, que es parte importante de su sueldo.

El restaurante está en una zona espectacular de la base. Imaginaros la típica plaza de pueblo con soportales. Pues bien, eso es lo que tienen allí. En los soportales, elevados sobre el nivel del suelo, están toda clase de tiendas, restaurantes, cafeterías, etcétera.

En el centro de la “plaza” hay un campo de fútbol de césped artificial con focos, una pista de jockey-hielo (de cemento, claro está), mesas para tomarse unas birras, un gimnasio al aire libre y, bordeándolo todo, una pista de tartán. Como diría el gran Jesulín: “Im-prezionante”.

Al día siguiente volamos en helicóptero a la base liderada por Australia de Tarin Kowt, en la provincia de Uruzgan. Hicimos dos paradas en sendas COP –Combat Out Post, puestos de pequeña entidad en mitad de la nada– para dejar a 2 JTAC –los que guían los ataques desde el aire.

Más polvo y más calor. Llegamos con un nivel de alerta alto que implicaba tener el armamento, chaleco y casco a menos de diez minutos de donde nos encontráramos. Eso, para nosotros, suponía llevarlo puesto. Allí, la mayoría de los locales sensibles son verdaderos búnkeres.

Nuestro dormitorio de transeúntes, por ejemplo, era un contenedor acorazado con apertura hidráulica. Podría parecer claustrofóbico, pero prima la seguridad y se dormía fresquito. Más reuniones, más visitas y a los 2 días salíamos otra vez en un avión de malotes rumbo a Bagram.

¡Ah, BAF!, sí, la de la famosa cárcel. Otra época que ni conozco ni quiero siquiera tropezarme. Allí estuvimos unas pocas horas, y entre reunión y reunión pude curiosear 2 aviones que, su simple visión, te suelta el esfínter. Son el A-10 Thunderbolt o Warthog y el C-130 Spectre.

En el artículo del blog tenéis algunas impresiones y datos de estas dos máquinas de picar carne. No lo pongo aquí para no alargar el hilo y para que los “fieras” que hay sobre el arma aérea no me den collejas virtuales por mis imprecisiones (@DCarrionF, @jpartej, @ReinaldoDMM…).

En fin, la semana danzando por el sur sirvió para estrechar lazos con mis compañeros yankees y que ellos descubrieran que, aunque hablemos un inglés “raro”, los españoles somos tipos fiables.  Ahora, os escribo después de mi despedida oficial. Es una ceremonia íntima y sencilla.

Tu jefe dice unas palabras, tú dices unas palabras, el gran jefe te da la medalla de la OTAN y un diploma y se acabó. En mi caso, el coronel segundo jefe, el norteamericano “Duke” del que os hablé hace unos meses, quiso ser él quien pronunciara las palabras de mi despedida.

Fue un honor, ya que él se despedía también, pero así se lo pidió al que le correspondía, el coronel italiano jefe del Estado Mayor. Disparó al corazón, el muy cabrón. Que el tío más emblemático de ISAF SOF me estuviera dedicando palabras así, me dejó tocado para mi discurso.

Me emocioné –¡joder, me emocioné en inglés!– se me quebró la voz y se me empañaron los ojos. No me importó, no fui el primero ni seré el último al que le pasa tras una misión tan intensa. Les dije lo duro que era ser español en la tribu, sin unidades combatiendo sobre el terreno.

Les conté cómo, por ello, había adoptado como propias a sus unidades, a sus chicos, que ya eran míos también. Les hablé de cómo me alegraba y me sentía orgulloso cada vez que una operación tenía éxito y de cómo rezaba por sus caídos y heridos en esos días grises de mi despliegue.

Les dije, en fin, que había sido grande trabajar con ellos, pero que era más grande todavía y un honor formar parte, como uno más, de lo que todos ellos representaban. Mañana, si el tiempo lo permite, volaré a Herat y de ahí a España. Por cierto, he tenido una última movida.

Me querían dejar 3 días sin armamento. He dicho que ni de coña. Al final el general senior español se ha implicado y me ha autorizado a entregar mi armamento aquí, volar desarmado y que según aterrice en Herat, me entreguen una pistola y dos cargadores hasta el día de mi salida.

Que sí, que soy un “inflao” y todo lo que queráis, pero llevo 6 meses viendo y viviendo cosas y lo último que me apetece es que en un Green on Blue mi último día tenga que defenderme haciendo la postura del cangrejo (creo que esa era del Kama-Sutra, pero vosotros me entendéis…).

En fin, como dice un alemán de la tribu, “todo en esta vida tiene un final… menos la salchicha, que tiene dos”. Nos vemos pronto.

WEB DE PEDRO SEBASTIÁN DE ERICE LLANO

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