PESIMISMO VS. OPTIMISMO
“Somos lo que pensamos.
Todo lo que somos surge con nuestros pensamientos.
Con nuestros pensamientos, hacemos nuestro mundo”
(BUDA)
¿Qué relación tiene la cita de Buda con el título de la publicación? Mucha.
¿Por qué? Porque describimos e interpretamos nuestra realidad según las experiencias vividas y las creencias con las que le damos significado. Es así que podemos decir sin temor a equivocarnos que no existe una sola realidad, sino que existen tantas realidades como personas en el planeta.
¿Cuántas discusiones dejarían de tener sentido si se tuviera esta premisa presente a la hora de interactuar con un otro, verdad? En fin, sigamos.
Cuando nos referimos a creencias lo hacemos desde los esquemas interpretativos que vamos construyendo a lo largo de la vida para dar significación a lo que nos acontece y no desde la acepción relacionada a lo religioso.
Ahora bien, hecha esta aclaración, el significado y lo que hacemos con eso que nos pasa, irá condicionando el tipo de actitud u orientación positiva o negativa que tengamos ante la vida y nuestras posibilidades de realización y resolución.
Así es que vamos construyendo el autoconcepto y autoeficacia según las experiencias vividas, pudiendo a veces concebir creencias limitantes que podrían incidir en el desarrollo personal, sobretodo cuando se ha tenido una seguidilla de traspiés o decisiones que no han resultado eficaces, que han tenido resoluciones parciales, o han sido diferentes a las expectativas depositadas.
Obviamente este aspecto no es determinante porque tiene que ver con la tolerancia a la frustración de cada quién, pero algunas veces puede originar un sucesivo patrón de respuestas rígido, a modo de resguardo, y en el que muchas veces subyace el temor a una nueva frustración.
Pesimismo.
Corresponde a las “visiones realistas” de las personas pero desde un criterio propio, sin tener en cuenta que lo que puede ser “realista” para uno puede no serlo para otra persona.
...“A decir verdad, la realidad es que no hay posibilidades de éxito”, “No tiene caso que lo intente, seguro es un fracaso”, “No voy a postular para ese trabajo, seguro eligen a otro más calificado”, “Sabía que no tenía sentido tratar de explicarle lo que pasó ya que nunca le importó”, “No vale la pena intentar una nueva relación, ya que siempre me fue mal estando en pareja” “No tiene caso que intente cambiar el vínculo, ya me resigné a que no me escuche”...
Es sabido que no siempre salen las cosas como uno quisiera y que hay épocas en que parecieran ser más difíciles de realizar, de tal manera que la desazón que esto origina, puede llegar a desarrollar una especie de incapacidad o indefensión adquirida por la cual uno se siente limitado en sus capacidades, sin esperanza de éxito o logro alguno.
Se explica por tres elementos principales como son la permanencia, la omnipresencia y lo personal.
La permanencia refiere a la percepción de los problemas como permanentes, inamovibles, siempre presentes, y nada de lo que haga cambiará la situación, por tanto no tiene sentido intentarlo.
La omnipresencia alude a que el o los problemas ocupan todos los ámbitos de la vida de la persona, de manera tal que se siente un completo fracaso.
Lo personal sucede cuando incorporamos el o los problemas como un defecto de personalidad, “sólo me pasa a mi porque soy un perfecto desastre”.
Reúna los tres aspectos y tendrá una visión completamente negativa y limitante de la vida y sus posibilidades.
Lo cierto es que nada es para siempre aunque parezca eterno, recuerde que todo pasa y esto también pasará.
La omnipresencia de los problemas induce al error de percepción de que se esparce a todo nuestros ámbitos de desempeño, porque el foco de atención está centrado permanentemente en el problema, sin poder separar éste de cada actividad que realiza, de ahí la idea de abarcarlo todo. Basta con analizar cada aspecto por separado y verá que no todo está mal.
El hecho de creer que cierto tipo de cosas “me pasan solo a mí”, por aspectos relacionados a la personalidad, automáticamente limitan la eficacia, e invitan a la pasividad y a la auto adjudicación de rótulos y valores negativos. Recuerde que uno en la vida fluye ante las experiencias, y lo más frecuente que se tiene es el cambio, por tanto pensarse de una determinada manera, rígida e inflexible, limita su capacidad de ser.
Otra característica del pesimismo es que en cuanto a valoración de desempeño, su prioridad radica en la consecución de resultados, más que valoración de proceso. Se buscan todo tipo de explicaciones para justificar el porqué no asumir el riesgo.
No, es su expresión más frecuente y la pregunta principal ¿Por qué? ¿Para qué? Necesita de un sentido
Y si a pesar de ello decide tomar acción, si tiene éxito, lo adjudicará a la suerte o lo minimizará de alguna manera, al igual que si fracasa activará una serie de explicaciones que convaliden su presunción inicial de no realización.
Toma el error como fracaso, resultado de no admitir, desconocer o minimizar otras posibles vías de realización.
Optimismo.
A diferencia del pesimismo, lo que caracteriza al optimismo es la visión de fe y la visualización de uno mismo tomando acción y teniendo éxito. Constancia y perseverancia en el hacer, más no en el error.
Toma a éste último como fuente de aprendizaje y como soluciones alternativas a otros problemas diferentes a los que está considerando en ese momento.
Existe sobreestimación y confianza en las propias capacidades, desestimando las posibilidades de fracaso, aún sin tener referencias para el éxito.
Crea pensamientos de posibilidad y considera multiplicidad de opciones. La idea de introducir modificaciones o cambios siempre está presente.
Presenta fluidez de pensamiento y acción, no se alimentan creencias tales como “no tuve éxito” o “fracasé”. Aún si las expectativas no resultan según se espera existe la habilidad de extraer lo positivo y buscar soluciones alternativas o modificaciones para aquello que no lo fue.
El foco de atención está en el proceso y no en el resultado.
No necesita de un sentido para accionar. Su pregunta principal es ¿Por qué no?
No siempre reaccionamos de la misma manera, debido a que ciertas experiencias son más significativas que otras, de ahí la necesidad de hacer consciente la actitud con la que afrontamos los desafíos que la vida nos presenta, dado que propicia la aceptación de uno mismo y con ello la posibilidad de cambio y evolución.
Desarticula distorsiones cognitivas de pensamiento polarizado que propician percepciones y adjudicaciones propias y ajenas de rótulos limitantes de desempeño, que minan lenta y progresivamente la autoestima. (“ganador" - "perdedor”; “con estrella" - "estrellado”, etc.).
Tampoco admite comparaciones ante situaciones o experiencias similares de otros.
-Si hemos de comparar que sea para aprender, para analizar qué de lo observado y realizado se puede adaptar a la propia experiencia. Nunca para dudar de la propia capacidad.
-Si hemos de cometer errores que sea por pecar de optimismo, en la medida que no incurramos en daño propio o de los demás, claro está.
Tener confianza plena de las propias capacidades y poder de decisión mediado por las posibilidades existentes y el sentido común.
Responsabilidad ante los propios actos, aceptación y búsqueda de solución ante lo inesperado o incierto.
Pero también reconocimiento de los propios límites e inteligencia emocional para identificar cuando es necesario acudir a consulta profesional especializada.