Rosario Castellanos - Emblema de la virtuosa

Después de días, muchos, muchos días

-cada uno con su cara

y su rudo instrumento de dominio en la mano-

me comparo a la bestia que ya ha tascado el freno,

que ya ha sentido hundirse la espuela en el ijar

y sabe cómo el brío y el furor

ascienden, se deshacen

entre los belfos como espuma inútil.


Sí, callo. Sí, me inclino. Me detengo,

me apresuro según la rienda manda.

Para que mi jinete, mi destino

-ese a quien no conozco-, vaya hasta donde va.


Cuando joven pací en una pradera

abundante de nombres y yo escogí lo mío.

Pero mi senda de hoy tiene no más un trébol.

Con un pétalo dice mansedumbre

y con otro lealtad

y con otro obediencia.


Ay, pero el cuarto, el último,

la hoja de la suerte verdadera,

dice sólo abyección.


Amigo que encegueces cuando miras, ciégame,

úngeme de soberbia,

amortigua mi tacto, mi memoria,

todo lo que ilumina, lo que lee,

para que quede oculta esa palabra.