Rosario Castellanos - El talismán

He buscado mi rostro entre las piedras

-señal de cataclismo-

y sólo hallé la resquebrajadura

donde el tiempo triunfó; donde la guerra

clavó su lanza que es necesidad,

necesidad con punta de hierro ya mellado

y con asta podrida del viento y de intemperie.


Busqué mi rostro allí donde el antepasado

marcó su huella en signos, en figuras

y no reconocí más que el misterio.

Aquí estuvo y no está, rescoldo frío

junto al que nadie puede detenerse.


Y, alrededor, la selva. ¡Cuánta corteza de árbol

en que ningún cuchillo de viajero

grabó la letra, el rumbo!

¡Cuánta hoja diciendo su idioma incomprensible!

¡Cuánta raíz a la que no desciendo!


Bajo mis ojos han pasado ríos

anónimos, fugaces.

Se iban en murmullos, sí, pero no cuajaban

en palabra de espejo

sino en profunda voz de abismo, en suave

invitación a convertirme en agua.


Con paso cauteloso me arrimé al campamento

de los hombres. Me vieron

con esos mismo ojos que calculan

el peso del ganado

o la totalidad dela cosecha.

Sin hablar me pusieron un lugar en la mesa,

me dieron un bocado y después la madrina

me señaló el quehacer, me ordenó la faena.


Aquí estoy. Tejedora, lavandera,

desgranadora de maíz y, a veces, en la noche

cuando el sueño no acude,

relatora de historias.


Cuento la eterna lucha de los dioses

para vencer al caos

y las primeras peregrinaciones

y los que se perdieron o acabaron

antes de presenciar el milagro del alba.


Cuento de las ciudades, gloria de un día y luego

olvido de los siglos.


Otras cosas también; astucias de animales

pequeños. Y victorias

del hazañoso que arrancó la piel

al león, al tigre o que engañó a la zorra.


De mí no sé. Devano las memorias ajenas.

Pero hay entre la tribu

uno que no es igual a los demás, que inventa,

que da nombre a los seres

y que forma figuras de barro con las manos.


Ése me ha prometido

decirme alguna vez las sílabas exactas

que desde la creación me pertenecen.


Me las dirá en la fecha marcada por los astros

pues no quiere que el dueño

se apodere de ellas, ni que el otro

las use como un pobre utensilio cotidiano.


Me ha dicho: será el nombre

con que te llame tu hijo

cuando tenga hambre o miedo de estar solo.

Y ha puesto entre mis manos este pedazo de ámbar

para que me recuerden

-después, cuando yo muera- aquellos que me amaron.