Rosario Castellanos - Recital

El poeta se arregla la corbata

y sube al escenario.

Carraspea un poco. Tiembla. Es natural.

Pero se sobrepone porque Apolo

le ha infundido el divino valor, lo ha emborrachado

de vaticinios y helo aquí, en el centro

de un gran espacio oscuro

¿y vacío? ¿Y vacío?


Esta interrogación

es como para recobrar la lucidez,

así que sin más trámites, profiere:


"Señoras y señores... El micrófono

funciona bien. ¿Se escucha? ¿Quién escucha?

¿Uno? ¿Varios? ¿Ninguno?

No me importa.

La sordera no es lo que hace al silencio.

Lo que hace al silencio es la mudez.

Y no quiero ser cómplice

de ese crimen contra la humanidad.

Porque sin la palabra nadie es el hombre, nada

distinto de la piedra. En el cosmos entero

un dios puso en sus labios el sello de la exención.

Y el poeta es quien da voz a lo que no habla,

es el que..."

       reflectores, de repente, se encienden

y el que declama mira a su auditorio.


Son seres que enarbolan como escudo

esa señal de tránsito que prohíbe los ruidos

en la proximidad de un hospital.

Están lisiados todos. El estruendo

les reventó los tímpanos.

El estruendo de la hélice; del motor en la fábrica;

de las sirenas de la policía;

el de la multitud en el box, en los toros;

el de la noche de los linchamientos;

el de las campanadas y lso vivas

al conductor de masas;

el del anuncio del mejor producto;

el de la propaganda de la mejor política;

el del oro cayendo en cataratas

hasta las cajas de seguridad;

el de la bomba al estallar; el de

la jauría de perros amaestrados

para cazar a un paria fugitivo.


El poeta se quita la corbata

-pues no tiene corona de laurela-.

la pisotea, mientras maldice a Apolo

y, sobrio ya, desciende

y busca en la luneta algún sitio sin dueño.


Nadie lo mira. Nadie le regala

el cartelón. Ninguno le sonríe.

Pero elpoeta se entrega

a las delicias del anonimato.

¡Oh, qué maravillosa sensación!

Se está tan bien así, confundido entre muchos,

rodeado de estruendos, protegido

por los estruendos y con la menbrana

del tímpano ya a punto de estallar.


Ahora, canción inoportuna, prueba

a saltar la muralla.

¿Verdad que no se puede venir a perturbar

a los tranquilos? ¡Fuera!

Te arrojan con la música a otra parte.


No hay gemido de víctimas. No hay clamor de justicia.

No hay ulular de fieras.

¡Cómo, si es inaudible

aun el estruendo de la tempestad!

¿Murmullos? Ratonzuelos que roen la madera.

Nada importante. Nadie. Por fin estoy a salvo.